El falso auge tecnológico puede estar condenándonos al estancamiento económico

Publicat a MIT Technology Review

A pesar del atractivo de las ‘apps’ y las redes sociales, las tecnologías digitales contribuyen poco a la prosperidad global de la que disfrutaron generaciones anteriores
  • VIERNES, 8 DE ABRIL DE 2016
  • POR DAVID ROTMAN
  • TRADUCIDO POR TERESA WOODS
Publicaciones analizadas 
Hacia finales de 1879, Thomas Edison probó la primera bombilla eléctrica, Karl Benz inventó un motor de combustión interna operativo, y un inventor británico llamado David Edward Hughes transmitió una señal a través de varios cientos de metros. Todo eso pasó en tres meses y representa solo alguno de los increíbles avances que, según el economista de la Universidad de Northeastern (EEUU) Robert J. Gordon, dieron lugar al«gran siglo», experimentado entre 1870 y 1970, un período de crecimiento económico y mejora en el nivel de vida de muchos estadounidenses sin precedentes.

El libro intenta refutar las opiniones de los que Gordon denomina «tecnoptimistas». Se refiere a aquellos que creen que actualmente vivimos una época de esplendor gracias a los nuevos inventos digitales, capaces de redefinir nuestra economía y mejorar sustancialmente nuestro modo de vida. Para el autor, esto es absurdo. Sólo hemos de considerar los datos económicos: no hay pruebas de que se esté produciendo tal transformación.

Para la mayoría de los estadounidenses, los sueldos simplemente no están manteniendo el ritmo. Los ingresos se han reducido entre 1972 y 2013. Y no van a mejorar, según las predicciones de Robert Gordon.
El aumento de la productividad, que permite que las empresas y naciones crezcan y florezcan y permitiría que los trabajadores ganen más dinero, ha sido pésimo durante más de una década. Aunque parezca que se están produciendo muchas innovaciones, «la ralentización [de la productividad] es un hecho», según me explicó el economista del Banco de la Reserva Federal de San Francisco (EEUU) John Fernald. En un trabajo reciente, Fernald y sus compañeros rastrearon esta desaceleración hasta el año 2004, y encontraron que los últimos cinco años han sufrido el aumento más lento de la productividad jamás registrado en Estados Unidos (los datos se remontan hasta finales del siglo XIX).
Fernald afirma que la tecnología y la innovación representan «una gran parte de la historia». Algunos tecnoptimistas han sugerido que los beneficios de las apps, la computación en nube y las redes sociales no están reflejados en las medidas económicas. Pero incluso de ser así, su efecto total no tiene tanta relevancia. Fernald encontró que cualquier crecimiento impulsado por tales avances digitales ha resultado insuficiente para superar la carencia de unos progresos tecnológicos más amplios.

Gordon no es el primer economista que parece poco impresionado por las tecnologías digitales actuales. Tyler Cowen de la Universidad George Mason (EEUU), por ejemplo, publicó El gran estancamiento (The Great Stagnation) en 2011, en el que advertía que lasapps y las redes sociales estaban teniendo un impacto económico limitado. Pero el libro de Gordon destaca por el contraste entre la ralentización actual con los avances radicales e impresionantes de las primeras tres cuartas partes del siglo XX. Durante el transcurso de más de 750 páginas, describe cómo las vidas estadounidenses fueron transformándose gracias a la electrificación de las casas, la ubiquidad de los electrodomésticos, la construcción de extensos sistemas de trenes subterráneos y algunos avances médicos como el descubrimiento de los antibióticos.

Foto: El gráfico muestra la evolución de la productividad total. Alcanzó su nivel máximo durante la década de 1940 y se mantuvo fuerte hasta la década de 1980. Cada barra representa el crecimiento medio durante la década anterior a la fecha mostrada (la última barra comprende desde el año 2011 hasta 2014). Crédito: Robert J. Gordon, ‘The Rise and Fall of American Growth’.
De alguna manera, puede que la historia más interesante e inquietante sea la que Gordon cuenta con cifras. Los economistas generalmente definen la productividad como la producción total de los trabajadores durante una hora. Depende de las aportaciones de capital (como equipos y software) y la mano de obra; ya que la gente es más productiva si dispone de más herramientas y habilidades. Pero las mejoras en esas áreas no reflejan todos los aumentos de productividad producidos con el paso del tiempo. Los economistas atribuyen el resto a lo que denominan «la productividad de todos los factores».
Este concepto representa una especia de cajón de sastre que engloba todo, desde nuevos tipos de máquinas hasta prácticas empresariales más eficientes. Pero, como escribe Gordon, es «nuestra mejor herramienta para medir el ritmo de la innovación y de los progresos técnicos». Entre 1920 y 1970, la productividad estadounidense de todos los factores creció al ritmo del 1,89% al año, según Gordon. Entre 1970 y 1994, siguió subiendo a un ritmo del 0,57%. Entonces las cosas se vuelven más interesantes. Entre 1994 y 2004, volvió a subir hasta el 1,03%. Esto se debió al gran impulso de las tecnologías de la información (IT, por sus siglas en inglés), concretamente, los ordenadores conectados a internet ,y las consiguientes mejoras en nuestra forma de trabajar.
Pero la revolución IT fue breve, sostiene Gordon. Y allí, concluye, es probable que nos quedemos, avanzando a un lento ritmo de progresos tecnológicos que nos limitará a un decepcionante crecimiento económico a largo plazo. Estas cifras importan. Tal crecimiento desgastado de productividad imposibilita una rápida expansión económicay las mejoras del nivel de vida, describe el economista. La falta de una fuerte productividad para impulsar el crecimiento económico, junto con lo que Gordon denomina como los «vientos en contra» a los que se enfrenta el país, como la creciente desigualdad y los descendientes niveles educativos, ayudan a explicar el dolor financiero sufrido por muchos. Para la mayoría de los estadounidenses, los sueldos simplemente no mantienen el ritmo. Salvo en el caso de los mejores remunerados, los ingresos reales de hecho se redujeron entre 1972 y 2013. Y Gordon asegura que no van a mejorar. Predice que los ingresos disponibles medios crecerán a un deprimente ritmo del 0,3% anual hasta 2040. 
Conseguir que Estados Unidos sea grande de nuevo
No es de extrañar que muchos estadounidenses estén disgustados. Perciben que nunca disfrutarán de la misma seguridad económica que sus padres o abuelos. Y lo que resulta más preocupante para algunos es que sus hijos también tendrán que luchar por asegurar su futuro. Gordon cree que probablemente tienen razón. Si los robustos progresos económicos de la primera mitad del siglo XX ayudaron a generar un ánimo nacional de optimismo y fe en los progresos, ¿han generado décadas de un crecimiento de productividad mucho más lento una era de malestar y frustración? Gordon proporciona algunas ideas acerca de esa cuestión, pero las pistas nos rodean.
Foto: El gráfico muestra el crecimiento medio anual de la productividad. Crédito: Robert J. Gordon, ‘The Rise and Fall of American Growth’. 
El enfado a causa de la economía desde luego se está manifestando en las actuales elecciones presidenciales. El candidato republicano líder se compromete, de forma algo abstracta, a «hacer que Estados Unidos sea grande otra vez». Y las campañas demócratas hacen eco de unos vagos sentimientos similares, especialmente el plan económico de Bernie Sanders que propone lograr un crecimiento de productividad de un 3,1%, un nivel que no se observa desde hace décadas.
También existen pistas de que la falta de crecimiento económico a largo plazo está afectando negativamente a los estadounidenses. A finales del año pasado, los economistas de la Universidad de Princeton (EEUU) Anne Case y Angus Deaton describieron una inquietante tendencia entre 1999 y 2013 entre hombres blancos entre las edades de 45 y 54 años de edad: un aumento sin precedentes de la morbilidad y mortalidad.
Este grupo de estadounidenses estaba experimentando más suicidios, sobredosis y alcoholismo. Los motivos no están claros. Pero los autores sugirieron con cautela una posibilidad: «Después de la ralentización de la productividad a principios de la década de 1970, y con el aumento de la desigualdad, muchos miembros de la generación del baby boom son los primeros en encontrarse en la mediana edad con que no llegarán a alcanzar una situación más aventajada que sus padres».
Especular sobre cómo la falta de progresos económicos han afectado al ánimo del país sería arriesgado. También se han visto intensos enfados políticos durante períodos de fuerte crecimiento económico, como la década de 1960. Y el pantano económico actual no puede ser atribuido totalmente al pobre crecimiento de la productividad, ni siquiera a la desigualdad. Aun así, ¿es posible que la falta de progresos tecnológicos nos esté condenando a un futuro preocupante, incluso en un momento en el que celebramos nuestros últimos dispositivos y capacidades digitales – y convertimos en héroes a nuestros tecnólogos líderes?
¿Cómo saberlo?
Mientras que la disposición de Gordon para especular acerca de lo que nos deparará el futuro representa uno de los puntos fuertes de su libro, su escepticismo generalizado acerca de las tecnologías de hoy a menudo parece injustificado, e incluso arbitrario. El autor califica de limitado el potencial de avances digitales como la impresión 3D, la inteligencia artificial y los coches autónomos para mejorar la productividad.
También obvia el impacto potencial de recientes avances en la edición genética, la nanotecnología y otras áreas. No hace falta ser un tecnoptimista para creer que unas tecnologías con potencial para cambiarnos la vida no representan algo del pasado. En su libro, ¿Está muerta la innovación? (Is Innovation Over?), Tyler Cowen reconoce el «estancamiento de los progresos tecnológicos» pero concluye que existen amplios motivos de esperanza para el futuro. Según el autor, «hay más gente dedicada a la ciencia que nunca, más ciencia que nunca. En [la inteligencia artificial], la biotecnología y [los tratamientos] para las enfermedades mentales se divisan grandes avances». Cown continúa: «No sugiero que se vayan a producir mañana mismo, podrán ocurrir dentro de 15 o 20 años. Pero, ¿cómo se podría saber que no sucederán?».
De algún modo, el libro de Gordon representa una contrapartida útil de la opinión popular de que nos encontramos en medio de una revolución tecnológica, según el economista Daron Acemoglu del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, EEUU), que lo considera «un debate sano». Acemoglu asevera: «Los tecnoptimistas han disfrutado de una época demasiado larga sin llegar a ser cuestionados». Pero, considera que resulta difícil aceptar el argumento de Gordon de que estamos experimentando una ralentización de la innovación. Según sus palabras: «Bien puede ser que estas innovaciones no se hayan traducido en productividad. Pero si consideramos sólo las tecnologías que han sido inventadas [recientemente] y que se encuentran tan cerca de implementarse durante los próximos cinco a 10 años, son increíblemente ricas. Simplemente resulta muy difícil pensar que nos encontramos en una era de escasez de innovación«. El experto considera que «para asegurar a plazo aún más largo que no traduciremos esas innovaciones en un crecimiento de la productividad no es un argumento que resulte fácil de defender». Una de las limitaciones del libro de Gordon, según Acemoglu, es que no explica los orígenes de la innovación, tratándola como «maná caído del cielo». Resulta fácil «afirmar que la productividad nace de la innovación. Pero, ¿de dónde viene la innovación, y cómo afecta a la productividad?», se pregunta.
Si estamos condenados a un futuro de duros momentos económicos será determinado en parte por cómo empleemos la innovación y compartamos los beneficios de la tecnología. 
Mejores respuestas a tales preguntas podrían ayudarnos a entender no sólo cómo los avances técnicos de hoy podrían impulsar la economía, sino también a asegurar que implementemos estas tecnologías de forma que maximicen sus beneficios económicos. Si estamos condenados a un futuro de duros momentos económicos será determinado en parte por cómo empleemos la innovación y compartamos los beneficios de la tecnología. ¿Invertiremos en la infraestructura que sacaría el mayor provecho a los coches autónomos? ¿Proporcionaremos acceso a la medicina avanzada a una parte amplia de la población? ¿Desarrollaremos nuevas herramientas digitales al creciente segmento de la fuerza laboral con trabajos dentro de la atención médica y los restaurantes, permitiendo así que sean empleados más productivos? Puede que Gordon tenga razón: los grandes inventos de finales del siglo XIX cambiaron nuestras vidas hasta un grado que nunca podrá ser igualado. Ni se volverán a observar muchas de las circunstancias que fueron tan favorables a los progresos económicos durante esa era. Pero si logramos un mejor entendimiento del potencial de las invenciones de hoy, que ya son bastante increíbles, podríamos generar políticas e inversiones que permitan que sean plena y justamente implantadas, al menos tendremos una oportunidad de alcanzar de nuevo un robusto crecimiento económico.

Los objetivos de la cumbre del clima no son posibles si no se limitan los combustibles fósiles

Article publicat a  El Diario.es

El acuerdo del clima firmado en la cumbre de París se sostiene en tecnologías emergentes que no existen o no han sido suficientemente probadas
«La disponibilidad de las tecnologías actuales de captura de carbono es incierta y la mayoría presentan, en diversos grados, desafíos y riesgos», asegura el IPCC
Un artículo de la revista Nature Climate Change asegura que centrar la atención en tecnologías que no están suficientemente probadas puede ser una «distracción peligrosa»
La cumbre del clima se cerró en diciembre con un acuerdo calificado como histórico por muchos de sus firmantes. El nuevo compromiso establece un límite al calentamiento global, pero no plantea limitar el uso de combustibles fósiles sino «conseguir un equilibrio entre las emisiones de origen antropogénico y las captaciones que hagan los sumideros». Sin embargo, en la actualidad las tecnologías de captura de carbono no están lo suficientemente desarrolladas como para garantizar una reducción del calentamiento global, ni parece que vayan a estarlo en un futuro próximo.
En la mayoría de los escenarios previstos por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su siglas en inglés) los niveles de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera no solo no deberían seguir aumentando, sino que deberían reducirse rápidamente si se quiere impedir un aumento de 2ºC en la temperatura global del plantea. Esto supone, en la práctica, conseguir un nivel de emisiones negativo, es decir, que se elimine más carbono del que se emite. El acuerdo de París pretende llegar a esta situación sin limitar el uso de combustibles fósiles, apoyándose de forma implícita en las tecnologías de captura de carbono. Sin embargo, según destaca el IPCC, «la disponibilidad de estas tecnologías es incierta y la mayoría presenta, en diversos grados, desafíos y riesgos».
El problema es de una dimensión considerable y los datos demuestran que los métodos actuales están lejos de proporcionar los resultados necesarios para cumplir los objetivos fijados en París. Según un informe presentado en 2013 por la Agencia Internacional de la Energía, «la tasa total de captura y almacenamiento de CO2 debería pasar de las decenas de megatoneladas capturadas en 2013 a miles de gigatoneladas en 2050, con el fin de abordar el desafío de reducción de emisiones». 
En los últimos años se han presentado diversos estudios sobre materiales o tecnologías que podrían mejorar la captura de carbono. Esencialmente existen dos formas de eliminar el carbono de la atmósfera. La primera es capturar los gases directamente desde el aire, una tecnología que actualmente está en desarrollo y que carece de proyectos viables a escala global.
Esquema del funcionamiento del método BECCS / L. Hardin y J. Payne
Esquema del funcionamiento del método BECCS / L. Hardin y J. Payne
Entre las novedades más prometedoras está un nuevo método presentado el pasado mes de septiembre en la revista Science, que emplea estructuras moleculares superporosas que son capaces de transformar el CO2 en CO. Estas estructuras podrían colocarse en las chimeneas de las grandes centrales eléctricas y capturar así los gases. Sin embargo, al igual que el resto de las opciones planteadas hasta ahora, este método requiere un alto consumo de energía eléctrica, algo que resulta contraproducente.

La bioenergía: «una distracción peligrosa»

El otro método que ha ganado fuerza en los últimos años consiste en utilizar plantas para capturar el dióxido de carbono y luego quemarlos para generar energía y capturar las emisiones de carbono resultantes. En teoría, al quemar las plantas se emite el mismo CO2 que éstas han absorbido durante su crecimiento, con lo que la emisión neta sería cero. Sin embargo, este método, conocido como bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS, por sus siglas en inglés), es relativamente novedoso y tampoco hay pruebas de su eficiencia gran escala.
Además, otro de los aspectos importantes a la hora de realizar las estimaciones de CO2 capturado mediante estas tecnologías es qué se hace una vez se ha capturado, ya que el gas no puede ser almacenado de forma permanente. Aunque existen diversas alternativas, el problema está en que algunas de ellas implican devolver el CO2 a la atmósfera, como su utilización en bebidas gaseosas, o incluso se puede utilizar el gas para facilitar la extracción de petróleo de pozos parcialmente agotados, cuya obtención no es posible con los métodos convencionales. Resulta paradójico que un método pensado para reducir las emisiones acabe destinado a producir millones de barriles de petróleo.
Pero, además de los problemas técnicos a la hora de llevar a la práctica estos métodos, existen otros problemas añadidos. Según un reciente artículo publicado en Nature Climate Change, «la credibilidad [del BECCS] como una opción de mitigación del cambio climático no está comprobada y su implantación como una norma general para estabilizar el clima podría llegar a ser una distracción peligrosa». La idea que defienden varios expertos, incluidas diversas ONG, es que se debe limitar en la medida de lo posible el uso de combustibles fósiles, combinando estas medidas con diversos métodos de captura de carbono y con la apuesta por energías renovables. Los autores de este artículo insisten en que «se debe determinar cuán seguro es apostar por las emisiones negativas en la segunda mitad de este siglo para evitar un cambio climático peligroso».

BlaBlacar rueda a toda marcha

Article publicat a   El País

La firma francesa, que opera ya en 19 países y sigue duplicando su plantilla cada año

Frédéric Mazzella, fundador y presidente de la empresa BlaBlaCar. / Eric Hadj
    Frédéric Mazzella es una celebridad en Francia. Con solo 38 años, ejerce de presidente de una empresa de éxito que hace bien poco era solo una startup. El éxito de su firma, BlaBlaCar, se percibe como la demostración palpable de que la sociedad francesa es innovadora y dinámica. Solo el año pasado nacieron 96.100 sociedades en este país. En plena expansión, la firma duplica cada año sus efectivos. Una de las claves de su éxito es haber sabido desarrollar una buena idea. “Cuando la tienes te vuelves un poco paranoico. Lo importante es no quedar paralizado y actuar rápido, como cuando el jugador de rugby coge el balón. Hay que echar a correr”, explica Mazzella en la sede central parisina de su sociedad.
    En las oficinas de BlaBlaCar en París las salas son amplias, muchos muros son transparentes y la lengua franca es el inglés. La media de edad es de 29 años y muchas reuniones se realizan de pie, frente a una pizarra, o en la cafetería, donde todos pueden saber qué se está haciendo en otros departamentos. Por las paredes se diseminan, siempre en inglés, los lemas que inspiran la cultura de la firma: “Somos apasionados. Innovamos”. “Piénsalo, constrúyelo, úsalo”. “Comparte más. Aprende más”. “No asumas nunca. Comprueba siempre”. Es parte de la filosofía de la empresa, que pretende mantener este espíritu fundacional y motivante. Fácil, cree Mazzella, ahora que todavía crece de manera acelerada y que promueve el credo de la economía colaborativa.
    Jaime Rodríguez, 31 años, es el responsable de la firma en España y está entusiasmado con el sistema. “Ahora queremos contar experiencias. Hay parejas que se mantienen en la distancia gracias a BlaBlaCar. Me gusta especialmente la historia de una octogenaria que puede viajar de puerta a puerta, desde Madrid a un pueblo de Almería, gracias a este sistema. Se lo propusieron sus nietos”.
    La brillante idea que puso en marcha BlaBlaCar partió de un viaje que ya empieza a ser famoso incluso fuera de Francia. Mazzella tenía que ir a casa de su familia, lejos de París, en Navidad. Era el año 2003. No encontraba ya billetes de tren y autobús y alquiló un coche. Fue en el trayecto cuando comprobó la cantidad de coches que se movían al mismo tiempo en su misma dirección y lo solos que viajaban los conductores.

    Largo recorrido

    BlaBlaCar nace en 2006, producto de una idea del físico y exempleado de la NASA Frédéric Mazzella de utilizar una plataforma de internet para facilitar que la gente comparta coche en viajes de largo recorrido.
    Entre 2006 y 2008 el equipo fundador, formado por siete personas, invierte en la empresa 100.000 euros para ponerla en marcha.
    En 2009, la firma queda concentrada en tres socios: Mazzella, Francis Nappez y Nicolas Brusson.
    A partir de 2009 empieza su expansión fuera de Francia. España es el primer, en 2010, en entrar en el sistema. Hoy, BlaBlaCar está en 19 países.
    En 2011 supera el millón de usuarios en Europa.
    Hoy tiene 20 millones de usuarios y 360 empleados, la mayoría de ellos en la central de París.
    La empresa, por la que han apostado importantes fondos de inversión, está hoy valorada en 1.400 millones de euros, según datos propios.

    Con esa idea, puso en marcha junto a otros seis emprendedores una empresa que bautizó como Comuto, y una página web para facilitar justamente lo que en algunos países estaba ya desarrollado y goza de buena fama: compartir coche, un estilo de viajar que tiene nombre propio en Francia (covoiturage) o en Reino Unido (carsharing) pero no en España. “Con toda la modestia puedo decir que en España se está imponiendo lo de hacer un blablacar”, dice orgulloso Jaime Rodríguez, que ha acudido a la sede de París para una de las habituales semanas internacionales que organiza la firma.
    España, con 2,5 millones de usuarios, es uno de los países donde mayor éxito ha obtenido BlaBlaCar. También, el único donde ha empezado a encontrar dificultades. La patronal de transportes en autobús Confebús la ha demandado por supuesta competencia desleal. “Es sorprendente que tengamos ese problema”, dice Mazzella. “Nos quieren hacer responsables de su pérdida de negocio”. Frenar a los nuevos negocios que permite la red, como Uber o BlaBlaCar, es para Mazzella como intentar que no suba la marea.
    El respeto hacia BlaBlaCar en Francia no solo es de naturaleza financiera. Se valora su labor en favor de la reducción de gases de efecto invernadero al ahorrar trayectos y carburantes. La ministra de Ecología Ségolène Royal es entrevistada al lado de Mazzella y el ministro de Economía Emmanuel Macron viaja con él a Londres. Fomentar el ‘covoiturage’ se contempla incluso en la Ley de Transición Energética, una de las normas más importantes lanzadas por François Hollande en esta legislatura.

    Un sistema sencillo

    El sistema de BlaBlaCar es simple: millones de usuarios, que deben identificarse siempre en la plataforma, lo que funciona como un filtro esencial para evitar abusos, anuncian su próximo viaje en coche o buscan a algún automovilista que les facilite el recorrido que quieren hacer. Se paga a la empresa (que se queda con una comisión) y esta envía el dinero al conductor una vez finalizado el viaje. En caso de anulación de última hora hay penalización. Que le lleven a uno de París a Perpiñán (850 kilómetros) sale en torno a los 50 euros.
    A pesar del impresionante resultado de la firma, que en los últimos años se ha beneficiado de más de 300 millones de dólares provenientes de varios fondos de inversión, la firma considera que aún está en los principios. Uno de sus momentos cruciales fue el hallazgo del nombre adecuado, pues su primera denominación fue Comuto. Se propusieron hasta 250 denominaciones diferentes de entre las cuales se eligieron 30. BlaBlaCar no solo era la que mejor describía su actividad (charlar, compartir, viajar con otros en coche), sino que era la que todo el mundo retenía fácilmente en la memoria. “Fue mágico. Eso nos hizo crecer y ahorrarnos mucho dinero en márketing”, explica el fundador.

    "Hay que acabar con el desarrollo"

    Article publicat a  BBC Mundo 

    8 agosto 2015

    Choza con anuncio de internet
     La era del desarrollo se acabó. Necesitamos nuevas ideas para mejorar la vida. Y Latinoamérica las está dando. Eso al menos es lo que argumenta la antropóloga Henrietta Moore, directora del Instituto para la Prosperidad Global de University College London… pero, ¿cómo lo sustenta?

    Seguro que el desarrollo es una necesidad incontrovertible en el mundo en el que vivimos.
    Basta con revisar algunas cifras para comprobarlo:

    • 7.000.000.000 personas viven en este planeta
    • 850.000.000 de ellas sufren de hambre
    • 600.000.000 o más aún no tiene acceso a agua potable
    • 3.000.000.000 viven con menos de US$2,5 al día, menos de lo que cuesta un capuccino en Londres

    Ante los hechos, ¿cómo puede ser que alguien tenga algo contra el desarrollo? ¿Por qué me atrevo a renegar?
    Parto de un hecho muy simple: hemos experimentado con el desarrollo durante 60 años.
    El experimento empezó a mediados del siglo XX, cuando el mundo era un lugar muy distinto.
    La idea en ese entonces era que el desarrollado Norte poseía los recursos financieros y las habilidades técnicas que adolecía el pobre Sur.
    En consecuencia, la tecnología, los conocimientos y el capital deberían fluir del Norte al Sur, del mundo desarrollado al mundo en desarrollo.

    Ideas y acciones

    El filósofo y sociólogo alemán Max Weber, quien murió en 1924 -antes de que la idea del «desarrollo» entrara en la conciencia colectiva- decía que de tanto en tanto llegaba una gran idea que cambiaba el rumbo de la historia.
    El desarrollo fue una de esas ideas.
    Pero, en la segunda década del siglo XXI, ¿sigue siendo tan poderosa como antes?
    ¿No será hora de volver a cambiar el rumbo?
    Y si lo es, ¿en cuál dirección?

    Por qué esperar la lluvia

    Recientemente estuve en el norte de Kenia, conociendo un proyecto de una bien intencionada ONG internacional.
    La idea era sencilla, una idea típica de la teoría del desarrollo.
    La ONG proveería irrigación; la irrigación llevaría a mejoras en la agricultura; las mejoras en la agricultura traerían altos ingresos.
    En resumen, la meta de toda la intervención era maximizar la producción agrícola.
    Una peculiaridad de esta región particular de Kenia es que la aguda apreciación de las estructuras políticas y económicas que influyen en la vida de la gente a menudo se refleja en los apodos.
    Por ejemplo, a uno de los hombres con los que he hablado varias veces le llaman «Banco Mundial». Al preguntarle por qué, rio y me contestó: «Porque soy un economista, pero no tengo nada de dinero».

    Chica en país en desarrollo 
    Desde hace 60 años, el desarrollo ha sido algo 
    que el Norte parecía darle al Sur.

    En este caso, con quien hablé fue con el señor «Negocios», el único que estaba plantando su recientemente irrigada tierra en la estación seca.
    Todos los demás campos de cultivo no han sido tocados desde la cosecha del año anterior.
    Cuando le pregunté a los otros por qué no estaban cultivando en febrero como el señor Negocios, dijeron: «Estamos esperando la lluvia».
    Una respuesta que frustra muchísimo al funcionario de la ONG que ha amenazado con imponer sanciones contra quienes no planten y produzcan algo todo el tiempo.
    La pregunta, sin embargo, es: ¿por qué la gente está esperando la lluvia si ya tienen un sistema de irrigación?
    La respuesta corta es que cultivar maíz es sólo una parte de la compleja ecología de las actividades para ganarse la vida de esa sociedad.
    Esas parcelas irrigadas no son las únicas tierras que la gente tiene que trabajar. En esa época del año, los mangos y el sorgo requieren de atención, así como otros proyectos, como arrear animales, construir casas, etc.
    Además, desde noviembre hasta enero es la época de las bodas, ceremonias y eventos religiosos, momentos en los que la gente se reúne para ayudarse y apoyarse.
    Y esas son relaciones que se fortalecen y servirán para proveer alimentos, recursos o préstamos cuando sea necesario… como cuando llega la hora de sembrar las tierras con los flamantes sistemas de irrigación.

    ¿Qué nos dice ese ejemplo?

    Primero, quizás, que las soluciones técnicas –como los sistemas de irrigación– rara vez lo resuelven todo.
    Es algo que hemos sabido por mucho tiempo y se ha demostrado repetidamente en proyectos de desarrollo, pero persistimos con la idea de que la tecnología es la respuesta a problemas sociales complejos.
    Las nuevas tecnologías son importantes; obviamente traen beneficios genuinos.
    Sin embargo, lo que realmente resuelve problemas sociales complejos no es la innovación tecnológica sino social.
    La segunda cosa que podemos aprender es que la maximización económica de producción e ingresos –crecimiento– como modelo para el progreso económico y social tiene sus límites.
    No hay duda que mejores carreteras mejoran el acceso a los mercados y aumentan los ingresos.
    No obstante, a medida que los intereses sobre la deuda aumentaron con el desarrollo y el progreso para el Sur global –y de hecho, para el mundo entero–, hay serias razones para cuestionarlo.

    El crecimiento infinito en un planeta finito no es una opción»

    Henrietta Moore

    Tomemos un ejemplo sencillo:

    La escasez de agua afecta a todos los continentes del mundo; en 2050 la falta de agua afectará a más de 54 países en el mundo. El uso global de agua ha aumentado alrededor de 2 veces más que la tasa de crecimiento de la población

    El crecimiento infinito no es posible en un planeta sin suficiente agua.
    A pesar de esto, el concepto convencional de crecimiento económico, impulsado por la escalada del consumo de recursos, sigue siendo la finalidad principal de las políticas gubernamentales en todo el mundo.
    ¿Queremos seguir aferrados a esa idea de que el Sur global siga el camino trazado por el Norte global?
    Pues la evidencia originada en el Sur global indica otra cosa.

    Históricamente, los humanos hemos usado unas 7.000 especies de plantas para alimentarnos. Pero hoy en día sólo 3 -maíz, arroz y trigo- componen el 60% de las calorías que consumimos las 7.000.000.000 de personas que vivimos en el mundo

    Con raíces en la tierra

    En Brasil centro occidental, donde muchos viven de la soya y el maíz, la agricultura consiste mayoritariamente de monocultivos.
    En 2013 la región alcanzó un volumen récord de soya y maíz: más de 78 millones de toneladas. Pero gran parte de ellas no eran usadas para alimentar a la población sino exportadas para producir biocombustible.
    Es precisamente en respuesta a esta clase de problemas causados por la agroindustria de este tipo –que incluyen la contaminación de los recursos naturales, el aumento en los precios de los alimentos locales, problemas de salud, degradación de la tierra– que muchas comunidades en Latinoamérica y el Caribe han hecho la transición a la agroecología.
    Combinando lo mejor de la ciencia, lo mejor de la agricultura tradicional y la igualdad social con acceso a la tierra, unas 500 millones de personas en el mundo están hoy en día involucradas en la agroecología.
    Un estudio independiente mostró que puede producir tanto o más que la agricultura intensiva.
    Otro, que revisó 286 proyectos en 57 países, encontró que en promedio el rendimiento de los cultivos aumentó en un 79% como resultado del uso de los métodos agroecológicos.

    En Ecuador, la agricultura ecológica aumentó de 23.000m hectáreas en 1996 a alrededor de 403.000 hectáreas en 2008 generando casi US$ 4.000.000 y creando 172.000 empleos.

    Cortesía de EDUCACIÓN SIN FRONTERAS

    La agroecología hace uso de los conocimientos y técnicas que las personas mismas controlan y usan para aumentar su prosperidad.
    Y la prosperidad se entiende como bienestar, autonomía, administración del medio ambiente, lazos sociales y culturas, en cambio de ser únicamente una cuestión de ingresos y crecimiento.
    En 2014, la FAO (Organización de la ONU para la alimentación y la agricultura) finalmente reconoció y decidió apoyar la agroecología, lo que quizás es una señal de que las cosas están cambiando; de que conocimientos y habilidades alternativas de la gente serán considerados clave para que florezcan las sociedades del futuro.
    Y los modelos vienen del Sur global.

    Vamos a la ciudad

    Hoy en día…

    • 54% de la población mundial vive en ciudades. Para 2050 será casi el 70%
    • El aumento se concentrará sobre todo en Asia y África. India tendrá 404.000.000 habitantes urbanos nuevos, que se sumarán a los 292.000.000 de China y a los 212.000.000 de Nigeria

    El éxito o el fracaso en la construcción de ciudades sostenibles es uno de los más espinosos retos de los próximos 15 años, pues para 2030 la población urbana ya será de 5.000 millones.
    Y, según las proyecciones actuales, 2.000 millones de esas personas vivirán por debajo del umbral de la pobreza.
    Hay muchos ejemplos de cómo la nueva forma de pensar del Sur global ofrecen mejores maneras de abordar asuntos difíciles.
    He aquí uno, que me gusta mucho:
    Hace poco más de una década, a un arquitecto chileno visionario, Alejandro Aravena, le presentaron un problema.
    Se trataba de un terreno de media hectárea en el centro de la ciudad de Iquique en Chile que tenía que ser rehabilitado.
    Pero ahí vivían cien familias, que lo habían ocupado ilegalmente durante 30 años.
    La solución estándar a los tugurios y a la vivienda social, cuando se tornan problemáticos, es destruirlos y trasladar a la gente a lugares fuera de la ciudad, donde a menudo no hay empleos ni transporte ni servicio ni asistencia.
    y Aravena tenía un presupuesto de US$7.500 por familia para comprar la tierra y proveer la infraestructura y arquitectura básica.
    Si hubiera construido casas en el medio de Iquique, habría sido demasiado caro, y sólo habría podido acomodar a 30 familias.
    Los rascacielos podrían haber sido la respuesta, pero en estos las familias no habrían podido expandir sus hogares a medida que crecían.

    ¿Y entonces?

    Afortunadamente para esas familias, el lema de Aravena es:

    Mientras más complejo el problema, mayor la necesidad de simplicidad»

    GETTY 
    Acudió a las familias mismas que, al fin y al cabo, habían construido los lugares en los que habían estado viviendo.

    El resultado fue que no sólo el arquitecto y las familias unieron fuerzas, sino que se dividieron las tareas.
    Se levantaron casas de clase media en el lugar para todas las familias, de manera que quedaron cerca del trabajo, las escuelas y los servicios públicos.
    Pero la innovación fue que Aravena sólo les construyó la mitad de la casa, la parte más difícil: la estructura, el techo, la cocina y el baño. El resto quedó a cargo de cada familia.
    Como él mismo dijo: «Nunca resolveremos el problema a menos de que utilicemos la capacidad de la gente misma de construir».

    Innovación social verdadera

    Chica con tablero
    El modelo anterior ya no sirve así que todo está por escribirse, y el Sur ya empezó a hacerlo.

    Aravena tornó la vivienda social de un costo en el presente a una inversión en el futuro.
    Y ese modelo se ha puesto en marcha en al menos otras 13 ciudades en Chile y México.
    Yo pienso que esto demuestra la importancia de lo que llamo «experimentación colaborativa», basada en la cooperación de Sur a Sur.
    Creo que necesitamos más experimentación social, política y económica, en cambio de continuar siguiendo un sólo modelo.
    Históricamente, el desarrollo ha dependido de exportar e imponer modelos que supuestamente ofrecen resultados conocidos como soluciones a los retos que enfrenta el Sur global.
    Pero si enfocamos el futuro en una interpretación más amplia de la prosperidad humana, más que en el desarrollo económico basado en el crecimiento, tendremos que aceptar que las sociedades que florezcan en el futuro serán muy diversas pues los principios de la buena vida, la moralidad, los valores, así como las definiciones del éxito, bienestar y aspiración, serán muy distintos

    Canvis digitals, canvis estructurals El problema de les innovacions tecnològiques és que redueixen llocs de treball

    Article publicat a El País 

    Les dinàmiques de generar coneixement precarizen professions

    foto de la noticia

    Per aquí i per allà anem comprovant que molts dels canvis que Internet i l’era digital generen transformen el que fèiem, com ho fèiem i amb qui ho fèiem. És una alteració molt més profunda que la que va suposar la implantació de la producció de masses a principis del segle XX gràcies a Taylor i Ford. És més profunda ja que va més enllà del camp de la producció de béns (a la qual també afecta), per endinsar-se sense escrúpols en l’àmbit dels serveis, de les tasques intel·lectuals repetitives i també, acceleradament, en les no repetitives. Substitueix qualsevol procés, àmbit, empresa, entitat o professió el valor d’intermediació dels quals, és a dir, el que ingressa pel que fa, no està prou justificat.
    Als marges d’aquesta activitat mitjançada aniran sorgint iniciatives digitals que oferiran fer el mateix, millor, més ràpid i sobretot més barat. Millor, ja que en molts casos utilitzen el coneixement (i el treball) acumulat disponible a la xarxa, i millor també ja que poden incorporar el coneixement de moltes altres persones o espais que sense estar físicament propers, poden complementar, millorar i enriquir l’assumpte que es tracti. Més ràpidament, ja que és aquest el punt de partit de l’avantatge digital. I més barat ja que, de moment, un dels grans avantatges del tema és que el coneixement no és un bé rival. No s’esgota ni es deteriora fent-lo servir, sinó que, a l’inrevés, permet multiplicar-se i fins i tot millorar i créixer si es comparteix i es col·labora.
    Ja hem comprovat com han canviat els sistemes de finançament de projectes a través del micromecenatge. S’està alterant així mateix el mercat financer de petites i mitjanes empreses a través d’iniciatives vinculades al que ja s’anomena crowdlending. I no oblidem el gran espai del crowdsourcing, en el qual s’aconsegueix incorporar en exercicis de creativitat i innovació tota mena de persones i professionals, moltes vegades arriscant el mínim des del punt de vista de costos. En tots aquests casos, la hipòtesi és la capacitat col·lectiva de generar valor, però el problema és, com sempre, com es distribueixen costos i beneficis. Qui hi guanya i qui hi perd en cadascuna d’aquestes noves dinàmiques.
    El problema de moltes d’aquestes innovacions és que redueixen llocs de treball. Cada vegada hi ha menys ocupacions que puguem considerar protegides de la innovació tecnològica. Aquestes dinàmiques d’utilitzar “la multitud” perquè amb la seva participació en la generació de coneixement i d’innovació es generin projectes o s’avanci en la recerca de noves solucions estan posant en perill intermediadors i professions que eren remunerats per la seva feina i pel seu coneixement expert. Tenim exemples cada vegada més nombrosos de professionals, de treballadors, de creadors, que participen en concursos oberts, en què competeixen i aporten les seves idees, i en els quals només un o uns quants aconsegueixen una certa retribució o premi per la seva tasca. No és del tot nou, però sí que ho és la dimensió i l’abast dels convocats. Es tracta, en definitiva, d’un sistema de precariat organitzat, en el qual els treballadors són una mena de postulants sense drets ni cap mena de seguretat. El magma en el qual opera aquesta “comunitat líquida” de treballadors creix sense parar. No hi ha relació contractual. No hi ha de fet ocupador i empleat, i per tant tampoc conveni o negociació sindical possible. Podríem dir que es tracta d’una relació “lúdica” en el sentit que pren la forma de divertiment: col·labora, participa en el “concurs” i proposa si vols, si et mola. Passaríem així, com diu Domenico Tambasco, del treball/salari al treball/premi.
    Estem, doncs, al revers de la medalla d’un futur ple d’innovació basat en la capacitat col·lectiva de compartir coneixement i de distribuir riquesa, més sobre la base de la cooperació que de la competitivitat. Heus aquí un tema en el qual convindria començar a trobar una nova arquitectura d’intervenció publicoinstitucional que, sense intentar detenir la innovació, busqui redistribuir costos i beneficis, de manera socialment més justa. Aprofitant el fet que aquests nous filons de creativitat utilitzen estructures de béns públics ja existents, sense que els seus beneficis contribueixin adequadament al seu manteniment. Heus aquí un element més per reclamar nova política, nova concepció d’allò públic.

    Joan Subirats és catedràtic de Ciència Política de la UAB.

    La economía colaborativa se afianza

    Article publicat a El País

    Tras expandirse gracias a Internet, el comercio alternativo busca una regulación adecuada

    Las aplicaciones para compartir viaje se han popularizado. / A. A.

    El trueque de bienes y el intercambio de servicios entre particulares no constituyen de por sí nada nuevo. Su difusión a niveles desconocidos hasta la fecha a través de Internet es, por el contrario, una característica de estos últimos años. La red les ha transformado en un fenómeno de masas y los ha elevado al rango de alternativa al sistema económico tradicional. Y ahora, aún en fase de crecimiento pero mucho más cerca de su madurez, la que hoy en día se conoce como economía colaborativa necesita unas reglas que pongan orden en su ecosistema sin cortar las alas a sus posibilidades de desarrollo.
    El negocio de compartir ya no es poca cosa. Ya en 2011, Jaime Contreras, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, en sus siglas en inglés) estimaba que la economía colaborativa —o consumo colaborativo— es un mercado global valorado en 90.000 millones de euros; Rachel Botsman, experta de fama internacional en la materia y autora del volumen Lo que es mío es tuyo, valora el negocio del mercado mundial del alquiler entre particulares en 21.000 millones de euros.

    El sector financiero se está adaptando a las necesidades de estas empresas

    En España la evolución de esta realidad se sigue muy de cerca. “Hemos lanzado una consulta pública, se está produciendo un debate sobre la oportunidad de llevar a cabo una regulación sobre estas actividades. Hasta ahora solo se han adoptado restricciones o sanciones, algo negativo para la competencia” explicó el pasado miércoles María Sobrino, Subdirectora de la Comisión Nacional de los Mercados y La Competencia (CNMC), durante un debate que EL PAÍS organizó con el patrocinio del Banco Sabadell para analizar este fenómeno. “Los beneficios de la economía compartida son indudables: permite asignar de maneras más eficiente los recursos infrautilizados, favorece la competencia, reduce la asimetría informativa [el desquilibrio de información entre dos partes de una compraventa]. Hay que revisar el marco regulatorio, no establecer una aplicación automática de la regulación vigente, porque puede haberse quedado obsoleta”.

    ¿Qué normas deberían aplicarse?

    La exigencia de crear un marco normativo que se ajuste a la economía colaborativa se ha convertido en una prioridad para la Comisión Nacional de los Mercados y La Competencia (CNMC). El organismo lanzó el pasado 6 de noviembre una consulta pública para, como se lee en la página web del organismo, “alcanzar conclusiones y recomendaciones que faciliten un desarrollo de la regulación eficiente de estos nuevos modelos económicos”.
    El regulador ha decidido centrar esta iniciativa en turismo y transporte, “los sectores que más están notando su impacto”. Se trata de dos ámbitos en los que la necesitad de soluciones alternativas, que ayudan a gastar dinero de manera eficiente, se manifiesta con más fuerza: según la última Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2013 el 45,3% de los hogares españoles no podía permitirse ir de vacaciones fuera de casa al menos una semana al año, 5,5 puntos porcentuales más que en 2009.
    La consulta de la CNMC se desarrolla en tres fases. La primera, que se concluyó el pasado 27 de noviembre, cualquiera puede —a través una página web específica— plantear dudas y subrayar las necesidades de la normativa vigente. En la segunda y tercera fase se analizan dos aspectos: “Los efectos sobre el mercado de los nuevos modelos de prestación de servicios” y “la necesidad y proporcionalidad de la regulación conforme a las nuevas circunstancias del mercado”.
    Cuando se concluyan las tres fases, la CNMC publicará una serie de recomendaciones para la aplicación de una “regulación eficiente a la economía colaborativa”.

    La responsable de organismo regulador subraya que el comercio colaborativo conlleva “la oportunidad de disponer de más información sobre los productos, contar con menores costes de transacción y efectos medioambientales”, al promover “una economía basada más en el uso que en la propiedad”. Valores que según Luis Tamayo, Sociólogo y experto en economía y cultura colaborativa, han permitido “un increíble crecimiento, que se refleja en el impacto, la escala y la velocidad de este fenómeno. Esto tipo de servicios tienen mucho que ver con la tecnología, pero no solo. Se basan también en la mentalidad de las personas, que son capaces de consumir de otra manera”.
    Además de profesor en varios centros académicos, Tamayo es conector en Madrid con OuiShare, una organización internacional que apoya a firmas y particulares que quieran asentarse en el ámbito colaborativo. Tras cuatro años “acompañando a estos emprendedores”, está convencido de que “la economía colaborativa es eficiente, y por eso a menudo funciona mucho mejor que la tradicional. Es un modelo práctico. Hay empresas que brindan servicios que las firmas tradicionales no ofrecen”, matiza.
    Si por un lado el mundo de la economía colaborativa atrae cada vez más operadores, por otro el interés en sus potencialidades aumenta también entre los usuarios. Amaya Apesteguía, responsable del área de consumo colaborativo de la asociación de consumidores OCU, lo certifica: “Llevamos más de un año inmersos en el comercio colaborativo, y ya se puede decir que ha explotado. Esta manera responsable de actuar en el mercado puede empoderar a los usuarios, ya que se basa en cadenas más cortas y fomenta las relaciones entre personas, entre pares”.

    Los consumidores destacan el empoderamiento de los usuarios

    Esta expansión, sin embargo, implica también la necesitad de tener cuidado a la hora de clasificar los distintos negocios: “Hay que distinguir entre modelos positivos para los consumidores y otros que lo son para el conjunto de la sociedad, un banco de tiempo no es lo mismo que Uber [la plataforma que permite ofrecer un coche particular como medio de transporte alternativo al taxi tradicional]. Hay modelos de comercio compartido que simplemente son más eficientes, pero hay otros que pueden ser transformadores y beneficiar a toda la sociedad”, subraya Apesteguía.
    El rompedor crecimiento del comercio colaborativo ha inducido también a la banca a secundar las necesidades de estas nuevas empresas. «El sector financiero se está adaptando a la nueva realidad que viene impulsada por el desarrollo de las nuevas tecnologías y el cambio de perfil de los usuarios de banca. Es fundamental ir modificando las prácticas habituales para adaptarlas a las nuevas necesidades y a los nuevos flujos económicos”, sentencia Julián Jiménez, Director Comercial de la Regional de Madrid de Banco Sabadell. Las claves de esta transformación pasan por “establecer canales de comunicación y apoyo con los jóvenes emprendedores, que están haciendo un gran trabajo en el desarrollo de nuevas funcionalidades. Casi todos llevan a cabo transacciones online, y por ello hemos actualizado nuestras plataformas informáticas y nuestros métodos de pago”, añade.

    El novedoso sector representa un mercado global de 90.000 millones

    La entidad ha decidido apostar por el desarrollo de las startup, empresas de nueva creación casi siempre vinculadas a las nuevas tecnologías y a menudo involucradas en la economía colaborativa. El banco ha creado la unidad BStartup, que cuenta con 70 oficinas en todo el territorio español y que ofrece un trato diferenciado para este tipo de proyectos. En lo que va de año ha otorgado financiación bancaria por valor de 28,4 millones de euros a más de 460 startups. Además tiene un programa de inversión y aceleración de startups que ya ha invertido un millón en 10 startups, incluida alguna de consumo colaborativo como WeSmartPark, dirigida a rentabilizar el uso de plazas de parking infrautilizadas.
    La iniciativa del Sabadell evidencia un aspecto que, junto con las trabas burocráticas, es el obstáculo de mayor envergadura a la hora de montar una empresa en España. Y cuando el negocio que está naciendo se enmarca en un contexto alegal, como a menudo es el caso en el entorno colaborativo, la desconfianza puede amplificar los problemas: “Fundé mi empresa hace dos años. Al principio no fue fácil: no encontré ni un fiscalista, ni un abogado, nadie que me haya ayudado, asesorado o dicho que mi proyecto era viable”, relata Gloria Molins, fundadora de Trip4real, una empresa que permite a los viajeros contar con autóctonos como guías amateur particulares durante sus viajes.
    Su empresa tiene 13 trabajadores y ofrece más de 2.500 actividades en España. Arrancó gracias a la inversión de todos sus ahorros, pero más tarde logró un millón de euros de financiación gracias al esfuerzo conjunto de un fondo de capital riesgo madrileño y de La Caixa. Hoy cuenta con el chef Ferran Adrià como socio y se prepara a dar el salto a Europa. Y ha conseguido encontrar su sitio en el mercado: “Al principio era un problema para los guías turísticos oficiales, pero ahora son ellos los primeros que usan nuestra plataforma”, asegura Molins.

    Uno de los retos de estas compañías es encajar en el sistema tradicional

    El encaje de las nuevas realidades colaborativas en el sistema tradicional es uno de los retos más grandes que estas empresas tendrán que afrontar. Aunque subraye las “ventajas inherentes de la economía colaborativa, sobre todo por lo que tiene que ver con la transparencia del mercado”, Álvaro Martín, socio y director del departamento Internacional de Analistas Financieros Internacionales (AFI), destaca las incógnitas todavía por solventar. En el sector del transporte, por ejemplo, “las licencias de los taxis y de las líneas de transporte públicas tienen un coste para los operadores del que las plataformas colaborativas no se hacen cargo, amén de una fuente de recaudación de impuestos que el auge de estos sistemas alternativos podría hacer peligrar”. Gloria Molins, de Trip4real, remacha sin embargo que “una regulación de las actividades colaborativas podría suponer unas abundantes entradas fiscales”.
    Otro de los aspectos positivos de la economía colaborativa, insiste Amaya Apesteguía, de la OCU, “es que el usuario se transforma en un prosumidor, que consume y produce a la vez, y que puede contar con unas ganancias que van más allá del sueldo”. Pero “habría que preguntarse si es lícito que quien cobra dinero público por no tener trabajo gane ese dinero”, se pregunta Martín, y señala que la crisis económica ha hecho que este fenómeno se dispare.
    “Pero la economía colaborativa no depende solo de la crisis. Conlleva un cambio de mentalidad. Bloquearla significa bloquear la innovación”, zanja el sociologo Luis Tamayo.

    El enigma de la innovación

    Article publicat a El País

    Es difícil de detectar el beneficio de los descubrimientos tecnológicos del Silicon Valley en el PIB

    Alrededor del mundo existe un gran entusiasmo por el tipo de innovación tecnológica que se simboliza en Silicon Valley. Según esta forma de ver las cosas, el ingenio de Estados Unidos es su verdadera ventaja comparativa, ventaja que otros se esfuerzan por imitar. Sin embargo, existe también un enigma: es difícil detectar los beneficios de esta innovación en las estadísticas del PIB.
    Lo que ocurre hoy día es análogo a los avances que tuvieron lugar hace algunas décadas, a principios de la era de las computadoras personales. En el año 1987, el economista Robert Solow —galardonado con el Premio Nobel por su trabajo pionero sobre el crecimiento— se lamentaba indicando que “se puede ver la era de las computadoras en todas partes menos en las estadísticas de productividad”. Hay varias explicaciones posibles para esto.
    Quizá el PIB realmente no capture las mejoras en los estándares de vida que la innovación de la era de la computadora está engendrando. O tal vez esta innovación es menos importante de lo que sus entusiastas creen. Sucede que hay algo de verdad en ambas perspectivas.
    Recordemos la forma en que hace unos años, justo antes del colapso de Lehman Brothers, el sector financiero se enorgullecía de su capacidad de innovación. Debido a que las instituciones financieras habían atraído a las mejores y más brillantes mentes de todo el mundo, uno no habría esperado nada menos. No obstante, al examinar esto de manera más detenida se hizo evidente que la mayor parte de dicha innovación implicaba idear mejores formas para estafar a los demás, manipular a los mercados sin ser descubierto (al menos, no durante un largo periodo) y explotar el poder de mercado.
    En este periodo, cuando los recursos fluían hacia este sector “innovador”, el crecimiento del PIB fue marcadamente menor al que se registraba anteriormente. Incluso en los momentos más propicios, el sector financiero no condujo hacia un aumento de los estándares de vida (con excepción de los estándares de vida de los banqueros), y con el tiempo condujo hacia la crisis de la cual ahora nos estamos recuperando. La contribución social neta de toda esta “innovación” fue negativa.
    De manera similar, la burbuja del puntocom que precedió a este periodo se caracterizó por la innovación, existen sitios web a través de los cuales uno puede pedir en línea refrescos y comida para perros. Por lo menos este periodo dejó un legado de motores de búsqueda eficientes y una infraestructura de fibra óptica. Sin embargo, no es nada fácil evaluar cómo el ahorro de tiempo que implica las compras en línea, o el ahorro de costes que pudiese derivarse de una mayor competencia (debido a que es más fácil comparar los precios en línea), afecta a nuestros estándares de vida.
    Dos cosas deben quedar en claro. En primer lugar, puede que la rentabilidad de una innovación no sea una buena medida de su contribución neta a nuestros estándares de vida. En nuestra economía actual, en la cual “el ganador se lleva todo”, un innovador que desarrolla un mejor sitio web para la compra y entrega de comida para perros puede atraer a todos los clientes alrededor del mundo que usan la red de Internet para realizar pedidos de comida para perros, obteniendo dicho innovador grandes ganancias en el proceso. Pero sin el servicio de entrega, gran parte de las mencionadas ganancias simplemente hubiesen sido percibidas por otros. La contribución neta del sitio web al crecimiento económico puede que sea, en los hechos, una contribución relativamente pequeña.
    Es más, si una innovación, como por ejemplo los cajeros automáticos en la banca, conduce a un aumento en el desempleo, ninguno de los costes sociales —ni el sufrimiento de aquellos que son despedidos, ni el aumento en los costes fiscales por tener que pagar a estas personas las prestaciones por desempleo— se refleja en la rentabilidad de las empresas. Del mismo modo, nuestra métrica del PIB no refleja el coste del aumento de la inseguridad que las personas puedan llegar a sentir cuando aumenta el riesgo de pérdida de un puesto de trabajo. Es de igual importancia el hecho de que con frecuencia la métrica del PIB no refleja de manera precisa la mejora en el bienestar de la sociedad que se deriva de la innovación.
    En un mundo más simple, en el cual la innovación significaba simplemente la reducción del coste de la producción de, digamos como ejemplo, un automóvil, era fácil evaluar el valor de una innovación. Sin embargo, cuando la innovación afecta a la calidad de un automóvil, la tarea se torna mucho más difícil. Y esto se hace aún más evidente en otros ámbitos: ¿cómo evaluamos con precisión el hecho de que, debido a los avances médicos, la cirugía cardiaca tiene ahora mayor probabilidad de éxito que en el pasado, lo que a su vez conduce a un aumento significativo en la esperanza y calidad de vida de las personas?
    No obstante, uno no puede evitar la incómoda sensación de que, cuando todo está dicho y hecho, la contribución de las más recientes innovaciones tecnológicas al crecimiento a largo plazo, en lo que se refiere a los estándares de vida, puede ser sustancialmente menor a la que los entusiastas afirman que es. Se ha dedicado una gran cantidad de esfuerzo intelectual a la elaboración de mejores maneras de maximizar los presupuestos de publicidad y marketing, dirigiéndose dichos esfuerzos específicamente hacia determinados clientes, en especial hacia clientes ricos, quienes realmente pueden comprar el producto. Sin embargo, es posible que los estándares de vida se hubiesen elevado aún más si todo ese talento innovador se hubiese asignado a investigaciones fundamentales, o incluso a investigaciones más aplicadas que pudiesen haber dado lugar a nuevos productos.
    Sí es verdad, estar mejor conectados unos con otros, a través de Facebook o Twitter, es realmente valioso. Pero ¿cómo podemos comparar estas innovaciones con otras como el láser, el transistor, la máquina de Turing y el mapa del genoma humano, cada una de las cuales ha dado lugar a una avalancha de productos que a su vez conducen a transformaciones?
    Por supuesto, tenemos motivos para soltar un suspiro de alivio. Si bien puede que no sepamos cuánto están contribuyendo a nuestro bienestar las recientes innovaciones tecnológicas, al menos sabemos que, a diferencia de lo que ocurrió con la ola de innovaciones financieras que caracterizaron a la economía mundial precrisis, el efecto de las más recientes innovaciones es positivo.
    Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia. Su libro más reciente es El precio de la desigualdad: El 1% de la población tiene lo que el 99% necesita.
    © Project Syndicate, 2014.  
    Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

    Bill Gates ens adverteix que la tecnologia reduirà els llocs de treball

    article publicat a  Periodista Digital

    Asegura también que la mitad de las ‘startups’ de Sillicon Valley son «tontas»

    Bill Gates advierte: «La gente no asume que su trabajo lo van a hacer las máquinas»

    Periodista Digital, 16 de marzo de 2014 a las 10:23
    El mundo laboral va a vivir cambios importantes en el futuro, aunque lo que prevee Bill Gates va más allá de lo que podía esperarse. Durante una reunión del Instituto Americano de Empresa, Gates reveló su particular visión del futuro.
    «Los softwares automáticos para la enfermería, para conducir, etcétera están progresando muy rápidamente. La tecnología reducirá con el tiempo la demanda de trabajos, especialmente para aquellas habilidades más sencillas y básicas. En 20 años desde hoy casi no habrá trabajos de ese tipo. Creo que la gente aún no lo ha asumido.»
    En la charla Gates añadió que los tipos de impuestos van a tener que cambiar para poder animar a las compañías a contratar empleados.
    La mitad de las ‘startups’ de Sillicon Valley son «tontas»
    «La innovación en California ha tocado techo en estos momentos». Para Bill Gates, cofundador de Microsoft, la mitad de las compañías Sillicon Valley «son tontas». «Sabes que dos tercios de ellas van a ir a la bancarrota, pero alrededor de una docena de ideas que surjan de eso serán realmente importantes», matizó en una extensa entrevista concedida a The Rolling Stone. «La innovación es el verdadero motor del progreso», añadió.
    En referencia a la compra de Whatsapp por parte de Facebook afirmó que el precio que se pagó fue «más alto de lo que hubiera esperado» y que Microsoft hubiese estado dispuesta a comprarla aunque tal vez no por ese importe.
    Preguntado por si ve similitudes entre él y Mark Zuckerberg aseguró que sí. «Los dos somos desertores de Harvard, ambos tuvimos fuertes puntos de vista, obstinados de lo que el software podía hacer». Hay diferencias, pero no importantes. «Yo empiezo con la arquitectura, y Mark comienza con los productos, y Steve Jobs comenzó con la estética», reflexionó.

    Gates, que a sus 58 años vuelve a encabezar las lista de mayores fortunas con más de 76 miles de millones de dólares, ha regresado recientemente a Microsoft como consultor tecnológico, una tarea que compatibilizará con su trabajo en la fundación benéfica que lleva con su esposa, la Bill and Melinda Gates Foundation.
    «Satya (Nadella) me ha pedido que revise los planes de producto y que ayude a tomar algunas decisiones rápidas y tomar nuevas direcciones»,explicó Gates.

    Una de las áreas de interés serán las aplicaciones de escritorio de la compañía: «Office y los otros servicios de Microsoft que construimos en los noventa y hemos seguido actualizando han durado mucho tiempo. Ahora necesitan algo más», ha expresado Gates, para quien esto resulta un reto «muy emocionante». «Necesitamos correr algunos riesgos y hacer cosas nuevas», ha concluido.
    Privacidad y los grandes problemas mundiales
    Buena parte de la entrevista que concedió a la revista estadounidense se centró en tratar cuestiones sobre la privacidad y los grandes problemas de la humanidad sobre los que Gates, uno de los mayores filántropos del mundo, volcó su versión más optimista y resaltó la necesidad de trabajar juntos en la lucha contra el cambio climático, terrorismo o la pobreza infantil.
    Respecto a las actividades de espionaje y vigilancia de los gobiernos y las revelaciones de Edward Snowden, Gates afirmó que él no lo considera un héroe por la forma en que actuó al margen de la ley y que de otro modo podría haber demostrado más voluntad de cambiar las cosas. En todo caso apuntó que si el gobierno tiene la capacidad para hacer esas cosas «es necesario un debate» sobre esas cuestiones de privacidad que deben ser tratadas en detalle.