El timo de la Revolución Verde. Las pruebas

Post publicat a Camino a Gaia

martes, 19 de julio de 2016
La peor pseudociencia, la mas tóxica, es la que hacen algunos científicos. El prestigio de la ciencia se ve así vampirizado por quienes usan el principio de autoridad. Cuanta mas autoridad, mas absurdas pueden ser las ideas que logran imponerse. Se puede oir decir que la agricultura ecológica o biológica no es sostenible. Pero durante centurias y milenios solo se usaban energía e insumos de origen biológico. No conviene dejar nuestro propio juicio en manos de «expertos».
En el artículo publicado, «La estafa mas grande en la historia de la humanidad: un Nobel para la Revolución Verde» se ha producido debate en la sección de comentarios sobre la veracidad y fiabilidad de un dato: que en EEUU se gastan 10 calorías de energía procedentes de combustibles fósiles para obtener 1 caloría de alimentos. Eso ha obligado a profundizar en el origen de esa información y a buscar la fuente original. Hubiera estado bien tener que rectificar y poder decir que no hay de qué preocuparse. Tengo una buena noticia, son 10 calorías para producir 1,4 calorías en vez de una sola. Cuatro décimas más de lo afirmado. La mala noticia es que los datos no son actuales sino de 1975. ¡Hace 41 años! Me temo que el gráfico peca de optimista. Por eso traemos aquí el gráfico original traducido al castellano, para que los lectores puedan formarse su propio juicio y opinión.
Las unidades de energía de combustible fósil son 7 para producción bruta, 15 para producción de carne y 13.5 para productos vegetativos lo que nos da un total de 35.5. En el plato son 1.9 de productos animales y 3.1 en productos vegetales. TREA=5/35,5= 0.14 calorías por caloría invertida.

– La primera referencia donde encontramos este gráfico es en el informe de proyecciones para el año 2000 (cap 13, pag 444) para el presidente Jimmy Carter, cuyo famoso discurso se apagó en favor del mas beligerante Reagan: ese no era el «modo americano». Si Estados Unidos había superado el pico del petróleo, había un mundo ahí fuera para ser expoliado. Todo lo que hacía falta era ejército, «inteligencia» e imponer el dólar -ya sin respaldo físico alguno, solo confianza, o mas bien miedo a su ejército- como divisa planetaria para adquirir, vender o «imprimir» petróleo. Con el petrodolar murió cualquier política seria y honesta de sostenibilidad. Porque el mundo a saquear era este y también tiene recursos finitos.

– La segunda referencia es el informe de la FAO  de 1976 sobre agricultura y alimentación (página 107, figura 3-3). Si queremos ampliar la información que aparece en el gráfico solo tenemos que leer el capítulo en que se halla incluido y que confirma los datos representados en nuestro gráfico. En la página 106 podemos encontrar que se dice «… puede estimarse someramente que, para proporcionar 1.9 julios de energia alimentaria en forma de productos pecuarios… se necesitan 19 julios de combustibles fósiles…» lo que nos da efectivamente una Tasa de Retorno Energético Alimentario de 0.1, diez calorías para obtener una.

– La tercera referencia corresponde a la publicación «Energy from Sun to Plant, to Man» cuya autoría pertenece a la empresa «Deer and Company» y parece ser el informe original.

Podemos deducir algunas cosas. El estudio está realizado en origen por una compañia estadounidense de fabricación y aprovisionamiento de maquinaria agrícola en general, bien posicionada para obtener datos fiables. Las referencias subsiguientes, el informe para el presidente Jimmy Carter y el informe «El estado de la alimentación y la agricultura 1976» de la FAO, muestran que hay conocimiento de la situación por parte de grandes compañias privadas y las mas altas esferas políticas estadounidense asi como internacionales. El informe es antiguo,  de 1975, hace mas de 40 años. En medio de una década convulsa por dos crisis económicas de profundo alcance. EEUU había atravesado su pico nacional del petróleo en 1972 y existía una preocupación muy seria y real por conocer la dependencia de los combustibles fósiles de un producto tan fundamental como la comida. A escala planetaria estamos en una posición similar. Hemos atravesado el pico del petróleo, en 2006 según la Agencia Internacional de la Energía, y la dependencia del sistema alimentario mundial del petróleo sigue siendo brutal, especialmente en los paises industrializados.

¿Qué es la Tasa de Retorno Energético y por qué es tan importante?

Cuando producimos energía no la creamos. Recuerde que la energía no se crea ni se destruye. Lo que hacemos es usar energía para obtener mucha mas energía. Para saber cual ha sido el beneficio y la Tasa de Retorno Energético se divide la energía obtenida por la energía empleada para conseguirla. Es como cualquier negocio que usa dinero para conseguir mas dinero. Lo importante al final son los beneficios. Y como cualquier negocio, cuando los costes superan a los ingresos, hay que cerrar y la fuente de energía de ser fuente.
Es decir, no podemos saber cómo va el negocio si no conocemos todos los costes . Si no conocemos la TRE entonces no podemos saber si el negocio va mal. Aunque existen algunas controversias sobre su cálculo, la Tasa de Retorno Energético, alimentaria o no, tiene una formulación extremadamente sencilla y es imprescindible para saber si estamos ante una fuente de energía o ante un sumidero.
La Agencia Internacional de la Energía, AIE, fue creada a raiz de la crisis del petróleo de 1973 y tiene 29 paises socios. Si buscamos en la página el término EROI, las iniciales en inglés de la tasa de retorno energético, solo encontramos 4 resultados en los que apenas se menciona. Imagínese a las mas importante organización mundial que hace auditoría de la energía, donde no resulta posible o es muy difícil, valorar la energía que cuesta producir energía.

¿Por qué apenas hay estudios actualizados? Aquí solo se hace la pregunta.

 Cuando en el titular del este artículo se habla de timo o engaño, se entiende que aquellos que tienen la responsabilidad de suministrar una información veraz y objetiva a la población, y que incluso presumen de tal cosa, no solo son responsables de lo que nos dicen, sino también de aquello que callan y nos ocultan. Porque es en ese silencio donde duerme el caos y la locura social.
«No debe interpretarse como maldad aquello que puede explicarse mediante la estupidez o la ignorancia» dice un aforismo. Pero ¿qué ignorancia pueden aducir los mas altos y laureados premios Nobel representantes del conocimiento científico, de la Física, de la Economía, la Química o la Medicina?
Quizá estas pruebas no sean suficientes para señalar culpables. Sin embargo lo son para mostrar la existencia de un engaño de consecuencias colosales.
Quizá aún no seamos conscientes de las implicaciones que tiene y tendrá, que mas de cien premios Nobel se hayan unido para marcar a los defensores del medio ambiente como diana para los sicarios a sueldo de las grandes empresas en paises en desarrollo y para los grupos fascistas en países desarrollados, sin mas pruebas que un niño ciego por el que nunca se preocuparon. Los medios de comunicación ya se encargaran  de convertir una insinuación en un crimen probado. El «lobby» ecologista tiene sus muertos atravesados por las balas y machetes de los que devoran la selva al ritmo frenético de los cultivos transgénicos de soja. De los pobladores originales desahuciados a los que ahora ahoga el suburbio.

Si todo esto le inquieta, no se preocupe, raudo habrá quien llegue a ofrecerle la pastilla azul. Pero si de verdad quiere saber, no crea lo que aquí se ha dicho. Haga sus propias indagaciones, no se conforme con la respuesta mas cómoda. Tire del hilo y haga rodar la madeja.

PD: Este artículo se centra en las pruebas sobre afirmaciones que se han realizado en un artículo anterior. Se añaden aquí nuevas aportaciones y referencias que actualizan la información. Los datos ofrecidos en el artículo corresponde a la década de 1970, hace cuarenta años. Las cosas han cambiado, si… a peor.

Datos del departamento de agricultura con fecha de 2002 reflejan una intensificación de la dependencia insostenible de combustibles fósiles en la agricultura de EEUU.

– Recopilación de datos en http://ourrenewablefuture.org/the-present/
– Estudios actualizados de eficiencia energética en el sistema alimentario:
– Pimentel, D. (1996) Food, energy and society. University press of colorado

Energy Use in the U.S. Food System Año 2010, con datos entre 1997 y 2002

 

Polémica en torno a los transgénicos y la nutrición humana

Copiem dos articles, el primer de Jorge Riechmann i el segon de Manolñis Kogeminas publicats a Viento Sur i a   El País respectivament, rederents a la carta de 100 premis Novel en contra de Greenpeace

¿Es oro todo lo que reluce en el arroz dorado?

07/07/2016 | Jorge Riechmann

La complejidad de la alimentación humana en un mundo rasgado por la fractura Norte-Sur, dominado por megacorporaciones y enfrentado a una crisis socioecológica global se pone de manifiesto en el caso del “arroz dorado”, una variedad de arroz transgénico creado por investigadores suizos que contiene cierta dosis de betacaroteno (sustancia precursora de la vitamina A). De entrada, hay que reconocer que con esta planta estamos en un terreno de discusión distinto al de otras variedades transgénicas resistentes a herbicidas o productoras de toxinas insecticidas: aquí cabe debatir sobre un auténtico beneficio potencial para gentes desfavorecidas. En efecto, muchos millones de personas en todo el mundo no ingieren suficiente vitamina A (en un contexto general en el que el 40% de la población mundial, al menos, padece deficiencia en micronutrientes); según la OMS, para 2’8 millones de niños menores de cinco años la falta de vitamina A es tan grave que produce ceguera.
¿Podría este arroz enriquecido ser una solución? La industria biotecnológica emprendió ya hace lustros una intensa campaña de public relations para convencer al mundo de que sí, y de que por fin llegan los cultivos transgénicos “buenos”. Es cierto que desde el año 2000 “ el arroz dorado ha funcionado como pararrayos en la batalla en torno a los cultivos transgénicos”. Para la industria se trataba sobre todo de una escaramuza de contención de daños que se jugaba en el plano de la aceptabilidad política. No es la primera vez que llaman “asesinos” a los colectivos ciudadanos y ecologistas que se oponen a los cultivos y alimentos transgénicos, pero en esta ocasión el grito ha resultado especialmente estridente: una carta firmada por más de cien premios Nobel que ha sido ampliamente publicitada en el mundo entero.
Sin embargo, e incluso dejando de lado los posibles riesgos ecológicos (aún no investigados), y las incertidumbres sobre si el betacaroteno del “arroz dorado” podrá ser asimilado fácilmente por las personas (especialmente por los niños desnutridos a quienes se supone va dirigido), y si podrán ser transferidos los nuevos e inestables constructos genéticos a las variedades de arroz empleadas en los países pobres, y si las más de setenta patentes sobre pasos del proceso propiedad de multinacionales no supondrán en algún momento obstáculos insalvables para que las semillas estén a disposición de los más pobres, incluso dejando de lado todo eso –que ya es dejar de lado-, las cosas están lejos de ser sencillas. ¿Por qué padece la gente en muchos países malnutrición, con carencias de vitamina A, C, D, hierro, yodo, zinc, selenio, calcio, riboflavina y otros micronutrientes? A causa de las dietas empobrecidas típicas de la agricultura de la “revolución verde”, que ha llevado a que hoy más de dos mil millones de personas tengan una alimentación menos diversificada que hace cuarenta años.
Por ejemplo, una investigación en granjas de Corea del Sur mostró que sólo en el período 1985-1993 se perdió el 25% de las variedades cultivadas en ellas, con el consiguiente empobrecimiento de la dieta. En Filipinas, Bangladesh y otros países se ha observado una mengua constante del consumo por persona de frutas y verduras. La pauta que aparece con la “revolución verde” es pérdida de calidad nutricional a cambio del aumento de cantidad y el incremento de desigualdad con las consiguientes carencias de micronutrientes. Por eso, apostar por una “nueva revolución verde” basada en plantas transgénicas no parece una buena solución al problema:
· la erosión genética y la pérdida de biodiversidad que conduce a la malnutrición continuarán;
· “enriquecer” las variedades transgénicas con uno o dos micronutrientes no resolverá por lo general el problema, ya que las carencias habitualmente son múltiples y cruzadas;
· las fuentes naturales de vitamina A abundan incluso en los países más castigados con esta carencia, lo que remite a soluciones más “culturales” que a cambios tecnológicos;
· sin abordar directamente el problema de la pobreza, lo poco ganado en un terreno se manifestará previsiblemente como nuevo problema en otro.
Se diría que un enfoque racional del problema lleva a aumentar la biodiversidad en los cultivos y la variedad en las dietas, más que a fiar en las seductoras promesas del “arroz dorado”. De hecho, un importante programa internacional se orienta a introducir entre los campesinos del África subsahariana –donde cientos de miles de niños menores de 5 años padecen ceguera por deficiencia en vitamina A— variedades de boniatos adaptadas al clima y los gustos culinarios africanos. Los boniatos son ricos en betacaroteno, y sólo con incorporar pequeñas porciones de estas nuevas variedades a la dieta africana habitual se eliminan las deficiencias en vitamina A. A menudo las soluciones más sencillas son preferibles a la agricultura high-tech: en esto, una noción clave es la de resiliencia.
Indicaba con sensatez Pedro Prieto en alguna ocasión que “si en algún momento nuestra orgullosa civilización colapsase (debería decir con más seguridad: cuando nuestra civilización actual inevitablemente colapse) los productos transgénicos que ahora se hacen prevalecer frente a las variedades tradicionales, sin el apoyo de la agroindustria, terminarán perdiendo la batalla de la supervivencia frente a éstas. Las vacas cuyos vientres llegan al suelo para optimizar la producción de carne caerán, frente a las reses bravas si quedan o las de alta montaña. Lo mismo para todas o prácticamente todas las especies vegetales amañadas por aprendices de brujo de universidades, laboratorios y centros de investigación de grandes corporaciones, que no podrán ganar la batalla a campo abierto de las especies cuyo experto manipulador ha sido la naturaleza durante milenios”. Un sistema agroalimentario demencialmente dependiente de los combustibles fósiles ¿puede ser considerado viable en la era del peak oil? ¿Una elemental sensatez no aconseja más bien orientarse hacia la agroecología, la producción local, la soberanía alimentaria –en definitiva, la resiliencia en el terreno de los productos del campo?
En las turbulencias del Siglo de la Gran Prueba, poner nuestra alimentación bajo el control oligopólico de megaempresas es todo menos una buena idea. En el mundo de calentamiento global, descenso energético y conflicto humano acrecentado que es nuestro mundo real del siglo XXI –no el fantaseado en ensoñaciones tecnolátricas-, nada más disfuncional que el capitalismo. Cuanto más tardemos en entenderlo y en poner fuera de juego a las elites nihilistas que están al mando, peor será el desastre.
04/07/2016
* Jorge Riechrmann e profesor titular de filosofía moral en la UAM . Desde 2013 coordina el Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Socioecológicas.
http://www.eldiario.es/ultima-llamada/Transgenicos-Greenpeace-Nobel_6_533756656.html 

 Acusar a Greenpeace de “crimen contra la humanidad” es ridículo (y peligroso)

En una carta publicada hace unos días, más de 100 premios Nobel critican a Greenpeace por su postura contra el uso de organismos modificados genéticamente (OGM) y específicamente por su posición crítica contra la eficiencia del arroz dorado como recurso para atajar la deficiencia de vitamina A. En su documento usan un lenguaje particularmente duro, llegando a acusar a la ONG de “crimen contra la humanidad”. Es indiscutible que los nobeles son personas sumamente capacitadas que han ayudado a la humanidad por medio de su ciencia. Sin embargo, ello no los convierte necesariamente en personas especialmente sensibles, bien informadas o suficientemente críticas como para abordar asuntos tan complejos como la malnutrición humana o el desarrollo sostenible.
Existen pruebas abundantes sobre los efectos potenciales del uso de los organismos modificados genéticamente sobre el medio ambiente. Está bien documentado que es frecuente la contaminación involuntaria del genoma de especies silvestres (por ejemplo, CN Stewart y col, Transgene introgression from genetically modified crops to their wild relatives Nature Rev Genetics, 2003), aunque los efectos a largo plazo de dicha contaminación no son siempre obvios. Por otra parte, los indicios sobre los efectos directos de los OGM sobre la salud humana son, en efecto, muy limitadas o inexistentes. Esta carencia de pruebas en humanos podría ser debida, en parte, a la falta de estudios que examinen los potenciales efectos sobre la salud con el transcurso del tiempo. En realidad es muy difícil hacer predicciones a largo plazo y a gran escala de los efectos potenciales de los OGM sobre el medio ambiente y la salud humana (D Caruso, Intervention: Confronting the Real Risks of Genetic Engineering and Life on a Biotech Planet, Hybrid Vigor Institute, 2006).

Es muy difícil hacer predicciones a largo plazo y a gran escala de los efectos potenciales de los OGM sobre el medio ambiente y la salud humana

Desde este punto de vista, la posición global adoptada por Greenpeace contra el uso de biotecnología moderna parece obsoleta. Por otra parte, aceptar de manera acrítica –como creo que están haciendo los premios Nobel- argumentos propuestos principalmente por la industria agroalimentaria sobre los beneficios de las nuevas tecnologías y de soluciones que no han demostrado ser ni sostenibles ni efectivas tampoco parece la más sabia de las aproximaciones. Por ejemplo los beneficios de la aplicación de cultivos OGM en la agricultura de pequeña escala que proporciona la inmensa mayoría de productos alimentarios en Asia o África no se ha comprobado nunca (no me refiero aquí a productos como el algodón). Agencias especializadas de la ONU como el International Fund for Agricultural Development (IFAD) u otras instituciones independientes no se cansan de repetir que las nuevas tecnologías, por sí mismas, no son suficientes para lograr el desarrollo rural sostenible y la eliminación de la pobreza rural, y que no existe una solución única o mágica para solucionar problemas complejos como la malnutrición.
Acusar de “crimen contra la humanidad” a una organización que tiene un historial admirable en la defensa del medio ambiente en tiempos de cambios climáticos es indicativo de una visión sesgada de la realidad global. Ciertamente, debemos valorar las contribuciones científicas de los nobeles, pero ellos harían mejor en centrar sus críticas y acciones en prevenir las numerosas actividades que están produciendo la destrucción en masa del medio ambiente y la salud en nuestro planeta. Las posturas extremas, como la que han adoptado contra Greenpeace, no solo no ayudan, sino que además son peligrosas.
Manolis Kogevinas es doctor en Medicina, investigador del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y presidente de la Sociedad Internacional de Epidemiología Ambiental (ISEE).

¿Una renta básica agraria?

Article publicat a El Periódico

Gustavo Duch
Coordinador de la revista ‘Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas’.

Jueves, 16 de junio del 2016 

Es el momento de adoptar un pacto social para sostener colectivamente nuestro territorio rural

LEONARD BEARD

Tengo muy presente uno de los lemas de La Vía Campesina. Para este movimiento de más de 200 millones de campesinas y campesinos que defienden sus agriculturas a pequeña escala, un argumento central para reorganizar los sistemas agroalimentarios es recordar que «los alimentos no son una mercancía». Pero observar las cotizaciones de la soja, el trigo o el maíz en las bolsas de valores de Chicago y Nueva York refleja exactamente lo contrario: con la comida se juega, y se juega mucho; se apuesta con ella como con los resultados de un partido de fútbol o la cotización de una empresa. Considerar los alimentos como una mercancía más equivale a expresar que la alimentación, un derecho universal y una necesidad vital, debe ser resuelta por las leyes del mercado, y desde este paradigma el resultado final no es bueno, es dramático: más de 850 millones de personas en el mundo no pueden alimentarse correctamente, pasan hambre y muchas de ellas hoy están, cual golondrinas, en las rutas migratorias.
Poner atención en el mensaje de La Vía Campesina nos interpela a explorar o cambiar de enfoque. Como explica José Luis Vivero Pol, sería el equivalente a entender la alimentación como un bien común, pues los mares, las tierras, el agua y las semillas que permiten su producción son efectivamente de todos, o, mejor aún, no son de nadie.

ASEGURAR UN MEDIO DE VIDA

Situarnos en esta otra lógica abre muchas posibilidades. Desde posturas a favor de más Estado, la agricultura y quienes la practican serían entendidos como se entiende a los maestros y maestras de escuela o se entienden los servicios públicos sanitarios de un país. Desde posturas en favor de más autogestión y comunitarismo, las redes de consumo alternativo o la gestión comunal de recursos como montes o tierras ganarían más espacio. E imbricada entre ambas aparece una propuesta a explorar, la de una renta básica agraria (RBA).
En concreto, y a partir de los postulados de la renta básica universal, se trataría de asegurar una renta básica a todas aquellas personas que se dedican a producir alimentos sanos a partir de procesos sostenibles, es decir, que todas aquellas personas que se dedican a hacer posible el sostenimiento de la vida tengan asegurado su propio medio de vida a partir de un compromiso colectivo. Un pacto social.
Esta propuesta, que me consta que está siendo tratada en diferentes espacios de reflexión políticos y en movimientos altermundistas, a mi entender es una propuesta especialmente necesaria a debatir en Europa. Tanto porque somos una fuerza centrípeta que genera que muchos países del sur hayan sustituido su vocación agrícola por negocios para la exportación de alimentos, como porque en Europa tenemos la posibilidad de desarrollar una RBA rápidamente a partir de reencauzar los fondos de la PAC (política agraria común). En Catalunya, con unas 70.000 personas en el censo agrario, se gestionan unos 500 millones de euros anuales de la PAC, según datos de la Unió de Pagesos.

RESISTIR LOS MERCADOS GLOBALIZADOS

A favor de aplicar una RBA tendríamos varias claves. Si con ella se asegura un ingreso vital, este podría ejercer como el colchón que permitiría frenar el constante cierre de fincas agrarias y granjas (dos al día en los últimos diez años en el caso de Catalunya) que no resisten la competencia de unos mercados globalizados ni la tiranía del control que ejercen las grandes empresas del sector, especialmente las de la distribución de alimentos. A su vez, saberse con un mínimo en el bolsillo sería un estímulo clave para que muchas vocaciones y proyectos de gente joven que quiere hacer del sector primario y la vida rural su modo de vida puedan ponerse en práctica. Y con unos ingresos mínimos garantizados para la práctica de agriculturas ecológicas orientadas a las necesidades locales favoreceríamos también la reconversión de profesionales que ahora practican una agricultura o ganadería intensivista, responsable de contaminación y del cambio climático.

AYUDAS DISCRIMINATORIAS

Plantear una RBA significa, como significó la PAC en su momento, adoptar un pacto social en favor de sostener colectivamente nuestro territorio rural, con una relocalización de la economía y una emancipación respecto de los mercados internacionales (fundamental si pensamos en las consecuencias del TTIP), que debería ser analizado por la sociedad en su conjunto. Y muy especialmente por el sector agrario, que, acostumbrado a unas ayudas discriminatorias y muy controvertidas, debería posicionarse sobre un planteamiento con carácter redistributivo.
En cualquier caso, creo que merece la pena explorar la propuesta, tal vez no como la única ni como una panacea, pero sí como una propuesta de transición en la que valores sacrosantos como el productivismo, la competencia y el libre mercado quedarían arrinconados por opciones de sobriedad, suficiencia y complicidad.

Alimentos locales y “kilómetro cero” ¿son realmente tan sostenibles?

Publicat al web de la eco- vila en reconstrucció  Finca La Golfilla

un El producto en sí, la gestión de residuos, la temporada y las técnicas de cultivo son mucho más relevantes que la distancia recorrida por el alimento
localfoodUn término muy de moda entre el movimiento Slow Food es el de los alimentos “Kilómetro cero”. Más allá de la evidente estrategia de márketing que hay detrás (los propios defensores hablan en realidad de “hasta 100 km”, y no escatiman en excepciones), lo cierto es que la distancia recorrida por nuestros alimentos hasta llegar al plato se ha convertido en un creciente motivo de preocupación entre las organizaciones ambientalistas, y parece haber un consenso en la importancia de “comprar local”.
El éxito de esta idea radica sin duda en la simplicidad y aparente evidencia para un consumidor urbanita. Transporte = gasolina = CO2. A menos kilómetros, menos emisiones “y punto”. Pero, como de costumbre, la realidad es harto más compleja y no pocas veces comprar local significa incluso un aumento del consumo energético y de las emisiones contaminantes. Eso por no entrar en la distracción que supone con respecto a los verdaderos problemas ambientales de la agricultura.
¿Incrédulos o desengañados? A continuación explicaremos el por qué y daremos algunos trucos para aplicar a la vida diaria sin agobiarse.
Análisis de ciclo de vida de los alimentos
La afirmación de dos párrafos más arriba -sobre el posible incremento de las emisiones al comprar local- no es gratuita ni está hecha a la ligera. Son ya muy numerosos los estudios, basados en la metodología del análisis de ciclo de vida, los que advierten de estos riesgos.
Un ejemplo ya clásico es el del consumo de tomates frescos producidos en Suecia, en comparación con los importados desde España. Siendo el tomate una planta subtropical, que necesita muchas horas de sol y calor, en los países nórdicos estos solamente se pueden producir en invernadero, con calefacción e iluminación artificial.

Superando el estudio de estos casos individuales, que podrían considerarse aislados, disponemos del magífico análisis de Christopher L. Weber y H. Scott Matthews sobre la dieta del norteamericano medio y sus opciones para mitigar el impacto climático.
Las conclusiones son claras: el 83% de las emisiones de gases de efecto invernadero están relacionadas con la producción del alimento, y solamente el 11% tiene que ver con el transporte. De este último, además, un peso preponderante lo tienen no las grandes distancias, sino el inevitable reparto en camioneta hasta nuestras tiendas y supermercados. Vamos, los famosos “30-100 km” que se aceptan con toda normalidad. Los últimos pocos que recorre el producto, y no los muchos de la mitad de cadena de suministro (y digo mitad, porque del campo al primer centro de almacenaje también se emite muchísimo).

De este hallazgo, y la comparación entre la forma de producir los diferentes tipos de alimentos, se deriva una frase lapidaria para los impulsores del “Kilómetro cero”:

Cambiando la dieta -de carnes rojas y productos lácteos hacia pollo, pescado, huevos o vegetales- en el equivalente a menos de las calorías de un día a la semana, se obtiene una reducción de las emisiones de efecto invernadero superior a la de comprar todos los productos locales.

Una receta que, sin embargo, goza de muchísimo menos predicamiento y atención mediática que el famoso “Kilómetro cero”, tal vez porque choca con los intereses proteccionistas de la ganadería patria, importantes grupos industriales, o porque implica un cambio de costumbres -ya no basta con simplemente mirar la etiqueta y tirar de billetera si lo local es más caro-.
En el orden de prioridades para la defensa del medio ambiente, desgraciadamente, hemos empezado la casa por el tejado.
¿Cómo hacer más sostenible nuestra alimentación?
¡Freeeeena! Lo primero que hay que decir es que la misma atención dada a los alimentos -frente a otros sectores- es excesiva con respecto al impacto climático que tiene -al menos en los países ricos-. De nada sirve centrarse en cambiar la alimentación sin antes haber cambiado nuestros hábitos de movilidad en automóvil privado, la calefacción de nuestras viviendas, etc. Más detalles en esta pequeña obra de la que soy coautor.
Si hemos de centrarnos específicamente en el sector agroalimentario, podemos enumerar las siguientes medidas:

  • Carnes rojas y lácteos, cuantos menos mejor

Los animales rumiantes, destacando el ganado vacuno, generan unas emisiones de metano (potente gas de efecto invernadero) por la fermentación entérica, cosa que dispara el impacto relacionado con su producción. Se podría hablar también largo y tendido de sus purines y la eutrofización de aguas, la deforestación para producir piensos y pastos, y el riego de esos mismos cultivos para piensos…
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Resumiendo: cuanto menos, mucho mejor… y en todo caso de procedencia ecológica y ganadería extensiva. Para obtener proteínas suficientes, podemos sustituir estas carnes por aves, huevos y legumbres. En el resto de productos, el precio será un buen indicador de las emisiones asociadas.

  • Fruta y verdura, de temporada

calendario-verdurasAunque muchos productos -en particular los cárnicos o cereales- no tengan una temporada específica para ser consumidos, sí es importante que las frutas y verduras sean principalmente de temporada. Más arriba ya pudimos ver los efectos de tener que cultivar hortalizas en invernaderos, y aunque España no sea Suecia, se sigue usando una cantidad importante de energía en forma de plásticos, calefacción, iluminación extra, etc.
Que en invierno la hortaliza triplique o cuadruplique el precio del verano no es por casualidad. El precio seguirá siendo una muy buena guía en este caso.

  • Come fresco y poco procesado… ¡y cocinar en casa no es la solución!

De otros análisis de ciclo de vida se puede deducir también el importante impacto de procesar, refrigerar o congelar ,y finalmente cocinar los alimentos. Es algo muy metido en nuestro ritmo de vida, pero que además de ser anti-ecológico es insano.
Mucha gente, consciente de ello, no compra comida procesada en el supermercado… pero no cae en la cuenta de las emisiones producidas en propia cocina, donde además la termodinámica juega en nuestra contra con respecto a cocinas industriales: al ser cantidades menores, se pierde muchísimo más calor.
Salvo que se disponga de cocina solar, la respuesta está en comer -dentro de lo posible- fresco y poco procesado.

  • Residuos: comerse todo lo que hay en el plato (y la despensa)

Seguramente resultará más que evidente que los productos envasados en mil capas de plástico tienen un impacto ambiental enorme. Pero el verdadero riesgo es más bien otro: el de tirar la propia comida. No solo por el derroche de energía que ha supuesto producirlo, sino también porque -de no compostarse adecuadamente- la comida en los vertederos fermenta y emite grandes cantidades de metano. ¿Nos acordamos de las vacas? Pues eso…
La fracción orgánica suele representar entorno al 40-50% en peso de nuestras basuras. De estas, un 15% es carbono que se puede convertir en metano. Según como se gestionen estos residuos, cada kg de comida “tirada” puede suponer hasta unos 4kg CO2eq.
Bonus: Fruits Moches (“frutas feas”). No solo hay que evitar que se tire la comida en casa, sino en toda la cadena de suministro.

  • ¿Cultivo ecológico? ¡Depende!

A pesar de sus ambiciones por reducir el impacto ambiental de la agricultura, la producción “ecológica” no siempre es “la más ecológica”. Esto es así por varios motivos.
Por un lado, hay muchas maneras de medir el impacto ambiental, y una cosa que puede ser mejor para las aguas puede ser peor para el clima. Y viceversa. Por ejemplo, con frecuencia para reducir el uso de herbicidas se tiene que recurrir a un mayor laboreo.

Por otro lado, cada vez son más las voces que claman contra la laxitud de la certificación ecológica, el “sello” que en muchos casos no supone un cambio de prácticas, sino simplemente de productos.
Respuesta: intenta conocer a tu agricultor, y las prácticas que utiliza. Y aquí tal vez sí que ayude (y bastante) que este sea local, cercano, y facil de visitar (en bicicleta!).

  • Cuando el transporte sí juega un papel importante

Como decíamos al principio, la distancia recorrida por un alimento es relativamente secundaria -en comparación con las emisiones derivadas de la producción-, pero eso no significa que las debamos ignorar.
La regla de oro en estos casos no es cuántos kilómetros ha recorrido, sino cómo los ha recorrido. Y que suele contaminar más el último kilómetro que los cientos de anteriores: porque va en TU COCHE vacío, en vez de en un camión completamente cargado.
Los deberes empiezan siempre por uno mismo, y si tus “productos locales” tienes que ir a buscarlos con un coche a una finca situada a media distancia de la ciudad, poco bien estás haciendo. Los sistemas de reparto de alimentos locales pecan mucho de este error. Pero si puedes ir en bicicleta por vivir cerca, la cosa cambia bastante.
Para hacernos una idea: por cada km que hagas en coche para comprar a un agricultir local 5kg de frutas o verduras, en camión podrían recorrer más de 100 km, en tren unos 100 km y en carguero a granel casi 1.000 km. Si vas a comprar en coche: ¡que sea para volver bien cargado!
En el supermercado lo que hay que evitar a toda costa son productos muy perecederos de origen tropical o cultivados “a contratemporada” en el hemisferio sur (por su disparatado precio los identificarás). Estos suelen venir en avión, donde los kilómetros sí que cuentan -y mucho- en el impacto ambiental.
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  • No creas siempre lo primero que te dicen

Y para terminar este recetario, no puede faltar la recomendación más general e importante en la vida de uno: no debemos creernos siempre a pies juntillas lo que nos explican, por muy extendida que esté la creencia. Hay que informarse, abrir los ojos, escuchar, tocar y oler. Pedir cifras y no promesas. Hay que hacer caso a la máxima que dice “si es demasiado bueno para ser verdad, probablemente no lo sea”. Nada en esta vida es fácil, y menos en el campo.

La ONU dice que las cosechas orgánicas a menor escala son la mejor forma de alimentar al mundo

Article publicat a  Ecoportal

Necesitamos cambios transformadores en nuestros sistemas alimentarios, agrícolas y comerciales con el fin de aumentar la diversidad en las granjas, reducir el uso de fertilizantes y otros insumos, apoyar a los agricultores que trabajan a menor escala y crear sistemas alimentarios locales fuertes. Esa es la conclusión de una nueva publicación extraordinaria de la Comisión de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).

La ONU dice que las cosechas orgánicas a menor escala son la mejor forma de alimentar al mundo

El informe, Trade and Environment Review 2013: Wake Up Before it is Too Late (Comercio y Medio Ambiente 2013: Despierta antes de que sea demasiado tarde) incluyó contribuciones de más de 60 expertos de todo el mundo (incluyendo un comentario de IATP)  y contiene secciones en las que se habla en profundidad sobre el cambio hacia una agricultura más sustentable y resiliente; la producción ganadera y el cambio climático; la importancia de la investigación y la extensión; el rol del uso de la tierra; y el rol de la reforma de las reglas del comercio mundial.
Además vincula la seguridad mundial y el aumento de conflictos con la urgente necesidad de transformar la agricultura hacia lo que se denomina como «la intensificación ecológica». El informe concluye: «Esto implica un cambio rápido y significativo de una convencional producción industrial, basada en el monocultivo y altamente dependiente de insumos externos hacia mosaicos de sistemas de producción sustentables y regenerativos que también mejoren considerablemente la productividad de los pequeños agricultores«.
El informe de la UNCTAD identificó indicadores claves para la transformación necesaria en la agricultura:

  • 1. Aumento del contenido de carbono en el suelo y una mejor integración entre la producción agrícola y ganadera. Aumento de la incorporación de la agronomía forestal y la vegetación salvaje.
  • 2. Reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en la producción ganadera.
  • 3. Reducción de los gases de efecto invernadero a través de zonas turberas sustentables, y manejo de bosques y pastizales.
  • 4. Optimización del uso de fertilizantes orgánicos e inorgánicos, incluyendo mediante los ciclos de nutrientes cerrados en la agricultura.
  • 5. Reducción de los residuos a través de cadenas de comida.
  • 6. Cambio de los hábitos alimentarios hacia el consumo de alimentos amigables con el clima.
  • 7. Reforma del régimen de comercio internacional para la alimentación y la agricultura.

La contribución del IATP se centró en los efectos de la liberalización del comercio en los sistemas agrícolas. La liberalización del comercio, tanto en la OMC y en los acuerdos regionales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) habrían aumentado la volatilidad y concentración empresarial en los mercados agrícolas, mientras minaban el desarrollo de sistemas agroecológicos locales que apoyaban mayoritariamente a los agricultores.
Por otra parte las conclusiones del informe presentan un marcado contraste respecto al impulso acelerado para nuevos acuerdos de libre comercio, incluido el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) y la Asociación de Comercio e Inversiones entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP), que amplían un modelo altamente desacreditado de desarrollo económico diseñado principalmente para fortalecer el dominio de las empresas corporativas y multinacionales financieras en la economía global.
En el año 2007, otro informe importante del sistema multilateral, la Evaluación Internacional del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD), con contribuciones de expertos de más de 100 países (y avalado por casi 60 países), llegó a conclusiones muy similares. El informe IAASTD concluyó que «los negocios como los conocemos ya no son una opción» y que el cambio hacia enfoques agroecológicos era urgente y necesario para la seguridad alimentaria y la resiliencia climática. Por desgracia, los negocios han logrado su continuidad. Tal vez este nuevo informe de la UNCTAD proporcione el punto de inflexión para la transformación política que debe tener lugar «antes de que sea demasiado tarde».

L’agricultura orgànica produeix suficientment i és més sostenible

Publicat al web del  Consell Català de la Producció Agrària Ecológica

L’agricultura orgànica produeix suficientment i és més sostenible

Una revisió de centenars d’estudis sobre agricultura orgànica mostra que proporciona una producció suficient, encara que menor que la de l’agricultura convencional, i que és més sostenible, en aspectes com l’ambiental, la rendibilitat per a l’agricultor, i les condicions dels treballadors.

Investigadors de la Universitat Estatal de Washington (Estats Units d’Amèrica) han arribat a la conclusió que alimentar la creixent població mundial amb objectius de sostenibilitat en ment és possible.
La seva revisió de centenars d’estudis publicats proporciona evidència que l’agricultura orgànica pot produir rendiments suficients, ser rendible per als agricultors, protegir i millorar el medi ambient i ser més segura per als treballadors agrícoles.
L’estudi de revisió, Agricultura Orgànica al segle XXI, es presenta com el tema de portada de l’edició de febrer de la revista Nature Plants i va ser escrit per John Reganold, professor de ciència del sòl i agroecologia, i el doctorand Jonathan Wachter.
És el primer estudi que analitza 40 anys de ciència comparativa de l’agricultura ecològica i la convencional en relació amb els quatre objectius de sostenibilitat identificats per l’Acadèmia Nacional de Ciències nord-americana: la productivitat, l’economia, el medi ambient i el benestar de la comunitat.
«Centenars d’estudis científics mostren que l’agricultura orgànica ha d’exercir un paper en l’alimentació del món», diu l’autor principal, Reganold. «Fa trenta anys, hi havia només un parell de grapats d’estudis comparant l’agricultura orgànica amb la convencional. En els últims 15 anys, s’han disparat».
La producció orgànica suposa l’u per cent de la superfície agrícola mundial, tot i el ràpid creixement de les darreres dues dècades.
Els crítics han sostingut durant molt de temps que l’agricultura orgànica és ineficient, i requereix més terra per produir la mateixa quantitat d’aliment. L’article de revisió descriu els casos en què els rendiments orgànics poden ser més alts que els de mètodes de cultiu convencionals.
«En condicions de sequera severa, que s’espera que augmentin amb el canvi climàtic, les granges orgàniques tenen el potencial de produir alts rendiments causa de la major capacitat de retenció d’aigua dels sòls de cultiu ecològic», assenyala Reganold.
No obstant això, tot i que els rendiments poden ser més baixos, l’agricultura orgànica és més rendible per als agricultors ja que els consumidors estan disposats a pagar més. Els preus més alts poden justificar-se com una forma de compensar els agricultors per evitar danys al medi ambient o costos externs.
Beneficis ambientals
Nombrosos estudis revisats demostren també els beneficis ambientals de la producció orgànica. En general, les granges orgàniques tendeixen a emmagatzemar més carboni a terra, tenen millor qualitat de sòl i redueixen l’erosió del sòl. L’agricultura orgànica crea menys contaminació del sòl i l’aigua i menors emissions de gasos d’efecte hivernacle. I és més eficient energèticament, ja que no es basa en fertilitzants o pesticides sintètics.
També s’associa amb una major biodiversitat de plantes, animals, insectes i microbis, així com amb la diversitat genètica. La biodiversitat augmenta els serveis que ofereix la natura, com la pol·linització, i millora la capacitat dels sistemes agrícoles per adaptar-se a les condicions canviants.
Reganold diu que l’alimentació del món no és només una qüestió de rendiment, sinó que també requereix examinar els residus d’aliments i la distribució d’aliments.
«Si ens fixem en la producció de calories per càpita, estem produint menjar més que suficient per a 7 mil milions de persones, però perdem el 30 i el 40 per cent d’ella», diu. «No és només és una qüestió de produir suficient, sinó d’aconseguir una agricultura respectuosa amb el medi ambient i garantir que els aliments arribin a aquells que ho necessiten.»
Reganold i Wachter suggereixen que no hi ha un tipus de cultiu que per si sol pugui alimentar al món. Més aviat, el que es necessita és un equilibri de sistemes, «una barreja de sistemes orgànics i altres sistemes agrícoles innovadors, com la agroforesteria, l’agricultura integrada, l’agricultura de conservació, la barreja cultius / ramaderia i sistemes encara no descoberts.»
Reganold i Wachter recomanen canvis regulatoris per fer front a les barreres que dificulten l’expansió de l’agricultura orgànica. Tals obstacles inclouen els costos de transició a la certificació orgànica, la falta d’accés a la mà d’obra i els mercats i la manca d’una infraestructura adequada per a l’emmagatzematge i transport d’aliments. Calen eines legals i financeres per fomentar l’adopció de pràctiques agrícoles innovadores i sostenibles.
Precedent
Una altra revisió similar de més de 100 estudis, publicada el 2014 per investigadors de la Universitat de Califòrnia a Berkeley, assenyalava al seu torn que els rendiments dels cultius d’agricultura orgànica són més alts del que es pensava.
A més, l’estudi revelava que certes pràctiques agrícoles podrien reduir encara més la bretxa de productivitat entre els cultius orgànics i els tradicionals. En concret, destacaven dos: els cultius múltiples (oposats als monocultius), i la rotació de cultius. El primer terme fa referència al cultiu de diverses espècies sobre una mateixa superfície agrícola. Això es pot fer de manera simultània (sembrant aquestes espècies alhora en cultius mixtes) o de manera consecutiva (primer unes espècies i després altres).
La rotació de cultius, per la seva banda, consisteix a alternar plantes de diferents famílies i amb necessitats nutritives diferents en un mateix lloc durant diferents cicles, evitant que el sòl s’esgoti i que les malalties que afecten a un tipus de plantes es perpetuïn en un temps determinat.

Font: tendencias21.net (05/02/2016)

La ONU dice que las cosechas orgánicas a menor escala son la mejor forma de alimentar al mundo

Article publicat a Ecoportal.net

Necesitamos cambios transformadores en nuestros sistemas alimentarios, agrícolas y comerciales con el fin de aumentar la diversidad en las granjas, reducir el uso de fertilizantes y otros insumos, apoyar a los agricultores que trabajan a menor escala y crear sistemas alimentarios locales fuertes. Esa es la conclusión de una nueva publicación extraordinaria de la Comisión de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).
La ONU dice que las cosechas orgánicas a menor escala son la mejor forma de alimentar al mundo
El informe, Trade and Environment Review 2013: Wake Up Before it is Too Late (Comercio y Medio Ambiente 2013: Despierta antes de que sea demasiado tarde) incluyó contribuciones de más de 60 expertos de todo el mundo (incluyendo un comentario de IATP)  y contiene secciones en las que se habla en profundidad sobre el cambio hacia una agricultura más sustentable y resiliente; la producción ganadera y el cambio climático; la importancia de la investigación y la extensión; el rol del uso de la tierra; y el rol de la reforma de las reglas del comercio mundial.
Además vincula la seguridad mundial y el aumento de conflictos con la urgente necesidad de transformar la agricultura hacia lo que se denomina como «la intensificación ecológica». El informe concluye: «Esto implica un cambio rápido y significativo de una convencional producción industrial, basada en el monocultivo y altamente dependiente de insumos externos hacia mosaicos de sistemas de producción sustentables y regenerativos que también mejoren considerablemente la productividad de los pequeños agricultores«.
El informe de la UNCTAD identificó indicadores claves para la transformación necesaria en la agricultura:
  • 1. Aumento del contenido de carbono en el suelo y una mejor integración entre la producción agrícola y ganadera. Aumento de la incorporación de la agronomía forestal y la vegetación salvaje.
  • 2. Reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en la producción ganadera.
  • 3. Reducción de los gases de efecto invernadero a través de zonas turberas sustentables, y manejo de bosques y pastizales.
  • 4. Optimización del uso de fertilizantes orgánicos e inorgánicos, incluyendo mediante los ciclos de nutrientes cerrados en la agricultura.
  • 5. Reducción de los residuos a través de cadenas de comida.
  • 6. Cambio de los hábitos alimentarios hacia el consumo de alimentos amigables con el clima.
  • 7. Reforma del régimen de comercio internacional para la alimentación y la agricultura.
La contribución del IATP se centró en los efectos de la liberalización del comercio en los sistemas agrícolas. La liberalización del comercio, tanto en la OMC y en los acuerdos regionales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) habrían aumentado la volatilidad y concentración empresarial en los mercados agrícolas, mientras minaban el desarrollo de sistemas agroecológicos locales que apoyaban mayoritariamente a los agricultores.
Por otra parte las conclusiones del informe presentan un marcado contraste respecto al impulso acelerado para nuevos acuerdos de libre comercio, incluido el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) y la Asociación de Comercio e Inversiones entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP), que amplían un modelo altamente desacreditado de desarrollo económico diseñado principalmente para fortalecer el dominio de las empresas corporativas y multinacionales financieras en la economía global.
En el año 2007, otro informe importante del sistema multilateral, la Evaluación Internacional del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD), con contribuciones de expertos de más de 100 países (y avalado por casi 60 países), llegó a conclusiones muy similares. El informe IAASTD concluyó que «los negocios como los conocemos ya no son una opción» y que el cambio hacia enfoques agroecológicos era urgente y necesario para la seguridad alimentaria y la resiliencia climática. Por desgracia, los negocios han logrado su continuidad. Tal vez este nuevo informe de la UNCTAD proporcione el punto de inflexión para la transformación política que debe tener lugar «antes de que sea demasiado tarde».
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Alimentos ecológicos: mucho más allá del miedo

Post publicat al web Grupo de Energía y Dinámica de Sistemas . Universidad de Valladolid

Posted by Energia.ds.uva
Hace unas semanas acaparó cierto interés en los medios de comunicación la presentación del libro del doctor José Miguel Mulet, profesor de Biotecnología de la Universidad Politécnicade Valencia, titulado Comer sin miedo, en el que pretende desmontar mitos, falacias y mentiras sobre la alimentación en el siglo XXI. En la entrevista aparecida en El País sobre dicho libro, el autor critica algunas tendencias actuales en alimentación y en concreto,  la “moda” de los alimentos ecológicos. Estos alimentos, según él, son un engaño porque utilizan el miedo a lo artificial para vender un producto más caro que, en su opinión, no es mejor ni para el consumidor ni para el medio ambiente.
Hay que reconocer que, en la primera parte de su entrevista, el Sr. Mulet tiene acierto al atacar esa tendencia un poco paranoica de nuestra sociedad a generar modas sobre dietas “salvadoras”, pero luego pierde todo el equilibrio y toda la razón cuando empieza a hablar de los alimentos ecológicos. A partir de ahí su entrevista se llena de tópicos y razonamientos rocambolescos con un estilo claramente manipulador, apoyado, además, en datos que no son ciertos. Merece la pena entretenerse en desmontar su discurso porque se basa en un montón de prejuicios, que, por desgracia, son más comunes de lo que deberían.
Una de las afirmaciones más rocambolescas del Sr. Mulet es decir que la agricultura ecológica es perjudicial para el medio ambiente porque la producción es mucho menor, del orden de un 50-25% y, por ello, se necesitan muchas más tierras para producir lo mismo. Incluso si ese dato fuera cierto, es bastante sorprendente que llame  perjudicial a una agricultura que evita impactos tan enormes sobre el medio ambiente como la erosión y pérdida de suelo fértil, la eutrofización de los ríos debida al exceso de abonos nitrogenados, gran parte de las emisiones de CO2, la pérdida de biodiversidad de aves, insectos, abejas, y todo tipo de descomponedores y microorganismos del suelo, etc. Además, la agricultura ecológica, incluso aunque usara dos o tres veces más tierra para producir lo mismo (que no lo hace), “roba” muchos menos espacios a la fauna y flora silvestre, porque crea agroecosistemas equilibrados donde conviven múltiples especies silvestres, siendo la clave de la supervivencia de muchas de ellas.
Pero  esta afirmación es todavía más rocambolesca porque el dato que da  el Sr. Mulet, es, directamente, falso. Cualquiera que haya ojeado estudios o conozca a algún agricultor orgánico sabe que los rendimientos por hectárea de éstos son un poco menores, pero únicamente del orden de un 10%.  En una síntesis de diversos trabajos, Miguel Ángel Altieri, uno de los mayores expertos mundiales sobre agroecología, indica que en agricultura ecológica los rendimientos por unidad de área de cultivo pueden ser un 5-10% menores que en cultivo químico, pero son mayores los relacionados con otros factores (por unidad de energía, de agua, de suelo perdido, etc.). También es conocido que el uso de abonos nitrogenados favorece la acumulación de agua en las plantas, de forma que los vegetales ecológicos tienen en torno a un 20% más materia seca por kilogramo[1], con lo cual es cuestionable incluso si los rendimientos reales son menores, porque cuando compramos un kilo de verdura, queremos comprar vitaminas, no  kilos de agua.
Esta idea de que  los pesticidas, herbicidas y transgénicos son un mal necesario -ya que “sin ellos no podríamos alimentar a toda la humanidad”–  está todavía muy presente en la mentalidad colectiva, a pesar de que no es precisamente eso lo que dicen las propias Naciones Unidas y la FAO, sino más bien todo lo contrario. En los últimos años estas instituciones  apuestan por la agroecología como el mejor camino para acabar con el hambre.
Las palabras de Olivier De Schutter, relator especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentaciónno dejan lugar a dudas[2]: “ Un viraje urgente hacia la “ecoagricultura” es la única manera de poner fin al hambre y de enfrentar los desafíos del cambio climático y la pobreza rural […] Los rendimientos aumentaron 214 por ciento en 44 proyectos en 20 países de África subsahariana usando técnicas de agricultura ecológica durante un periodo de tres a 10 años, mucho más que lo que jamás logró ningún (cultivo) genéticamente modificado […] La evidencia científica actual demuestra que el desempeño de los métodos agroecológicos supera al del uso de fertilizantes químicos en el estímulo a la producción alimentaria en regiones donde viven los hambrientos”.
Es probable que el Sr. Mulet sepa esto y es posible que no le guste nada en absoluto, porque el éxito de la agricultura ecológica pone en entredicho sus investigaciones. Pero  los datos lo están diciendo claramente: la agroecología no sólo es mejor para el medio ambiente, es igual de productiva que la agricultura química y, en ocasiones, la supera.
De hecho, el Sr. Mulet argumenta que los defensores de los alimentos ecológicos engañan a los consumidores con el miedo a los químicos, pero ese mismo miedo también lo usa él cuando insinúa que los alimentos ecológicos son “inseguros”  obviando que pasan exactamente los mismos controles que los convencionales y también que es la agricultura y la ganadería industrial, con su  hacinamiento de animales (y plantas) de una misma especie, la que se vuelve ideal para la expansión de  epidemias. De hecho, son las grandes explotaciones industrializadas de Asia las que están teniendo problemas con la gripe aviar, no las pequeñas granjas ecológicas.
Pero lo que el Sr. Mulet no dice, y es, probablemente,  lo más importante,  es que la agricultura química actual no tiene  futuro porque necesita un suministro de petróleo  barato y abundante, y el petróleo ha dejado de ser barato y va a  dejar de ser abundante. Y es que el gran aumento de productividad de los años 60 y 70 se basó en el petróleo y el gas natural, necesarios para la síntesis, tanto de los abonos químicos y pesticidas, como del gasóleo, combustible indispensable para la maquinaria agrícola.
El declive del oro negro en estas décadas va a hacer que tengamos que emprender  una difícil  reconversión de la agricultura mundial porque el modelo actual está inevitablemente ligado al petróleo y vamos a necesitar usar técnicas agroecológicas que,  aunque también emplean maquinaria, consigue ahorros energéticos muy interesantes. Esto va a chocar con muchas resistencias, ya que  la industria química no está, evidentemente, interesada en vender menos. No es extraño que las personas que viven de esta industria ataquen la agroecología y defiendan la ingeniería genética, que ha tenido sus mayores “éxitos” en la creación de plantas resistentes a los herbicidas y que, por ello, fomentan el  consumo de agroquímicos. Probablemente la industria lo sabe y por eso está  intensificando sus mensajes  con tópicos como los que exhibe el señor Mulet. Por suerte, cada vez son más los agricultores que se pasan a la agricultura ecológica y  ven que las tierras les producen y  las cuentas les cuadran.
En cualquier caso, el artículo del Sr. Mulet  es buen reflejo de algunos prejuicios absurdos sobre la ecología, la ciencia y lo que se considera progreso que  deben empezar a caer. De hecho, una de las expresiones más curiosas de la entrevista es la siguiente: “Frente a la identificación de los productos ecológicos o la lucha contra los transgénicos con un discurso progresista, Mulet sostiene que “mucha gente de izquierdas parece no haber leído a Marx y a Engels, que eran lo más racionalista que había […] Cuando la izquierda dejó de ir a misa tuvo que empezar a creer en cualquier tontería espiritual antisistema. Los mismo que la Iglesia, pero con una túnica azafrán en vez de una sotana”.
Esa afirmación de que estar en contra de los transgénicos “no es progresista” es bastante curiosa. Yo no sé si es que el Sr. Mulet se ha quedado en el siglo XIX -junto a Marx y Engels, porque no parece haber visto quién ha liderado la lucha contra estos cultivos en los últimos 20 años. La oposición a los transgénicos ha surgido principalmente de sindicatos campesinos dela Indiay Latinoamérica, que vieron cómo estas semillas permitían a la agroindustria monopolizar todavía más el mercado y llevar a la ruina a los campesinos más pobres.
Y por otra parte, es tremendamente curioso ver cómo Mulet asocia de un plumazo la racionalidad científica y las ideas de progreso con esa tecnología dura y agresiva para la naturaleza que son los transgénicos; y, por otro lado, identifica la ecología con lo irracional y con vagas espiritualidades orientales. Pues bien, Sr. Mulet: no es cierto y usted probablemente lo sabe bien. Lo que ahora llamamos agricultura ecológica no son sólo técnicas tradicionales, no es volver al pasado ni son supersticiones; es una agricultura basada en conocimientos científicos. Lo que sucede es que son conocimientos muy diferentes a los de “su” ingeniería genética, pero no por ello arcaicos, irracionales o poco rigurosos. De hecho, en mi opinión, la agricultura ecológica (y lo que se da en llamar agroecología y  permacultura, que son  tendencias más avanzadas de ésta), tiene un enfoque científico más moderno y eficaz, y los resultados lo están demostrando.
Si la ingeniería genética y la agricultura industrializada se basan en la química y la genética, la agroecología se basa en la biología y la ecología científica. Mientras la ingeniería genética utiliza una visión muy reduccionista, centrada en el gen como causa determinante, la agroecología tiene una visión mucho más sistémica y busca soluciones en los ecosistemas. Mientras la agricultura química y los transgénicos imponen a la naturaleza la lógica de las fábricas de producción industrial, la agroecología observa los ecosistemas, aprende de sus magníficos mecanismos de regulación y habla de biomímesis, es decir, de imitar a la naturaleza (incluso en la ingeniería y con resultados bastante interesantes, por cierto).  Mientras la agroindustria convierte la agricultura en una actividad altamente perjudicial para la naturaleza, la agroecología consigue un equilibrio entre el ser humano y el resto de las especies, de las que depende, en definitiva, nuestra propia vida. Ambas son racionales y ambas son científicas, pero la agricultura química es hija de las tendencias reduccionistas de la ciencia del XVIII, mientras la agricultura ecológica tiene una mentalidad más moderna y sistémica, heredera de la teoría de sistemas que surge a principios de siglo XX y, es, además, mucho más capaz de responder al reto más importante de la humanidad en el siglo XXI: conseguir una civilización compatible con el planeta.
A ver si desterramos de una vez esos extraños prejuicios que asocian el avance científico y el progresismo con  tecnologías agresivas para el medio ambiente y  la ecología con la añoranza romántica del pasado y cierta espiritualidad new age. La ciencia que se base en la ecología y, por tanto, nos enseñe a llegar a un equilibrio con  el planeta, será la más avanzada, la más sensata y la que realmente nos pueda hacer progresaren este siglo que empieza.
La agricultura ecológica podría ser enormemente interesante para un país como España, muy dependiente del petróleo y que necesita urgentemente crear empleos (aspecto en el que la agricultura ecológica es más eficaz[3]).  Desgraciadamente,  a pesar de que somos el primer país productor de alimentos ecológicos de Europa, los sucesivos gobiernos han defendido los cultivos genéticamente modificados y han desarrollado una legislación que penaliza las pequeñas explotaciones biológicas, con lo cual no es extraño que estos alimentos sean más caros: es casi un milagro que se produzcan.
Así pues, hagamos bueno el título del libro de Mulet y digamos que hay que comer sin miedo alimentos ecológicos: sin miedo a que no podamos producir lo suficiente para alimentar a la humanidad, sin miedo a que no sean seguros y sin miedo a que nos arruinen. Porque la principal razón para comprarlos no es el miedo al cáncer sino la evidencia que muestran los datos y  nos gritan nuestros sentidos: son productos de buena calidad que suelen merecer su precio, beneficiosos tanto para el medio ambiente como para los más pobres del planeta, que ayudan a crear puestos de trabajo en el medio rural y que, además, nos ayudan a independizarnos de un petróleo que tiene los días contados.

Margarita Mediavilla Pascual



[1] (Agricultura ecológica y rendimientos agrícolas: aportación a un debate inconcluso http://www.istas.ccoo.es/descargas/seg11.pdf)

 

miedo

Hace unas semanas acaparó cierto interés en los medios de comunicación la presentación del libro del doctor José Miguel Mulet, profesor de Biotecnología de la Universidad Politécnicade Valencia, titulado Comer sin miedo, en el que pretende desmontar mitos, falacias y mentiras sobre la alimentación en el siglo XXI. En la entrevista aparecida en El País sobre dicho libro, el autor critica algunas tendencias actuales en alimentación y en concreto,  la “moda” de los alimentos ecológicos. Estos alimentos, según él, son un engaño porque utilizan el miedo a lo artificial para vender un producto más caro que, en su opinión, no es mejor ni para el consumidor ni para el medio ambiente.
Hay que reconocer que, en la primera parte de su entrevista, el Sr. Mulet tiene acierto al atacar esa tendencia un poco paranoica de nuestra sociedad a generar modas sobre dietas “salvadoras”, pero luego pierde todo el equilibrio y toda la razón cuando empieza a hablar de los alimentos ecológicos. A partir de ahí su entrevista se llena de tópicos y razonamientos rocambolescos con un estilo claramente manipulador, apoyado, además, en datos que no son ciertos. Merece la pena entretenerse en desmontar su discurso porque se basa en un montón de prejuicios, que, por desgracia, son más comunes de lo que deberían.
Una de las afirmaciones más rocambolescas del Sr. Mulet es decir que la agricultura ecológica es perjudicial para el medio ambiente porque la producción es mucho menor, del orden de un 50-25% y, por ello, se necesitan muchas más tierras para producir lo mismo. Incluso si ese dato fuera cierto, es bastante sorprendente que llame  perjudicial a una agricultura que evita impactos tan enormes sobre el medio ambiente como la erosión y pérdida de suelo fértil, la eutrofización de los ríos debida al exceso de abonos nitrogenados, gran parte de las emisiones de CO2, la pérdida de biodiversidad de aves, insectos, abejas, y todo tipo de descomponedores y microorganismos del suelo, etc. Además, la agricultura ecológica, incluso aunque usara dos o tres veces más tierra para producir lo mismo (que no lo hace), “roba” muchos menos espacios a la fauna y flora silvestre, porque crea agroecosistemas equilibrados donde conviven múltiples especies silvestres, siendo la clave de la supervivencia de muchas de ellas.
Pero  esta afirmación es todavía más rocambolesca porque el dato que da  el Sr. Mulet, es, directamente, falso. Cualquiera que haya ojeado estudios o conozca a algún agricultor orgánico sabe que los rendimientos por hectárea de éstos son un poco menores, pero únicamente del orden de un 10%.  En una síntesis de diversos trabajos, Miguel Ángel Altieri, uno de los mayores expertos mundiales sobre agroecología, indica que en agricultura ecológica los rendimientos por unidad de área de cultivo pueden ser un 5-10% menores que en cultivo químico, pero son mayores los relacionados con otros factores (por unidad de energía, de agua, de suelo perdido, etc.). También es conocido que el uso de abonos nitrogenados favorece la acumulación de agua en las plantas, de forma que los vegetales ecológicos tienen en torno a un 20% más materia seca por kilogramo[1], con lo cual es cuestionable incluso si los rendimientos reales son menores, porque cuando compramos un kilo de verdura, queremos comprar vitaminas, no  kilos de agua.
Esta idea de que  los pesticidas, herbicidas y transgénicos son un mal necesario -ya que “sin ellos no podríamos alimentar a toda la humanidad”–  está todavía muy presente en la mentalidad colectiva, a pesar de que no es precisamente eso lo que dicen las propias Naciones Unidas y la FAO, sino más bien todo lo contrario. En los últimos años estas instituciones  apuestan por la agroecología como el mejor camino para acabar con el hambre.
Las palabras de Olivier De Schutter, relator especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentaciónno dejan lugar a dudas[2]: “ Un viraje urgente hacia la “ecoagricultura” es la única manera de poner fin al hambre y de enfrentar los desafíos del cambio climático y la pobreza rural […] Los rendimientos aumentaron 214 por ciento en 44 proyectos en 20 países de África subsahariana usando técnicas de agricultura ecológica durante un periodo de tres a 10 años, mucho más que lo que jamás logró ningún (cultivo) genéticamente modificado […] La evidencia científica actual demuestra que el desempeño de los métodos agroecológicos supera al del uso de fertilizantes químicos en el estímulo a la producción alimentaria en regiones donde viven los hambrientos”.
Es probable que el Sr. Mulet sepa esto y es posible que no le guste nada en absoluto, porque el éxito de la agricultura ecológica pone en entredicho sus investigaciones. Pero  los datos lo están diciendo claramente: la agroecología no sólo es mejor para el medio ambiente, es igual de productiva que la agricultura química y, en ocasiones, la supera.
De hecho, el Sr. Mulet argumenta que los defensores de los alimentos ecológicos engañan a los consumidores con el miedo a los químicos, pero ese mismo miedo también lo usa él cuando insinúa que los alimentos ecológicos son “inseguros”  obviando que pasan exactamente los mismos controles que los convencionales y también que es la agricultura y la ganadería industrial, con su  hacinamiento de animales (y plantas) de una misma especie, la que se vuelve ideal para la expansión de  epidemias. De hecho, son las grandes explotaciones industrializadas de Asia las que están teniendo problemas con la gripe aviar, no las pequeñas granjas ecológicas.
Pero lo que el Sr. Mulet no dice, y es, probablemente,  lo más importante,  es que la agricultura química actual no tiene  futuro porque necesita un suministro de petróleo  barato y abundante, y el petróleo ha dejado de ser barato y va a  dejar de ser abundante. Y es que el gran aumento de productividad de los años 60 y 70 se basó en el petróleo y el gas natural, necesarios para la síntesis, tanto de los abonos químicos y pesticidas, como del gasóleo, combustible indispensable para la maquinaria agrícola.
El declive del oro negro en estas décadas va a hacer que tengamos que emprender  una difícil  reconversión de la agricultura mundial porque el modelo actual está inevitablemente ligado al petróleo y vamos a necesitar usar técnicas agroecológicas que,  aunque también emplean maquinaria, consigue ahorros energéticos muy interesantes. Esto va a chocar con muchas resistencias, ya que  la industria química no está, evidentemente, interesada en vender menos. No es extraño que las personas que viven de esta industria ataquen la agroecología y defiendan la ingeniería genética, que ha tenido sus mayores “éxitos” en la creación de plantas resistentes a los herbicidas y que, por ello, fomentan el  consumo de agroquímicos. Probablemente la industria lo sabe y por eso está  intensificando sus mensajes  con tópicos como los que exhibe el señor Mulet. Por suerte, cada vez son más los agricultores que se pasan a la agricultura ecológica y  ven que las tierras les producen y  las cuentas les cuadran.
En cualquier caso, el artículo del Sr. Mulet  es buen reflejo de algunos prejuicios absurdos sobre la ecología, la ciencia y lo que se considera progreso que  deben empezar a caer. De hecho, una de las expresiones más curiosas de la entrevista es la siguiente: Frente a la identificación de los productos ecológicos o la lucha contra los transgénicos con un discurso progresista, Mulet sostiene que “mucha gente de izquierdas parece no haber leído a Marx y a Engels, que eran lo más racionalista que había […] Cuando la izquierda dejó de ir a misa tuvo que empezar a creer en cualquier tontería espiritual antisistema. Los mismo que la Iglesia, pero con una túnica azafrán en vez de una sotana”.
Esa afirmación de que estar en contra de los transgénicos “no es progresista” es bastante curiosa. Yo no sé si es que el Sr. Mulet se ha quedado en el siglo XIX -junto a Marx y Engels, porque no parece haber visto quién ha liderado la lucha contra estos cultivos en los últimos 20 años. La oposición a los transgénicos ha surgido principalmente de sindicatos campesinos dela Indiay Latinoamérica, que vieron cómo estas semillas permitían a la agroindustria monopolizar todavía más el mercado y llevar a la ruina a los campesinos más pobres.
Y por otra parte, es tremendamente curioso ver cómo Mulet asocia de un plumazo la racionalidad científica y las ideas de progreso con esa tecnología dura y agresiva para la naturaleza que son los transgénicos; y, por otro lado, identifica la ecología con lo irracional y con vagas espiritualidades orientales. Pues bien, Sr. Mulet: no es cierto y usted probablemente lo sabe bien. Lo que ahora llamamos agricultura ecológica no son sólo técnicas tradicionales, no es volver al pasado ni son supersticiones; es una agricultura basada en conocimientos científicos. Lo que sucede es que son conocimientos muy diferentes a los de “su” ingeniería genética, pero no por ello arcaicos, irracionales o poco rigurosos. De hecho, en mi opinión, la agricultura ecológica (y lo que se da en llamar agroecología y  permacultura, que son  tendencias más avanzadas de ésta), tiene un enfoque científico más moderno y eficaz, y los resultados lo están demostrando.
Si la ingeniería genética y la agricultura industrializada se basan en la química y la genética, la agroecología se basa en la biología y la ecología científica. Mientras la ingeniería genética utiliza una visión muy reduccionista, centrada en el gen como causa determinante, la agroecología tiene una visión mucho más sistémica y busca soluciones en los ecosistemas. Mientras la agricultura química y los transgénicos imponen a la naturaleza la lógica de las fábricas de producción industrial, la agroecología observa los ecosistemas, aprende de sus magníficos mecanismos de regulación y habla de biomímesis, es decir, de imitar a la naturaleza (incluso en la ingeniería y con resultados bastante interesantes, por cierto).  Mientras la agroindustria convierte la agricultura en una actividad altamente perjudicial para la naturaleza, la agroecología consigue un equilibrio entre el ser humano y el resto de las especies, de las que depende, en definitiva, nuestra propia vida. Ambas son racionales y ambas son científicas, pero la agricultura química es hija de las tendencias reduccionistas de la ciencia del XVIII, mientras la agricultura ecológica tiene una mentalidad más moderna y sistémica, heredera de la teoría de sistemas que surge a principios de siglo XX y, es, además, mucho más capaz de responder al reto más importante de la humanidad en el siglo XXI: conseguir una civilización compatible con el planeta.
A ver si desterramos de una vez esos extraños prejuicios que asocian el avance científico y el progresismo con  tecnologías agresivas para el medio ambiente y  la ecología con la añoranza romántica del pasado y cierta espiritualidad new age. La ciencia que se base en la ecología y, por tanto, nos enseñe a llegar a un equilibrio con  el planeta, será la más avanzada, la más sensata y la que realmente nos pueda hacer progresar en este siglo que empieza.
La agricultura ecológica podría ser enormemente interesante para un país como España, muy dependiente del petróleo y que necesita urgentemente crear empleos (aspecto en el que la agricultura ecológica es más eficaz[3]).  Desgraciadamente,  a pesar de que somos el primer país productor de alimentos ecológicos de Europa, los sucesivos gobiernos han defendido los cultivos genéticamente modificados y han desarrollado una legislación que penaliza las pequeñas explotaciones biológicas, con lo cual no es extraño que estos alimentos sean más caros: es casi un milagro que se produzcan.
Así pues, hagamos bueno el título del libro de Mulet y digamos que hay que comer sin miedo alimentos ecológicos: sin miedo a que no podamos producir lo suficiente para alimentar a la humanidad, sin miedo a que no sean seguros y sin miedo a que nos arruinen. Porque la principal razón para comprarlos no es el miedo al cáncer sino la evidencia que muestran los datos y  nos gritan nuestros sentidos: son productos de buena calidad que suelen merecer su precio, beneficiosos tanto para el medio ambiente como para los más pobres del planeta, que ayudan a crear puestos de trabajo en el medio rural y que, además, nos ayudan a independizarnos de un petróleo que tiene los días contados.
Margarita Mediavilla Pascual

– See more at: http://www.eis.uva.es/energiasostenible/?p=1984#sthash.8bjdsXM6.dpuf

miedo

Hace unas semanas acaparó cierto interés en los medios de comunicación la presentación del libro del doctor José Miguel Mulet, profesor de Biotecnología de la Universidad Politécnicade Valencia, titulado Comer sin miedo, en el que pretende desmontar mitos, falacias y mentiras sobre la alimentación en el siglo XXI. En la entrevista aparecida en El País sobre dicho libro, el autor critica algunas tendencias actuales en alimentación y en concreto,  la “moda” de los alimentos ecológicos. Estos alimentos, según él, son un engaño porque utilizan el miedo a lo artificial para vender un producto más caro que, en su opinión, no es mejor ni para el consumidor ni para el medio ambiente.
Hay que reconocer que, en la primera parte de su entrevista, el Sr. Mulet tiene acierto al atacar esa tendencia un poco paranoica de nuestra sociedad a generar modas sobre dietas “salvadoras”, pero luego pierde todo el equilibrio y toda la razón cuando empieza a hablar de los alimentos ecológicos. A partir de ahí su entrevista se llena de tópicos y razonamientos rocambolescos con un estilo claramente manipulador, apoyado, además, en datos que no son ciertos. Merece la pena entretenerse en desmontar su discurso porque se basa en un montón de prejuicios, que, por desgracia, son más comunes de lo que deberían.
Una de las afirmaciones más rocambolescas del Sr. Mulet es decir que la agricultura ecológica es perjudicial para el medio ambiente porque la producción es mucho menor, del orden de un 50-25% y, por ello, se necesitan muchas más tierras para producir lo mismo. Incluso si ese dato fuera cierto, es bastante sorprendente que llame  perjudicial a una agricultura que evita impactos tan enormes sobre el medio ambiente como la erosión y pérdida de suelo fértil, la eutrofización de los ríos debida al exceso de abonos nitrogenados, gran parte de las emisiones de CO2, la pérdida de biodiversidad de aves, insectos, abejas, y todo tipo de descomponedores y microorganismos del suelo, etc. Además, la agricultura ecológica, incluso aunque usara dos o tres veces más tierra para producir lo mismo (que no lo hace), “roba” muchos menos espacios a la fauna y flora silvestre, porque crea agroecosistemas equilibrados donde conviven múltiples especies silvestres, siendo la clave de la supervivencia de muchas de ellas.
Pero  esta afirmación es todavía más rocambolesca porque el dato que da  el Sr. Mulet, es, directamente, falso. Cualquiera que haya ojeado estudios o conozca a algún agricultor orgánico sabe que los rendimientos por hectárea de éstos son un poco menores, pero únicamente del orden de un 10%.  En una síntesis de diversos trabajos, Miguel Ángel Altieri, uno de los mayores expertos mundiales sobre agroecología, indica que en agricultura ecológica los rendimientos por unidad de área de cultivo pueden ser un 5-10% menores que en cultivo químico, pero son mayores los relacionados con otros factores (por unidad de energía, de agua, de suelo perdido, etc.). También es conocido que el uso de abonos nitrogenados favorece la acumulación de agua en las plantas, de forma que los vegetales ecológicos tienen en torno a un 20% más materia seca por kilogramo[1], con lo cual es cuestionable incluso si los rendimientos reales son menores, porque cuando compramos un kilo de verdura, queremos comprar vitaminas, no  kilos de agua.
Esta idea de que  los pesticidas, herbicidas y transgénicos son un mal necesario -ya que “sin ellos no podríamos alimentar a toda la humanidad”–  está todavía muy presente en la mentalidad colectiva, a pesar de que no es precisamente eso lo que dicen las propias Naciones Unidas y la FAO, sino más bien todo lo contrario. En los últimos años estas instituciones  apuestan por la agroecología como el mejor camino para acabar con el hambre.
Las palabras de Olivier De Schutter, relator especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentaciónno dejan lugar a dudas[2]: “ Un viraje urgente hacia la “ecoagricultura” es la única manera de poner fin al hambre y de enfrentar los desafíos del cambio climático y la pobreza rural […] Los rendimientos aumentaron 214 por ciento en 44 proyectos en 20 países de África subsahariana usando técnicas de agricultura ecológica durante un periodo de tres a 10 años, mucho más que lo que jamás logró ningún (cultivo) genéticamente modificado […] La evidencia científica actual demuestra que el desempeño de los métodos agroecológicos supera al del uso de fertilizantes químicos en el estímulo a la producción alimentaria en regiones donde viven los hambrientos”.
Es probable que el Sr. Mulet sepa esto y es posible que no le guste nada en absoluto, porque el éxito de la agricultura ecológica pone en entredicho sus investigaciones. Pero  los datos lo están diciendo claramente: la agroecología no sólo es mejor para el medio ambiente, es igual de productiva que la agricultura química y, en ocasiones, la supera.
De hecho, el Sr. Mulet argumenta que los defensores de los alimentos ecológicos engañan a los consumidores con el miedo a los químicos, pero ese mismo miedo también lo usa él cuando insinúa que los alimentos ecológicos son “inseguros”  obviando que pasan exactamente los mismos controles que los convencionales y también que es la agricultura y la ganadería industrial, con su  hacinamiento de animales (y plantas) de una misma especie, la que se vuelve ideal para la expansión de  epidemias. De hecho, son las grandes explotaciones industrializadas de Asia las que están teniendo problemas con la gripe aviar, no las pequeñas granjas ecológicas.
Pero lo que el Sr. Mulet no dice, y es, probablemente,  lo más importante,  es que la agricultura química actual no tiene  futuro porque necesita un suministro de petróleo  barato y abundante, y el petróleo ha dejado de ser barato y va a  dejar de ser abundante. Y es que el gran aumento de productividad de los años 60 y 70 se basó en el petróleo y el gas natural, necesarios para la síntesis, tanto de los abonos químicos y pesticidas, como del gasóleo, combustible indispensable para la maquinaria agrícola.
El declive del oro negro en estas décadas va a hacer que tengamos que emprender  una difícil  reconversión de la agricultura mundial porque el modelo actual está inevitablemente ligado al petróleo y vamos a necesitar usar técnicas agroecológicas que,  aunque también emplean maquinaria, consigue ahorros energéticos muy interesantes. Esto va a chocar con muchas resistencias, ya que  la industria química no está, evidentemente, interesada en vender menos. No es extraño que las personas que viven de esta industria ataquen la agroecología y defiendan la ingeniería genética, que ha tenido sus mayores “éxitos” en la creación de plantas resistentes a los herbicidas y que, por ello, fomentan el  consumo de agroquímicos. Probablemente la industria lo sabe y por eso está  intensificando sus mensajes  con tópicos como los que exhibe el señor Mulet. Por suerte, cada vez son más los agricultores que se pasan a la agricultura ecológica y  ven que las tierras les producen y  las cuentas les cuadran.
En cualquier caso, el artículo del Sr. Mulet  es buen reflejo de algunos prejuicios absurdos sobre la ecología, la ciencia y lo que se considera progreso que  deben empezar a caer. De hecho, una de las expresiones más curiosas de la entrevista es la siguiente: Frente a la identificación de los productos ecológicos o la lucha contra los transgénicos con un discurso progresista, Mulet sostiene que “mucha gente de izquierdas parece no haber leído a Marx y a Engels, que eran lo más racionalista que había […] Cuando la izquierda dejó de ir a misa tuvo que empezar a creer en cualquier tontería espiritual antisistema. Los mismo que la Iglesia, pero con una túnica azafrán en vez de una sotana”.
Esa afirmación de que estar en contra de los transgénicos “no es progresista” es bastante curiosa. Yo no sé si es que el Sr. Mulet se ha quedado en el siglo XIX -junto a Marx y Engels, porque no parece haber visto quién ha liderado la lucha contra estos cultivos en los últimos 20 años. La oposición a los transgénicos ha surgido principalmente de sindicatos campesinos dela Indiay Latinoamérica, que vieron cómo estas semillas permitían a la agroindustria monopolizar todavía más el mercado y llevar a la ruina a los campesinos más pobres.
Y por otra parte, es tremendamente curioso ver cómo Mulet asocia de un plumazo la racionalidad científica y las ideas de progreso con esa tecnología dura y agresiva para la naturaleza que son los transgénicos; y, por otro lado, identifica la ecología con lo irracional y con vagas espiritualidades orientales. Pues bien, Sr. Mulet: no es cierto y usted probablemente lo sabe bien. Lo que ahora llamamos agricultura ecológica no son sólo técnicas tradicionales, no es volver al pasado ni son supersticiones; es una agricultura basada en conocimientos científicos. Lo que sucede es que son conocimientos muy diferentes a los de “su” ingeniería genética, pero no por ello arcaicos, irracionales o poco rigurosos. De hecho, en mi opinión, la agricultura ecológica (y lo que se da en llamar agroecología y  permacultura, que son  tendencias más avanzadas de ésta), tiene un enfoque científico más moderno y eficaz, y los resultados lo están demostrando.
Si la ingeniería genética y la agricultura industrializada se basan en la química y la genética, la agroecología se basa en la biología y la ecología científica. Mientras la ingeniería genética utiliza una visión muy reduccionista, centrada en el gen como causa determinante, la agroecología tiene una visión mucho más sistémica y busca soluciones en los ecosistemas. Mientras la agricultura química y los transgénicos imponen a la naturaleza la lógica de las fábricas de producción industrial, la agroecología observa los ecosistemas, aprende de sus magníficos mecanismos de regulación y habla de biomímesis, es decir, de imitar a la naturaleza (incluso en la ingeniería y con resultados bastante interesantes, por cierto).  Mientras la agroindustria convierte la agricultura en una actividad altamente perjudicial para la naturaleza, la agroecología consigue un equilibrio entre el ser humano y el resto de las especies, de las que depende, en definitiva, nuestra propia vida. Ambas son racionales y ambas son científicas, pero la agricultura química es hija de las tendencias reduccionistas de la ciencia del XVIII, mientras la agricultura ecológica tiene una mentalidad más moderna y sistémica, heredera de la teoría de sistemas que surge a principios de siglo XX y, es, además, mucho más capaz de responder al reto más importante de la humanidad en el siglo XXI: conseguir una civilización compatible con el planeta.
A ver si desterramos de una vez esos extraños prejuicios que asocian el avance científico y el progresismo con  tecnologías agresivas para el medio ambiente y  la ecología con la añoranza romántica del pasado y cierta espiritualidad new age. La ciencia que se base en la ecología y, por tanto, nos enseñe a llegar a un equilibrio con  el planeta, será la más avanzada, la más sensata y la que realmente nos pueda hacer progresar en este siglo que empieza.
La agricultura ecológica podría ser enormemente interesante para un país como España, muy dependiente del petróleo y que necesita urgentemente crear empleos (aspecto en el que la agricultura ecológica es más eficaz[3]).  Desgraciadamente,  a pesar de que somos el primer país productor de alimentos ecológicos de Europa, los sucesivos gobiernos han defendido los cultivos genéticamente modificados y han desarrollado una legislación que penaliza las pequeñas explotaciones biológicas, con lo cual no es extraño que estos alimentos sean más caros: es casi un milagro que se produzcan.
Así pues, hagamos bueno el título del libro de Mulet y digamos que hay que comer sin miedo alimentos ecológicos: sin miedo a que no podamos producir lo suficiente para alimentar a la humanidad, sin miedo a que no sean seguros y sin miedo a que nos arruinen. Porque la principal razón para comprarlos no es el miedo al cáncer sino la evidencia que muestran los datos y  nos gritan nuestros sentidos: son productos de buena calidad que suelen merecer su precio, beneficiosos tanto para el medio ambiente como para los más pobres del planeta, que ayudan a crear puestos de trabajo en el medio rural y que, además, nos ayudan a independizarnos de un petróleo que tiene los días contados.
Margarita Mediavilla Pascual

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Hace unas semanas acaparó cierto interés en los medios de comunicación la presentación del libro del doctor José Miguel Mulet, profesor de Biotecnología de la Universidad Politécnicade Valencia, titulado Comer sin miedo, en el que pretende desmontar mitos, falacias y mentiras sobre la alimentación en el siglo XXI. En la entrevista aparecida en El País sobre dicho libro, el autor critica algunas tendencias actuales en alimentación y en concreto,  la “moda” de los alimentos ecológicos. Estos alimentos, según él, son un engaño porque utilizan el miedo a lo artificial para vender un producto más caro que, en su opinión, no es mejor ni para el consumidor ni para el medio ambiente.
Hay que reconocer que, en la primera parte de su entrevista, el Sr. Mulet tiene acierto al atacar esa tendencia un poco paranoica de nuestra sociedad a generar modas sobre dietas “salvadoras”, pero luego pierde todo el equilibrio y toda la razón cuando empieza a hablar de los alimentos ecológicos. A partir de ahí su entrevista se llena de tópicos y razonamientos rocambolescos con un estilo claramente manipulador, apoyado, además, en datos que no son ciertos. Merece la pena entretenerse en desmontar su discurso porque se basa en un montón de prejuicios, que, por desgracia, son más comunes de lo que deberían.
Una de las afirmaciones más rocambolescas del Sr. Mulet es decir que la agricultura ecológica es perjudicial para el medio ambiente porque la producción es mucho menor, del orden de un 50-25% y, por ello, se necesitan muchas más tierras para producir lo mismo. Incluso si ese dato fuera cierto, es bastante sorprendente que llame  perjudicial a una agricultura que evita impactos tan enormes sobre el medio ambiente como la erosión y pérdida de suelo fértil, la eutrofización de los ríos debida al exceso de abonos nitrogenados, gran parte de las emisiones de CO2, la pérdida de biodiversidad de aves, insectos, abejas, y todo tipo de descomponedores y microorganismos del suelo, etc. Además, la agricultura ecológica, incluso aunque usara dos o tres veces más tierra para producir lo mismo (que no lo hace), “roba” muchos menos espacios a la fauna y flora silvestre, porque crea agroecosistemas equilibrados donde conviven múltiples especies silvestres, siendo la clave de la supervivencia de muchas de ellas.
Pero  esta afirmación es todavía más rocambolesca porque el dato que da  el Sr. Mulet, es, directamente, falso. Cualquiera que haya ojeado estudios o conozca a algún agricultor orgánico sabe que los rendimientos por hectárea de éstos son un poco menores, pero únicamente del orden de un 10%.  En una síntesis de diversos trabajos, Miguel Ángel Altieri, uno de los mayores expertos mundiales sobre agroecología, indica que en agricultura ecológica los rendimientos por unidad de área de cultivo pueden ser un 5-10% menores que en cultivo químico, pero son mayores los relacionados con otros factores (por unidad de energía, de agua, de suelo perdido, etc.). También es conocido que el uso de abonos nitrogenados favorece la acumulación de agua en las plantas, de forma que los vegetales ecológicos tienen en torno a un 20% más materia seca por kilogramo[1], con lo cual es cuestionable incluso si los rendimientos reales son menores, porque cuando compramos un kilo de verdura, queremos comprar vitaminas, no  kilos de agua.
Esta idea de que  los pesticidas, herbicidas y transgénicos son un mal necesario -ya que “sin ellos no podríamos alimentar a toda la humanidad”–  está todavía muy presente en la mentalidad colectiva, a pesar de que no es precisamente eso lo que dicen las propias Naciones Unidas y la FAO, sino más bien todo lo contrario. En los últimos años estas instituciones  apuestan por la agroecología como el mejor camino para acabar con el hambre.
Las palabras de Olivier De Schutter, relator especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentaciónno dejan lugar a dudas[2]: “ Un viraje urgente hacia la “ecoagricultura” es la única manera de poner fin al hambre y de enfrentar los desafíos del cambio climático y la pobreza rural […] Los rendimientos aumentaron 214 por ciento en 44 proyectos en 20 países de África subsahariana usando técnicas de agricultura ecológica durante un periodo de tres a 10 años, mucho más que lo que jamás logró ningún (cultivo) genéticamente modificado […] La evidencia científica actual demuestra que el desempeño de los métodos agroecológicos supera al del uso de fertilizantes químicos en el estímulo a la producción alimentaria en regiones donde viven los hambrientos”.
Es probable que el Sr. Mulet sepa esto y es posible que no le guste nada en absoluto, porque el éxito de la agricultura ecológica pone en entredicho sus investigaciones. Pero  los datos lo están diciendo claramente: la agroecología no sólo es mejor para el medio ambiente, es igual de productiva que la agricultura química y, en ocasiones, la supera.
De hecho, el Sr. Mulet argumenta que los defensores de los alimentos ecológicos engañan a los consumidores con el miedo a los químicos, pero ese mismo miedo también lo usa él cuando insinúa que los alimentos ecológicos son “inseguros”  obviando que pasan exactamente los mismos controles que los convencionales y también que es la agricultura y la ganadería industrial, con su  hacinamiento de animales (y plantas) de una misma especie, la que se vuelve ideal para la expansión de  epidemias. De hecho, son las grandes explotaciones industrializadas de Asia las que están teniendo problemas con la gripe aviar, no las pequeñas granjas ecológicas.
Pero lo que el Sr. Mulet no dice, y es, probablemente,  lo más importante,  es que la agricultura química actual no tiene  futuro porque necesita un suministro de petróleo  barato y abundante, y el petróleo ha dejado de ser barato y va a  dejar de ser abundante. Y es que el gran aumento de productividad de los años 60 y 70 se basó en el petróleo y el gas natural, necesarios para la síntesis, tanto de los abonos químicos y pesticidas, como del gasóleo, combustible indispensable para la maquinaria agrícola.
El declive del oro negro en estas décadas va a hacer que tengamos que emprender  una difícil  reconversión de la agricultura mundial porque el modelo actual está inevitablemente ligado al petróleo y vamos a necesitar usar técnicas agroecológicas que,  aunque también emplean maquinaria, consigue ahorros energéticos muy interesantes. Esto va a chocar con muchas resistencias, ya que  la industria química no está, evidentemente, interesada en vender menos. No es extraño que las personas que viven de esta industria ataquen la agroecología y defiendan la ingeniería genética, que ha tenido sus mayores “éxitos” en la creación de plantas resistentes a los herbicidas y que, por ello, fomentan el  consumo de agroquímicos. Probablemente la industria lo sabe y por eso está  intensificando sus mensajes  con tópicos como los que exhibe el señor Mulet. Por suerte, cada vez son más los agricultores que se pasan a la agricultura ecológica y  ven que las tierras les producen y  las cuentas les cuadran.
En cualquier caso, el artículo del Sr. Mulet  es buen reflejo de algunos prejuicios absurdos sobre la ecología, la ciencia y lo que se considera progreso que  deben empezar a caer. De hecho, una de las expresiones más curiosas de la entrevista es la siguiente: Frente a la identificación de los productos ecológicos o la lucha contra los transgénicos con un discurso progresista, Mulet sostiene que “mucha gente de izquierdas parece no haber leído a Marx y a Engels, que eran lo más racionalista que había […] Cuando la izquierda dejó de ir a misa tuvo que empezar a creer en cualquier tontería espiritual antisistema. Los mismo que la Iglesia, pero con una túnica azafrán en vez de una sotana”.
Esa afirmación de que estar en contra de los transgénicos “no es progresista” es bastante curiosa. Yo no sé si es que el Sr. Mulet se ha quedado en el siglo XIX -junto a Marx y Engels, porque no parece haber visto quién ha liderado la lucha contra estos cultivos en los últimos 20 años. La oposición a los transgénicos ha surgido principalmente de sindicatos campesinos dela Indiay Latinoamérica, que vieron cómo estas semillas permitían a la agroindustria monopolizar todavía más el mercado y llevar a la ruina a los campesinos más pobres.
Y por otra parte, es tremendamente curioso ver cómo Mulet asocia de un plumazo la racionalidad científica y las ideas de progreso con esa tecnología dura y agresiva para la naturaleza que son los transgénicos; y, por otro lado, identifica la ecología con lo irracional y con vagas espiritualidades orientales. Pues bien, Sr. Mulet: no es cierto y usted probablemente lo sabe bien. Lo que ahora llamamos agricultura ecológica no son sólo técnicas tradicionales, no es volver al pasado ni son supersticiones; es una agricultura basada en conocimientos científicos. Lo que sucede es que son conocimientos muy diferentes a los de “su” ingeniería genética, pero no por ello arcaicos, irracionales o poco rigurosos. De hecho, en mi opinión, la agricultura ecológica (y lo que se da en llamar agroecología y  permacultura, que son  tendencias más avanzadas de ésta), tiene un enfoque científico más moderno y eficaz, y los resultados lo están demostrando.
Si la ingeniería genética y la agricultura industrializada se basan en la química y la genética, la agroecología se basa en la biología y la ecología científica. Mientras la ingeniería genética utiliza una visión muy reduccionista, centrada en el gen como causa determinante, la agroecología tiene una visión mucho más sistémica y busca soluciones en los ecosistemas. Mientras la agricultura química y los transgénicos imponen a la naturaleza la lógica de las fábricas de producción industrial, la agroecología observa los ecosistemas, aprende de sus magníficos mecanismos de regulación y habla de biomímesis, es decir, de imitar a la naturaleza (incluso en la ingeniería y con resultados bastante interesantes, por cierto).  Mientras la agroindustria convierte la agricultura en una actividad altamente perjudicial para la naturaleza, la agroecología consigue un equilibrio entre el ser humano y el resto de las especies, de las que depende, en definitiva, nuestra propia vida. Ambas son racionales y ambas son científicas, pero la agricultura química es hija de las tendencias reduccionistas de la ciencia del XVIII, mientras la agricultura ecológica tiene una mentalidad más moderna y sistémica, heredera de la teoría de sistemas que surge a principios de siglo XX y, es, además, mucho más capaz de responder al reto más importante de la humanidad en el siglo XXI: conseguir una civilización compatible con el planeta.
A ver si desterramos de una vez esos extraños prejuicios que asocian el avance científico y el progresismo con  tecnologías agresivas para el medio ambiente y  la ecología con la añoranza romántica del pasado y cierta espiritualidad new age. La ciencia que se base en la ecología y, por tanto, nos enseñe a llegar a un equilibrio con  el planeta, será la más avanzada, la más sensata y la que realmente nos pueda hacer progresar en este siglo que empieza.
La agricultura ecológica podría ser enormemente interesante para un país como España, muy dependiente del petróleo y que necesita urgentemente crear empleos (aspecto en el que la agricultura ecológica es más eficaz[3]).  Desgraciadamente,  a pesar de que somos el primer país productor de alimentos ecológicos de Europa, los sucesivos gobiernos han defendido los cultivos genéticamente modificados y han desarrollado una legislación que penaliza las pequeñas explotaciones biológicas, con lo cual no es extraño que estos alimentos sean más caros: es casi un milagro que se produzcan.
Así pues, hagamos bueno el título del libro de Mulet y digamos que hay que comer sin miedo alimentos ecológicos: sin miedo a que no podamos producir lo suficiente para alimentar a la humanidad, sin miedo a que no sean seguros y sin miedo a que nos arruinen. Porque la principal razón para comprarlos no es el miedo al cáncer sino la evidencia que muestran los datos y  nos gritan nuestros sentidos: son productos de buena calidad que suelen merecer su precio, beneficiosos tanto para el medio ambiente como para los más pobres del planeta, que ayudan a crear puestos de trabajo en el medio rural y que, además, nos ayudan a independizarnos de un petróleo que tiene los días contados.
Margarita Mediavilla Pascual

– See more at: http://www.eis.uva.es/energiasostenible/?p=1984#sthash.8bjdsXM6.dpuf

miedo

Hace unas semanas acaparó cierto interés en los medios de comunicación la presentación del libro del doctor José Miguel Mulet, profesor de Biotecnología de la Universidad Politécnicade Valencia, titulado Comer sin miedo, en el que pretende desmontar mitos, falacias y mentiras sobre la alimentación en el siglo XXI. En la entrevista aparecida en El País sobre dicho libro, el autor critica algunas tendencias actuales en alimentación y en concreto,  la “moda” de los alimentos ecológicos. Estos alimentos, según él, son un engaño porque utilizan el miedo a lo artificial para vender un producto más caro que, en su opinión, no es mejor ni para el consumidor ni para el medio ambiente.
Hay que reconocer que, en la primera parte de su entrevista, el Sr. Mulet tiene acierto al atacar esa tendencia un poco paranoica de nuestra sociedad a generar modas sobre dietas “salvadoras”, pero luego pierde todo el equilibrio y toda la razón cuando empieza a hablar de los alimentos ecológicos. A partir de ahí su entrevista se llena de tópicos y razonamientos rocambolescos con un estilo claramente manipulador, apoyado, además, en datos que no son ciertos. Merece la pena entretenerse en desmontar su discurso porque se basa en un montón de prejuicios, que, por desgracia, son más comunes de lo que deberían.
Una de las afirmaciones más rocambolescas del Sr. Mulet es decir que la agricultura ecológica es perjudicial para el medio ambiente porque la producción es mucho menor, del orden de un 50-25% y, por ello, se necesitan muchas más tierras para producir lo mismo. Incluso si ese dato fuera cierto, es bastante sorprendente que llame  perjudicial a una agricultura que evita impactos tan enormes sobre el medio ambiente como la erosión y pérdida de suelo fértil, la eutrofización de los ríos debida al exceso de abonos nitrogenados, gran parte de las emisiones de CO2, la pérdida de biodiversidad de aves, insectos, abejas, y todo tipo de descomponedores y microorganismos del suelo, etc. Además, la agricultura ecológica, incluso aunque usara dos o tres veces más tierra para producir lo mismo (que no lo hace), “roba” muchos menos espacios a la fauna y flora silvestre, porque crea agroecosistemas equilibrados donde conviven múltiples especies silvestres, siendo la clave de la supervivencia de muchas de ellas.
Pero  esta afirmación es todavía más rocambolesca porque el dato que da  el Sr. Mulet, es, directamente, falso. Cualquiera que haya ojeado estudios o conozca a algún agricultor orgánico sabe que los rendimientos por hectárea de éstos son un poco menores, pero únicamente del orden de un 10%.  En una síntesis de diversos trabajos, Miguel Ángel Altieri, uno de los mayores expertos mundiales sobre agroecología, indica que en agricultura ecológica los rendimientos por unidad de área de cultivo pueden ser un 5-10% menores que en cultivo químico, pero son mayores los relacionados con otros factores (por unidad de energía, de agua, de suelo perdido, etc.). También es conocido que el uso de abonos nitrogenados favorece la acumulación de agua en las plantas, de forma que los vegetales ecológicos tienen en torno a un 20% más materia seca por kilogramo[1], con lo cual es cuestionable incluso si los rendimientos reales son menores, porque cuando compramos un kilo de verdura, queremos comprar vitaminas, no  kilos de agua.
Esta idea de que  los pesticidas, herbicidas y transgénicos son un mal necesario -ya que “sin ellos no podríamos alimentar a toda la humanidad”–  está todavía muy presente en la mentalidad colectiva, a pesar de que no es precisamente eso lo que dicen las propias Naciones Unidas y la FAO, sino más bien todo lo contrario. En los últimos años estas instituciones  apuestan por la agroecología como el mejor camino para acabar con el hambre.
Las palabras de Olivier De Schutter, relator especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentaciónno dejan lugar a dudas[2]: “ Un viraje urgente hacia la “ecoagricultura” es la única manera de poner fin al hambre y de enfrentar los desafíos del cambio climático y la pobreza rural […] Los rendimientos aumentaron 214 por ciento en 44 proyectos en 20 países de África subsahariana usando técnicas de agricultura ecológica durante un periodo de tres a 10 años, mucho más que lo que jamás logró ningún (cultivo) genéticamente modificado […] La evidencia científica actual demuestra que el desempeño de los métodos agroecológicos supera al del uso de fertilizantes químicos en el estímulo a la producción alimentaria en regiones donde viven los hambrientos”.
Es probable que el Sr. Mulet sepa esto y es posible que no le guste nada en absoluto, porque el éxito de la agricultura ecológica pone en entredicho sus investigaciones. Pero  los datos lo están diciendo claramente: la agroecología no sólo es mejor para el medio ambiente, es igual de productiva que la agricultura química y, en ocasiones, la supera.
De hecho, el Sr. Mulet argumenta que los defensores de los alimentos ecológicos engañan a los consumidores con el miedo a los químicos, pero ese mismo miedo también lo usa él cuando insinúa que los alimentos ecológicos son “inseguros”  obviando que pasan exactamente los mismos controles que los convencionales y también que es la agricultura y la ganadería industrial, con su  hacinamiento de animales (y plantas) de una misma especie, la que se vuelve ideal para la expansión de  epidemias. De hecho, son las grandes explotaciones industrializadas de Asia las que están teniendo problemas con la gripe aviar, no las pequeñas granjas ecológicas.
Pero lo que el Sr. Mulet no dice, y es, probablemente,  lo más importante,  es que la agricultura química actual no tiene  futuro porque necesita un suministro de petróleo  barato y abundante, y el petróleo ha dejado de ser barato y va a  dejar de ser abundante. Y es que el gran aumento de productividad de los años 60 y 70 se basó en el petróleo y el gas natural, necesarios para la síntesis, tanto de los abonos químicos y pesticidas, como del gasóleo, combustible indispensable para la maquinaria agrícola.
El declive del oro negro en estas décadas va a hacer que tengamos que emprender  una difícil  reconversión de la agricultura mundial porque el modelo actual está inevitablemente ligado al petróleo y vamos a necesitar usar técnicas agroecológicas que,  aunque también emplean maquinaria, consigue ahorros energéticos muy interesantes. Esto va a chocar con muchas resistencias, ya que  la industria química no está, evidentemente, interesada en vender menos. No es extraño que las personas que viven de esta industria ataquen la agroecología y defiendan la ingeniería genética, que ha tenido sus mayores “éxitos” en la creación de plantas resistentes a los herbicidas y que, por ello, fomentan el  consumo de agroquímicos. Probablemente la industria lo sabe y por eso está  intensificando sus mensajes  con tópicos como los que exhibe el señor Mulet. Por suerte, cada vez son más los agricultores que se pasan a la agricultura ecológica y  ven que las tierras les producen y  las cuentas les cuadran.
En cualquier caso, el artículo del Sr. Mulet  es buen reflejo de algunos prejuicios absurdos sobre la ecología, la ciencia y lo que se considera progreso que  deben empezar a caer. De hecho, una de las expresiones más curiosas de la entrevista es la siguiente: Frente a la identificación de los productos ecológicos o la lucha contra los transgénicos con un discurso progresista, Mulet sostiene que “mucha gente de izquierdas parece no haber leído a Marx y a Engels, que eran lo más racionalista que había […] Cuando la izquierda dejó de ir a misa tuvo que empezar a creer en cualquier tontería espiritual antisistema. Los mismo que la Iglesia, pero con una túnica azafrán en vez de una sotana”.
Esa afirmación de que estar en contra de los transgénicos “no es progresista” es bastante curiosa. Yo no sé si es que el Sr. Mulet se ha quedado en el siglo XIX -junto a Marx y Engels, porque no parece haber visto quién ha liderado la lucha contra estos cultivos en los últimos 20 años. La oposición a los transgénicos ha surgido principalmente de sindicatos campesinos dela Indiay Latinoamérica, que vieron cómo estas semillas permitían a la agroindustria monopolizar todavía más el mercado y llevar a la ruina a los campesinos más pobres.
Y por otra parte, es tremendamente curioso ver cómo Mulet asocia de un plumazo la racionalidad científica y las ideas de progreso con esa tecnología dura y agresiva para la naturaleza que son los transgénicos; y, por otro lado, identifica la ecología con lo irracional y con vagas espiritualidades orientales. Pues bien, Sr. Mulet: no es cierto y usted probablemente lo sabe bien. Lo que ahora llamamos agricultura ecológica no son sólo técnicas tradicionales, no es volver al pasado ni son supersticiones; es una agricultura basada en conocimientos científicos. Lo que sucede es que son conocimientos muy diferentes a los de “su” ingeniería genética, pero no por ello arcaicos, irracionales o poco rigurosos. De hecho, en mi opinión, la agricultura ecológica (y lo que se da en llamar agroecología y  permacultura, que son  tendencias más avanzadas de ésta), tiene un enfoque científico más moderno y eficaz, y los resultados lo están demostrando.
Si la ingeniería genética y la agricultura industrializada se basan en la química y la genética, la agroecología se basa en la biología y la ecología científica. Mientras la ingeniería genética utiliza una visión muy reduccionista, centrada en el gen como causa determinante, la agroecología tiene una visión mucho más sistémica y busca soluciones en los ecosistemas. Mientras la agricultura química y los transgénicos imponen a la naturaleza la lógica de las fábricas de producción industrial, la agroecología observa los ecosistemas, aprende de sus magníficos mecanismos de regulación y habla de biomímesis, es decir, de imitar a la naturaleza (incluso en la ingeniería y con resultados bastante interesantes, por cierto).  Mientras la agroindustria convierte la agricultura en una actividad altamente perjudicial para la naturaleza, la agroecología consigue un equilibrio entre el ser humano y el resto de las especies, de las que depende, en definitiva, nuestra propia vida. Ambas son racionales y ambas son científicas, pero la agricultura química es hija de las tendencias reduccionistas de la ciencia del XVIII, mientras la agricultura ecológica tiene una mentalidad más moderna y sistémica, heredera de la teoría de sistemas que surge a principios de siglo XX y, es, además, mucho más capaz de responder al reto más importante de la humanidad en el siglo XXI: conseguir una civilización compatible con el planeta.
A ver si desterramos de una vez esos extraños prejuicios que asocian el avance científico y el progresismo con  tecnologías agresivas para el medio ambiente y  la ecología con la añoranza romántica del pasado y cierta espiritualidad new age. La ciencia que se base en la ecología y, por tanto, nos enseñe a llegar a un equilibrio con  el planeta, será la más avanzada, la más sensata y la que realmente nos pueda hacer progresar en este siglo que empieza.
La agricultura ecológica podría ser enormemente interesante para un país como España, muy dependiente del petróleo y que necesita urgentemente crear empleos (aspecto en el que la agricultura ecológica es más eficaz[3]).  Desgraciadamente,  a pesar de que somos el primer país productor de alimentos ecológicos de Europa, los sucesivos gobiernos han defendido los cultivos genéticamente modificados y han desarrollado una legislación que penaliza las pequeñas explotaciones biológicas, con lo cual no es extraño que estos alimentos sean más caros: es casi un milagro que se produzcan.
Así pues, hagamos bueno el título del libro de Mulet y digamos que hay que comer sin miedo alimentos ecológicos: sin miedo a que no podamos producir lo suficiente para alimentar a la humanidad, sin miedo a que no sean seguros y sin miedo a que nos arruinen. Porque la principal razón para comprarlos no es el miedo al cáncer sino la evidencia que muestran los datos y  nos gritan nuestros sentidos: son productos de buena calidad que suelen merecer su precio, beneficiosos tanto para el medio ambiente como para los más pobres del planeta, que ayudan a crear puestos de trabajo en el medio rural y que, además, nos ayudan a independizarnos de un petróleo que tiene los días contados.
Margarita Mediavilla Pascual

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