RICHARD WOLFF / ECONOMISTA “Los adultos pasan la vida en el trabajo, y en el trabajo no hay democracia”

Publicat a  CTXT. Contexto y Acción

Álvaro Guzmán Bastida / Traducción Adriana M. Andrade

Richard Wolff
Shane Knight
Nueva York | 4 de Mayo de 2016
Como Bernie Sanders, Richard Wolff (1942) ha pasado toda su vida adulta hablando y escribiendo sobre las mismas cosas. Hasta no hace mucho su feroz crítica al capitalismo se podía oír en el programa de radio  Economic Update y leer en numerosos libros y ensayos, pero tenía poca resonancia fuera de ciertos nichos de la izquierda. Sin embargo, en los últimos meses, en paralelo al ascenso en las encuestas del senador de Vermont, su voz se ha amplificado de manera notable. Cuando Wolff, economista marxista formado en Harvard, Yale y Stanford, recibió a CTXT  en una cafetería cerca de su oficina en la New School for Social Research de Manhattan hace un par de semanas, estaba preparando un viaje a Kentucky para dar conferencias en varias universidades. “Nunca he estado en Kentucky”, contaba admirado, “¡y me van pagar para que hable del desastre del capitalismo y de qué se puede hacer para cambiarlo!”. Wolff señala al movimiento Occupy Wall Street como la fuerza que ha puesto teorías como las suyas o las de Sanders encima de la mesa. En su peculiar tono –a la par didáctico y contundente– Wolff habla de la situación actual de la economía estadounidense, de la competencia a nivel global, y de los entresijos de la solución que propone en su libro Democracy at Work: A Cure for Capitalism (Haymarket Books, 2012) (Democracia en el trabajo: una cura para el capitalismo), inspirada en la cooperativa vasca Mondragón. 
Parece que en este lado del Atlántico las cosas marchan mejor económicamente que en Europa o en la mayoría del mundo. Y aún así usted describe la situación económica estadounidense como desalentadora, incluso como un desastre. ¿No viven una recuperación los Estados Unidos, con menos desempleo y un crecimiento sostenido?
Hay que entender que Europa es diferente porque son muchos países. En EE.UU. hay muchas ciudades y estados, pero son tamaño de los países europeos. Allí está Grecia, aquí Puerto Rico. Me gustaría llevarle a Detroit para enseñarle algo que ni siquiera existe en Europa. 
¿Qué pasa en Detroit?
Un tercio de la ciudad está abandonada. Una de cada dos casas está quemada. Los perros salvajes representan un verdadero problema social. Repito: perros salvajes. Hace veinte o treinta años Detroit constituía el mejor ejemplo del capitalismo americano. Cuando el rey de España o el primer ministro inglés visitaban los Estados Unidos, el presidente les llevaba a Detroit para que vieran las fábricas, los trabajadores que tenían buenos sueldos porque eran miembros de un sindicato fuerte, el UAW.  Ahora no hay nada de eso. El UAW casi ni existe. En 1970 Detroit tenía dos millones de habitantes. Ahora tiene 700.000. Más de la mitad, 1,3 millones ya no están.
¿Qué pasó?
Ford, General Motors y Chrysler se fueron. Ganan más dinero fabricando coches en México, Canadá y ahora también en China. Eso es todo. Le dijeron ´que os jodan´ a la clase trabajadora. La ciudad está en bancarrota. Podría pasarme tres horas poniendo ejemplos de la desaparición de la clase media americana. ¿Es cierto que hemos reducido el número de desempleados de 15 millones a siete u ocho? Sí, pero lo que ocurre es que la mitad ya no forman parte de la población activa, es decir, ya no buscan empleo.
Quiere decir que los bajos niveles de desempleo ocultan una realidad económica dura para la mayoría de los americanos…
Nuestra economía se ha reorganizado. Casi todos los buenos trabajos –bien pagados, con pensión, cobertura sanitaria y todo eso– se han reducido drásticamente. Quizá se hayan reducido a la mitad. Toda esa gente ha sido recolocada como trabajadores del sector servicios. Trabajan en gimnasios, en Amazon, transportando paquetes, camareros en Starbucks. Tienen empleo, un salario bajo, ninguna prestación, y ningún futuro, nada. Pero están trabajando.  Eso no es una solución económica. Por eso, aunque tengamos poco paro nuestra economía no va a ninguna parte. No tenemos crecimiento ni bienestar. La brecha sigue creciendo porque antes toda esa gente formaba parte de familias que tenían buenos sueldos, que cumplían esa especie de sueño americano de tener una casa, un coche, de poder mandar a sus hijos a la universidad. Ahora ya no lo pueden hacer. La gente joven ni se casa ni tiene hijos. Ni siquiera saben cómo van a pagar los préstamos que pidieron para estudiar. 
¿A quienes atribuyen esa situación a la creciente competencia a nivel global?
En los últimos 40 años la relación entre capital y trabajo se ha alterado radicalmente. Después de la caída de la Unión Soviética y del cambio de la atmósfera política en China, el capitalismo occidental ha visto incorporarse a sus filas un enorme número de trabajadores. China puede ofrecer mano de obra muy bien preparada y muy mal pagada  a cualquier empresa europea o americana. India, Brasil, o Europa del este pueden hacer lo mismo. Pensemos, por un momento, en ello con mentalidad capitalista:  de repente contamos con muchísima más mano de obra. Y, si tus trabajadores tienen salarios a nivel europeo o americano te preguntas: ´¿para qué necesito a esta gente? Cierro la fábrica de Barcelona, París, Cincinnati o Chicago y la abro en Shanghái, en Hyderabad o en Sao Paulo´.
Algunos afirman que esto está suponiendo un cambio de las condiciones de vida para el Hemisferio Sur. Dicen que las periferias están creciendo y que se acercan a occidente gracias al desarrollo. En definitiva, que la riqueza se está moviendo desde el centro hacia la periferia. ¿Qué opina?
Pensar que esto va a ser beneficioso para el Hemisferio Sur es una ilusión. Los que toman las decisiones siguen siendo los mismos.  Enfrentarán a Brasil contra India como enfrentaron a Estados Unidos con China. Volverán a moverse. Irán a donde les convenga.
Entonces, ¿estamos ante una competencia a la baja?
Sí, pero no se trata de una conspiración. Podemos verlo con las marcas de ropa. Desembarcaron todas en China. Ahora muchas se están marchando porque en los últimos años los sueldos han aumentado un 5 o 6%. Se van a Vietnam o a Malasia. Ese es su trabajo. Todos compiten. También ocurre en EE.UU. Pero aquí se enfrentan una ciudad contra otra, un estado contra otro. Esta es una de las razones por las que tenemos una pésima estructura fiscal, que acaba poniendo todo el peso sobre los hombros de la clase media y baja.
Hablemos de la solución que propone en su libro. ¿Por qué cree que las cooperativas o, como usted prefiere llamarlas, empresas autogestionadas por sus trabajadores, son la solución para nuestros problemas?
Todo tiene que ver con la organización del trabajo y, con este modelo, los trabajadores no solo son empleados, sino que también son la cúpula directiva.
Lo que significa que son dueños del fruto de su trabajo y deciden cómo trabajar…
Ellos dirigen la empresa. Hacen en su empresa lo mismo que la Junta Directiva hace en una sociedad mercantil. Deciden qué producir, cómo hacerlo– con qué tecnología, en qué condiciones –, y dónde hacerlo. También qué hacer con los beneficios. Las plusvalías que generan los trabajadores les pertenecen y deciden qué hacer con ellas. No hay capitalistas.
Pero siguen teniendo que vender en el mercado, ¿no?
Solo si el mercado es la institución de distribución.
Pero ¿no percibe al mercado como origen del problema?
Hay un problema más básico. La estructura de una empresa es una cosa, el mecanismo de distribución de los productos o servicios es otra.  En EE.UU. el capitalismo se define como libertad de empresa y mercado. El socialismo es empresa pública y planificación. Pero Marx nunca hizo eso. En Marx no hay nada sobre planificación. La cuestión es quién produce la plusvalía y quién se queda con ella. En la esclavitud el esclavo produce la plusvalía y el amo se la queda. En el feudalismo es el siervo el que genera plusvalía y  el señor feudal el que se la queda. En el capitalismo, el empleado genera la plusvalía y el propietario se la queda. En el comunismo, el trabajador la produce y se la queda. Esto es lo que dice la teoría.  En mi opinión, la materialización de esa teoría es una empresa en la que los trabajadores no solo generan la plusvalía, sino que se adueñan de ella. Esto lo diferencia de la esclavitud, del feudalismo y del capitalismo.
Muchos progresistas ponen el énfasis en la preponderancia del mercado. ¿Hay demasiado mercado en este momento?
El hecho de que haya gente de izquierdas enfadada con los mercados significa que hay algo que se ha perdido. Es un análisis desnortado, que camina hacia atrás. Que en la cultura burguesa no se hable del horror de la explotación en el trabajo y sí de los mercados resulta sospechoso. Están trabajando a favor de su enemigo.
Hablemos, pues, de producción. Dice que una democracia no está completa si no tiene instituciones económicas democráticas.
¿Completa? No hay democracia… Creo que la idea de que Estados Unidos es democrática es absurda.
¿Por qué?
Porque el lugar donde casi todos los adultos pasan la mayoría de sus vidas es en el trabajo, y en el trabajo no hay democracia. Entonces, ¿de qué estamos hablando? Como mucho podríamos decir que hay democracia en el lugar en el que resides –en tu casa, en tu barrio– – porque votas a un alcalde, a un senador, a un gobernador. Pero no votas a tu jefe. Incluso si equiparas la democracia al mero ejercicio del voto –cosa que yo no hago– esta no existe donde pasas más tiempo, que es en el trabajo. 
Si no hay democracia ¿qué hay entonces en el trabajo? 
Una dictadura. Es obvio. El lugar de trabajo es fundamentalmente, no solo no democrático, sino una institución antidemocrática. Cuando llegas al puesto de trabajo, cruzas la puerta y te dicen lo que hay que hacer, cómo hacerlo, y dónde hacerlo. Cuando terminas, vuelves a casa y otros se apropian de lo que tú has producido. Tú no tienes nada que decir al respecto.
¿En qué medida resulta más democrático su modelo, basado en las empresas autogestionadas?
Todas las decisiones importantes se tomarían por voto mayoritario. Una persona, un voto. Una decisión colectiva. Se propone, se discute, y se decide. Por ejemplo, ¿vamos a desplazar la producción de Ohio a China? Eso es una conversación corta porque sé la respuesta, y tú también. No. ¿Qué grupo de trabajadores destruiría su propio trabajo, comunidad y futuro? Es de locos. Otro ejemplo. A la hora de repartir las ganancias ¿crees que le darían millones de dólares a unos pocos mientras el resto no podría ni mandar a sus hijos a la universidad? Eso no ocurriría. 
Sobre esto último, utiliza como ejemplo a la cooperativa Mondragón.
Sí. En el caso de Mondragón, la persona mejor pagada no puede recibir 8,5 veces lo que gana el de menor sueldo. En este país la proporción de lo que gana un Director General y el peor pagado en una empresa es de 300 a 1, de media. En algunos casos de 600 a 1. El problema no es cómo distribuir la renta. Esa es la peor manera de afrontar el problema. Estamos creando conflicto y animosidad. Por eso los que pueden evaden impuestos. Un método mucho más inteligente sería no distribuir de manera desigual de entrada. 
Supongo que la gente que aboga por la implicación del estado y la redistribución desde arriba está preocupada por el problema de la escala. ¿Qué se puede hacer para que esto funcione para la mayoría de la gente, sobre todo en cooperativas que no compiten con empresas que deslocalizan la producción?
Creo que el capitalismo es una organización social y presenta un problema social. Para solucionar un problema social se necesita un movimiento social. Uno puede imaginarse a todas las empresas, pequeñas, medianas y grandes pasando por una transición hacia el modelo de la autogestión. Pero creo que antes de que ese proceso concluya habrá un conflicto. Los capitalistas van a verlo como una amenaza. ¿Cómo van a seguir pagando poco a los trabajadores y mucho a los ejecutivos si la cooperativa de enfrente no permite esas prácticas? Necesitamos un partido político que defienda a los trabajadores de cooperativas y cuya estructura de base sea la de los trabajadores de cooperativas, que apoyan y fomentan su crecimiento. Por cierto, esto es una réplica del nacimiento del capitalismo. Los primeros capitalistas  también necesitaron un movimiento social para arrebatarle el control al gobierno feudal del rey. Tuvieron que luchar para desarrollar los partidos políticos, el parlamento. Creo que tanto republicanos como demócratas son agentes del sistema capitalista. Tendremos que tener un agente del sistema alternativo y políticas para estos sistemas alternativos,  algo de lo que ahora carecemos. 
Entonces, quienes ven en el Estado la herramienta para dotar de soluciones a los problemas sociales que plantea, ¿se equivocan?
No tiene nada que ver que el estado sea más intervencionista con que cambie el sistema de producción. La Unión Soviética representa el estado erigiéndose en gestor del sistema de producción. No era la idea inicial, pero lo que terminaron haciendo fue deshacerse del modelo de capitalismo privado y sustituirlo por el estado. Pero el modelo era el mismo. El trabajador trabajaba de lunes a viernes, llegaba a las ocho, hacía su trabajo y se iba a casa. Otros tomaban las decisiones. Si el capitalista es el Estado y sus funcionarios, entonces  hay capitalismo de Estado. 
¿Qué significa para usted el modelo Mondragón?
Uso el ejemplo de Mondragón para varias cosas. Uno: el modelo es realizable; se puede hacer. Dos: para constatar que se puede resolver el problema de pasar de ser un grupo pequeño — en 1956 el Padre Arizmendiarrieta contaba con seis personas–  a ser una gran empresa con 80.000 o 100.000 trabajadores, con su propia cadena de supermercados y todo el resto. Tres: muchas de las cooperativas de Mondragón tuvieron que competir con empresas capitalistas en sus sectores. Hay quienes han dado el salto y lo han logrado. Que no me digan que una cooperativa no puede competir con una empresa capitalista. 
Habla de las redes de financiación de Mondragón como ejemplo a seguir. 
Sí. Mondragón destina un porcentaje de los beneficios de cada cooperativa a la Caja Laboral y ese dinero sirve para poner en marcha una nueva cooperativa. Así es cómo se autofinancia el movimiento cooperativo. Es muy importante. Es una forma de colaboración que resuelve el problema financiero para el desarrollo y crecimiento de las cooperativas. La mayoría de quienes me escuchan nunca ha oído hablar de Mondragón y, cuando les digo que es el séptimo grupo empresarial más grande de España, no saben qué pensar. 
Los movimientos sociales actuales no suelen centrarse en la producción como hace usted. Muchos ponen el énfasis en el hecho de que trabajamos demasiado, que deberíamos tener más tiempo para el disfrute, más ocio, menos trabajo, también por motivo ecológicos. ¿Cómo propone lograr el cambio social centrándose, una vez más, en la producción cuando muchos de sus supuestos aliados ven el trabajo como algo que querrían hacer menos tiempo, y no como una fuente de identidad?
Es un problema ideológico. La sociedad de la que queremos escapar es la que nos da forma. Esto no puede desaparecer de la noche a la mañana. Es absurdo debatir qué es más importante o que viene antes, si cambiar de mentalidad o cambiar las condiciones materiales. Las dos cosas tienen que cambiar. Por ejemplo: una empresa autogestionada puede decidir usar su plusvalía para incrementar el tiempo dedicado al ocio. Son los trabajadores quienes toman las decisiones. Tienen poder de decisión y por eso pueden destinarla a su tiempo libre, para estar más con la familia, para pintar, para cantar, para pasear, o para lo que les apetezca. O pueden inclinarse, otro ejemplo, por el medioambiente. No quieren contaminar el río y deciden producir menos, trabajar menos y destinar a eso la plusvalía. 
Eso necesitaría una cierta coordinación, ¿no? ¿Algún tipo de gobernanza política política por encima del nivel empresarial? 
Por supuesto tiene que haberla. Las decisiones de una empresa –una fábrica, una oficina, una tienda–  tienen un impacto en la comunidad. El sistema político tendrá que evolucionar para que las empresas y la comunidad sean co-determinantes. Cada una deberá tener poder de veto sobre la otra. De lo contrario, no hay una verdadera democracia. Por supuesto la democracia no está limitada por el lugar de trabajo. Eso solo sería posible si el lugar de trabajo estuviese separado de la comunidad, lo que nunca pasa. Ahora sucede algo similar: el alcalde se sienta con el ejecutivo de la empresa y toman las decisiones. Lo que ocurre es que trabajadores están excluidos de ese proceso. 

Tras el trauma de la Gran Recesión, la urbe vive un proceso de ‘desurbanización’. Ahora, el reto no es reconstruirla, sino concebir otra nueva

Article publicta a El País 

La abandonada Michigan Central Station, en Detroit.
La abandonada Michigan Central Station, en Detroit. Getty Images

La afición por la paradoja que caracteriza el convulso inicio de este milenio también afecta a los procesos de urbanización. Mientras en Oriente siguen empeñados en la construcción de ciudades densas como camino hacia el futuro de una estructura económica y su organización social, en Estados Unidos se ha hecho patente el proceso contrario, el de la desurbanización.
Se trata de una realidad sobrevenida antes de haber sido una idea. ¿Estamos, por tanto, ante un cambio de modelo o tan solo ante un error? ¿Qué significa que una ciudad como Detroit —la cuarta ciudad más importante de EE UU en 1950— desaparezca del mapa, se des-construya ante nuestros ojos?
Nadie había sido capaz de anticipar que la globalización y el capitalismo digital provocaran una inversión de los procesos de urbanización y densificación, símbolos del progreso y el desarrollo. Más bien al contrario, las predicciones avistaban más urbanización, una urbanización continua, multicéntrica y sin jerarquía, al estilo de las redes que se tejen en Internet.
Si en 1920 la ciudad era, como el avión o el teléfono, una imagen infalible para conjurar el futuro, Detroit hoy —modelo de urbe del siglo XX— está atrapada entre la memoria de un pasado desvanecido y un presente —ni tan siquiera un futuro— para el que la arquitectura y la economía carecen de instrumentos con los que plantear o resolver sus problemas. Esos instrumentos deben ser inventados en tiempo real para afrontar una lógica negativa caracterizada por la pérdida de población, destrucción de la construcción, disminución de la densidad, desaparición de las plusvalías y caída de los precios inmobiliarios. Esa realidad ajena a los principios de la urbanización genera una economía real en negativo para la cual la ciudad liberal, que es la que conocemos, no es un instrumento válido.

De los 1,85 millones de personas empadronadas en 1950, se ha pasado a 713.000 en 2010

Si el crecimiento continuo no es sostenible, el encogimiento tampoco lo parece sin más.
Pero si el caso de Detroit es ejemplar, lo es tanto por la magnitud de su pérdida —desde 1950 ha desaparecido más de la mitad de su población (de 1.850.000 personas empadronadas aquel año a 713.000 en 2010— como por su condición simbólica ya que, tras la Segunda Guerra Mundial, era un bastión de la fortaleza industrial de Estados Unidos y encarnaba el futuro de su modelo social urbano caracterizado por una economía productiva fundamentada en la tecnología —en este caso del automóvil— y la dispersión suburbana en torno a un centro con altas torres.
La desaparición literal de la edificación, el inverosímil abandono de la propiedad privada, la disminución de la población, la bancarrota municipal y la pérdida de densidad hasta alcanzar coeficientes antiurbanos se fundamenta y explica por un conjunto complejo de factores. Pero el proceso resultante es tan físico y real que las imágenes que provoca superan la función descriptiva para adquirir el carácter simbólico de un síntoma o una enfermedad que creíamos improbable: las ciudades hoy también pueden desaparecer, desvanecerse y borrarse.
Sin embargo, tanto los seres humanos como las ciudades tienen una característica común: la resiliencia. Y, fruto de dicha resistencia a desaparecer como forma y como comunidad, en Detroit se están poniendo en práctica estrategias y métodos cuyo propósito no es reconstruir la ciudad —algo para lo que no hay ni razón ni medios—, sino concebir otra. Una ciudad que ocupa los lugares, los nuevos vacíos, con un espíritu propio del pensamiento utópico que ha merodeado en torno a la idea de ciudad desde sus orígenes.
Entre las propuestas pensadas para Detroit desde 2010 destacan la reforestación del suelo urbano frente a la construcción, las técnicas de la ecología frente a las de la arquitectura y los principios de la economía sostenible frente a los de la plusvalía capitalista. Sirva como ejemplo el programa de empleo de los ciudadanos en paro para formarles en técnicas de derribo sostenible y la creación de una economía de reciclaje de los materiales aplicada a los más de 40.000 edificios desaparecidos. Eso ha permitido reducir efectivamente la tasa de paro en una ciudad con PIB negativo.
Y, lo que es más significativo, tanto la iniciativa como la gestión de las propuestas y programas de recuperación de lo que queda de Detroit se ha trasladado a las organizaciones ciudadanas, las cuales, adelantándose a las instituciones públicas —en bancarrota— y al margen de los instrumentos convencionales de gestión urbana —inoperativos ante la ausencia de plusvalía a corto plazo—, han tomado el control.
La capacidad de la idea de ciudad para convocar modelos utópicos es un hecho histórico, desde los asentamientos griegos, las ciudades ideales del Renacimiento o las fundaciones coloniales en América construidas por españoles, ingleses u holandeses. Así lo recogieron las vanguardias del racionalismo, el futurismo o el constructivismo, sabedores de que la representación de un nuevo orden social a través de la organización urbana es un golpe visual certero y rotundo. La ciudad como imagen de una utopía es la realización de una idea positiva.
Sin embargo, con Detroit nos enfrentamos a una deriva propia de la heterotopía, en la que un proceso negativo alumbra una imagen alternativa, otro tipo de organización posible pero impensable. La destrucción de la ciudad real es una segunda oportunidad no para rehacerla, sino para ocuparla de otro modo más contemporáneo y de resistencia que prolifera en nuestras democracias entre las clases medias.
Así ocurrió con Berlín en 1950 —otra anomalía—, sometido por razones diferentes a la violencia y la destrucción de una ciudad borrada literalmente, encogida y vaciada. Y fue el fantasmagórico Berlín de la Guerra Fría, entre otras imágenes, el que inspiró a los situacionistas a desdeñar la construcción de una ciudad nueva —el modelo del Racionalismo o del Urban Renewal— y proponer, como utopía alternativa, la ocupación de la ciudad existente con unas reglas diferentes, como un campo de juego improvisado, diario y cotidiano predicado en la experiencia lúdica y de la libertad individual.
Desmembrada y en fragmentos, la nueva identidad de Detroit no reside ni en la forma (estética) ni en su capacidad productiva (económica), sino en su reconocimiento como proyecto social y colectivo fundamentado en la ocupación y la apropiación de la ciudad como bien público.
Luis Rojo de Castro es arquitecto y profesor ayudante de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid.

De como la quiebra de Detroit ha fomentado la máquina política de decrecimiento

Publicat a   Diagonal Periódico

Financiariazación, deuda y crecimiento
La ciudad de Detroit fue una de las principales víctimas de la crisis financiera de 2008, finalmente se declaro en quiebra en julio de 2013. Seth Schindler estudia cómo la bancarrota de la ciudad ha actuado como un catalizador para el cambio. Escribe que Detroit ha pasado de una «política de la máquina de crecimiento» que se caracterizaba por impulsar el crecimiento económico a expensas de los servicios urbanos, a una política de «decrecimiento» que rechaza la austeridad fiscal a favor de la diversificación económica y del uso creativo de la tierra.
Es profesor de Geografia a la Universidad de Sheffield (UK). Traducido por Óscar Prieto García
03/05/15 · 8:00
La ciudad del motor. / Joseph Stevenson
Las prácticas de préstamos especulativos y la titulización de hipotecas de alto riesgo fueron en gran parte la culpa de la crisis financiera de 2008. La crisis fue particularmente grave en las ciudades donde la falta de liquidez en el sistema financiero hizo que fuera difícil para los gobiernos municipales responder a la ola de ejecuciones hipotecarias y a la resultante disminución de los ingresos fiscales. Con lo peor de la crisis aparentemente detrás es el momento de reflexionar sobre el impacto a largo plazo que ha tenido en las ciudades estadounidenses. Tal vez el ejemplo más extremo de una ciudad en crisis es el de la ciudad de Detroit. Las maltrechas finanzas de la ciudad no pudieron competir con la crisis económica mundial y en el 2013 Detroit se declaró en quiebra. Esta parte de la historia es bien conocida, pero se ha prestado mucha menos atención a la planificación del desarrollo futuro de Detroit en torno al cual ha habido un consenso entre las élites locales que se unieron entorno a ello un año y medio año desde que se declaró en bancarrota. Si bien este nuevo plan conserva algunos elementos de los programas de desarrollo urbano, este prescinde de la estrategia basada en el crecimiento constante basado en el rejuvenecimiento del sector manufacturero de la ciudad. En su lugar, se acepta la posibilidad de un mayor declive económico y su objetivo está en mejorar la calidad de vida de los residentes de Detroit, la diversificación económica y la sostenibilidad ambiental.

Al liberar a la ciudad de la carga de su deuda se ha permitido que el futuro de Detroit pueda ser re-imaginado

Para entender la voluntad de los responsables políticos de Detroit a renunciar al sueño de regresar a una época dorada de la fabricación fordista es necesario poner la crisis de 2008 en su contexto. Al igual que muchas ciudades de Estados Unidos, Detroit es una víctima de la prolongada crisis económica, que comenzó en la década de 1970. Con la reubicación por parte de los fabricantes de automóviles de sus instalaciones de producción primero a los estados del sur y luego al extranjero en un intento de evitar costos laborales y contrarrestar una tasa decreciente de ingresos. El colapso del sector industrial del automóvil de Detroit dejó las finanzas de la ciudad en ruinas, y los responsables políticos respondieron adoptando las típicas soluciones orientadas al fortalecimiento del mercado que estaban de moda en la década de 1980. Hubo un gran cambio en los Estados Unidos durante la década de 1980, en el que la función principal del gobierno municipal pasó de gestionar la prestación de servicios del día a día a fomentar mayoritariamente el crecimiento económico. Para ello surgieron «coaliciones para el desarrollo» en muchas ciudades. Estas coaliciones apostaban por las «políticas de la máquina de crecimiento», cuyo objetivo era aumentar el valor del suelo y atraer inversiones extranjeras. Los organismos públicos asumieron riesgos para proyectos de desarrollo urbano a gran escala, mientras que las empresas privadas cosecharon las recompensas financieras. Esto condujo a una percepción entre los inversionistas de que los bonos municipales eran inversiones seguras que ofrecían suculentas ganancias, por lo que cuando el gobierno municipal de Detroit trató de compensar la reducción en sus ingresos fiscales con la emisión de bonos no había escasez de inversores dispuestos a ello. Para el año 2012 el déficit de Detroit se situó en 326.000.000 dólares, mientras que sus ingresos fiscales y la población siguieron disminuyendo.
El marco de acción para responder a la crisis en muchas ciudades ha sido el de intensificar las políticas neoliberales. Así, cuando las coaliciones para el desarrollo no lograron atraer inversiones o aumentar el valor del suelo, la respuesta fue con frecuencia ofrecer condiciones incluso más favorables a los inversionistas mientras se recortaban servicios. Esto ha llevado a muchos académicos y activistas a la desesperación ya que mientras el neoliberalismo es la causa de la crisis actual también perversamente se ha abrazado como la única solución existente. Muchos municipios han impuesto la austeridad fiscal desde el inicio de la crisis financiera como un medio para atraer la inversión. Aunque algunas de estas ciudades tienen sus finanzas con una base solida, los responsables políticos ven la austeridad fiscal como un desvío a corto plazo destinado a calmar a inversionistas asustadizos. De acuerdo con este razonamiento el dolor causado por la austeridad se verá compensado en un futuro próximo una vez que la coalición por el desarrollo sea capaz de reanudar un ciclo de crecimiento. En el caso de Detroit este optimismo habría estado fuera de lugar, porque incluso la versión más agresiva de la austeridad fiscal no habría invertido las décadas de declive que ha sufrido la ciudad. Esto plantea una pregunta obvia: ¿Por qué una ciudad ha de soportar el dolor de la austeridad si un mayor declive es inevitable desde el principio?

El rechazo a la austeridad debe ir acompañada de un conjunto de políticas destinadas a la gestión del declive de una manera que haga que las ciudades sean más habitables

Ante una cuestión como esta, las élites de Detroit decidieron que aunque la austeridad era el mejor interés para los acreedores de fuera de la ciudad, ésta suponía hacer la vida aún más difícil para los residentes, y decidieron repudiar la deuda de la ciudad y dar el paso histórico de declararse en quiebra. Al liberar a la ciudad de la carga de su deuda se ha permitido que el futuro de Detroit pueda ser re-imaginado. Una coalición entre las élites de la ciudad se han unido en torno a esta nueva visión, que se basa en el uso del suelo de una forma creativa, de la sostenibilidad ambiental y de la diversificación económica. Se articula en un documento de 345 páginas titulado Detroit Future City (DFC). Se lee como un plan completo para la ciudad que se centra en cinco «elementos de planificación»: crecimiento económico, el uso del suelo, sistemas de servicio de la ciudad, los barrios, y los propiedades municipales en forma de terrenos y construcciones. A diferencia de las políticas urbanas empresariales cuyos horizontes temporales se miden en el corto plazo y los ciclos electorales, el DFC pretende rejuvenecer la economía de Detroit, en el transcurso de las próximas cinco décadas. El primer paso es hacer la ciudad habitable con el fin de detener la ola de emigración, previendo inversiones en los barrios. Se anima también a los residentes en barrios caracterizados por altos niveles de abandono a trasladarse a barrios con alta densidad de población. El esquema de producción fordista es rechazado en favor de la diversidad económica, la típica casa unifamiliar aislada es rechazada en favor de barrios diversos densamente poblados, y el cambio más importante para esta Ciudad del Motor es que el plan prevé una red de transporte público eficiente. Quizás el aspecto más destacable del DFC es «la re-imaginación y la reutilización de terrenos abandonados para usos productivos o, cuando haya un exceso de los mismos, sean retornados a su estado ecológico inicial, sostenible con el medio ambiente.» Por lo tanto, el énfasis en el uso sostenible de la tierra es un desviación importante del esquema o maquinaria política de crecimiento económico orientado a aumentar el valor del suelo.
Es demasiado pronto para decidir si la visión articulada en el DFC sera realizable o si será efectivamente capaz de orientar las políticas publicas para los próximos cincuenta años. Sin embargo, es importante señalar que la quiebra de Detroit dio la oportunidad de trazar un nuevo rumbo. Me refiero a esto como la maquinaria política de decrecimiento, ya que acepta la incapacidad de seguir creciendo constantemente y da por hecho la realidad de que una mayor contracción de la economía tradicional de Detroit es inevitable para activar otro tipo de actividades, y en vez de intentar contentar a los acreedores los responsables políticos se centran fundamentalmente en la mejora de la calidad de vida de los residentes de la ciudad. El concepto de «decrecimiento» no es nuevo, pero históricamente ha sido utilizado principalmente por activistas y académicos ya que los políticos no ganan elecciones haciendo campaña sobre como hacer para que la economía deje de crecer. Esto está cambiando desde el inicio de la crisis financiera, ya que hay muchos lugares en los que el crecimiento simplemente no es una opción ni a corto ni a largo plazo, una realidad que no puede ser revertida ni por la austeridad fiscal. Algo que está haciendo que el mensaje del decrecimiento este empezando a entrar en la corriente principal del discurso político en el sur de Europa. Los votantes en Grecia rechazaron recientemente la austeridad fiscal, y aunque esto puede poner en peligro las líneas de crédito de los acreedores obsesionados con las medidas de austeridad con sede mayoritariamente en Bruselas y Berlín faculta a los políticos griegos para centrarse en la calidad de vida de sus ciudadanos. Del mismo modo, muchas ciudades en China están luchando para hacer frente al lento crecimiento económico que Xi Jinping ha llamado la «nueva normalidad». Si los vertiginosos días de crecimiento sostenido del 10% son cosa del pasado los planificadores urbanos no serán capaces de atraer igualmente tanto a inversores extranjeros como préstamos por parte de bancos, por lo que pueden verse obligados a responder solamente a las demandas de mejora de calidad de vida de sus ciudadanos de una forma más creativa.
Debido a todo esto Detroit puede servir de lección para futuras coaliciones de decrecimiento en otros lugares del mundo. Ya que en primer lugar, Detroit demuestra que la intensificación de la austeridad fiscal no es la única respuesta a disposición de los responsables políticos que se enfrentan a una crisis económica. Que, a pesar de la declaración de quiebra de Detroit, no fue castigada por los acreedores. Por el contrario, el repudio de la deuda transformó Detroit en un destino atractivo para los inversores. Por ejemplo, Goldman Sachs lanzó una iniciativa para invertir 20 millones de dólares en las pequeñas empresas de Detroit. En pocas palabras, una institución que se desahoga de su deuda parece una mejor inversión que otra que no puede pagarla sin el apoyo de un garante (en este caso el Estado de Michigan). En segundo lugar, la razón por la que Detroit es capaz de atraer la inversión se debe a su máquina política de decrecimiento ha articulado con claridad un plan innovador para el futuro de la ciudad. El rechazo a la austeridad debe ir acompañada de un conjunto claro de políticas destinadas a la gestión del declive de una manera que haga que las ciudades sean más habitables. Por lo tanto, más que un fin en sí mismo, el repudio de la deuda debe ser visto como un medio para que las ciudades puedan visionar futuros alternativos, sostenibles y equitativos.

Detroit, una ciudad en quiebra

Publicat a la secció «Cartas al director » del diari  El País 
Galapagar, Madrid 
 
El auge de la industria automovilística en los  EEUU provocó la creación de numerosas megalópolis en el Medio Oeste norteamericano, uno de los ejemplos más llamativos es la ciudad de Detroit. Después de la década de los cincuenta hubo un gran retroceso en la industria, debido en gran parte a la externalización de muchas de las empresas y a una mayor competencia en el sector.

Es lógico pensar que la ciudad de Detroit ya no está preparada para mantener las infraestructuras creadas para una megalópolis. Las soluciones planteadas han sido recortar los servicios urbanos de la ciudad. Esto ha provocado un aumento del éxodo de la población de Detroit y de su capital, ya que ha hecho de Detroit una ciudad hostil para vivir.

Detroit es la viva imagen del destino que tienen las sociedades que se basan en un crecimiento exponencial en que lo único importante es el “crecimiento” como hecho en sí, pero nunca se evalúa cuál es la dirección de ese crecimiento. En este mundo globalizado, se observa con envidia al continente, país, ciudad o pueblo que crece por encima de la media, y se toma como referencia para nuestros futuros planteamientos el dogma “el que más crece será el más fuerte”.

Entre las ruinas de Detroit, existe un grito silencioso que alerta al mundo sobre cuál no es el camino a seguir. Mientras, la naturaleza y una nueva generación de jóvenes luchan por dar esplendor a una nueva ciudad.—

Diego Asensio Rodrigo.