Por qué en Silicon Valley se están planteando la renta básica (y por qué tiene sentido)

Article publicat a La Vanguardia que mostra diferents aproximacions a la Renda Bàsica amb significats també diferents i que poden portar confusió:

  • La renda que només es cobra en cas de pèrdua de feina no és una Renda Bàsica com a tal sinó una Renda Garantida, que no resol ni la trampa de la pobresa i la de la precarietat ja que no incita a la cerca activa de treball per por a perdre aquest ajut si se’n  troba.
  • La renda bàsica que substitueix a tots els serveis bàsics propis del estat del benestar defensada per Milton Friedman o per el partit de  Ciutadans que pot portar a agreujar encara més els problemes de desigualtat social que ja tenim.
  • La Renda Bàsica Universal és una renda que ha de cobrar tothom, sigui ric o pobre, com un dret universal més de la societat del benestar, com ara l’ensenyament, o la sanitat i que assegura un ingrés mínim per a la subsistència. Lògicament aquesta renda s’ha de finançar mitjançant un reforma del sistema impositiu amb l’objectiu d’aconseguir una millor redistribució de la renda i una major igualtat. El resultat de la  Renda Bàsica no és fer-nos més rics ( la majoria de la gent que vivim amb un sou mig no notaríem la diferència) , sinó garantir el mínim vital, aconseguir una societat més igualitària i apoderar al ciutadà donant-li una millor llibertat per realitzar el seu projecte de vida. 

Tres teorías económicas que dibujan cómo puede ser nuestro futuro

Por qué en Silicon Valley se están planteando la renta básica (y por qué tiene sentido)
Ilustración del centro comercial de Silicon Valley (Charles Harker – Getty Images)

Madrid 

17/04/2016 18:50 | Actualizado a 17/04/2016 19:19

El concepto económico de renta básica lleva algunos siglos en debate. En la mayoría de países es una teoría descartada, pero la crisis económica y las posturas de partidos como Podemos han hecho que este debate se haya instalado de nuevo en España en los últimos años.
Sin embargo, ha surgido una zona geográfica en la que el discurso de la renta básica está empezando a coger un nivel de probabilidad y popularidad cada vez más alto. Se trata de Silicon Valley, la meca mundial de la tecnología y de empresas como Google, Facebook, Apple, Amazon o Twitter.
El debate aparentemente reservado a la izquierda resurge en un territorio marcado por el liberalismo económico”
Pero, ¿cómo se explica ese resurgimiento del concepto? ¿Por qué un elemento económico aparentemente reservado a la izquierda y cuyo debate ha fracasado en medio mundo resurge ahora con fuerza en Silicon Valley, un territorio marcado por el liberalismo económico?
Atardecer en Silicon Valle, la meca de la tecnología
Atardecer en Silicon Valle, la meca de la tecnología (Getty)
¿Te quitará tu empleo un robot?
El debate de la renta básica surge cuando aparece una de las preguntas que más se comenta en Silicon Valley y que más atemoriza a los teóricos laborales en los últimos años: ¿te quitará tu empleo un robot?
Lo cierto es que, aunque el debate viene de lejos, no parece que aún se haya llegado a una conclusión clara, ya que todos los cálculos sobre el verdadero impacto que puede tener la automatización del trabajo no dependen de datos reales y fidedignos, sino de las teorías particulares de cada cual.
En el debate sobre si los robots nos quitarán el empleo hay dos posturas: los apocalípticos y los entusiastas
En el debate sobre si los robots nos quitarán el empleo hay dos posturas: los apocalípticos y los entusiastas (CC)
El debate sobre los robots y el empleo se divide, muy grosso modo, en dos posturas.
1. Los apocalípticos.
Por un lado tenemos a los que consideran que la automatización de ciertas tareas laborales tendrá un impacto tremendamente negativo sobre el empleo, destruyendo puestos de trabajo que serán ocupados por robots y que dejarán a millones de personas sin oportunidades laborales.
Para defender esta teoría los más apocalípticos recurren a estudios comoThe future of employment , un análisis en el que varios investigadores de Oxford aseguran que el 47% de los empleos está en riesgo de desaparición.
El estudio ‘The future of employment’ asegura que el 47% de los empleos está en riesgo de desaparición”
Por ello, aseguran que la automatización del trabajo no sólo va a afectar a los empleados de nivel bajo, sino también a los de un nivel de cualificación media.
Frente a anteriores revoluciones industriales, que acabaron con los empleos de nivel bajo existentes pero crearon otros nuevos y adaptados, los grupos que temen esta nueva automatización del empleo aseguran que, en este caso, los agentes disruptores (robots) no sólo dejarán sin ocupación al empleado que trabaja con su mano de obra, sino también al que lo hace con su cerebro.
Los más negativos aseguran que, a diferencia de otras revoluciones, los robots ocuparán los trabajos manuales y también los que requieren el cerebro”
2. Los entusiastas.
Por otro lado, sin embargo, se encuentran gran parte de los entusiastas de la tecnología y empleados de este tipos de empresas, que vaticinan lacreación de empleos nuevos y diferentes.
Para ello recurren a anteriores revoluciones industriales: y es que en aquellos contextos se destruyeron puestos de trabajo, sí, pero los empleos destruidos fueron sustituidos por otros nuevos.
Los más entusiastas vaticinan la creación de empleos nuevos que aún no conocemos
Los más entusiastas vaticinan la creación de empleos nuevos que aún no conocemos (Kelvin Murray – Getty)
Para los defensores de esta teoría, por tanto, no hay motivo para el alarmismo. El operador de una fábrica podrá ser sustituido por un robot, pero seguramente luego pueda trabajar, por ejemplo, en el ensamblaje y fabricación de nuevos robots.
El operador de una fábrica será reemplazado por un robot, pero podrá trabajar en el ensamblaje de nuevos robots”
Como vemos, a menudo las posturas frente a esta pregunta no sólo dependen de los datos o previsiones, sino también de la voluntad ideológica de cada cual.
Si nos moviésemos en extremos, diríamos que los luditas tecnófobos están aterrados por la posibilidad de irse al paro, mientras que los tecnófilos que trabajan en internet están convencidos de que los robots generarán nuevosempleos que aún no somos capaces de imaginar.
Imagen de ‘Tiempos modernos’, de Charles Chaplin, un icono de la Revolución Industrial
Imagen de ‘Tiempos modernos’, de Charles Chaplin, un icono de la Revolución Industrial (Max Munn Autrey – Getty Images)
En este punto, y ante el peligro de que personas desempleadas no puedan volver al mercado laboral, nos encontramos con tres tipos de defensores de la famosa renta básica. Algunos de ellos desde posturas ideológicas muy enfrentadas o incluso contradictorias, pero sus diferencias de criterio merecen que se les preste atención.
1. Paul Graham: “Una renta básica para el que sea sustituido por un robot”
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Una de las voces más escuchadas es la de Paul Graham, un inversor de compañías tecnológicas en Silicon Valley y fundador de YCombinator, una de las aceleradoras de startups con más renombre de la zona.
Para Graham, la automatización del trabajo, efectivamente, representa un gran peligro para el empleado de baja cualificación, que no sólo será sustituido por un robot –más eficiente que él–, sino que además tendrá serias dificultades para volver al mercado laboral a menos que aumente su cualificación académica o técnica.
Por ello, el inversor apuesta por el establecimiento de una renta básica para todas aquellas personas que, de manera objetiva, hayan perdido su empleo a causa de la automatización y vean muy complicada su reinserción laboral. De hecho, la aceleradora de Graham ha creado un equipo específico que se va a encargar de estudiar y analizar el modelo de renta básica y si podría ser aplicada a ese tipo de personas.
Graham ha creado un equipo específico para estudiar el modelo de renta básica”
Las teorías de Paul Graham sobre la renta básica no han pasado desapercibidas ni en Silicon Valley ni en todo Estados Unidos, donde sus ideas están recibiendo tantos elogios como críticas. Según una encuesta llevada a cabo por el matemático Greg Berensteinla mayoría de los fundadores, accionistas y directivos de las grandes compañías tecnológicas están a favor de las teorías de Graham e incluso apoyan el establecimiento de la renta básica.
Pero, ¿cómo puede ser esto? ¿Por qué grandes fortunas apoyan las ideas de Graham? ¿Cómo puede explicarse que una teoría tradicionalmente de izquierdas como la renta básica sea respaldada por los mayores representantes del capitalismo liberal dentro del mundo tecnológico?
¿Cómo se explica que los mayores representantes del capitalismo defiendan una medida aparentemente de izquierdas?
¿Cómo se explica que los mayores representantes del capitalismo defiendan una medida aparentemente de izquierdas?
¿Es la renta básica una medida capitalista?
La respuesta es más sencilla de lo que parece: según los detractores de Graham, su propuesta de renta básica, en realidad, no es más que un complemento perfecto para el capitalismo y el liberalismo económicomás agresivo que en ocasiones se defiende desde las grandes fortunas de Silicon Valley.
Y es que, según los críticos de Graham, si las personas de bajos o nulos ingresos acceden a una renta básica que les permita pagarse lo necesario para vivir, se generarán dos problemas.
Según los críticos, la renta básica podría aumentar aún más la desigualdad económica”
En primer lugar, que esas personas quedarán condenadas a una precariedad casi eterna, ya que la renta básica los dejará anclados en un sistema económico en el que serán incapaces de ascender socialmente.
En segundo lugar, porque el sistema generado haría que las grandes compañías tecnológicas tuvieran aún más poder y que las grandes fortunas se incrementasen. Según estas teorías, la renta básica de Graham,como él mismo ha llegado a reconocer, busca acabar con la pobreza extrema, pero nunca con la desigualdad económica.
Para defender esta teoría, los que critican la renta básica desde la izquierda acuden a un gráfico demoledor: el que demuestra el progresivo distanciamiento entre la productividad laboral y los ingresos medios desde que los desarrollos tecnológicos empezaron a cobra protagonismo en Estados Unidos.
Como vemos en el gráfico de arriba, la productividad laboral y los salarios comenzaron a avanzar a la par en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a partir de los años 80, y con la progresiva popularización de la tecnología, ambos índices comenzaron a separarse hasta la situación actual.
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2. Federico Pistono: “Los robots te quitarán el empleo, pero no pasa nada”
En un extremo de pensamiento alejado del de Paul Graham se encuentra otro defensor de la renta básica. Se trata de Federico Pistono, unemprendedor y experto en automatización laboral que defiende la existencia de una renta básica universal e incondicional desde otra postura ideológica: el libertarismo económico prácticamente al margen del Estado.
Así lo explica:
Pistono tampoco tiene dudas respecto a los robots y asegura que, efectivamente, acabarán con un elevado porcentaje de los empleos de baja cualificación que existen ahora mismo. Sin embargo, eso no le parece mal. En su libro Robots will steal your job, but that’s ok (Los robots te quitarán el empleo, pero no pasa nada), Pistono asegura que la automatización del trabajo acabará con un sinfín de problemas y preocupaciones actuales.
Para Pistono no tiene sentido que gran parte de nuestras preocupaciones diarias estén centradas en nuestro trabajo o en si llegaremos a fin de mes”
Para Pistono, no tiene ningún sentido que gran parte de nuestras preocupaciones diarias estén centradas en nuestro trabajo, en nuestros ingresos o en si podremos pagar el alquiler el mes que viene. Por ello,defiende la existencia de una renta básica universal e incondicional (no vigilada por el Gobierno).
Por tanto, no es que Pistono defienda una serie de ingresos para los excluidos del sistema laboral, sino una renta universal para que cualquier ciudadano pueda vivir dignamente sin verse atado a un empleo que le haga pagar las facturas. En este contexto, según él, cada ciudadano podría dedicarse a lo que realmente le proporcionase una satisfacción y fuera útil para el resto de la sociedad.
¿Qué es más caro, pagar una renta básica o los programas de ayuda social?”
Para Pistono, esta teoría no es ni utópica ni mucho menos cara. Según él, la existencia de la renta básica haría que los gobiernos estatales eliminasen el resto de programas de ayuda sociales (ayudas de desempleo, programas contra la exclusión social, etc.), que, según Pistono, son mucho más caros e ineficientes que la renta básica.
De hecho (y aquí es donde su propuesta evidencia su parte polémica), Pistono defiende que la existencia del Estado en la renta básica sea nula, más allá de dar el dinero de forma incondicional. Y es que, al no existir condiciones para recibir la renta básica, el Estado no tendrá que gastar dinero en controlar el cumplimiento de esas condiciones y su labor será prácticamente inútil.
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3. Paul Mason: hacia un mundo sin trabajo (y más feliz)
¿Hay un punto intermedio entre el capitalismo agresivo de Paul Graham y el libertarismo de Federico Pistono? Sí lo hay, y está representado por elperiodista británico Paul Mason.
Mason es el actual coordinador de economía de Channel 4 News y procede del marxismo más intelectual. De hecho, The Guardian lo califica como el digno sucesor de Karl Marx , aunque, en realidad, Mason incluye algunas ideas liberales entre sus teorías sobre el futuro del trabajo a nivel mundial.
El capitalismo sobreexplota a los trabajadores y consume muchos recursos naturales”, defiende Mason
En su libro Postcapitalism, el periodista defiende una llamativa teoría: en el contexto actual, el capitalismo está a punto de colapsar.
Para Mason, la sobreexplotación del trabajo (y sus trabajadores), el elevadísimo consumo de recursos naturales y el establecimiento de un sistema económico que maltrata a los trabajadores, entre otros factores, han provocado que el capitalismo haya llegado a un punto de no retorno que sólo puede terminar de una manera: con su destrucción.
“El capitalismo tiene a los ciudadanos atados a un empleo que apenas les da un techo y una comida”, denuncia Mason
“El capitalismo tiene a los ciudadanos atados a un empleo que apenas les da un techo y una comida”, denuncia Mason (John Holcroft – Getty)
Pero, ¿en qué consistirá el postcapitalismo? Según Mason, en la desaparición de todos los trabajos innecesarios que el neoliberalismo ha creado para tener a los ciudadanos atados a un empleo que a duras penas les dará un techo y una comida.
El periodista parte de teorías de izquierdas, pero es un entusiasta de la automatización del empleo como forma de liberar a los ciudadanos de la presión del trabajo, los ingresos y la necesidad de llegar a fin de mes.
Robots para acabar con el capitalismo
Los robots, según Mason, serán vitales para que abandonemos el capitalismo en favor de un sistema económico, a su juicio, más justo.
Los robots serán claves para que abandonemos el capitalismo hacia un sistema económico más justo, según Mason
Los robots serán claves para que abandonemos el capitalismo hacia un sistema económico más justo, según Mason (CC)
El periodista es uno de los mayores creyentes en The future of employment , mencionado al principio de este reportaje, y su teoría es la siguiente: efectivamente, la automatización del trabajo podría acabar con el 47% de los empleos actuales, pero eso no tiene por qué ser malo en absoluto, incluso si esos trabajadores en paro no consiguen un nuevo empleo.
Para Mason, la desaparición de puestos de trabajo es una estupenda noticia por un motivo claro: la tecnología no sólo está haciendo que los precios de los productos bajen, sino que también acaba consiguiendo que nuestras necesidades de consumo vayan bajando.
La tecnología hace que bajen los precios y nuestras necesidades de consumo”
Un ejemplo: la automatización del empleo puede hacer que pierdan el trabajo muchas personas que se dediquen a fabricar coches, pero, en realidad, ¿no estamos yendo hacia un mundo en el que cada vez necesitamos menos coches?
Es ahí donde, para el periodista, podría tener sentido el concepto de la renta básica. Porque por mucho que reduzcamos nuestras necesidades económicas, estas nunca llegarán a cero, con lo que la renta básica ayudaría a que el ciudadano medio pudiese vivir de manera medianamente desahogada sin la preocupación de conseguir un trabajo asfixiante para llegar a final de mes de cualquier manera.
Perderán el trabajo muchas personas que se dedican a fabricar coches, pero ¿no estamos yendo hacia un mundo en el que cada vez necesitamos menos coches?
Perderán el trabajo muchas personas que se dedican a fabricar coches, pero ¿no estamos yendo hacia un mundo en el que cada vez necesitamos menos coches?
La tecnología podría hacer que no necesitemos tanto dinero y que el trabajo tienda a cero”
La visión de Paul Mason puede parecer utópica –y quizá lo sea–, pero en realidad se inserta dentro de las posturas del decrecentismo económico de la izquierda ecologista.
Una izquierda decrecentista, por cierto, que poco a poco va siendo más común en Silicon Valley, donde cada vez más ingenieros retoman y transforman ciertas ideas de los 60 para asegurar que, a día de hoy, la tecnología puede hacer que consumamos menos recursos, que se produzcan menos emisiones contaminantes, que la mayoría de bienes se fabriquen solos y que los precios de los productos bajen.
Imagen del retrofuturismo japonés de mediados del siglo XX
Imagen del retrofuturismo japonés de mediados del siglo XX
En definitiva, que la tecnología consiga que nuestra calidad de vida aumente y que nuestras necesidades de trabajo, poco a poco, vayan tendiendo a cero.
Al final son muchas las teorías, pero todas se reúnen en torno a un mismo precepto: si es verdad que los robots acabarán con parte de los empleos y que muchos de los parados no serán capaces de volver al mercado laboral, la implantación de una renta básica parece una opción, como poco, a tener en cuenta.

“El trabajo no dignifica, dignifica la existencia material garantizada”. Entrevista

Article publicat a  Sin Permiso

Daniel Raventós

15/01/2016

Nuria Alabao realizó esta entrevista para CTXT (Contexto y Acción). Dentro de pocas semanas, el 12 y 13 de febrero, tendrá lugar en Badalona el XV Simposio de la Red Renta Básica, co-organizado por el ayuntamiento de esta ciudad y cuya alcaldesa desde las últimas elecciones municipales Dolors Sabater, de la lista Guanyem Badalona en Comú y militante de la CUP, realizará la sesión de apertura. La entrevista que a continuación ofrecemos, realizada a pocas semanas vista del mencionado XV Simposio y que trata algunas de las cuestiones que también se debatirán allá, es una versión algo más extensa que la publicada en CTXT. SP
Daniel Raventós (Barcelona, 1958) trabaja de profesor de Economía en la universidad y es, sobre todo, un partisano de la Renta Básica Universal (RBU). Terco, lleva más de veinte años investigando, dando charlas y peleando para popularizar esa idea que ya asomó muy tímidamente en el programa electoral de Zapatero, en 2004, pero fue descartada cuando los socialistas alcanzaron el Gobierno. Podemos recuperó este sueño de cara a las elecciones europeas aunque, poco después, abrazó propuestas de subsidio más moderadas: un paso atrás que no pocos reprochan al partido de Pablo Iglesias. 
Este debate ha vuelto a la vida en tiempo de elecciones, en que se dirime públicamente qué ayudas son mejores para acabar con la pobreza o paliar las peores consecuencias de la crisis. Raventós defiende la RBU desde el Comité de Redacción de SinPermiso, la presidencia de la Red Renta Básica, el comité científico de ATTAC y la Basic Income Earth Network (BIEN) –una suerte de internacional de la RBU.
¿Qué es la Renta Básica?

Es una asignación monetaria incondicional a toda la población. Cualquier tipo de subsidio, de los que tenemos en el Reino de España, pero también en Europa, está siempre sujeto a unas condiciones: ser pobre, no llegar a determinado nivel de renta, estar en el paro… Tenemos que demostrar que estamos en una situación concreta para tener derecho a él. La RBU es como el derecho al sufragio universal allá donde existe, sin condiciones: hombre o mujer, rico o pobre, heterosexual u homosexual, religioso o ateo…
¿Qué aporta esa incondicionalidad?

Varias virtudes. No tiene casi costos de administración, o son simbólicos. Los costos de cualquier subsidio condicionado son muy grandes. Hay estudios que indican que los subsidios dedicados a la pobreza, incluso siendo eficientes, son muy costosos de gestión porque por cada euro que va a un pobre otro va a parar a la administración del sistema, porque hace falta un personal y una estructura que controle los requisitos.
Además la incondicionalidad no estigmatiza. Además evita la trampa de la pobreza. Además incrementa la libertad de gran parte de la ciudadanía…
¿Se podría dar, entonces, que el costo de administración fuese igual o incluso superior al del subsidio condicionado?

Puede darse. En cualquier caso, uno de los datos contrastables de las rentas condicionadas de todas las comunidades autónomas es el pequeño porcentaje de los receptores respecto a los que tendría que llegar. Un caso que me impresiona es el que explica en un artículo Iñaki Irrubari sobre las rentas mínimas de Euskadi; son las más generosas del Reino de España, no cabe duda. Pero después de 26 años, no han llevado a los objetivos de supresión de la pobreza marcados.
Por ello, creo que no es una buena idea trasladarlas, como pretende Podemos, al conjunto del Reino de España. Incluso para el objetivo de acabar con la pobreza es mejor la Renta Básica. Pero la RBU –y aquí podríamos aunar las razones políticas, filosóficas y técnicas– va mucho más allá que las rentas de inserción: incrementa la libertad de la mayoría de la población. Y para la mayoría de mujeres, tal como han puesto de manifiesto muchas feministas como Carole Pateman, precisamente por ser individual y no familiar, incrementaría también su libertad.
¿Por qué aumentaría nuestra libertad?

No hace falta tener mucha imaginación para entender que, si todas las personas tuvieran garantizada una asignación, estas podrían enfrentarse al mercado laboral con un poder de negociación superior: hay quienes ven en la RBU una especie de caja de resistencia, que es la única manera de aguantar largas huelgas.
Después de los cambios de discurso del 15M, ¿qué oportunidades prevé para la adopción de medidas de este tipo?

Cada vez hay más gente interesada en la RBU, de hecho el 15M ha supuesto una revitalización. Juan Ramón Rallo, un ultraneoliberal de la escuela austríaca con el que he tenido que debatir en dos ocasiones, ha escrito un libro contra la Renta Básica de 500 páginas. Yo le pregunté por qué y el me dijo: “Es una idea que está cogiendo fuerza y dentro de poco será imparable. Intento desde ya, frenarla”. De hecho, lo que me sorprende es la cantidad de gente de Podemos favorable a la Renta Básica y lo frustrada que se ha quedado por eso que han ofrecido a cambio.
¿Por qué cree que Podemos lo abandonó? ¿Es por la dificultad de defenderla públicamente, por su carga utópica?

Algunos dirigentes de Podemos me han asegurado que han abandonado la idea por un motivo político, no por ninguna razón técnica. Hay un hecho: es muy fácil hacer demagogia contra la RBU. Cuando se ha discutido en los parlamentos autonómicos, y ya dos veces en el Parlamento español, el nivel de demagogia ha sido impresionante. Algo delirante ocurrió en el Parlamento español, cuando un diputado del PNV preguntó allí: “¿Quién de ustedes trabajaría con una renta básica?”. Nadie levantó la mano. ¡Con la cantidad de pasta que tiene la inmensa mayoría de los que están allí! Demagogia de la más despreciable.
Esa es una crítica que le suelen hacer sus detractores: que mucha gente dejaría de trabajar.

La RBU no desincentiva el trabajo remunerado como pueden hacerlo quizás otros subsidios condicionados. Porque un subsidio condicionado, o la mayoría de ellos, lo pierdes cuando encuentras un empleo, e igual es un trabajo para dos meses. En cambio con la RBU claro que pagarías más impuestos a partir del euro número uno que ganas por encima de la RBU, pero en total, no pierdes.
¿Qué cree que despierta una reacción tan visceral contra la RBU?

La RBU implica que toda la gente tiene la existencia material garantizada. Evidentemente, como dicen algunos críticos, no acaba con el capitalismo, como tampoco acaba con el capitalismo un buen convenio, ni unas mejores condiciones laborales. Pero viviríamos en un capitalismo diferente al que conocemos ahora. Y eso asusta a más de uno y de dos. Esto es lo que la derecha política entiende perfectamente. La izquierda, o alguna izquierda, no. Una parte cree que el trabajo dignifica, pero lo que dignifica es tener la existencia material garantizada y no, por ejemplo, tener un trabajo de mierda mal pagado y en unas condiciones asquerosas. Habrá trabajos (empleos, más precisamente) gratificantes, pero no es la norma. Marx consideraba, siguiendo a Aristóteles, que el trabajo asalariado es “esclavitud a tiempo parcial”. Y otro tema del que hablan todos los economistas ortodoxos y heterodoxos: de aquí a veinte años no habrá “aún” pleno empleo.
¿Cómo se podría defender públicamente, entonces?

A Pablo Iglesias le decían que era imposible financiarla, pero eso se responde muy fácilmente. Se puede financiar mediante una reforma fiscal, y mediante la integración de la política fiscal con la política social. Esto es lo que hemos demostrado en un proyecto de financiación. No tocaríamos ni un céntimo de partidas fundamentales, como las de sanidad y educación. Las prestaciones inferiores a la renta básica desaparecerían, pero no las superiores: los beneficiarios de estas cantidades no ganarían ni perderían. La reforma significaría una gran redistribución de la renta de los sectores más ricos al resto de la población. Lo contrario de lo que se ha producido a lo largo de las últimas décadas, especialmente en los últimos años.
Una encuesta de Cataluña muy reciente mostró unos resultados impresionantes: un 80% de los entrevistados está a favor. Y en esta encuesta hay otras cosas interesantes. Por ejemplo, se preguntaba: “Según su situación actual, usted dejaría de trabajar si la recibiese?” Y había el doble de hombres que mujeres que con una RBU dejarían el trabajo y es un tanto por ciento en ambos casos muy pequeño.
Otra objeción “clásica” es que podría producir un desembarco de emigrantes masivo.

Los inmigrantes que vienen desde países pobres no lo hacen porque conozcan las condiciones que van a encontrar al llegar, sino porque no tienen las condiciones de existencia material garantizadas en sus países de origen. Con renta básica o sin ella, van a seguir viniendo.
¿Qué partidos la tienen en su programa?

Uno que la llevaba, y que yo sepa no ha renunciado, es Anova, en Galicia, y Bildu.
¿Todas las propuestas de renta básica son progresistas?

Una mera defensa de la renta básica, sin mencionar más –qué cantidad, cómo se va a financiar, a cambio de qué–, no está encuadrada políticamente. Yo no estaría de acuerdo en que a cambio de la RBU se socavaran servicios públicos, como la sanidad o la educación, por ejemplo. Ahora bien, que se suprimiese parte del ejército o toda la Casa Real, ahí no tendría ningún problema.

Profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, miembro del Comité de Redacción de SinPermiso y presidente de la Red Renta Básica. Es miembro del comité científico de ATTAC. Su último libro es ¿Qué es la Renta Básica? Preguntas (y respuestas) más frecuentes (El Viejo Topo, 2012).

Fuente:

Trabajo, subsidios y renta básica

Article publicat a  Diario de Sevilla
Isidoro Moreno
Catedràtic emèrit d’Antropología. Universidad de Sevilla
Membre de de Asamblea de Andalucía
13/11/2015

Aunque los publicistas del sistema repitan que la economía va cada vez mejor (deben referirse, evidente-mente, a las cuentas de resultados de los bancos y las empresas del Íbex 35), la realidad es que una gran parte de la población, en Andalucía el 42,3%, permanece donde ha sido arrojada: en situación empobrecida y con alto riesgo de exclusión social. Con la novedad de que conseguir un empleo ha dejado de ser garantía de no ser pobres, dados los salarios-basura, la temporalidad y la facilidad de despido.
Aunque dicen que son para remediar el problema, los prebostes de nuestra sociedad proponen medidas que lo agravarían, como ha hecho el presidente de la CEOE planteando «relajar» los ya mermados derechos que aún conservan los trabajadores fijos para equipararlos, a la baja, con los (casi nulos) derechos de los trabajadores temporales. Así nadie tendría «privilegios». O como ha planteado obscenamente el  multimi-llonario Carlos Slim, el amigo de Felipe González, que trabajemos tres días a la semana, a razón de 11 horas diarias y un salario «a la china», para que haya más empleos y podamos dedicar cuatro días a la familia.
Viniendo de quienes vienen, sólo a los muy ingenuos podrían sorprender estas propuestas, pero sí resulta más chocante que en personas y organizaciones (partidos y sindicatos principalmente) que se autodefinen como de izquierdas siga siendo el empleo (lo que de forma reduccionista llaman trabajo) el centro único de las propuestas y el referente obligado para ayudas y subsidios. Es esto una parte del lastre ideológico de esa izquierda que, contra lo que afirma, nunca ha leído a Marx, o le ha entendido muy poco, y es, en realidad,
seguidora, sin saberlo, de los filósofos y economistas liberales que crearon la ética puritana del trabajo (hecho equivaler a empleo asalariado) para convencer a quienes carecían de bienes propios de que era su obligación ética (e incluso religiosa) trabajar de forma asalariada para multiplicar el capital de los poseedores de la tierra o de las máquinas. Lo que era, y es, una obligación forzosa para poder subsistir fue convertida en la única vía para conseguir la integración social y la dignidad personal. De ahí la consideración como no-trabajos de los que se realizan para uno mismo o en el ámbito doméstico, convirtiendo a las amas de casa en no-trabajadoras.
Sólo desde esta filosofía es posible entender las propuestas de los partidos autodefinidos como «de izquierdas» o «transversales» cara a las próximas elecciones. Así, Izquierda Unida propone en su programa un «trabajo garantizado» para todos. Se supone que garantizado por el Estado, ya que no sé cómo se podría obligar a las empresas a contratar a los cinco millones de parados que existen a nivel del Estado precisa- mente porque las empresas no los necesitan, o ganan más sin contratarlos. Además de que costaría más de
230.000 millones si se pagara la hora a diez euros, en este gigantesco PER, una vez creados los puestos sin duda necesarios en educación, sanidad y otros servicios públicos, ¿a qué se dedicarían los restantes millones de nuevos empleados?
Los otros partidos abogan por subsidios de desempleo y ayudas con diferentes nombres pero que tienen, todos ellos, un elemento en común: son paliativos, asistenciales y, sobre todo, condicionados a que los aspirantes a perceptores demuestren ser pobres y no tener trabajo (en realidad empleo), comprometiéndose a aceptar el que se les ofrezca. Llámense «renta mínima garantizada» o «de inserción», «ingreso mínimo vital» o incluso, con el objetivo de confundir, «renta básica», se trata de subsidios y como tales están condicionados a tener que demostrar ser pobres. La verdadera renta básica es otra cosa: no responde a la idea de que el trabajo asalariado sea la única fuente para alcanzar la dignidad humana sino que esta es consustancial a toda persona y por ello, por ser el derecho más primario de todos el derecho a la existencia, ha de ser universal e incondicional. Mediante una reforma del IRPF, saldría beneficiada el 80% de la población por la transferencia, desde el otro 20%, de 35.000 millones de euros. Con esta redistribución de la renta, nadie estaría por debajo del nivel de la pobreza y cualquier persona podría negociar qué condiciones salariales y de empleo le resultan aceptables, sin tener que escuchar la consabida frase de «lo tomas o lo dejas, porque otros sí aceptarán». Como existen numerosos análisis que demuestran su viabilidad,
incluso sin una transformación radical del sistema, ¿por qué ningún partido lleva la renta básica universal en su programa? Son ellos los que deberían contestar, aceptando un debate riguroso y abierto que es hoy imprescindible.

Las rentas de inserción, un derecho pendiente

Article publicat a  El País
La garantía de rentas es una cuestión fundamental para luchar contra la pobreza infantil

Según el último informe de Save the Children, más de la mitad de los niños de familias monoparentales viven en riesgo de pobreza o exclusión social.

Según el último informe de Save the Children, más de la mitad de los niños de familias monoparentales viven en riesgo de pobreza o exclusión social. / AITOR LARA (SAVE THE CHILDREN)
    La lucha contra la pobreza infantil debe ser un apartado prioritario para los recién constituidos gobiernos autonómicos y para el ejecutivo estatal que se perfilará en unos meses. Quienes nos gobiernan deberían ser conscientes de la urgencia de garantizar un sistema de rentas a las familias que conviven con niños y niñas. Estas ayudas supondrían una manera de romper el ciclo de la crisis y de luchar contra ella, ya que, además, contribuirían a abastecer de recursos adicionales a las familias, de forma que se impulsaría el consumo, la demanda de mercado interior.
    En los últimos meses se ha hablado mucho de rentas a las familias. Pero existe una confusión generalizada entre las llamadas Rentas Mínimas de Inserción y la Renta Básica Universal. Se manejan los diferentes términos como si fuese lo mismo, pero no lo son. La Renta Básica Universal es una renta de seguridad económica y vital, un derecho de ciudadanía dirigido a todas las personas, por el hecho de ser ciudadano o ciudadana. En cambio, las Rentas Mínimas de Inserción, que ya existen en las comunidades autónomas, consisten en el derecho a una ayuda económica que se concede a las familias que están en situación de precariedad económica (como unidades familiares y no como personas individuales). Sólo las perciben familias que no tienen suficientes ingresos mínimos, además están sujetas a unas acciones encaminadas a la inserción laboral y a un acompañamiento social dirigido a la inclusión social.

    Aspirar a la Renta Básica Universal es lo más deseable para avanzar hacía la equidad
    Aspirar a la Renta Básica Universal es lo más deseable para ir caminando hacía la equidad y redistribución necesaria por lo que no dejaría que ser el objetivo a alcanzar. Pero dado que el camino es complejo, mientras avanzamos hacia ese nivel deberíamos ir dando pasos de mejora sobre las Rentas Mínimas de Inserción. Su aplicación, de hecho, ha sido irregular por parte de demasiadas comunidades autónomas, sobre todo en estos años de crisis. La falta de liquidez ha llevado a que miles de familias no estén recibiendo esas ayudas por no poder superar las crecientes trabas administrativas que se han ido estableciendo.
    Varios colegios profesionales de trabajadores sociales han ido denunciando estas situaciones en los últimos tiempos, como es el caso de AragónMadrid y Castilla-La Mancha, con una ratio de aplicación y de cuantía a la cola de España. También el Consejo General del Trabajo Social denunciamos la situación de las rentas mínimas en una jornada en el Parlamento Europeo, el pasado diciembre, coincidiendo con el Día Mundial de los Derechos Humanos.

    Propuesta europea

    En el ámbito europeo, el Comité Económico y Social Europeo quiere ahora ir más allá y lanzar una Renta Mínima Europea. Abordar ese reto a medio plazo requiere que en España, primero pongamos en orden nuestro sistema: carecemos de una normativa estatal que aglutine las distintas prestaciones no contributivas de garantía de ingresos. Partiendo de las distintas nomenclaturas, existe disparidad en las condiciones y en las cuantías.
    La garantía de rentas es una cuestión fundamental para luchar contra la pobreza infantil. Aunque no es la solución –el problema es mucho más complejo–, contribuiría a que no empeoren los niveles de pobreza o exclusión social e impediría su agravación. Se convertiría en un potencial estabilizador, sobre todo si tenemos en cuenta el impacto que la crisis está teniendo en la población, que nos ha situado en el ranking como uno de los países con mayor tasa de desigualdad y pobreza infantil, llegando a superar el 27%.
    Según la memoria de sobre Rentas Mínimas de Inserción del Ministerio de Sanidad y Servicios Sociales e Igualdad, el perfil mayoritario de beneficiarios de estas ayudas es de personas de entre 35 y 44 años, con estudios primarios y una vivienda alquilada y en situación de convivencia biparental y con hijos e hijas a su cargo, además el informe deja en evidencia las diferencias abismales entre autonomías.
    Que las rentas mínimas tienen una incidencia en la reducción de la pobreza es algo demostrado. El propio Consejo Económico y Social (CES) Vasco cifra en un 39% la reducción de la pobreza que se produce como consecuencia de las políticas de protección social, fundamentalmente de la Renta Mínima de Inserción, en su comunidad autónoma.

    La disparidad como escollo

    La propuesta del Comité Económico y Social Europeo de crear una Renta Mínima Europea está ligada a las medidas que persiguen alcanzar los objetivos de la Estrategia Europea 2020 relativos al empleo, la pobreza y la exclusión social. Su apuesta también pasa por incluir, entre otros, la fijación de subobjetivos a escala europea y nacional para grupos con mayor riesgo de pobreza, como la infancia.
    Se quiere lograr un objetivo global. Pero las desigualdades en las rentas mínimas en los distintos países europeos son un importante escollo. En España nos encontramos con una dificultad añadida con las diferencias territoriales entre las distintas autonomías.
    Más allá de esto, es importante remarcar que las recomendaciones europeas no se pueden centrar solo en la cuantía económica y el empleo. Es importante que le den más protagonismo a la recomendación específica para la inclusión social, con todo tipo de programas destinados al acompañamiento social. Además, para que las rentas mínimas de inserción sirvan para combatir la pobreza infantil debería sufrir un aumento importante de la cuantía en la asignación por hijo, tal como plantea Unicef.
    Ana Isabel Lima, presidenta del Consejo General del Trabajo Social
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      Esperando a Godot (II). Por qué hay que ir más allá de 426 euros condicionados

      Article publicat a Sin Permiso

      Lluís Torrens · · · · ·

      No deja de sorprenderme que en el año 2015, después de siete años de profunda crisis, con cinco millones y medio de parados según la estadística oficial, más dos millones y medio de parados adicionales ocultos entre los que han bajado los brazos en su búsqueda de empleo y los que trabajan a tiempo parcial porque no tienen más remedio y los que se han ido fuera del Reino, surja una propuesta tan poco ambiciosa ni movilizadora como dar una renta de 426 euros a todos los parados sin ingresos. 
      Han pasado 4 años de las movilizaciones del 15-M y mientras la sociedad aplastada por la crisis se ha organizado y ha dado un vuelco espectacular a la situación municipal en el Reino de España (lo nunca visto desde 1931) a los sindicatos mayoritarios y algunos partidos de izquierda se les ocurre que hay que proponer medidas que ellos llaman «realistas», que encajen dentro de lo que el gobierno acepte y, puesto a moderarse, que cuesten poco dinero. La verdad, no veo a millones de personas movilizadas por 426 euros al mes o por un incremento del 1% de los sueldos de los que trabajan. 
      Para sus promotores podríamos resumir éstas y otras propuestas alineadas en un aparente círculo virtuoso:
      a) Démosles algo a los pobres para que no se mueran de hambre mientras creamos empleo gracias a
      b) subir los sueldos un 1% a los trabajadores fijos (los temporales y autónomos ya se espabilarán con las subcontratas de las empresas que trabajan para las grandes, como desgraciadamente hemos aprendido con Movistar) para que reactiven el consumo de la economía y esta reactivación cree millones de puestos de trabajo que
           c) además repartiremos junto a los existentes trabajando 30 horas semanales pero cobrando lo mismo que a 40 horas porque, claro, todas las empresas se están forrando y pueden incrementar un 33% sus costes laborales sin ningún problema, y por si fuera poco
         d) contrataremos a millones de personas (todas las que quieran trabajar) para que a una media de 6 euros la hora (si lo hiciéramos a un salario digno como pide el consejo de Europa no lo podríamos pagar) puedan hacer todo lo que la sociedad requiere que se haga bueno, bonito y sobre todo barato (limpiar bosques, cuidar ancianos, explicar cuentos a los niños…). 

      Y todo por el módico precio de 11.000 millones de euros anuales más costes administrativos para la primera medida y de 10.000 millones de euros anuales por millón de empleos  generados para la última medida de la lista (y como no sabemos cuántos millones de empleos se quieren crear, vayan multiplicando hasta acabar con los pobres). De la segunda medida no podemos aventurar el coste, únicamente decir que un 1 % de más sueldo son 5.000 millones de euros más o menos de los cuales unos 1.000 millones se los quedaría el Estado, o sea 4.000 millones de reactivación de los bolsillos de 15 millones de asalariados (unos 20 euros al mes).  De la tercera medida solo cabe pensar en que a nadie le cabe en la cabeza que esto se pague sin compensaciones a las empresas, como así se realizó en Francia con la ley de las 35 horas. Más o menos puede equivaler a 100.000 millones de euros anuales, casi todo lo que recauda la Seguridad Social. Todo combinado, o en parte,  se crea un círculo que más que virtuoso para acabar con la pobreza parece un bucle imposible de financiar que alargará la situación de pobreza durante años. 
      No únicamente esto, lo más sorprendente es que medidas como la primera parecen renunciar a todo el acervo de conocimiento desarrollado por décadas de aplicación de las rentas mínimas como son los gravísimos problemas que generan en sus beneficiarios (podríamos más bien llamarles víctimas) de estigmatización (a nadie le gusta declararse ciudadano de tercera categoría), de trampa de la pobreza (deben renunciar a la ayuda si encuentran un trabajo de inferior o similar retribución, lo cual en nuestro actual mercado laboral ya es más que frecuente), de trampa de la precarización (si se renuncia a la ayuda por un trabajo temporal, cuando este se acaba, se pueden tardar meses en recuperar la ayuda, por lo que tampoco interesa aceptar el trabajo, por muy buen ciudadano que uno sea), y lo más grave, la no-cobertura: por la estigmatización, la falta de educación, el desconocimiento, la dificultad de los trámites administrativos, etc. los beneficiarios objetivos de la medida no la solicitan. 
      Así, un estudio de la EAPN (European Antipoverty Network) recoge en su proyecto EMIN sobre rentas mínimas (donde están representados los sindicatos) que en los países analizados el grado de no-cobertura oscila entre el 20 y el 75%. Dos ejemplos más son paradigmáticos: la encuesta de pobreza y desigualdades sociales de Gipuzkoa estima que para que su sistema de renta de ingresos alcanzara a todos los que lo necesitan debería crecer un 50% el número de beneficiarios (y esto en el territorio con la segunda mayor renta per cápita del Estado y con el sistema de rentas mínimas más generoso); dos, en Francia están en revisión los sistemas de rentas mínimas activas (RSA y PPE que incluyen incentivos para encontrar trabajo, de similar naturaleza a los que propone Ciudadanos, a los EITC o créditos fiscales que existen en EEUU y en otros países o incluso algún sucedáneo redactado por Podemos) porque se han dado cuenta que el 68% de sus posibles beneficiarios tampoco la solicitaban. Es tan grave el problema que existe en Grenoble un centro de investigación dedicado a lo que en inglés se llama non-takeup y en francés non-Recours, en este centro hablan de las ayudas condicionadas como una carrera de obstáculos que muchos no pueden sortear.  Significativamente en google no hay ni una entrada en español referente a este observatorio, solo una referencia bibliográfica en un documento del SIIS. 
      Last but not least, hay que recordar que 426 euros de ayuda no sitúan a nadie por encima del umbral del riesgo de la pobreza. Ya puestos se podría haber propuesto alcanzar el umbral situado en los 650 euros mensuales, aunque esto supusiera incrementar el coste a casi 17.000 millones, el 1,6 % del PIB.
      En definitiva, mientras esperamos a Godot (que en realidad sí está a la vuelta de la esquina con una propuesta de renta básica en su bolsillo) se nos proponen soluciones que no alcanzan a eliminar la pobreza,  o igual o más costosas que una Renta Básica (a la RB en su versión por unidad familiar le costaría poco más de 20.000 millones de euros, que pagarían los ricos,   eliminar toda la pobreza, y sin descontar los inmensos ahorros en costes sociales -salud, fracaso escolar, seguridad…- derivados de la erradicación de la misma), que generan dinámicas perversas (como el enquistamiento de los pobres en su situación), que no llegan a quien lo necesita ni siquiera en los países que nos llevan décadas o incluso generaciones de ventaja en políticas sociales, y que no tienen ninguna capacidad transformadora. Al contrario, profundizan en un modelo asistencial absolutamente superado en pleno siglo XXI y donde el modelo productivista que da derechos únicamente a través del trabajo remunerado se está agotando.
      Qué pena que pudiendo alcanzar el bosque, se nos plante delante un árbol pequeño y enclenque que casi necesita los mismos riegos y abonos que el bosque y solo da un poco de cobijo y menos aún libertad. 
      Añado una consideración, espero que ni agresiva ni arrogante, que responde a la crítica de que la propuesta de RB en la que yo he participado implica una prohibitiva subida de tipos fiscales efectivos a los asalariados con rentas medias. El 80% de la población sale ganando con la combinación de renta básica y una fiscalidad del IRPF sencilla y transparente que permite calcular los efectos individuales y otro 5% sale perdiendo unas cantidades muy moderadas. Además esta supuesta crítica no tiene en cuenta (y expresamente así lo manifestamos) la increíble estadística que nos muestra el IRPF español en donde un catedrático universitario está en el 5% de los declarantes más ricos, señal del gran fraude existente. Si los ricos pagaran como les toca, el tipo medio bajaría significativamente o se podrían aplicar compensaciones ad-hoc para estas clases medias que ahora están en el top 20 de la pirámide de ingresos.
      Además, es una crítica que no tiene en cuenta entre otras el inmenso valor emancipador que tiene una renta básica, la posibilidad de que los jóvenes de se vayan de casa con una asignación de partida para emprender su proyecto vital, o las mujeres dependientes, y que lo puedan hacer en cualquier momento, sin tener que declararse pobres. Cualquier cabeza de familia sería feliz de pagar un poco más a cambio de poder liberar a sus hijos adultos de la obligación de permanecer en el hogar materno o cualquier jubilado de clase media sería feliz de no ver a sus nietos sentados en su mesa cada día porque sus progenitores no tienen recursos para ponerles la mesa en casa.
      El mayor valor científico de la propuesta es que permite cuantificar con cierta exactitud el coste de la renta básica (que ni por asomo es el 8 o 9 % del PIB)  y posibilita experimentar diferentes variantes para reducir algunas distorsiones que obviamente un modelo tan general puede provocar en situaciones personales o familiares específicas. Renta básica por unidad familiar, substituir el tipo único por varios tramos crecientes para incentivar el trabajo estacional o a tiempo parcial voluntario, mantener una imposición diferencial de las rentas del capital deslocalizable, substituir parte de la financiación necesaria mediante IRPF con otros ingresos fiscales (ambientales, sobre la riqueza, sobre la renta de las sociedades, e incluso sobre el IVA de manera progresiva) son alternativas factibles, que permiten disipar espero que definitivamente estos recelos. Es más, algunas de estas alternativas, como incrementar la imposición indirecta, sólo tienen sentido y son progresistas en un marco de renta básica que permitan compensar el incremento del coste de la vida derivado.
      Y por favor, que no nos acusen de que una renta básica desincentiva encontrar empleo: es un insulto para la mayoría de la población que, sea consecuencia de nuestra moral judeocristiana o no, valora el trabajo como una necesidad de aportación al bien común y realización personal. Lo que permite  la renta básica es poner en valor y legitimar a los (sobre todo «las») que aportan otros tipos de trabajo, no solo los que pasan por una nómina o una factura. Ni siquiera las personas con la vida solucionada a gran escala (millonarios)  son capaces de dejar de trabajar.
      Discrepo absolutamente en que un gasto de entre 15.000 y 35.000 millones sea incompatible con un programa de estabilidad presupuestaria. Lo que deberíamos abandonar de una vez por todas es este síndrome de Estocolmo de que nuestra presión fiscal debe estar 8 puntos por debajo de la media europea (y aún más inferior si nos comparamos solo con los países con sistemas de pensiones plenamente públicos). Nadie en la Unión Europea, ni el FMI, ni el BCE ni la OCDE nos exige que estemos en inferioridad de ingresos respecto a nuestros vecinos. Lo que nos exigen es equilibrio presupuestario y nos sugieren vías para hacerlo, sea incrementando los ingresos, sea recortando si somos incapaces de hacer lo primero. Decir que un 1,1 o un 1,5% del PIB sí es asumible como mayor gasto en lugar de un 2% o un 3% es admitir la derrota ante la visión neoliberal y ser un colaborador necesario en el objetivo de convertirnos en una sociedad low-cost.
      Para acabar, estos próximos días el nuevo gobierno municipal de Barcelona va a iniciar probablemente un estudio riguroso para evaluar el coste de la implementación de una renta municipal, una de sus propuestas electorales, que complemente los ingresos de las personas pobres de la ciudad hasta alcanzar el umbral de riesgo de pobreza, siguiendo el esquema clásico de una renta mínima condicionada. Y ya el gran problema empieza por saber cuántos pobres en ingresos hay o si tienen medios alternativos de subsistencia (riqueza financiera o inmobiliaria). Me duele la cabeza de pensar el entramado administrativo-burocrático-fiscalizador que van a tener que crear en el ayuntamiento, dedicando recursos humanos ingentes a hacer de policías de la pobreza (a evitar el fraude de los pobres, que es un pobre fraude comparado con el de los ricos), y cuando el personal de servicios sociales debería estar dedicado a ayudar a las personas a salir de la exclusión, a mejorar su empleabilidad o a simplemente hacerles la vida más digna. 
      Y me duele el alma de pensar en cuántas personas pueden no llegar a ser beneficiarias de este programa o de la estigmatización que sufrirán (directa o indirecta) y sobre todo pensar que con una renta básica todo sería infinitamente más fácil, más digno y creando una sociedad más justa pero también económica y ecológicamente más eficiente y sostenible.
      (Una versión más reducida de este artículo ha sido publicada en http://www.espacio-publico.com/)

      Lluís Torrens es economista, profesor asociado de la Escuela Superior de Negocios Internacionales-Universitat Pompeu Fabra, gerente del Public-Private Sector Research Center del IESE. Colabora con
      iniciatives pel decreixement que impulsa un nuevo modelo económico sostenible y estacionario.

      Un proyecto económico pero ¿para qué sociedad?

      Article publicat a Público.es 
      Isidro López ( ) y Emmanuel Rodríguez ()
      .

      Se presentó el viernes con este título: Un proyecto económico para la gente. Es interesante recalcar el «para la gente» porque ya obviamente se hace sin la gente. Aunque formalmente este documento se pretenda como un punto de partida para el debate ciudadano —o lo que es lo mismo, que este «proyecto» no es el «programa»— lo cierto es que, si nos queremos tomar en serio a Podemos, lo debemos considerar como sus fundamentos en materia económica.
      En línea con lo que viene siendo la nueva orientación del partido, se nos propone un documento de «sabios». Dos expertos —atiéndase sólo dos para algo tan complejo como lo que debiera ser un giro  económico de 180 grados— han preparado lo que va a ser el esqueleto del programa económico. Y lo han hecho desde posiciones muy determinadas. Como ya hemos escrito, sobre la discusión económica pivotan las alternativas políticas. Una elección económica siempre ha sido una elección política, pero a día de hoy esta afirmación clama al cielo.
      Sin duda, el documento tiene algunos puntos fuertes, por ejemplo, un enfoque sobre el euro y Europa que huye del escepticismo habitual entre bastantes economistas críticos. También es interesante el papel central, aunque algo diluido, que tiene el impago de la deuda como condición para cualquier programa económico efectivo. No obstante y más allá de que podamos coincidir en las cuestiones normativas (los buenos deseos), las propuestas de Navarro y Torres se pueden definir en términos económicos como keynesianas, y en términos políticos como socialdemócratas.
      La cuestión de fondo, y que luego veremos con algún detalle, está en determinar si socialdemocracia y keynesianismo pueden ser hoy formas de acercamiento siquiera adecuadas para tratar cuestiones como las del cambio del modelo productivo y las funciones del empleo. Antes de nada, es preciso aclarar una diferencia profunda de diagnóstico sobre el capitalismo financiarizado en las escuelas neokeynesianas y otras lecturas como las que aquí se sostienen. Para los keynesianos, la hegemonía financiera es un simple problema de desinversión. El problema reside en el poder que los propietarios del dinero, las finanzas, han logrado concentrar durante la era neoliberal. Este les ha permitido rehuir de su “tradicional función” en el marco capitalista: la inversión productiva. Según este esquema, los capitales se refugian en los mercados financieros donde todavía son capaces de acumular riqueza. Así pues basta con obligar políticamente a las élites, fundamentalmente mediante la fiscalidad, a cumplir con su función inversora para que la economía vuelva a crecer y a crear empleo en la cantidad suficiente como para revertir la crisis. En esta dirección van muchas de las propuestas de su documento, la mayoría imprescindibles pero insuficientes como mecanismos de orientación de una “economía para la gente”.
      Las cosas se pueden leer, no obstante, de otro modo. Desde nuestro punto de vista, que además hemos explicado con profusión para el caso español, el proceso de acumulación de poder y riqueza de las élites financieras, refugiadas en los mercados financieros, es el resultado de un conjunto complejo de factores que se anudan en los años setenta. Fue en esta década, a caballo de un intenso ciclo de luchas sociales, creciente competitividad entre las viejas potencias industriales y agotamiento del ciclo keynesiano-fordista cuando surgió, en tanto solución capitalista, el neoliberalismo y la financiarización. Resultado de la inviabilidad de esa solución es la larga crisis de sobreproducción del aparato productivo capitalista que dura ya más de cuarenta años. Por concretar, el resultado de esta crisis es que cada vez que la inversión sale de sus cuarteles financieros, o de sus burbujas inmobiliarias o tecnológicas, se encuentra con un problema de bajísima rentabilidad y alta competencia en los sectores que deberían estar arrojando altas tasas de beneficio. Por eso, el capitalismo vuelve de forma reincidente a sus refugios financieros desregulados. En otras palabras, la inversión privada, más allá de los mercados financieros, las burbujas y la emigración a China, está desde hace décadas incapacitada para  contribuir significativamente a la inversión productiva y al empleo. El capital tan solo ha respondido, y de manera insegura, a los llamamientos a la inversión mediante la masacre de sus costes salariales, sociales y ecológicos.
      Esto puede parecer un oscuro punto del debate teórico, pero es fundamental a la hora de abordar cualquier posición económica que aspire a la transformación; algo que debiera importar, y mucho a Podemos, caso de que quiera configurarse como una opción real de ruptura. La polémica podría quedar resumida así: ¿empleo o desenganche del empleo (Renta Básica)? Desde el punto de vista económico, la opción por la Renta Básica tiene la voluntad de orientar los viejos asuntos de la igualdad social en términos de un cambio radical del modelo productivo y de la economía política de la financiarización. En  dirección contraria, en el programa de Navarro y Torres, se apuesta por el empleo. De hecho, la RB desaparece de escena para convertirse en un “dinerillo” que se da a los pobres. La RB se convierte en Renta Mínima de Inserción.
      En esta misma dirección, se puede considerar el papel que el documento de Torres y Navarro otorga a la inversión como motor de recuperación económica, según el clásico esquema de mayor inversión, mayor empleo, mayor consumo y por ende un ciclo virtuoso de crecimiento económico. La cuestión está en saber ¿cuáles son las condiciones hoy de generación de inversión? Lo más probable, en el marco del capitalismo financiarizado, es que la inversión privada no comparezca en el volumen necesario. Dicho de otro modo, lo más probable es que sea la inversión pública la que tenga que llevar el peso de la recuperación del empleo. Los sectores elegidos son los del Estado de Bienestar: sanidad, educación, dependencia. Nadie duda de que la inversión pública en estos sectores sea fundamental. Lo que sí es dudoso es que estos puedan ser el motor de la transformación.
      La pregunta surge inmediatamente: cuánto dinero público requiere esta estrategia de empleo público para ser significativa y eficaz en el corto plazo (y entendemos que es una apuesta de emergencia). Mucho sin duda. Curiosamente, la Renta Básica puede ser una línea de recomposición económica más interesante. Esta se puede entender justamente como un mecanismo de pre-distribution, no como una renta de pobres, sino como un medio de activación económica y de los recursos productivos de una población hasta ahora sometida al empleo low cost y altamente precarizado. Para que se vea con un cálculo puramente orientativo, y por lo tanto pedestre. Un plan de empleo, fundamentalmente público, como el que se desprende del documento de Navarro y Torres para alcanzar las dimensiones necesarias para compensar los niveles desorbitados de paro y precariedad generalizada, tendría muy posiblemente unos costes muy similares, o incluso superiores, a los de la Renta Básica. No hay que olvidar que este programa, para tener un impacto significativo, no debería bajar de los dos millones de empleos públicos, o lo que es lo mismo más de un 10 % adicional del PIB.
      Otra duda con lo que podemos considerar el aspecto clave del programa de Torres-Navarro es si un programa de empleo público de esta envergadura, en los sectores del Estado de bienestar, no va a encontrarse rápidamente con problemas de escalabilidad. Se trata de servicios que requieren de fuerza de trabajo cualificado. Y es evidente que en un año no se puede triplicar el número de médicos, profesores o cuidadores. En una previsión de escenarios, lo más probable es que este cuello de botella se supere mediante un viejo conocido del sistema productivo español: la inversión pública en infraestructuras. Por supuesto, aquí sería mucho más fácil encontrar el suplemento de la inversión privada, pero entraríamos en el terreno de una nueva burbuja inmobiliario-financiera.
      Una tercera duda hace referencia a la posición del sistema de crédito en el documento de Navarro y Torres. Se habla, y mucho, de sistemas de crédito públicos y de “derecho al crédito” No hay nada en contra del crédito en sí, pero para sostener esa posición central del crédito hay que asegurar que los niveles salariales crecen lo suficiente como para soportarlo y no generar una nueva especie de “esclavitud por deudas” como la que estamos todavía viviendo.
      También en el documento se habla mucho de reforzar los sindicatos, pero si adelantamos un escenario de debilidad de la inversión privada, por un lado, y de fuerte inversión pública, por el otro, lo más probable es que la fuerza sindical en el sector privado resulte inoperativa. Conviene no olvidar que el contexto seguirá siendo de atomización y precariedad, debido a la propia debilidad del capital. De nuevo aquí, la Renta Básica borra del mapa, literalmente, buena parte de los empleos precarizados. Es por ello la mejor base de negociación posible frente al capital así como para un nuevo sindicalismo apoyado en algo tan básico como “no temer morir de hambre si no trabajas”. Además con la RB se sentarían las bases para una nueva economía cooperativa no destrozada por las condiciones que fija el capital privado, algo que en el documento de Torres-Navarro apenas aparece de pasada.
      Desde luego, la Renta Básica no está libre de problemas. Podríamos discutir sobre su aplicación en un solo país, por ejemplo. Quizás, el principal de ellos es que es más difícil de sostener electoralmente que el empleo público. Es un problema que afecta a todo lo nuevo. ¿Cómo competir con una figura política, tan conocida que es casi pop, como la socialdemocracia? Dado no obstante que el combate en torno al pago de la deuda no va a tener una solución inmediata, desde el punto de las finanzas es tan inaceptable un programa keynesiano de empleo como otro de desenganche del empleo y Renta Básica.
      En último término, el problema central del documento Navarro-Tores está en su apuesta política. El keynesianismo nunca fue un programa de transformación económica, sino de conservación de un capitalismo en crisis atravesado por una fuerte lucha de clases. Hoy estas clases ya no existen como tales. Con ellas murió también el interés de las élites por regular una partida que saben ganada. Queda, por supuesto, la memoria viva de ese momento que en España es casi el mismo que el de la formación de la clase media en los años sesenta y setenta, con su prórroga en la década socialista de 1982-1995. A eso apela este documento, sin añadir prácticamente nada nuevo sobre los problemas del capitalismo financierizado y la fragmentación social actual.
      Desde la perspectiva que aquí se pretende, apostar por mecanismos de desenganche del empleo es apostar por una formación política emergente. Es apostar sencillamente por la formación de nuevas clases (entendidas como sujetos políticos), a partir de la descomposición de las viejas clases medias. Se trata de un fenómeno que estamos viviendo de manera incipiente y que en España inaugura el 15M. Quizás pueda parecer complicado asumir esta posición. Pero Podemos sólo ha sido la primera expresión electoral de estos nuevos sujetos sociales y políticos. De forma consecuente, su política económica debería estar pensada para reforzar esta emergencia política. Paradójicamente, en la apuesta keynesina de Torres-Navarro, se vuelve a un pasado de regulaciones y recetas económicas muy por debajo de las posibilidades del momento: una suerte de modelo sueco de inversión pública, Estado de bienestar y políticas de empleo a escala nacional. Ni políticas de promoción de los tejidos cooperativos, ni una consideración de la financiarización como meollo del capitalismo actual, ni en definitiva refuerzo de la autonomía de los sujetos productivos frente al empleo precario. El giro socialdemócrata puede valer un tiempo para atraer viejos recuerdos de voto, pero malamente como política económica alternativa.

      Un impuesto negativo sobre la renta

      article publicat a El Diario.es

      La situación socioeconómica lleva a buscar planteamientos alternativos a una renta universal básica
      Con la crisis y el alto nivel de desempleo, sobre todo el de largo plazo, se ha vuelto a poner en boga en algunos sectores la propuesta de una renta básica universal pagada directamente por el Estado. Sin embargo, puede haber una propuesta interesante que produce unos resultados similares: un impuesto negativo sobre la renta. La adelantó en los años 40 la conservadora británica Juliet Rhys-Williams, y posteriormente el propio Milton Friedman en 1962, pese a todo un «conservador con un programa de bienestar social», como lo definió un artículo en The New York Times a su muerte en 2006. La idea vuelve ahora, y no por casualidad, de la mano de otros proponentes como Erick Brynjolfsson y Andrew McAfee, en su  The Second Machine Age ( La segunda era de las máquinas), y no por casualidad, pues esta era está redefiniendo el entorno no sólo económico sino también social.
      La renta básica generalizada tiene sus propios problemas, pues iría no sólo a los más necesitados, sino incluso a los acomodados. En una de sus aproximaciones Tony Blair la experimentó en el Reino Unido con un plus fiscal que se aplicó a todos y que en época de bonanzas sirvió a las clases medias como suplementos para viajes u otros gastos no necesarios. Además, la renta básica implicaría un nivel de gastos que en la actualidad los Estados no podrían permitirse. El impuesto negativo sobre la renta no está, sin embargo, exento de problemas. Y de hecho, cuando se propuso desde sectores ultra-liberales (no como vuelve en la actualidad) era para suprimir a cambio buena parte de los gastos del Estado del bienestar.
      Se ha experimentando en algunos casos en EEUU e incluso en Israel. ¿Cómo funcionaría un impuesto negativo sobre la renta? Se establecería un nivel de ingresos mínimo deseable. Y si no se llega, incluso trabajando, la diferencia sería cubierta por una tasa negativa. Así, si el nivel deseable, por citar un ejemplo se fijara en 20.000 euros anuales para una familia de cuatro, y la tasa de renta negativa en un 50%, (el tipo que proponía Friedman), la familia que ganara 10.000 euros recibiría el 50% de la diferencia entre esto y el nivel deseable, es decir, 5.000 euros suplementarios del Estado, con lo que sus ingresos ascenderían a 15.000. Una persona sin ingresos recibiría 10.000. Y lo podría hacer a través de declaraciones anuales o trimestrales.
      Esto aseguraría un cierto ingreso mínimo para las personas que se mantendrían así como consumidores, a la vez que alentándoles a permanecer en el mercado de trabajo y a buscar empleo, en contra de lo que a menudo se dice. Si el renacimiento de la propuesta tiene sentido es porque estamos en una época de falta de empleo, de una cobertura del paro insuficiente, de trabajos en precario o de bajos salarios en algunos sectores y ocupaciones, que se puede agravar con la automatización y los robots en esta nueva era de las máquinas y de la globalización.
      El mayor problema –cálculos presupuestarios aparte- puede versar sobre el apoyo que puede recibir tal medida por parte de los contribuyentes positivos. Ocurriría también con una renta mínima garantizada. O con la idea de un Estado de bienestar dirigido a los más necesitados. Si las clases medias no se benefician del Estado del bienestar –de la educación y de la sanidad públicas, principalmente- éste perderá su apoyo. Es algo que puede estar ocurriendo en España (aunque no en Alemania o Francia, donde la universalidad se mantiene en estos ámbitos). Un impuesto negativo sobre la renta puede resultar sumamente progresivo, aunque corre el riesgo no sólo de estigmatizar a los receptores, sino de perder el apoyo de los ciudadanos que más contribuirían a su financiación. Sin embargo, vale la pena estudiarlo más a fondo, pues es un tipo de medida que puede ser sumamente relevante en un entorno de bajo salarios y de pobreza ya no sólo de los desempleados, sino de muchos con trabajos mal remunerados.

      Entrevista a Philippe Van Parijs, reflexionant sobre la renda bàsica

      article publicat a la revista Sin Permiso

      Philippe Van Parijs.
      “De cada cual (voluntariamente) según sus capacidades, a cada cual (incondicionalmente) según sus necesidades”. Entrevista
      Reproducimos a continuación buena parte de la reciente entrevista que Baptiste Mylondo y Simon Cottin-Marx hicieron al filósofo belga Philippe Van Parijs –miembro del Consejo Editorial de  SinPermiso— para la revista Mouvements. Dada la extensión de la entrevista, hemos optado por hacer una selección de los pasajes que nos parecen más relevantes, porque ofrecen indicaciones analíticas y argumentativas útiles para el actual ciclo de movilizaciones en favor de la renta básica en el conjunto de Europa.La versión completa (en francés) de la entrevista puede encontrarse en:
      http://www.uclouvain.be/cps/ucl/doc/etes/documents/pvp5.pdf.

      Philippe Van Parijs, filósofo y economista belga, es una de las figuras modernas de la promoción de la renta básica, que él presenta como una vía capitalista a un comunismocontemporáneo. En esta entrevista, hace un bosquejo de la aparición de esta idea y de lascontroversias que ha suscitado y suscita todavía hoy con respecto a la cuestión del trabajo. […]
      Mouvements: Es usted una de las principales figuras del movimiento por una renta básica en el
      mundo. ¿Qué le empujó a defender esta idea? ¿Cuál ha sido su evolución intelectual y
      militante?
      Philippe Van Parijs: Todo empezó en 1982. Llegué a la idea de la renta básica a través de dos
      caminos. El primero surgía de la urgencia de proponer una solución al paro que fuera
      ecológicamente responsable. Llegado a Louvain-la-Neuve en 1980 tras la finalización de mi
      doctorado de Oxford, participé en la fundación de la sección local del partido ecologista belga
      francófono Écolo, entonces bien nuevo, con un monje benedictino y otro filósofo, Jean-Luc
      Roland (1). Enseguida pasé a formar parte de la comisión que tenía que preparar el programa
      socioeconómico de Écolo.
      En este programa se imponía un problema central. En Bélgica había entonces un paro muy
      importante que no se reducía demasiado ni cuando la coyuntura era buena. Para las grandes
      coaliciones patronales y sindicales, de derechas y de izquierdas, sólo había una solución al
      problema del paro: el crecimiento. Más concretamente, un crecimiento cuya tasa tenía que ser
      todavía más alta que la tasa de crecimiento de la productividad, que ya de por si era muy
      elevada. Pero para los ecologistas, una carrera enloquecida hacia el crecimiento sin freno no
      podía ser la solución. ¿Había otra?
      Fue en este contexto en el que se me ocurrió la idea de una renta incondicional, que entonces
      propuse bautizar como “subsidio universal” para sugerir una analogía con el sufragio universal.
      Una renta de este tipo viene a desacoplar parcialmente la renta generada por el crecimiento y
      la contribución a dicho crecimiento. Debe permitir que ciertas personas que se ponen enfermas
      trabajando demasiado puedan trabajar menos, lo que libera puestos de trabajo que pueden
      ocupar otras personas a quienes el hecho de no encontrar trabajo pone enfermas. Una renta
      incondicional es en cierto sentido una técnica ágil de redistribución del tiempo de trabajo que
      permite atacar el problema del paro sin tener que entregarse a una carrera enloquecida hacia
      el crecimiento.
      El segundo camino que me condujo a la renta básica es más filosófico. A principios de la
      década de 1980, muchas personas que, como yo, se situaban en la izquierda, se daban cuenta
      de que ya no tenía demasiado sentido ver en el socialismo, la propiedad colectiva de los
      medios de producción, el porvenir deseable del capitalismo. Por aquel entonces empezábamos
      a reconocer plenamente que si los regímenes comunistas no habían respondido a las
      inmensas esperanzas que habían suscitado, no era por razones puramente contingentes. Por
      otro lado, me parecía importante formular una programa de futuro que no se limitara a un
      puñado de medidillas, sino que pudiera entusiasmarnos, hacernos soñar, movilizarnos. ¿O es
      que acaso esta renta incondicional no era interpretable como un camino capitalista hacia el
      comunismo, entendido éste como una sociedad que pueda escribir en sus banderas “de cada
      cual (voluntariamente) según sus capacidades, a cada cual (incondicionalmente) según sus
      necesidades”?
      Una sociedad de mercado dotada de una renta básica puede, en efecto, entenderse como una
      sociedad en la que una parte del producto se distribuye según las necesidades de cada cual a
      través de un mecanismo que varía en función de la edad de los perceptores y que contempla
      complementos para ciertas personas que tienen necesidades particulares, por ejemplo de
      movilidad. Cuanto más elevada sea esta renta universal, más voluntaria será la contribución de
      cada cual, una contribución que se verá motivada más por el interés intrínseco de la actividad
      que por la obligación de ganarse la vida. Cuanto más elevada sea la parte del producto
      distribuida bajo la forma de una renta incondicional, más nos acercamos a esta sociedad
      “comunista”, entendida como una sociedad donde el conjunto de la producción se distribuye en
      función de las necesidades, no de las contribuciones. […]
      En diciembre de 1982, escribí una breve nota que llevaba por título el neologismo “renta
      básica” y la sometí a la discusión crítica de algunos colegas y amigos. Cuando uno tiene una
      idea que considera genial pero en la que nadie parece haber pensado, pueden pasar dos
      cosas. Puede que descubramos bien rápidamente que la idea lleva de la mano dificultades
      decisivas que no habíamos percibido, y puede también que descubramos que otras personas
      ya tuvieron la misma idea anteriormente. Con el paso del tiempo, fui efectivamente
      descubriendo a muchos autores que, en otros lugares, a veces bien próximos, habían
      propuesto la misma idea. Uno de los primeros era un tal Joseph Charlier. En 1848, mientras
      Marx redactaba en Bruselas el Manifiesto del Partido Comunista, Joseph Charlier terminaba, a
      pocos cientos de metros, su Solución del problema social, obra en la que defendía, bajo el
      nombre de “dividendo territorial”, una verdadera renta básica. Cierto es, pues, que descubrí a
      numerosos precursores; sin embargo, todavía no he encontrado ningún problema decisivo que
      me pueda llevar a abandonar la idea. Pero leí y oí miles de objeciones, y rápidamente adquirí la
      convicción de que la objeción más seria no era de naturaleza técnica, económica o política,
      sino de naturaleza ética (2).
      Esta constatación se hizo evidente en 1985, siendo yo profesor invitado en la Universidad de
      Ámsterdam. Era un momento particularmente interesante para la renta básica en los Países
      Bajos, pues una comisión de expertos muy reputada designada por el gobierno (el WRR o
      Consejo científico para la política gubernamental) había publicado un informe que defendía una
      “renta de base parcial”, esto es, una verdadera renta básica estrictamente individual pero de un
      nivel insuficiente para poder reemplazar integralmente el dispositivo de renta mínima
      condicional (del tipo de las Rentas Mínimas de Inserción) que existía en los Países Bajos
      desde la década de 1960. Hacia el final de mi semestre en Ámsterdam, me pidieron que
      moderara un debate sobre la cuestión en el que participarían, entre otros, un economista
      marxista y Bart Tromp, un profesor de sociología que formaba parte de la dirección del partido
      laborista (PvdA), el gran partido de centroizquierda holandés. La posición del marxista era, en
      esencia, que la idea era genial, pero que en una sociedad capitalista era irrealizable dada la
      correlación de fuerzas existente, que permite a los capitalistas oponerse con eficacia a todo lo
      que no sirve sus intereses. Mejor olvidarla, pues, mientras nuestra sociedad sea capitalista. Por
      su lado, el laboralista empezó ironizando: “los marxistas habían dicho que nunca podríamos
      tener un sistema de seguros de salud para los trabajadores, un sistema de jubilaciones, de

      subsidios de paro, el sufragio universal. Todo esto, según los marxistas, era imposible, y sin
      embargo nosotros, los socialdemócratas, lo hemos llevado a la práctica. Lo mismo vale para la
      renta básica: la podríamos conseguir si la quisiéramos. Pero no la queremos a cualquier precio.
      Porque el derecho a una renta tiene que estar subordinado a la prestación de un trabajo.
      Obviamente, quienes quieran trabajar pero no son capaces de hacerlo deben tener el derecho
      a un subsidio. Pero atribuir una renta a personas que eligen no trabajar es moralmente
      inadmisible”.
      A partir de aquí, me dije que la tarea prioritaria tenía que ser la de proporcionar una respuesta
      a este desafío ético. No fue un asunto menor. El resultado queda contenido en Real Freedom
      for All (3), un libro extenso publicado diez años más tarde,
      Mouvements: Esta cuestión fue objeto de una controversia académica con John Rawls: el
      asunto del surfista de Malibú. ¿Es legítimo pagar una renta incondicional a una persona que no
      “trabaja”?
      Philippe Van Parijs: Exacto. Precisamente sobre esta cuestión, mi primer encuentro con John
      Rawls fue al mismo tiempo una de las decepciones más grandes y uno de los mayores
      estímulos intelectuales de mi existencia. A principios de la década de 1980, había organizado
      en Lovaina lo que sin lugar a dudas fue el primer seminario francófono sobre Rawls, y me
      había puesto a publicar una serie de ensayos sobre filosofía política anglosajona que
      posteriormente quedaron recogidos en ¿Qué es una sociedad justa? (4). Lo que me valió una
      invitación a un gran coloquio organizado en París en noviembre de 1987 con motivo de la
      traducción francesa de la Teoría de la justicia. Además del propio Rawls, sólo había, que yo
      recuerde, cuatro participantes extranjeros, a saber: Amartya Sen, Ronald Dworkin, Otfried
      Höffe y yo, todos alojados en el “Hôtel des grands hommes”, al lado del Panteón. Rawls y yo
      éramos los únicos que nos levantábamos pronto, lo que me proporcionó el privilegio de dos
      largas conversaciones mano a mano durante el desayuno en las que le formulé varias de las
      muchas preguntas que me hacía a propósito de la lectura atenta de la Teoría de la justicia. Una
      de estas preguntas me quemaba en los labios. No sorprenderá que diga que tenía que ver con
      la relación entre los principios de la justicia de Rawls, en particular su célebre principio de
      diferencia, y la renta básica. Tanto en su Teoría de la justicia (1971) como en un artículo
      anterior titulado “Distributive justice” (1967), Rawls menciona explícitamente el impuesto
      negativo sobre la renta a título de ejemplo de la puesta en práctica del principio de diferencia. Y
      en ciertas versiones, como la defendida por James Tobin en un famoso artículo de 1967, el
      impuesto negativo no es otra cosa que lo que el propio Tobin llamará el demogrant, es decir, la
      renta básica. Además, el economista de referencia de Rawls, aquel del que toma la expresión
      que designa el que a su modo de ver es el mejor régimen socioeconómico –la property-owning
      democracy– no es otro que el premio Nobel de economía James Meade, un gran defensor de
      la renta incondicional desde los años treinta y hasta sus últimos escritos. Sobre esta base, me
      parecía evidente que una interpretación atenta del principio de diferencia no justificaba sólo una
      forma de renta mínima, sino, más concretamente, una renta básica lo más elevada posible. Eso
      resultaba evidente para mí, pero, para mí sorpresa, en ningún caso para Rawls, quien me
      replicó más o menos lo siguiente: “Tomemos como ejemplo los surfistas de Malibú. Si pasan
      sus días haciendo surf, ¡no sería demasiado justo pedir a la sociedad que satisfaga sus
      necesidades!” Y efectivamente, añadió a la versión escrita de la conferencia que pronunció en
      aquella ocasión una pequeña nota sobre los surfistas de Malibú, y una sugerencia de
      modificación de su “principio de diferencia” cuya principal implicación es la de privarlos del
      derecho a ser alimentados.
      Todo esto fue en 1987. Tres años después, fui invitado a iniciativa de Sen y Rawls a dar una
      conferencia en Harvard. Obviamente, aproveché esta oportunidad para volver a tratar el
      asunto. De camino a Harvard, tropecé por casualidad, en una librería de Chicago, con el libro
      de Patrick Moynihan sobre la historia de los intentos de introducir una renta mínima garantizada
      en Estados Unidos. El libro cuenta la historia de un senador republicano de Hawai que, en la
      década de 1960, se quejaba de la llegada de hippies que venían a hacer uso de las playas de
      su estado gracias a los subsidios del Estado del Bienestar estadounidense, y que había hecho
      suyo el siguiente eslogan: “No parasites in paradise” –“fuera los parásitos del paraíso”–.
      Empecé mi conferencia en Harvard con un paralelismo entre el eslogan del senador de Hawai y
      la posición de Rawls sobre los surferos de Malibú. Luego traté de justificar una renta incondicional sin apoyarme en el “principio de diferencia” de Rawls, pero manteniéndome fiel a
      las dos intuiciones de base de una aproximación liberal igualitaria à la Rawls: igual
      preocupación por los intereses de cada cual (esta es la dimensión igualitaria) e igual respeto
      hacia las distintas concepciones de la vida buena (esta es la dimensión liberal), sin sesgos
      “perfeccionistas”, es decir, anti-liberales, en favor de una vida de trabajo. Una versión escrita de
      esta conferencia de la primavera de 1990 fue publicada poco tiempo después bajo el título
      “Why surfers should be fed?” –“¿Por qué los surfistas han de ser alimentados?”– en la revista
      Philosophy & Public Affaires, y el argumento que en dicho artículo se desarrolla forman el
      corazón de mi libro Real Freedom for All, cuya portada, precisamente, está sacada de una
      revista de surf. Desde entonces, en el mundo académico anglosajón paso por ser el defensor
      de los surfistas. Pero, tal como lo dejo claro al final de este artículo, no se trata de privilegiar a
      los surfistas de Malibú –hace falta mucho más que una modesta renta básica para vivir en
      Malibú–, sino de crear un instrumento de emancipación, de conferir un poder de negociación
      tan grande como sea posible a los miembros más débiles, más vulnerables de nuestras
      sociedades.
      Mouvements: ¿Logró convencer a Rawls?
      Philippe Van Parijs: No. En el debate que siguió a la conferencia, su respuesta fue la siguiente:
      “no estoy en contra de la renta básica si no existe la manera de proporcionar trabajo a todo el
      mundo”. Y hasta el final de su vida, sus preferencias iban espontáneamente hacia fórmulas
      para el fomento del empleo como la propuesta por Edmund Phelps, profesor de la Universidad
      de Columbia y galardonado con el premio Nobel de economía, en Rewarding Work (5): una
      subvención substancial que complete el salario de los trabajadores a tiempo completo
      escasamente remunerados. Se trata de una fórmula mucho más “trabajista” que el EITC
      (Earned Income Tax Credit – crédito impositivo por ingresos provenientes del trabajo)
      actualmente vigente en Estados Unidos o que la “prima al empleo” existente por ejemplo en
      Francia, que favorecen también el empleo a tiempo parcial y que constituyen fórmulas
      intermedias entre la renta básica y el impuesto negativo, por un lado, y la propuesta de Phelps
      u otras fórmulas restringidas a los trabajadores a tiempo completo, por el otro.
      Si bien Rawls sentía una simpatía manifiesta por la aproximación de Phelps, tampoco era un
      oponente de principio a la renta básica, pero ésta lo hacía sentir incómodo, pues lo que
      sostiene su teoría es finalmente la idea de que los principios de justicia constituyen un contrato,
      un deal entre individuos que cooperan. Pero esta noción de cooperación tiene un significado
      ambiguo, lo que, tal como lo ha subrayado particularmente Brian Barry, induce a una oscilación
      entre justicia cooperativa y justicia distributiva. Si sólo se tratara de justicia cooperativa,
      correspondería solamente distribuir de forma equitativa el excedente cooperativo, esto es,
      aquello que no hubiéramos podido producir solos, en ausencia de la cooperación. Una
      implicación natural de tales planteamientos sería que aquel que no contribuye en absoluto no
      tiene derecho a nada. Pero para Rawls se trata en primera instancia de pensar en clave de
      justicia distributiva, más concretamente de acuerdo con una concepción de la justicia
      distributiva que refleje la idea según la cual debemos considerarnos a nosotros mismos y
      debemos considerarnos los unos a los otros personas libres e iguales, una concepción de la
      justicia que, todavía más, y en otros términos, combine un igual respeto hacia las distintas
      concepciones de la vida buena y una igual preocupación por los intereses de cada cual. Esta
      segunda perspectiva puede integrar también la idea de un contrato entre ciudadanos del que
      debemos poder esperar que cooperen, pero aquí en el sentido mínimo de conformarse
      voluntariamente con reglas percibidas como equitativas. Es sólo cuando adoptamos esta
      segunda interpretación, y no la primera, cuando la renta básica adquiere la posibilidad de ser
      justificada como algo más que un mal menor o que un “second best” en el que podamos
      refugiarnos en caso de que las fórmulas à la Phelps se muestren irrealistas. No fue hasta
      bastante más tarde cuando me di cuenta de por qué ciertos autores liberales igualitarios eran a
      priori hostiles a la renta básica y no podían simpatizar con ella sino de forma contingente,
      mientras que otros como yo veían en ella una plasmación directa de lo que la justicia exige.
      Mouvements: Se sitúa pues entre los liberales igualitarios.
      Ph.v-P: Exacto. O entre los liberales de izquierdas, si lo preferís, a condición de que definamos
      bien los términos. Ser “liberal”, en el sentido filosófico pertinente aquí, no significa ser promercado o pro-capitalista. Significa solamente sostener que una sociedad justa no debe estar
      fundamentada en una concepción previa de lo que debe ser una vida buena, en un privilegio
      asociado a la heterosexualidad con respecto a la homosexualidad, por ejemplo, o a una vida
      religiosa con respecto a una vida de libertino (o a la inversa), etc. Una concepción liberal
      supone que es posible definir qué es una sociedad justa sin apoyarse en una concepción de la
      vida buena o de la perfección humana que instituciones justas tendrían por finalidad hacer
      posible y recompensar.
      Pero entre los liberales hay liberales de derechas y liberales de izquierdas. Los de izquierdas
      estiman que es a priori injusto que los miembros de una misma sociedad dispongan de medios
      desiguales para llevar a la práctica su concepción de la vida buena. Por defecto, lo justo es la
      igualdad de recursos. Y si nos apartamos de este principio, hace falta una justificación, que
      puede apelar a dos consideraciones. En primer lugar, la responsabilidad personal. Incluso
      partiendo de bases estrictamente iguales, algunos disponen posteriormente de más recursos
      porque han hecho elecciones distintas: han trabajado más, han ahorrado más, han pasado más
      tiempo formándose, han corrido más riesgos. La justicia consiste en repartir las posibilidades
      de forma equitativa, no los resultados. Lo que cada cual haga con sus posibilidades es su
      responsabilidad individual. He aquí, pues, una primera consideración que permite apartarse de
      la igualdad sin caer en la injusticia. La segunda consideración es la eficiencia. Hay situaciones
      en las que un cierto nivel de desigualdad contribuye tanto a la eficiencia, que incluso las
      “víctimas” de tal desigualdad salen ganando: los que tienen menos que los demás tendrían
      todavía menos si la situación fuera menos desigual. El “principio de diferencia” de John Rawls,
      por ejemplo, toma en consideración esta cuestión, pues declara justo aquel dispositivo
      institucional que maximiza de forma duradera el mínimo, no aquel que logra la igualdad a
      cualquier precio.
      Mouvements: Lo que propone, como Rawls, es un principio maximin, la maximización del
      mínimo, la maximización de la suerte o de las posibilidades de los más desfavorecidos. Pero,
      ¿queda espacio en la teoría liberal igualitaria por una minimización del máximo? Desde su
      punto de vista, ¿puede ser justo instaurar una renta máxima?
      Ph. V. P: En nombre del maximin, deberemos reducir considerablemente las desigualdades
      actuales. En particular, las rentas más altas deberán ser reducidas. En la versión fuerte del
      maximin, sólo se justifican las desigualdades que contribuyen a mejorar la suerte de los más
      necesitados. En la versión menos exigente, la llamada “leximin”, cualquier desigualdad que no
      deteriore la situación de los más desfavorecidos es aceptable. Instaurar a priori una renta
      máxima o a fortiori minimizar el máximo equivale a tratar de reducir las desigualdades
      disminuyendo las rentas más altas incluso cuando esta disminución tenga como consecuencia
      el deterioro de la situación de los más desfavorecidos. Yo no veo buenas razones para hacer
      tal cosa. Obviamente, si el hecho de que haya rentas extremadamente elevadas trae como
      consecuencia que personas muy adineradas puedan ejercer presión sobre los dirigentes
      políticos para debilitar las instituciones redistributivas que permiten a los más desfavorecidos
      tener algo más, entonces conviene reducir esas rentas más elevadas. Pero para ello no
      necesitamos nada más que un principio de maximin sostenible. Según esta perspectiva, puede
      ser oportuno imponer una renta máxima, pero no porque ello vaya a ser algo bueno en si: sólo
      en la medida en que la reducción de las rentas altas contribuya a mejorar la suerte de los más
      desfavorecidos. […]
      Mouvements: El mantenido con la renta básica ha sido su compromiso más duradero.
      Ph. V. P: La renta básica es, a mi modo de ver, un elemento fundamental para pensar nuestro
      porvenir: sea en Bélgica, en Europa o en el mundo, conviene ver en ella una respuesta
      plausible, radical y realista al mismo tiempo, al doble desafío de la pobreza y el paro. No hay
      respuesta duradera a este doble desafío que no pase por una forma de renta básica. Si no, o
      luchamos contra la pobreza creando trampas de dependencia y de inactividad, o luchamos
      contra el paro reduciendo la protección social y creando una masa de trabajadores pobres
      obligados a trabajar.
      Mouvements: Usted creó la red que se convertiría en la Basic Income Earth Network (BIEN) en
      1986, y la asociación se ha desarrollado en varios países. ¿Cómo explica que hasta la fecha ningún país, ni desarrollado ni en vías de desarrollo, haya introducido la renta básica o haya
      iniciado un debate serio sobre la propuesta?
      Ph. V. P: Ha existido un verdadero debate en ciertos países, pero hay altibajos. Un caso
      ejemplar es el de los Países Bajos. En 1985 teníamos la impresión de que estábamos a punto
      de presenciar la implantación de la renta básica. Y lo mismo ocurrió en 1993, cuando dos
      ministros, de dos partidos distintos, se habían pronunciado en su favor: el Ministro de Finanzas,
      miembro del partido Liberal, y el Ministro de Economía, miembro del partido Demócratas 66.
      Pero el ministro laborista de Asuntos Sociales se opuso con fuerza, y el Primer Ministro
      rápidamente aparcó la idea. Dicho esto, la resistencia y la lentitud no tienen nada de
      sorprendente. Incluso cuando no estamos muy lejos de la puesta en práctica de la renta básica
      –Holanda dispone ya de una pensión de base, de subsidios para las familias, de una renta
      mínima condicional y de créditos impositivos reembolsables–, se hace necesario un cambio
      profundo de la manera en que concebimos el funcionamiento de la sociedad y la distribución de
      la renta. No podemos por tanto esperar que las cosas ocurran como quien va a llevar una carta
      al correo. Todavía más cuando resulta que hay obstáculos con los que nos tropezamos de
      forma sistemática.
      El primero se puede explicar bajo la forma de un dilema: cuando las cosas van bien
      económicamente, se nos dice que “no hay necesidad de una renta básica”; y cuando van mal,
      se nos dice que “no hay dinero para financiarla”.
      El segundo obstáculo estructural es que la renta básica es una idea que divide a gente que se
      halla normalmente en el mismo lado de la barricada, sea éste el derecho o el izquierdo. Entre
      los liberales que se definen como pro-mercado, están los que se limitan a defender una libertad
      formal y los que son sensibles a la libertad real. Por ejemplo, el muy liberal Samuel Brittan,
      redactor jefe adjunto del Financial Times y autor de The Permissive Society, salió con la
      siguiente fórmula: “there is nothing wrong with unearned income, except that not everyone has
      it!” (no hay nada malo en percibir una renta que no provenga del trabajo, ¡salvo el hecho de que
      es un privilegio de una minoría!). Hay, pues, personas muy liberales, como él, muy promercado
      y anti-Estado, que defienden la libertad verdadera de todos, no sólo la libertad de
      morir de hambre, frente a aquellos que se indignan ante la extorsión que dicen sufrir como
      consecuencia de los impuestos y del parasitismo de los perceptores de subsidios sociales.
      En la izquierda, el conflicto se sitúa en otro punto: ¿por qué nos oponemos a la explotación
      capitalista? Hay personas que están en contra de la explotación, como el marxista holandés del
      que hablaba antes, y que dicen que “es inaceptable que los proletarios estén obligados a
      vender su fuerza de trabajo”. En este caso, dar una renta básica es magnífico, pues entonces
      el hecho de que los proletarios trabajen significa que el trabajo es verdaderamente atractivo. La
      renta básica se convierte así en un instrumento poderoso al servicio de la emancipación de los
      proletarios, con lo que si nos situamos en la izquierda, no podemos sino estar a favor de ella.
      Pero hay otras personas de izquierdas que están en contra de la explotación capitalista porque
      ésta permite a los capitalistas vivir sin trabajar. Según estas personas, los partidarios de la
      renta básica quisieran extender esta escandalosa posibilidad al conjunto de la población,
      ofreciendo a cada cual una opción que, afortunadamente, hoy no es sino un privilegio de una
      pequeña minoría. La razón ética por la que estas personas se oponen a la explotación
      capitalista es profundamente distinta en ambos casos, y el debate sobre la renta básica pone
      de manifiesto esta tensión. Desde el momento en que se habla de ello, empiezan las bofetadas
      en el seno de la propia organización, y muchas veces, con tal de evitar divisiones, se prefiere
      dejar la propuesta para más adelante.
      Un tercer obstáculo al que merece la pena prestar atención es la oposición de los sindicatos.
      Ciertamente, hay algunos sindicatos que han defendido la renta básica. En Holanda, una de las
      puntas de lanza del movimiento por la renta básica era un sindicato del sector de la
      alimentación que contaba con una mayoría de mujeres y de trabajadores a tiempo parcial. No
      se trata de una mera casualidad. Pero en general, los sindicatos se muestran más bien hostiles
      a cualquier idea alejada de sus reivindicaciones tradicionales. En parte, por razones
      contingentes. En Bélgica, por ejemplo, una parte importante de los ingresos de los sindicatos
      proviene de una comisión sobre los subsidios de paro. Puede entenderse, pues, que la renta
      básica no entusiasme a sus tesoreros. Por un lado, reduciría el paro involuntario; por el otro, la cuantía del subsidio de paro se vería reducida, pues tal subsidio no sería más que un
      complemento condicional de las rentas universales percibidas por cada miembro de la familia.
      La base sobre la que se calcularía la comisión sería, pues, inferior. Conviene señalar también
      que la renta básica es una magnífica caja de resistencia: el poder recurrir a la renta básica para
      sobrevivir hace de la huelga una opción mucho más factible. ¿Y no debería todo esto ser visto
      como una ventaja por parte de los sindicatos? No necesariamente. Pues, con la renta básica,
      los trabajadores individuales son también menos dependientes de los sindicatos, lo que reduce
      la capacidad de estos segundos de organizar la acción colectiva del movimiento de los
      trabajadores y de evitar las huelgas salvajes que, a veces, se realizan de acuerdo con el
      interés personal de una particular subcategoría profesional. Así, la renta básica se convierte en
      una forma de emancipación con respecto a todo el mundo: con respecto al patrón, con
      respecto a la administración, con respecto al cónyuge y también con respecto a los sindicatos.
      Sin embargo, la renta básica en ningún caso convertirá a los sindicatos en algo obsoleto. Los
      sindicatos siempre tendrán que jugar un papel muy importante de información y de movilización
      de los trabajadores con respecto a todas las dimensiones de su actividad profesional. Pero está
      claro que los sindicatos deberán adaptarse a este nuevo escenario.
      Por todo ello, algunos han defendido la idea de que en países como los nuestros, la renta
      básica entraría por la puerta trasera, no por la puerta grande y al son de las trompetas, como
      ocurrió, por ejemplo, con la RMI. Un escenario posible es que, a medida que vayamos tomando
      conciencia de los fenómenos de la trampa de la dependencia creados por los dispositivos
      condicionales y del coste administrativo de estos complejos sistemas, iremos optando por una
      racionalización que incluya una renta básica. Ésta es una de las vías a través de las cuales la
      renta básica puede ver la luz, pero también puede hacerlo, a un nivel algo más modesto, por
      otros caminos. Por ejemplo, estamos presenciando por aquí y por allá la emergencia de un
      consenso sobre la necesidad de aumentar considerablemente el coste de la energía para
      disminuir su consumo. Esta política implica un aumento del coste de la vida para las personas
      que cuentan con pocos medios. La solución más sencilla para compensar tal situación consiste
      en introducir para todo el mundo un crédito impositivo a tanto alzado y reembolsable bajo la
      forma de una renta básica. En este caso, tendríamos una sub-compensación de los grandes
      consumidores, que de media son más ricos, y una sobre-compensación de los pequeños
      consumidores, que en general son más pobres. Una vez adoptado un dispositivo de este tipo,
      tendríamos en marcha todos los mecanismos para el pago de la renta básica y podríamos
      empezar a suprimir progresivamente tal o cual prestación, aumentando así la cuantía de la
      renta básica.
      Mouvements: Después de 30 años de militancia en favor de la renta básica, ¿es usted más
      bien optimista sobre su introducción a corto, medio o largo plazo?
      Ph. V. P.: Soy sistemáticamente pesimista a corto plazo, pero optimista a largo plazo.
      Pesimista a corto plazo, al contrario, por ejemplo, de mi amigo el senador Suplicy, que predice
      regularmente que la renta básica será integralmente introducida en Brasil dentro de 3 o 5 años.
      Consciente de la amplitud de los obstáculos, estoy convencido de que la implantación de la
      renta básica no llegará pronto. Cada vez que hay muestras de un avance en algún lugar, pues,
      lo vivo como una grata sorpresa. Además, tras haber escuchado miles de argumentos, quedo
      convencido de que es la dirección hacia la que hemos de ir y hacia la que se irá, por caminos
      distintos, desde el nivel estatal al global.
      A nivel global, se trata de identificar y de lograr lo antes posible un nivel de vida decente que
      sea generalizable a lo largo del tiempo, lo que requiere que renunciemos a cualquier modo de
      vida que sólo sea sostenible en algunas partes del mundo o durante algunas generaciones.
      Una visión coherente y plausible de este tipo no puede implicar el desarrollo de cada parte del
      mundo, en el sentido de que la productividad sea suficiente en todos lados –incluyendo, por
      ejemplo, la República democrática del Congo– para asegurar un nivel de vida decente a toda la
      población. Esto no llegará jamás, ni con todo el comercio justo del mundo. ¿Hay alguna
      alternativa? Ciertamente: la apertura de las fronteras de manera que, por ejemplo, cientos de
      millones de africanos se relocalicen en regiones donde, por razones tanto naturales como
      institucionales, la productividad seguirá siendo estructuralmente alta. ¿Sería ello deseable? No
      lo sería ni para las comunidades de origen ni para las comunidades de acogida. ¿Existe una
      tercera opción? Sí, y podemos tratar de combinarla con ciertas dosis de las dos primeras: un sistema de transferencias interpersonales permanentes del “Norte” hacia el “Sur” análogo al
      que existe hoy en el seno de los estados nación, salvo que tendrá que tomar una forma mucho
      más simple, en este caso la de la renta básica.
      Mouvements: ¿No es todo esto pura utopía?
      Ph. V. P.: Tenemos una necesidad imperiosa de pensamiento utópico. Bajo mi punto de vista,
      el mayor error de Marx, por ejemplo, en ningún caso fue el de haber sido un utópico, sino el de
      no haberlo sido suficientemente, el de no haber consagrado más que algunas páginas tardías –
      las notas marginales sobre el programa de Gotha– a un verdadero pensamiento utópico. Lo
      que necesitamos es imaginar cambios institucionales susceptibles de mejorar nuestro mundo y
      reflexionar sin complacencia, desde un punto de vista al mismo tiempo ético, económico y
      sociológico, sobre las consecuencias probables de estos cambios, sobre los posibles efectos
      perversos, sobre las maneras de remediarlos, etc. Hay que tener una visión de futuro que
      dibuje el camino desde todos los ángulos, tanto los de lo sostenible como los de lo deseable. A
      continuación, hay que combinar todo ello con un oportunismo de buena ley. Los “visionarios”
      deben hacer equipo con los “manitas”, que son aquellos que detectan los intersticios a través
      de los cuales podemos avanzar. La RMI fue un gran avance. Ahora es preciso encontrar la
      oportunidad para construir e ir más allá.
      Mouvements: Habla de reducir el tren de vida en los países del Norte para permitir a los países
      del Sur acceder a un nivel de vida generalizable a lo largo del tiempo. ¿Está hablando de
      decrecimiento?
      Ph. V. P.: Sí y no. Para permitir la generación sostenible de un nivel de vida decente, es
      indispensable organizar transferencias permanentes desde los países de alta productividad
      hacia los países de baja productividad. Esto significa que hará falta, permanentemente,
      producir en el Norte más de lo que en el Norte consumimos. En otras palabras, en el Norte
      tendremos que producir más y consumir menos. La transferencia sistemática de poder
      adquisitivo de los países ricos a los países pobres, de productividad menor, permitirá que los
      segundos puedan comprar una parte de nuestra producción. Este decrecimiento del consumo
      no tendrá como contrapartida, pues, un aumento de nuestro tiempo de ocio que nos permita
      globalmente, a lo largo de nuestras vidas, trabajar menos. […]
      En este sentido, la renta básica tiene que jugar un papel importante también aquí. Que la
      reducción de nuestro consumo no se traduzca automáticamente en mayores niveles de ocio no
      implica que no vayamos a poder trabajar de una forma más relajada que la actual. La base que
      confiere una renta universal e incondicional ha de permitir trabajar más tiempo a lo largo de
      nuestras vidas gracias al hecho de que habremos podido hacer pausas y ralentizar el ritmo en
      aquellos momentos en los que así lo escojamos. La renta básica facilita un vaivén más ágil y
      flexible entre el empleo, la formación y la familia. […]
      Mouvements: Hubo una polémica en Bélgica sobre un hombre que no habría trabajado jamás y
      que habría vivido siempre de los subsidios. El sistema belga sería lo suficientemente generoso
      como para permitir vivir sin trabajar. En Francia se estigmatiza a los parados y se les reducen
      los derechos. ¿Ocurre lo mismo en Bélgica?
      Ph. V. P.: En Bélgica tenemos subsidios de paro pagados sin límite de duración. Puede ser que
      el caso que citáis sea el de alguien que hubiera trabajado suficientemente durante su juventud
      para hacer efectivo su derecho a estos subsidios y que posteriormente nunca hubiera estado
      dispuesto a aceptar un empleo. En cualquier caso, se acaba de aprobar una aceleración de la
      regresión de los subsidios en función de la duración del paro.
      Mouvements: De golpe y porrazo, nos encontramos ante una dinámica inversa a la de la renta
      básica, pues se pone de nuevo en cuestión el derecho de todos a algún tipo de renta.
      Ph. V. P.: No necesariamente. El subsidio de paro es en principio una prestación del tipo de un
      seguro, pues cotizamos contra un riesgo: el riesgo del paro involuntario, el accidente que
      constituye la imposibilidad de encontrar un puesto de trabajo cuando realmente buscamos uno.
      Las prestaciones de paro no son, pues, una renta que deba ser pagada a todo el mundo. Esto explica que haya cierta acritud, un resentimiento legítimo entre aquellos que trabajan y cuyos
      salarios se ven seriamente amputados por la existencia de cotizaciones sociales destinadas a
      asegurar una protección en caso de que se hallen en una situación de paro involuntario. Si hay
      personas que manifiestamente no hacen ningún esfuerzo para encontrar un empleo, o que
      incluso hacen grandes esfuerzos para evitar encontrar uno, podemos comprender que haya
      gente que refunfuñe. Por ello, endurecer las condiciones para acceder a la indemnización no es
      necesariamente contradictorio con la defensa de una renta básica, que no está destinada a
      sustituir las prestaciones condicionales del tipo de un seguro, sino a constituir la base sobre las
      que éstas deberían acumularse.
      Lo que importa, en cambio, es que estas medidas se vean acompañadas de la consolidación
      de esta base, esto es, del subsidio pagado tanto a quienes trabajan como a quienes no
      trabajan. Si el tipo que va a trabajar cree que su puesto de trabajo es demasiado ingrato y
      envidia la suerte del tipo que se contenta con esa renta modesta, puede dejar de trabajar y
      contentarse él también con dicha renta modesta, sin tener que fingir que es un parado
      involuntario. Y si su empresario quiere retenerlo, tendrá que pagar mucho más para que acepte
      seguir en su puesto de trabajo. No hemos de censurar el resentimiento de quienes trabajan
      duramente y se quejan de lo que ellos consideran un abuso del sistema de seguros de paro.
      Pero con una renta básica, la percepción que la gente tendría de las cosas sería bien distinta.
      Pues la renta básica no constituye el pago de un seguro que provoque lo que los economistas
      llaman azar moral, esto es, un aumento de la ocurrencia del riesgo derivado de la presencia del
      seguro; se trata, simplemente, de un reparto equitativo de lo que de otro modo sería apropiado
      de forma desproporcionada por parte de aquellos a quienes la lotería de los talentos y de la
      vida ha permitido obtener un trabajo interesante y bien pagado.
      Mouvements: La cuestión de la renta básica es una cuestión muy poco tratada por las mujeres.
      ¿Por qué?
      Ph. V. P.: No me parece que sea una cuestión menos tratada por las mujeres que las otras
      cuestiones de política pública. Sea cual sea el contexto y el modelo de financiación, la
      instauración de una renta básica beneficiará más a las mujeres que a los hombres. La renta
      básica redistribuirá rentas de los hombres hacia las mujeres, y son las mujeres las que más
      podrán aprovechar el ensanchamiento de las opciones accesibles. Esta pregunta me trae a la
      memoria una larga conversación que tuve con James Tobin, entonces profesor invitado en
      Yale, en 1998. Tobin era desde la década de 1960 un partidario declarado de la variante de la
      renta básica que constituye el impuesto negativo, que él llamaba “demogrant”. Había llegado
      incluso a convencer a George McGovern, candidato demócrata a la presidencia en 1972, de
      incluir la renta básica en su programa electoral. McGovern la defendió mal, y sufrió una derrota
      catastrófica por otras razones –aunque ésta tampoco lo ayudó–. Sin embargo, tras la victoria
      de Nixon se efectuaron experimentos cuidadosamente seguidos de formas de impuesto
      negativo en distintos lugares. Los efectos que estos experimentos permitieron identificar no
      sorprendieron a James Tobin –lo hicieron, eso sí, las reacciones políticas que suscitaron y que
      condujeron a enterrar la idea–. ¿Cuáles fueron estos efectos? En primer lugar, se había dado
      una reducción no enorme, pero sí estadísticamente significativa, de la oferta de trabajo de los
      “secondary earners”, esto es, de los miembros del hogar que aportan el segundo sueldo –
      mayoritariamente mujeres–. En segundo lugar, los índices de divorcio habían aumentado.
      ¿Qué refleja este fenómeno? Por un lado, que ciertas mujeres utilizaron la posibilidad de
      escapar de su doble jornada de trabajo, de parar de correr del hogar al puesto de trabajo y del
      puesto de trabajo al hogar, de respirar un poco más; por el otro, que un cierto número de
      mujeres se dijeron: “estoy harta de este tipo, ahora que tengo un poco de autonomía financiera,
      me largo”. Pero la aparición de estos dos efectos en el debate público fue un golpe mortal para
      la idea de introducir un impuesto negativo en Estado Unidos, para gran decepción de James
      Tobin. En lo que respecta a las feministas, algunas se unieron a las críticas de derechas para
      denunciar el retorno al hogar –aunque fuera limitado y provisional– que la renta básica tendría
      la tendencia de provocar. Pero otras, como Nancy Fraser, de Nueva York, o Anne Alstott, de
      Yale, ven en la renta básica un importante instrumento de emancipación. En Europa y en
      América Latina, el debate feminista sobre la renta básica está bien vivo también. Una de mis
      doctorandas, Julieta Elgarte, prepara una tesis sobre este aspecto de la propuesta.
      Mouvements: En un artículo que causó sensación (6), presentó usted la renta básica como una
      vía capitalista al comunismo. Parece paradójico.
      Ph. V. P.: Tal como lo he explicado hace un rato, este es uno de los sentidos que de entrada di
      a la renta básica: una manera de mantenerse fiel a los ideales que Marx compartía con los
      socialistas utópicos que él despreciaba cuando osaba sacar todas las enseñanzas
      directamente de la historia. Quisiera recordar que el comunismo se entiende aquí como una
      sociedad en la que cada cual contribuye voluntariamente según sus capacidades
      suficientemente como para que cada cual pueda recibir gratuitamente todo aquello que
      necesita. Para Marx, hacer posible este comunismo exigía la instauración previa del socialismo,
      definido éste como una sociedad en la que la mayor parte de los medios de producción son
      propiedad del Estado, y defendía esta posición habida cuenta de la superioridad del socialismo
      frente al capitalismo en términos del desarrollo de las fuerzas productivas. Dudo que muchos
      crean todavía en tal superioridad. En una economía irremediablemente mundializada, las
      empresas públicas no funcionan de un modo muy distinto de cómo lo hacen las empresas
      privadas. Además, es muy difícil negar todo el sentido a los argumentos clásicos à la Hayek o à
      la Schumpeter sobre la superioridad intrínseca del capitalismo en términos de eficacia estática
      y dinámica.
      La idea central, en cualquier caso, es que el mercado es una institución que ya no nos
      abandonará. El mecanismo de los precios es un dispositivo prodigioso que logra condensar en
      una métrica única informaciones relativas a millones de preferencias de naturaleza e intensidad
      bien diversas, por un lado, y millones de recursos de una rareza bien desigual, por el otro. A
      veces, claro está, el sistema presenta disfunciones graves, y por razones fundamentales. Por
      un lado, los precios son incapaces de dar cuenta espontáneamente de lo que los economistas
      llaman externalidades –por ejemplo, la polución atmosférica o acústica–; por el otro, los precios
      son, en el fondo, incapaces de reflejar la importancia que las generaciones futuras otorgarán a
      los recursos naturales no renovables que contribuimos a agotar. En este punto, se dan
      distorsiones fenomenales que alejan los precios efectivos de los que deberían existir habida
      cuenta de la escasez relativa de los bienes y de las preferencias de los seres humanos.
      Conviene, pues, corregir los precios de múltiples maneras, lo que constituye una de las
      razones fundamentales por las que es preciso que el mercado funcione en el marco de reglas
      determinadas por una entidad pública democrática. La segunda razón fundamental es que el
      mercado es también totalmente incapaz de llevar a cabo de forma espontánea una distribución
      equitativa de los recursos entre los individuos. Por ello, es de capital importancia lograr una
      buena articulación de mercado y democracia, que constituyen, el uno y la otra, mecanismos
      que buscan agregar preferencias individuales para transformarlas en resultados sociales. Con
      el mercado único europeo y la mundialización económica, hemos pasado gradualmente de una
      situación en la que cada mercado nacional se hallaba sometido a las leyes determinadas por
      una democracia nacional a una situación en la que todas las democracias nacionales se hallan
      sometidas a un mercado que les impone sus leyes. Reinsertar el mercado en la democracia es,
      por lo tanto, una de las tareas más urgentes de este siglo. La continuación de la construcción
      europea tiene, precisamente por esta razón, una importancia que desborda ampliamente las
      fronteras de Europa: de ahí que la consecución de las condiciones de posibilidad de una
      democracia europea esté hoy en el centro de mis preocupaciones (7). Pero la democracia
      europea comparte con el mercado un defecto mayor: el “corto-placismo”. La democracia más
      pura puede fácilmente mostrarse como poco más que una dictadura del presente. Las reglas
      de la democracia, como las del mercado, necesitan ser modeladas con inteligencia con el
      objetivo prioritario no de la democracia máxima, sino de la injusticia mínima (8).
      NOTAS:
      (1) Jean-Luc Roland acaba de ser reelegido como alcalde de la ciudad universitaria de Ottignies-Louvainla- Neuve para un tercer mandato de seis años.
      (2) Sobre la historia de la idea de la renta básica y de los debates que ha suscitado, véase Van Parijs, P. y Vanderborght, Y. (2006): La renta básica. Una medida eficaz para luchar contra la pobreza, Barcelona: Paidós. El original francés puede descargarse en http://www.uclouvain.be/cps/ucl/doc/etes/documents/2_7071_4526_2.pdf.
      (3) Van Parijs, P. (1995): Real Freedom for All, Oxford: Oxford University Press (hay traducción castellana a cargo de Paidós).
      (4) Van Parijs, P. (2001): Qu’est-ce qu’une société juste? París: Le Seuil (hay traducción castellana a cargo de Ariel).
      (5) Harvard University Press, 1997.
      (6) Van der Veen, R.J. y Van Parijs, P. (1986): “The Capitalist Road to Communism”, Theory and Society, 15, 635-55; reeditado en P. Van Parijs (1993): Marxism Recycled, Cambridge: Cambridge University Press,y en Basic Income Studies, 1, 2006.
      (7) Van Parijs, P. (2011): Linguistic Justice for Europe and for the World, Oxford: Oxford University Press.
      (8) Van Parijs, P. (2011): Just Democracy. The Rawls-Machiavelli Programme, ECPR Press.
      Philippe Van Parijs es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.

      La renda bàsica com a solució a la pobresa i les desigualtats, cada vegada més en boca de tots

      Article aparegut al diari   El Pais sobre la viabilitat d’implantació de la renda bàsica 

      ¿Cobrar solo por existir? 

      Una iniciativa legislativa popular (ILP) reclama una renta mínima garantizada

      Navarra y País Vasco son las únicas comunidades que podrían financiarlo

      Suiza tiene recursos suficientes para pagarla, pero sus ciudadanos se opondrían

      El 21,6% de la población española está en riesgo de caer en la pobreza. / SAMUEL SÁNCHEZ

      Justo cuando el Banco de España se descuelga con la idea de que haya trabajadores que cobren por debajo del salario mínimo profesional (645,3 euros), otras voces reivindican la introducción de una renta básica garantizada de carácter universal. O sea, unos ingresos mínimos para garantizar una vida digna que recibirían todas las personas por el simple hecho de existir.

      La idea, que empezó a analizarse con detalle en círculos académicos a mediados de los años ochenta, dio un gran paso en 1986, cuando se creó la red mundial Basic Income Earth Network, que agrupa a economistas, políticos y activistas de decenas de países. En España está viva desde 2001 y trabaja con el nombre de Red Renta Básica (RRB). Y en Europa diversas organizaciones se han propuesto recoger un millón de firmas para pedir a la Comisión Europea que elabore un estudio de viabilidad. Sus defensores sostienen que es factible y que sería la mejor manera de desterrar la pobreza. En el otro extremo, los detractores de la medida cuestionan no solo que sea posible financiarla sino, además, que resulte deseable desde el punto de vista económico, social e, incluso, moral.

      La RRB define esta renta básica como un ingreso que paga el Estado a cada ciudadano de pleno derecho. Se abonaría con carácter universal, independientemente de los ingresos, ahorros o propiedades del ciudadano. Y no supondría la supresión de otras prestaciones públicas. Un modelo que, a priori, solo podrían implementar las sociedades más ricas.

      EL PAÍS

      En un país como Suiza se calcula que implantar una renta básica de 2.500 francos (unos 2.000 euros) costaría en torno a 200.000 millones de euros (un tercio de la riqueza nacional). Es decir, que podría llegar a financiarse. Sin embargo, además de dinero hace falta voluntad política y ciudadana. Y ambas cosas están ausentes. Según Samuel Bendahan, economista de la Universidad de Lausanne (Suiza), “en caso de que hubiera un referéndum es muy improbable que los suizos aceptaran, porque temen que esta medida arruine la economía del país [al detraer muchos recursos para este fin]”. “El miedo es un factor muy presente en los suizos cuando tienen que tomar decisiones políticas”, señala Bendahan, quien defiende la viabilidad de la renta básica, “aunque sea en cuantías pequeñas”.
      Katja Kipping, presidenta del partido alemán Die Linke (La Izquierda), también es una firme defensora de esta propuesta en el Parlamento germano. En su opinión, “la renta básica universal es una utopía real”. Y debe ser “uno de los pilares para una nueva Europa social y democrática”.

      Sus detractores la critican por razones morales, además de financieras. La implementación de un ingreso universal de este tipo tendría enormes implicaciones en el tejido económico de un país. La más obvia a la que los expertos apuntan es que mucha gente optaría por dejar su actual puesto de trabajo. Bendahan lo reconoce, y asegura que es algo positivo: “Si hubiera una renta básica que cubriera lo esencial, la gente no tendría que optar por trabajos que detesta”. Un mal de muchos que el economista define como “una forma moderna de esclavitud”. En su opinión, esto transformaría radicalmente el mercado laboral porque los empleos más desagradables y que nadie desea pasarían a estar muy bien remunerados. Además, se podría pedir a los ciudadanos que, en aras del bien común, ejerciesen algunas labores especialmente difíciles, como algunas relativas a la defensa o la seguridad.

      Barbara R. Bergmann, profesora emérita en Economía de la Universidad de Maryland, anota otra derivada que considera positiva: “Los países ricos necesitamos frenar el crecimiento económico para tener derecho a pedir a las naciones más pobres que limiten sus emisiones (contaminantes). La renta básica universal puede funcionar como una forma de compensar la caída de ingresos de los ciudadanos en los países desarrollados”.

      En opinión del escritor y activista leonés Ramiro Pinto “la renta básica sería a la economía lo que el voto es a la democracia”. Pronunciamientos teóricos que probablemente apoyarían muchos ciudadanos, pero que son difíciles de aterrizar en un modelo económico concreto.

      El sindicato de técnicos del Ministerio de Hacienda (agrupados en el colectivo Gestha, que reúne a 8.000 profesionales y que en la práctica funciona como un gabinete de estudios fiscales) ha echado cuentas para intentar averiguar si la idea sería sostenible vía impuestos en España. Y no parece fácil. Según explica José María Mollinedo, secretario de Gestha, “la renta básica universal debería evitar la pobreza material y proporcionar la oportunidad de participar en la sociedad. Esto significa que tendría que estar, como mínimo, al nivel del riesgo de pobreza según los estándares de la Unión Europea”. En España, el Instituto Nacional de Estadística (INE) calcula que el umbral de la pobreza el año pasado se situaba en 7.508,6 euros. Esa sería, pues, la cantidad anual que debería garantizar el Estado a todos los habitantes. ¿Una quimera?

      Un experto cree que la medida alzaría el salario del empleo menos deseado.

      Con la actual arquitectura impositiva del país, los números no salen. Al menos a Gestha. Financiar esos 7.508,6 euros para todos costaría a las arcas públicas 353.351 millones, una cantidad muy por encima de los ingresos vía impuestos (210.712 millones) recaudados por el Estado y las comunidades autónomas. ¿Y si fuese una renta básica limitada solo a quienes están por debajo del umbral de la pobreza? Los técnicos de Hacienda creen que esto tampoco sería posible, salvo en algunas comunidades.

      Navarra y el País Vasco sí podrían garantizar esa renta a sus conciudadanos más desfavorecidos. Primero, porque estos territorios tienen una tasa menor de riesgo de pobreza y, en segundo lugar, gracias a sus regímenes forales. El porcentaje total de tributos que habría que dedicar a tal fin parece, de hecho, asumible: un 12,9% en Navarra, 13,5% en Álava, 14,1% en Bizkaia y 15% en Gipuzkoa.

      El catedrático de Economía Aplicada de la Facultad de Economía de la Universidad de Barcelona Jordi Arcarons cree que “se pueden generar tablas de ganadores y perdedores”. “Las capas sociales que tienen más rentas y declaran más ingresos son las que deben hacer el mayor esfuerzo de pago”.

      En el camino hacia una mayor redistribución de la renta, Cataluña es la que maneja una propuesta más avanzada. Ya en 2005 la Red Renta Básica trazó una propuesta de financiación que planteaba dar 5.414 euros anuales a los mayores de 18 años y 2.707 a los menores. Daniel Raventós, profesor titular de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, recuerda que “el resultado fue que aproximadamente el 70% de la población con menos ingresos se beneficiaba de la renta básica universal, un 15% quedaba igual y el 15% más rico perdía”. Los expertos Jordi Arcarons, Lluís Torrens (profesor de la escuela de negocios IESE y analista en gestión pública) y el propio Raventós ultiman un estudio que actualiza esas cifras y del que EL PAÍS avanza algunos resultados.

      En Cataluña, unas 340.000 personas no reciben ninguna clase de ayuda.El objetivo que plantean es financiar una renta básica de 7.968 euros anuales (indicador oficial de “suficiencia económica” establecido por la Generalitat, que es algo superior al umbral de la pobreza) para los adultos y de 1.594 euros para los menores. Según sus cálculos, la población sujeta a tributación por el IRPF (directa o indirectamente el 80% de los catalanes) debería pagar un tipo único nominal del 49,58%, pero solo sobre los ingresos obtenidos al margen de la renta básica universal. La combinación de un tipo único y una renta básica da lugar a un modelo “altísimamente progresivo”, apunta Daniel Raventós, en el que pagan más quienes más ingresan.

      Veamos dos ejemplos. Una persona gana 7.968 euros de renta básica al año y cobra 25.000 euros anuales. En este caso, tributaría al 49,58% solo sobre 25.000 euros. Si añadimos la renta básica se ve que ha pagado a un tipo efectivo (real) inferior a ese 49,58%. Pero si gana 500.000 euros en vez de 25.000, ambos tipos, nominal y efectivo, son muy parecidos.

      Según Raventós, “la manera de financiar la renta es a través de la reforma del IRPF y el ahorro que suponen las prestaciones que se suprimen. Y en ningún caso se toca un euro de partidas como educación o sanidad”. “Además”, añade, “la mayoría de la población saldría ganando respecto a la situación actual. Solo entre un 10% y un 15% de las personas más ricas perderían con esta propuesta de reforma. Y entre un 70% y un 80% de la población situada en los niveles inferiores saldría ganando. Dicho de otra manera: habría una gran redistribución de los sectores más ricos al resto de los ciudadanos”.

      Otra derivada sería que su aplicación eliminaría —escribía Daniel Raventós en El diario.es— todos los subsidios condicionados (por ejemplo, las rentas mínimas de inserción) que existen en nuestras comunidades autónomas, reduciría costes administrativos, racionalizaría y ordenaría las prestaciones, pensiones y rentas que actualmente funcionan (con cuantías por debajo del umbral de la pobreza) y que son un verdadero laberinto burocrático. Además, a menudo estas prestaciones son incompatibles con otras fuentes de ingresos provenientes del trabajo asalariado. Por esto, la renta básica superaría las conocidas “trampas de la pobreza y el paro”, que dan por sentado que al no ser acumulativas las fuentes de renta, las personas no tienen mucho estímulo para acceder a un puesto de trabajo si esto representa la pérdida de la prestación.
      Planteamientos como este parecen difíciles de materializar, especialmente en un momento en el que las arcas públicas arrastran importantísimos déficits. Pero hay quienes sostienen que sí es factible implementar alguna variante menos ambiciosa. En concreto, la llamada renta garantizada de ciudadanía, que aspira a asegurar una prestación económica a toda persona que tenga unos ingresos inferiores al umbral de la pobreza. Impulsada por diversas entidades sociales y colectivos, el pasado 15 de abril se puso en marcha una campaña para presentar una iniciativa legislativa popular (ILP) reclamando que esta renta se aplique en Cataluña. Hacen falta 50.000 firmas para llegar al Parlament y los promotores tienen un plazo de 120 días prorrogables para conseguirlas.

      Los organizadores de esta iniciativa se muestran confiados en que lograrán recabar las rúbricas necesarias y señalan que se trata de una medida especialmente urgente en Cataluña, una comunidad en la que 340.000 personas no perciben ninguna clase de ayuda. En una reciente mesa redonda titulada Lucha contra la pobreza: por una renta garantizada ciudadana hacia la renta básica, organizada por el colectivo ciudadano ATTAC, se escucharon voces a favor de un ingreso que permita “rescatar a muchas personas de la situación de pobreza e indignidad” en la que están.

      Laia Ortiz, diputada de Iniciativa per Catalunya Verds (ICV), asegura que se trata de “una revolución en la forma en la que percibimos el Estado de bienestar”. Ortiz recurre al artículo 24.3 del Estatuto de Autonomía de Cataluña para señalar que “las personas o familias que se encuentren en una situación de pobreza tienen derecho a acceder a una renta garantizada de ciudadanía que les asegure los mínimos de una vida digna, de acuerdo con las condiciones que legalmente se establecen”. En este caso, 664 euros por 12 pagas (la recibirían los mayores de 18 años), que es el mínimo para superar el límite de pobreza en ese territorio.
      Una idea que también esgrime Juan López de Uralde, portavoz de Equo, partido de base ecologista que recoge en su programa electoral una renta social mínima de 500 euros mensuales para quien carezca de ingresos. “Es una forma de evitar la marginación y la pobreza”. ¿Y cómo financiarlo? “Usando fórmulas imaginativas. Por ejemplo, una modificación al alza de la tasa Tobin [grava las transacciones financieras]”, asevera. ¿Una utopía imposible de alcanzar? “Se puede lograr”, asegura el político.