Una idea que une a Friedman y Galbraith

Article publicat a El País

Economistas progresistas y conservadores apoyan la renta básica

La renta básica empezó en forma de utopía defendida, en tres siglos diferentes, por pensadores como Thomas Paine, Bertrand Russell o James Meade. Hoy, sin embargo, ha calado en ámbitos académicos, se asoma a algunos programas políticos de ideologías diversas ­—en algunos casos opuestas— y se perfila, si no como una realidad a corto plazo, sí como una opción posible en un horizonte temporal más amplio. De idea de nicho, en muy pocos años ha pasado a ser ampliamente conocida por sectores crecientes de la población. Y, si la voluntad política acompaña, podríamos verla pronto como una realidad en países de nuestro entorno. Si es capaz de unir, aunque con motivaciones bien distintas, a economistas ideológicamente dispares como Milton Friedman y John Kenneth Galbraith, ¿qué podría frenarla?
Entre los intelectuales progresistas, tres razones empujan a la puesta en marcha de una asignación económica a cada ciudadano, por el mero hecho de serlo y sin distinción alguna, suficiente para cubrir sus necesidades básicas: la justicia social —“la riqueza de una sociedad es resultado del esfuerzo de las generaciones pasadas, no solo de la actual, y repartirla es una cuestión de justicia”, en palabras de Guy Standing, profesor de la Universidad de Londres—; la erradicación de la pobreza — John Kenneth Galbraith: “Un país rico como EE UU bien puede permitirse sacar a todos sus ciudadanos de la pobreza”— y la redistribución de las ganancias derivadas de la automatización —ya en 1995 Jeremy Rifkin se refería a la renta básica como la herramienta más efectiva para proteger a los trabajadores desplazados por las máquinas—.

En el ámbito puramente político, el exministro griego de Finanzas Yanis Varoufakis se ha referido recientemente a la renta básica como una aproximación “absolutamente esencial” para el futuro de la socialdemocracia; los laboristas británicos estudian “de cerca” la idea como antídoto contra la robotización y, en España, pese a haber pasado de proponer una renta básica universal a una renta garantizada con menos fondos, Podemos sigue incluyéndola en sus programas electorales con una cuantía de 600 euros por persona hasta un máximo de 1.290 euros por unidad familiar.
Como efectos colaterales positivos, sus defensores en la izquierda aseguran que presionaría al alza los salarios más bajos —ya que nadie se vería forzado a llevar a cabo los trabajos más duros y los empleadores se verían obligados a aumentar su retribución— y contribuiría al desarrollo del voluntariado y del trabajo comunitario. Se trata, dicen sus más fervientes valedores, de una reformulación de un Estado de Bienestar 2.0 acechado por los efectos de la globalización; de una suerte de “vacuna contra los problemas sociales del siglo XXI”, en palabras de Scott Santens, uno de sus más férreos defensores. Todo, claro está, sin tocar los dos pilares básicos de la socialdemocracia: la educación y la sanidad pública, universal y de calidad.

Se trataría de unificar el sistema de ayudas sociales, simplificar la burocracia y eliminar ineficiencias

Aunque tradicionalmente la renta básica ha sido asociada a las ideologías progresistas y en los sectores conservadores ha gozado de mucho menos predicamento, dos de sus popes clásicos como Friederich Hayek o Milton Friedman no han dudado en respaldar la idea como parte de su ideal social. Hayek, nobel de Economía en 1974, se limitó a apoyar una suerte de “suelo del que nadie tenga que caer incluso cuando no es capaz de mantenerse a sí mismo” (Derecho, legislación y libertad, 1981). Friedman, en cambio, defendió la puesta en marcha de un impuesto negativo sobre la renta como un suelo “para todas aquellas personas en situación de necesidad, sin importar las razones, que dañe lo menos posible su independencia”.
Más recientemente, intelectuales conservadores de cabecera en EE UU como Charles Murray han defendido el concepto como una alternativa a un Estado de Bienestar que detestan y que, a su juicio, está en pleno proceso de “autodestrucción”. Murray propone una asignación anual de 10.000 dólares (algo menos de 9.000 euros) al año a cada adulto mayor de 25 años que sustituya a todas las transferencias sociales y al programa de atención médica Medicare. “Bajo los criterios conservadores”, escribía recientemente el politólogo del think tank American Enterprise Institute, esta renta básica “es claramente superior al sistema actual para terminar con la pobreza involuntaria”. Se trata, argumentan, de unificar el complejo sistema de ayudas sociales vigente en muchos países, simplificar la burocracia, eliminar ineficiencias y reestablecer la libertad individual.

Las reticencias en ambos lados del espectro ideológico también son notables, especialmente en el caso conservador. Si en la izquierda el sector crítico considera que la renta básica laminaría el poder de negociación de los sindicatos y daría alas a quienes piden mayor flexibilidad del mercado de trabajo, sus pares en la derecha elevan el tono por la inflación que generaría, la imposibilidad de ponerla en marcha con el esquema fiscal actual y, sobre todo, por su efecto desincentivador del trabajo.
Sin embargo, la idea sigue abriéndose camino. Suiza la sometió en junio a referéndum (perdió, eso sí, por amplia mayoría); la cuarta ciudad más poblada de Países Bajos, Utrecht, probará desde enero una asignación 960 euros al mes durante dos años a 250 de sus ciudadanos para analizar los pros y los contras de la medida; en Finlandia, la coalición de Gobierno de centroderecha en la que están los populistas ultraconservadores de Verdaderos Finlandeses, también pondrá en marcha un proyecto piloto en 2017 de entre 500 y 700 euros mensuales para entre 5.000 y 10.000 mayores de edad. Quizá el caso más llamativo es el de la aceleradora de start-ups Y Combinator, que ensaya un pago de entre 1.000 y 2.000 dólares mensuales a 100 familias de Oakland (California): la principal cuna de emprendedores del planeta, de la que parte la llamada cuarta revolución industrial, empieza a vislumbrar en la renta básica la panacea para un mundo cada vez más rico y eficiente, pero también desigual.
Esas dos ideas, una economía cada vez más digitalizada y desarrollada y una inequidad galopante, empujan a la renta básica. Nunca antes en la historia de la humanidad ha habido un momento mejor para nacer que el actual: según los cálculos más conservadores, el bienestar material global se ha triplicado en los últimos 65 años, tal y como destacaba recientemente en un artículo de Bradford Delong publicado por este diario. La irrupción de Internet ha abierto un abanico inédito de posibilidades. Pero la automatización y robotización que ha contribuido a abaratar un sinfín de procesos productivos también ha traído consigo crecientes bolsas de paro.
La predicción, hace casi un siglo, de John Maynard Keynes en su ensayo Posibilidades económicas para nuestros nietos (1930) es hoy más real que nunca: “Estamos siendo afligidos por una nueva enfermedad (…): el desempleo tecnológico (…) ”. Contra esta realidad y a la luz de los últimos estudios que calculan que entre el 35% y el 50% de los puestos de trabajo están en riesgo de automatización, la renta básica merece, al menos, un estudio concienzudo de sus muchas ventajas y algunos inconvenientes.

¿Algo a cambio de nada?

Article publicat a El País

La economía moderna se sustenta sobre la base de que todos debemos trabajar por un salario

Uno de los carteles extendidos en la plaza Plainpalais de Ginebra para la campaña del Sí a la renta básica.
Uno de los carteles extendidos en la plaza Plainpalais de Ginebra para la campaña del Sí a la renta básica. Denis Balibouse Reuters

Pasada la edad de oro del capitalismo que siguió a la II Guerra Mundial, caracterizada por el pleno empleo, los responsables de las políticas sociales en Europa intentan desde la década de los setenta solucionar de forma definitiva el problema del paro. Y, debido a una serie de novedades simultáneas, la renta básica vuelve a estar en la agenda. El elevado desempleo que se prolonga desde que empezó la crisis financiera en 2007, el aumento de la desigualdad y la distribución desproporcionada de los beneficios de la globalización son el contexto de este resurgir de la defensa de una renta garantizada como alternativa al sistema actual. ¿Por qué intentar empujar al paro retribuido a todas las personas en edad de trabajar cuando las tasas de desempleo están en dos dígitos?
Hasta ahora se partía de la premisa de que todos debemos realizar algún trabajo remunerado, y que solo quedan exentos los que reciben unas ayudas sociales que, de una manera u otra, están relacionadas con ese trabajo remunerado (prestaciones por enfermedad, incapacidad, desempleo, ayudas sociales, pensiones o becas para estudiantes). Una renta básica sin condiciones que proporcionase unos ingresos mínimos a todo el mundo rompería el vínculo entre prestaciones sociales y trabajo remunerado. Por eso este planteamiento va en contra de la base ética del Estado de bienestar. Tal y como lo conocemos, este sistema otorga beneficios sociales de manera condicional, temporal y selectiva. Eslóganes como “quien no trabaja, no come”, “no se puede esperar algo a cambio de nada” y “la comida gratis no existe” expresan claramente ese principio ético en el que se sustenta el Estado de bienestar.

Pero la polarización de los empleos —caracterizada por el declive gradual de la proporción de puestos de trabajo propios de unos empleados de clase media—, el proceso de flexibilización del mercado laboral y la automatización del trabajo estimulan el movimiento a favor de la renta básica. Esta proporcionaría a los trabajadores con jornada flexible y a los autónomos una protección literalmente básica de los ingresos que necesitan para lidiar con su sumamente incierta situación en lo que respecta a los gastos elementales de subsistencia.
Una renta básica digna —digamos, equivalente al 25% del PIB por habitante— es redistributiva, y los trabajadores con salarios bajos son los más beneficiados: en el sistema actual, los trabajadores de este grupo son contribuyentes netos, ya que no reciben prestaciones sociales y sí pagan impuestos. En el sistema de renta básica los impuestos que pagarían serían inferiores a la renta que recibiesen. En el caso de los trabajadores con remuneraciones altas ocurriría lo contrario, de manera que uno de los probables efectos de la renta básica sería que reduciría la desigualdad entre los trabajadores.

El elevado desempleo, el avance de la desigualdad y la robotización han hecho resurgir con fuerza la posibilidad de una renta básica como futuro del Estado de bienestar

Otro ejemplo. Como sostiene Philippe van Parijs (filósofo belga, uno de los grandes defensores de la renta básica), unos ingresos garantizados en forma de eurodividendo (repartir una cantidad determinada de euros a cada ciudadano de la zona euro que podrá ser financiado, por ejemplo, con una parte del IVA) podrían contribuir a fortalecer el tambaleante euro como divisa, ya que se estructurarían las transferencias no tanto de ricos a pobres como de las regiones prósperas a las que están en bancarrota de la zona euro, lo cual, junto con la movilidad laboral, daría como resultado una mayor estabilidad de la divisa, de forma similar a lo que sucede con el mecanismo que hay detrás de la solidez del dólar. Desde esta perspectiva, ¿no sería beneficioso que todos los ciudadanos adultos pudiesen contar con un pago mensual regular sin condiciones que se ajustase al mínimo predominante en la sociedad en cuestión, independientemente de los ingresos, la riqueza, la situación familiar o la disposición a trabajar de la persona?
Actualmente, la filosofía política debate si la renta básica es justa. El argumento ético de más peso en contra de dicha prestación es que consiente el parasitismo: permite que ciudadanos físicamente sanos vivan a costa de los esfuerzos productivos de los demás sin dar a cambio un servicio recíproco a la sociedad, por ejemplo, porque se entregan a actividades sin provecho. A mi modo de ver, en el sistema de la renta básica, no estar obligado a aceptar un empleo refuerza la posición de los trabajadores, aunque el precio a pagar sea el parasitismo. Es decir, precisamente por consentir el parasitismo, todo el mundo tendrá la capacidad de rechazar las malas ofertas de trabajo, lo cual, al final, resultará en mejores empleos y en salarios más altos para las tareas de menor cualificación.

Es muy probable que esta fórmula requiera unos tipos impositivos más altos para financiar el sistema

Es cierto que una renta básica digna parece mucho más costosa que el actual sistema de prestaciones para las personas con bajos ingresos, dirigido exclusivamente a los pobres y que precisa que se comprueben la situación laboral y los recursos. Por lo tanto, es muy probable que una renta básica digna requiera unos tipos impositivos más altos para financiar el sistema. Sin embargo, los efectos globales en la economía en su conjunto todavía son sumamente inciertos. Por una parte, una mayor carga impositiva puede reducir la oferta de mano de obra. Por ejemplo, la renta básica podría animar a mucha gente a elegir una profesión que no se centrase en el trabajo remunerado, o quizá resultaría más atractivo trabajar a tiempo parcial en vez de a jornada completa, ya que acortar la jornada laboral no haría que disminuyesen proporcionalmente los ingresos netos, puesto que la parte de estos últimos correspondiente a la renta básica sería independiente del tiempo que se dedicase a trabajar.
Por otro lado, una renta básica permitiría que el mercado de trabajo fuese más flexible, sin salarios mínimos reglamentados que limiten ciertas oportunidades laborales para los menos cualificados porque se descartan los empleos en los que la productividad es inferior al salario mínimo. Asimismo, una renta básica decente acabaría con la trampa de la pobreza, el fenómeno por el cual quienes reciben prestaciones sociales no ven aumentar sus ingresos netos si aceptan un empleo. Acabar con esta trampa puede hacer que se intensifiquen los esfuerzos por buscar un trabajo remunerado, aunque sea temporal o a tiempo parcial, por parte de los receptores de las prestaciones.

El experimento más prometedor, realizado a escala nadional, se pondrá en marcha en Finlandia en 2017

Sería bueno que la ciencia económica pudiese generar respuestas inequívocas a qué clase de efectos produciría en la economía una renta básica, pero el hecho es que el margen de incertidumbre es demasiado amplio. Algunos estudios que intentan simular qué ocurriría en una economía con una renta básica se limitan a utilizar parámetros derivados del comportamiento observado en el sistema actual. También hay numerosos cálculos aproximados que muestran que, a determinado nivel, la renta básica puede ser viable o inviable, pero la limitación de este ejercicio es que no tiene en cuenta los comportamientos en respuesta a la renta básica. Por poner un ejemplo, es muy difícil decir qué efecto tendrá en los estudios superiores. Por un lado, recibir una renta básica en lugar de pedir un préstamo hace más atractivo ir a la universidad. Por otro, en cuanto alguien empiece a ganar dinero, el hecho de que para financiar la renta básica sean necesarios impuestos más altos hará que los ingresos netos de quienes tienen una educación superior sean menores. El efecto real no está claro.
También es muy difícil predecir qué repercusiones tendrá la renta básica en la innovación, el autoempleo, la división del trabajo remunerado y no remunerado en el hogar, etcétera. El filósofo político británico Brain Barry expuso esta incertidumbre con gran concisión: “No hay una simulación de impuestos y prestaciones, por muy concienzudamente que se lleve a cabo, capaz de dar cuenta de los cambios de comportamiento que se producirían en un régimen alterado. Un ingreso básico de subsistencia situaría a la gente ante un conjunto de oportunidades e incentivos totalmente diferentes de los que tiene ante sí en la actualidad. Podemos suponer la forma en que la gente reaccionaría, pero sería irresponsable fingir que manipulando un montón de números con un ordenador podemos convertir algo de lo que hacemos en ciencia rigurosa”.
Por esta razón, para reducir la incertidumbre que envuelve a la renta básica, soy partidario de los experimentos reales, preferiblemente en forma de los denominados experimentos de campo controlados y aleatorios. El experimento más prometedor, realizado a escala nacional y que incluirá tanto a receptores de prestaciones como a trabajadores, se pondrá en marcha en Finlandia en 2017. En otros países, como Holanda y Francia, hay iniciativas a escala local, la mayoría de las cuales solo afectan a perceptores de asistencia social. Los resultados de estas pruebas darán algunas pistas de las repercusiones económicas, y pueden contribuir a resolver parte del rompecabezas sobre la verdadera viabilidad económica de la renta básica.
Loek Groot, profesor de la Escuela de Economía de la Universidad de Utrecht, colabora con el Ayuntamiento de la ciudad holandesa en el desarrollo de un modelo de fórmulas alternativas para proporcionar ayudas de asistencia social

EL 43% DE LOS empleos PUEDE SER SUSTITUIDO POR MÁQUINAS

Article publicat a El Confidencial
Carlos Sánchez
15.08.2016  

El uso de robots se acelera y amenaza con destruir decenas de miles de empleos

El uso intensivo de robots en el sistema productivo está amenazando miles y miles de empleos. Hasta el 43% de los puestos de trabajo puede ser sustituido por máquinas

Foto: Un empleado y un robot, en la fábrica de Ford en la ciudad de Kansas.La cuarta revolución industrial ya está aquí. Y con ella, un nuevo paisaje económico y laboral más mecanizado en el que los robots y, en general, la inteligencia artificial están llamados a ocupar un papel cada vez más determinante en el sistema productivo. Hasta el extremo de que tres de cada cuatro empleos estarán relacionados en un futuro no muy lejano con los sistemas informáticos, la gestión de datos y la seguridad informática.
No solo en el sector industrial, también en los servicios, cada vez más vinculados a los avances tecnológicos. Aunque, si antes el progreso científico era capaz de crear empleo a medio y largo plazo tras un choque inicial (efecto sustitución), hoy esas expectativas se han truncado.
Y eso es lo que está sucediendo ya en España y otros países avanzados. Pero si en las economías con mayor cualificación profesional el mercado laboral es capaz de adecuarse al nuevo ecosistema industrial, en los países con capital humano más precario, el impacto negativo de la robotización será mucho mayor. Al menos, los luditas, aquellos artesanos británicos que se revelaban en el siglo XIX contra la primera revolución industrial, no han hecho todavía acto de presencia.
Aquellas profesiones en que la interacción humana y la creatividad tienen más importancia (médicos de familia, músicos) son las que están más protegidas
Según las estimaciones del servicio de estudios de CaixaBank, un 43% de los puestos de trabajo actualmente existentes en España tiene un riesgo elevado (con una probabilidad superior al 66%) de poder ser automatizado a medio plazo, mientras que el resto de los puestos de trabajo quedan repartidos a partes iguales entre el grupo de riesgo medio (entre el 33% y el 66%) y bajo (inferior al 33%).
¿Y cuáles son los puestos de trabajo más amenazados? Un estudio publicado por los profesores Carl B. Frey y Michael A. Osborne, de la Universidad de Oxford, estima que la tecnología ya es capaz de automatizar, incluso, profesiones cualificadas, mientras que aquellas en las que la interacción humana y la creatividad tienen más importancia (médicos de familia, músicos) son las que están más protegidas. Según Adrià Morron Salmerón, autor de un estudio de CaixaBank, contables, analistas financieros o economistas están entre las profesiones cualificadas que pueden sufrir más la competencia de las máquinas.

Países más afectados

Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) situaba España, Austria y Alemania como los países más afectados por la revolución robótica. En concreto, la cuarta revolución industrial obligará a sustituir hasta un 12% de los empleados en estos tres países, frente a una media del 9% en la OCDE. El caso de Alemania, con uno de los mejores sistemas de formación del mundo, tiene que ver con su enorme exposición a la industria, lo que a largo plazo hace más vulnerable a su mercado laboral.
Como sostiene un informe de la Federación de Industria de CCOO, que ha lanzado un ambicioso debate en el sindicato sobre los efectos de la mecanización y la robótica en el mundo laboral, los trabajos “manuales y repetitivos” serán los que tengan mayor probabilidad de ser reemplazados por máquinas, aunque esto se producirá mediante un proceso muy lento.
El problema se suscita no tanto por la cualificación de la mano de obra sino por afectar a trabajos muy recurrentes. De esta manera, mientras que en Austria los trabajadores están más preparados que en EEUU, sin embargo desempeñan tareas más repetitivas, lo que incide en mayor grado en la penetración de la robótica, más que en el nivel educativo de la plantilla.

Fuente: CCOO.
Fuente: CCOO.

Como sostienen los autores del estudio de CCOO, las nuevas industrias ofrecen menos empleos para trabajadores no cualificados o infracualificados. Es decir, los puestos de trabajo suprimidos por causa de la automatización no se cubren, por la magnitud y la velocidad con que se produce el cambio tecnológico, y cuya aceleración no tiene precedentes en la reciente historia de la economía.
Algunos estudios han calculado que entre el 40% y 50% de los trabajadores con niveles educativos de escuela primaria o secundaria sufrirán la competencia de los autómatas, mientras que los profesionales con un máster o un doctorado tendrán una probabilidad casi equivalente a cero de ser reemplazados por un robot.

Fuente: CCOO.
Fuente: CCOO.

El informe del sindicato de Ignacio Fernández Toxo, en línea con el análisis que hacen otros expertos, desmonta la idea de que solo algunos trabajadores pueden verse afectados por la creciente mecanización. Y en este sentido, recuerda que antes se pensaba que los trabajos afectados por la automatización serían los de menos cualificación, pero actualmente los robots sustituyen también empleos de conocimientos intermedios como la sanidad, el transporte o tareas administrativas, ya que se basan en la rutina. Y ese proceso productivo puede ser sustituido por máquinas.
CCOO cita un trabajo del profesor Salvador del Rey, catedrático de Derecho, que estima que el coste de crear un robot caerá un 20% el próximo año, al tiempo que su rendimiento aumentará un 5%. Pero mientras que las personas doblan su productividad cada 10 años, los robots, como mínimo, lo hacen cada cuatro. Sin olvidar que el tiempo de amortización de un robot era en 2015 de 5,3 años y en 2025 se reducirá a 1,3 años.

‘Big data’ y robotización

En la actualidad, el 8% de los puestos de trabajo son ocupados por robots, pero en 2020 este porcentaje se elevará al 26%. Robots que, además, serán cada vez más autónomos y capaces de interactuar y de ejecutar y tomar de decisiones más complejas. Gracias al ‘big data, los robots disponen ahora de una formidable base de datos que les permite experimentar y aprender qué algoritmos funcionan mejor.
Algo que explica que la “deslocalización productiva”, asociada a la globalización en busca de mano de obra barata, haya pasado de moda. Como sostiene el informe de CCOO, durante décadas, las grandes compañías han trasladado plantas enteras a países emergentes para reducir los costes de producción. Pero el acelerado proceso de desarrollo tecnológico permite ahora sustituir mano de obra por capital (máquinas), favoreciendo el empleo en países con economías avanzadas, en los que hay mayor cualificación profesional y seguridad jurídica. Además de marcos políticos y sociales más estables. Precisamente, como consecuencia de la digitalización, la robotización y la impresión 3D.

Peso de las manufacturas en el PIB en la UE, 2000. (Fuente: Eurostat)
Peso de las manufacturas en el PIB en la UE, 2000. (Fuente: Eurostat)

Un informe del Foro Económico Mundial estimaba que hasta 2020 desaparecerán 7,1 millones de puestos de trabajo en los países avanzados y se crearán 2,1 millones. El avance tecnológico es de tal magnitud que un estudio de McKinsey estima que hoy mismo se podrían automatizar el 45% de las tareas existentes en EEUU.
Lo cierto, como afirman los expertos de CaixaBank, es que en las últimas décadas, la reducción del coste de los ordenadores ha inducido a sustituir trabajadores con conocimientos intermedios, que realizaban tareas repetitivas y fáciles de especificar en un algoritmo, lo que ha contribuido a la polarización del mercado laboral y a un aumento de la desigualdad.

Fuente: CCOO.
Fuente: CCOO.

Esto lleva, sostiene el economista Adrià Morron, a otro aspecto económico relevante: la distribución de la nueva riqueza. Según sus datos, existe una correlación negativa entre la probabilidad de automatización de una profesión y su salario anual medio, “lo que sugiere un posible aumento de la desigualdad a corto plazo”.
El problema no es el número de empleos que se pierdan con la automatización, sino que se produzcan los suficientes para compensar la pérdida de puestos de trabajo que ocasiona la digitalización. En las pasadas revoluciones industriales, las nuevas industrias contrataban a más personas de las que perdían su trabajo en las empresas que cerraban por no poder competir con las nuevas tecnologías. “En la economía, se viene dando un proceso de mutación industrial que incesantemente revoluciona la estructura económica desde dentro, destruyéndola para luego crear una nueva”, dicen los autores del informe de CCOO. La célebre ‘destrucción creativa’ de Schumpeter. Pero con menos empleo.

La revolución digital, el trabajo humano y la izquierda

Article publicat a Público.es
19 Jul 2016
Manuel Escudero
Economista
Es un clamor que va creciendo: la izquierda necesita construir urgentemente un nuevo paradigma. Para ello, añado yo, tiene que sacudirse el “buenismo”, muchos tópicos de lo que es políticamente correcto, y enfrentarse sin prejuicios a la cruda realidad. “Epater les bourgeois!”, la  caracterización que utilizaban los jóvenes del 68, puede que vuelva ahora a ser necesaria.
Es frecuente escuchar en la izquierda que la revolución digital es un tema tecnológico, extraño y ajeno, que tiene un efecto neutro sobre el empleo, porque se siguen generando tantos empleos, o más, de los que destruye, y que la prueba del nueve de su escasa relevancia es que no ha producido los efectos de productividad que se esperaban de ella. Pero los datos no se corresponden con estas afirmaciones y negar la importancia de la revolución digital, ciega a la izquierda una de las avenidas más importantes para construir esa alternativa que tanto se demanda.
Por supuesto se ha hablado mucho de la “paradoja de la productividad”, es decir, que el rápido ritmo de innovación tecnológica digital no ha coincidido con ganancias importantes de productividad. Pero los bien pensantes de la izquierda deberían echar una segunda mirada a los datos en los EEUU (que es en los que se basan): esa paradoja y el debate correspondiente en torno a la misma, se produjo en las dos últimas décadas del siglo XX, cuando Robert Solow acuñó su famosa frase de “Vemos ordenadores por todas partes menos en las estadísticas de productividad”.
Lo cierto es que el estancamiento de la productividad terminó en los años 90. Si el crecimiento de la productividad (US Bureau of Labour Statistics) fue como media de 1,7% en 1971-80, y del 1,5% en 1981-90, pasó a 2,3% en 1991-2000 y 2,4% en 2001-2010. Las estadísticas del Department of Labor de los EEUU lo confirma: si entre 1973 y 1995 la productividad creció 1,5, en 1995-2004 lo hizo al 3,1. Por ello, hablar del estancamiento de la productividad como demostración del escaso impacto de la digitalización económica no es una afirmación basada en datos empíricos existentes.
Pasemos a la cuestión de si las tecnologías digitales, como algunos aseguran, no tienen un efecto apreciable en el trabajo porque no destruyen más empleo del que se crea en otros sectores de la economía. Para responder otra vez con brevedad, examinemos la evolución de la productividad y el empleo entre 1972 y 2012 en los EEUU. Nos encontraremos con una gran sorpresa: desde comienzos de los años 2000 se produce un desacoplamiento entre el crecimiento de la productividad del trabajo, que continúa creciendo, y la creación de empleo, que se estanca y retrocede– mucho antes de la gran recesión de 2008.
La sorpresa sería aún mayor si proyectáramos esta serie hacia atrás durante los últimos 200 años. Comprobaríamos entonces que ese desacoplamiento no se ha producido nunca hasta ahora. Yo entiendo que es muy fuerte apostar por dar fe a una tendencia reciente, de apenas 12 años, frente a 200 años de la tendencia contraria. En este terreno, además, la izquierda defiende que el neoliberalismo trajo consigo desde comienzos de los años 90 la destrucción del poder organizado de los trabajadores y con él la aparición de salarios a la baja, el retroceso de las rentas de las clases trabajadoras y la aparición del trabajo que empobrece, el “precariado”.
Yo comparto esa visión, por otra parte ampliamente documentada. Pero esa realidad política debería haber producido como resultado un crecimiento a la baja de la productividad y un aumento del empleo, en la forma del precariado. Sin embargo, la productividad ha crecido debido a la digitalización de la economía y el empleo comienza a ser destruido (no vía estadísticas de empleo, sino de población activa, que es lo que está ocurriendo en los EEUU)! La única explicación posible es que ambas realidades, el modelo neoliberal y los efectos de la digitalización de la economía no son fenómenos excluyentes, sino complementarios: hoy nos vamos enfocando, al mismo tiempo, a una sociedad en la que una parte importante de los trabajadores son precarios y otra parte importante parados tecnológicos.
Hasta aquí algunas reflexiones basadas en datos. Sin embargo, lo peor de adoptar una posición desdeñosa frente a la revolución digital y sus efectos en el trabajo, es que cierra las puertas a muchos temas cruciales que deberían ser parte de la agenda de la izquierda. Estos aspectos están muy bien reflejados en dos recientes trabajos que deberían ser tenidos muy en cuenta desde la izquierda: “The Second Machine Age de Brynjolfsson y McCaffee,  y las nuevas tesis de Paul Mason en “Postcapitalism: a Guide to our Future”.
Se pasa por alto muchas veces que frente a la primera revolución industrial (la ocasionada por la máquina de vapor), y la segunda (iniciada con la electrificación), la digitalización de la economía se refiere a la utilización de un nuevo input productivo, la información, con características muy especiales: la información es infinita y quiere ser libre, porque su reproducción digital implica costes decrecientes que tienden a cero.
Dicho de otro modo, y se me perdonará que aborde estos temas taquigráficamente, la economía digital, en la medida en que va penetrando el tejido económico, va destruyendo la necesidad del trabajo en el mercado actual (capitalista). Naturalmente es una tontería decir que el trabajo va a desaparecer, porque los humanos seguiremos utilizando nuestra creatividad para producir valor social. Pero no es una tontería decir que la economía digital va a prescindir de una cantidad creciente de trabajo asalariado. Si no lo remediamos, muchos de los expulsados del mercado seguirán malviviendo con trabajos residuales y contratos basura: esa realidad es tan omnipresente que, en el fondo, explica el estancamiento secular al que se ve abocado el neoliberalismo hoy. Pero también en las sociedades desarrolladas comienzan a aparecer segmentos importantes de ciudadanos que combinan empleos parciales con  nuevas formas de actividad socialmente útiles, o se decantan por nuevas actividades que tienen poco que ver con el capitalismo: Wikipedia,  los “Creative Commons”, el software libre y las nuevas iniciativas descentralizadas de economía colaborativa, social y solidaria son, quizás, el embrión de un modo de producción diferente y alternativo al capitalismo.  Esta es una tesis fuerte que, de confirmarse, abre la posibilidad de una transición a un nuevo sistema productivo y es ahí donde se podría encontrar el núcleo duro de un nuevo paradigma de la izquierda.
Para terminar, solamente si le concedemos a la digitalización de la economía el rango de característica sobresaliente de la nueva economía política del siglo XXI podremos dar todo su sentido a demandas políticas cada día más importantes, como la necesidad de reducir las horas de trabajo más allá, incluso, de las 30 horas semanales, o el establecimiento de una renta básica universal, que solamente en una perspectiva que tiene en cuenta los efectos de la economía digital cobra todo su sentido…

La automatización y la participación del trabajo en la renta

Article publicat a Nada Es Gratis

Samuel Bentolila 23-06-2016
C-3POMientras esperamos al resultado del referéndum de hoy sobre el Brexit (mis deseos están cantados aquí), me voy a ocupar de algo que también preocupa a mucha gente: la automatización. Cada día hay más funciones que antes hacíamos las personas y que ahora hacen programas y máquinas (quizá este blog lo acaben escribiendo ellas). ¿Podemos entonces achacar la caída tendencial de la participación del trabajo en la renta que se viene observando en todo el mundo desde hace décadas a la automatización? Una investigación reciente encuentra que solo en parte.
Hace tiempo les conté que parece haber una tendencia mundial a la caída de la participación del trabajo en la renta −en favor del capital− de unos 5 puntos porcentuales en los últimos 35 años y que un trabajo de Loukas Karabarbounis y Brent Neiman la atribuye a la sustitución del trabajo por el capital, debida a su vez a la caída tendencial del precio de este, en especial de la maquinaria. (1)
La automatización se ha acelerado en las últimas décadas de la mano de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Esto ha desatado el temor a que las máquinas destruyan gran parte del empleo. Sin embargo, desde la primera revolución industrial ha habido progreso tecnológico y no por ello hemos tenido tasas inexorablemente crecientes de paro. La razón es que las nuevas tecnologías vuelven inviables algunos empleos (p. ej. en las empresas de diligencias de caballos) y abren oportunidades para crear otros (p. ej. en los fabricantes de coches a motor), la cuestión es atisbar cuáles serán estos últimos.
Es común pensar que las TIC perjudican más −en términos de sus empleos y salarios− a los trabajadores menos cualificados. No obstante, el asunto no es tan sencillo, porque la capacidad de las máquinas para reemplazar a los trabajadores depende en gran medida de lo rutinarias que sean sus tareas.
Como señalaron por primera vez David Autor, Frank Levy y Richard Murnane, las tareas de los trabajadores más cualificados −porque requieren pensar más y porque son especialmente productivas en combinación con las máquinas− y algunas tareas de los menos cualificados −porque requieren más contacto humano, pensemos en los cuidadores de niños o de personas mayores− son menos rutinarias. Por el contrario, pueden ser más fácilmente reemplazados por máquinas algunos trabajadores de cualificación intermedia −como los contables− que hacen tareas que pueden hacer los ordenadores. Esto no significa que los empleos para trabajadores menos cualificados no se vayan a reducir (recordemos la carrera entre la educación y la tecnología), sino que no todos desaparecerán.
Entonces, si tenemos en cuenta la división entre capital intensivo y no intensivo en TIC y entre los trabajadores que realizan principalmente tareas rutinarias (operarios, administrativos, vendedores, etc.) y no rutinarias (profesionales, gestores, técnicos, servicios personales, etc.), ¿podemos atribuir a la automatización la caída de la participación del trabajo en la renta?
Esta es la pregunta que aborda un trabajo reciente, de Maya Eden y Paul Graggl (aquí están las transparencias que lo resumen), para Estados Unidos entre 1968 y 2013, presentado la semana pasada en Madrid en una conferencia sobre «Crecimiento, productividad y desigualdad», organizada por el Banco de España y el Banco Mundial.
Resumo sus respuestas en dos gráficos y un cuadro. El primer gráfico muestra que el aumento de la participación del capital en la renta (valor añadido), de algo más de 6 puntos, se reparte casi a partes iguales entre el capital TIC (que pasa del 1.3% al 4.1%) y el no intensivo en TIC (del 35.3% al 38.8%):
capitalshare
(Entre paréntesis, es curioso el estancamiento de las tendencias a partir del año 2000, posiblemente debido a la burbuja inmobiliaria americana, cuyos efectos parecen corregirse hacia el final del periodo… ¿les suena familiar?).
Más llamativo resulta ver que los 6 y pico puntos de caída de la participación del trabajo se reparten entre una subida de 9 puntos de la participación de los empleos no rutinarios (del 24.8% al 33.6%) y un desplome de 15 puntos de la participación de los empleos rutinarios (del 38.6% al 23.6%):
laborshare
Todo ello aparece resumido en este cuadro:
twoshares
Finalmente, aplicando un modelo económico a los datos, los autores logran explicar 12 de esos 15 puntos de caída de la participación de los empleos rutinarios, de los cuales 10 puntos van a los empleos no rutinarios y solo 2 puntos van al capital TIC. Por eso, Eden y Gaggl concluyen que quizá estemos dedicando demasiada atención a la caída de la participación del trabajo y demasiado poca a la redistribución entre distintos tipos de empleos.
Estos cálculos también son posibles para España, gracias a la descomposición de capital TIC y no TIC que elabora el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE). Este trabajo, dirigido por Matilde Mas,
 Francisco Pérez y Ezequiel Uriel y elaborado con otros autores, muestra la composición del capital no residencial en España en 1964 y 2013:
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El capital TIC ha crecido mucho, pero el resto del capital ha crecido más, de forma que el primero solo ha pasado del 4.2% al 4.8% del total, lo que supone un gran problema para nuestra eficiencia productiva. (Si quieren aprender más sobre el caso español, vean esta presentación de Francisco Pérez).
Sin embargo, no conviene pensar que estamos protegidos de la automatización. Como ya nos contó aquí Sara de la Rica, en España también está cayendo el empleo rutinario, situándonos en una situación intermedia en el contexto europeo en términos de la proporción de empleos en riesgo de ser computarizados, como nos mostró aquí Florentino Felgueroso.
Me temo que todos deberíamos estar pensando en qué medida afectará la automatización a nuestro empleo. Ni siquiera los más cualificados están libres de riesgo. Por ejemplo, los que nos dedicamos a la docencia de tercer ciclo (grado o postgrado) podríamos ser desplazados por las nuevas tecnologías. Hay unos magníficos cursos abiertos masivos en internet (MOOC), impartidos por excelentes profesores de universidades norteamericanas, como los de edX. Y en universidades como el MIT, por ejemplo, ponen los contenidos de los cursos en internet gratis; como este curso de economía laboral de David Autor. ¿Qué podemos hacer los simples mortales para sobrevivir? Pues, aparte de mejorar nuestra docencia e investigación, dedicarnos a lo que no pueden hacer esas estrellas: dedicar más tiempo y esfuerzo a la interacción con los estudiantes.


(1) Digo «parece» porque un trabajo reciente de Dongya Koh, Raül Santaeulàlia-Llopis y Yu Zheng afirma que en Estados Unidos la caída puede explicarse completamente por la importancia creciente de la propiedad intelectual y su forma de valoración en las cuentas nacionales.

La plusvalía de las máquinas

Article publicat al web de  Enrique Dans

Una entrevista a una revista suiza del ex-ministro griego de finanzas, Yanis Varoufakis, es comentada por Fast Company en Greece’s former finance minister explains why a universal basic income could save us en términos indudablemente positivos, como corresponde a un medio que en ya varias ocasiones ha hecho didáctica sobre el concepto de la renta básica universal. Varoufakis ya había comentado el tema previamente en otras entrevistas, como esta en The Economist.
El concepto de universal basic income, UBI o RBU sigue, de una u otra manera, asociándose a conceptos idealistas, a ideas de redistribución drástica de la riqueza y a ideologías de diversos tipos, desde marcadamente izquierdistas, a planteamientos conservadores o incluso feministas. Sin embargo, el concepto está siendo puesto a prueba a diversas escalas en un número creciente de países y territorios, con cada vez mayor fundamento, y proveniente de varios puntos del espectro político.
Finlandia, por ejemplo, plantea la renta básica universal como una forma de simplificar la seguridad social. Con un 10% de desempleo total y un 22,7% de desempleo juvenil, cuatro de cada cinco finlandeses están a favor del establecimiento de un sistema de este tipo. El experimento se plantea en principio a pequeña escala, seleccionando a 8.000 personas de grupos desfavorecidos para recibir cantidades variables de entre €400 y €700 mensuales con el fin de estudiar su evolución, pero no se descarta su implantación si los efectos netos resultasen ser positivos.
Islandia, un país laboratorio por naturaleza, podría evolucionar hacia un sistema de este tipo en cuanto se celebren las próximas elecciones previstas este otoño, en las que el Partido Pirata, claro partidario de este tipo de políticas, ocupa la primera posición en las encuestas de voto.
Suiza plantea desde el año 2013 una renta básica universal de 2500 francos por adulto y 625 por niño, que recientemente reunió el número de firmas necesario para que sea sometida a referendum, el próximo día 5 de junio, a pesar de la oposición gubernamental. En realidad, empiezan a existir ya numerosas experiencias, discusiones y planteamientos locales con el concepto en sitios como Canadá, Utrecht, India, Macao o Irán, y el concepto lleva ya madurando desde pensadores tan influyentes en el pensamiento político moderno como Martin Luther King.
Muchos de los obstáculos planteados a la RBU viene, precisamente, de la naturaleza local o territorial de estos experimentos: ¿cómo mantener un país como Suiza con rentas para sus familias que supondrían ser prácticamente ricos en otros países, sin generar con ello fortísimas tensiones migratorias? ¿Cómo compaginar una hipotética restricción a esos movimientos mediante políticas restrictivas, con problemas recientes surgidos, por ejemplo, al hilo de la crisis de los refugiados, en la que se entremezclan cuestiones de derechos humanos aplicables a los migrantes de tipo político o bélico con los que emigran por cuestiones puramente económicas?
El planteamiento, no obstante, debe ser revisado a la luz del desarrollo tecnológico. Como Varoufakis plantea en su entrevista, la tendencia a la sustitución de trabajadores humanos por máquinas nos lleva, de una u otra manera, a pensar en cifras de desempleo crecientes y en una distribución de la riqueza cada vez más polarizada, un escenario que no tardaría en devenir en violencia. Sin embargo, los robots fabrican pero prácticamente no consumen, o únicamente energía y mantenimiento, y nos aproximamos progresivamente a un escenario de energía barata o prácticamente infinita. Si recursos como la computación, la energía, la inteligencia artificial, el machine learning, el cloud computingla robótica o los vehículos autónomos se plantean cada vez más ubicuos, como auténticos responsables del desarrollo de ventajas competitivas sostenibles, estamos hablando de una redistribución de los costes en las cadenas de valor brutal, drástica, de una aritmética completamente desconocida.
La plusvalía, elemento central de la teoría económica marxista, tomada de la teoría del valor-trabajo de David Ricardo, expresa el valor que el trabajador crea por encima del valor de su trabajo. Cuando el trabajador es sustituido por un robot, la plusvalía se multiplica, al incrementarse el volumen la predictibilidad y la calidad del output al tiempo que disminuyen los inputs requeridos. Si esos robots que no descansan, no cobran y no se equivocan van mejorando su eficiencia, haciéndose más inteligentes y disminuyendo su precio, ¿qué ocurre con la creciente plusvalía generada? Si acompañamos ese escenario con una energía cada vez más barata, hablamos de un escenario de abundancia, que sugiere la necesidad de mecanismos de redistribución más razonables que los actuales. Más allá de la idea de que las personas, al disponer de una renta básica, abandonarían toda idea de trabajo (algo que no ha podido ser probado en ninguno de los experimentos efectuados hasta la fecha), surgen ideas que apuntan a la posibilidad de una sublimación de la creatividad, e incluso al desarrollo de nuevos modelos productivos similares a los que surgieron tras la revolución industrial. Lo que las personas abandonarían no es la idea de trabajar, sino la de hacerlo en los llamados bullshit jobs, simples maneras de mantener a la población ocupada y pagarle un salario para evitar la inestabilidad social, y que terminan haciéndoles caer en la evidencia de que su trabajo no tiene sentido. Claramente, el desempleo no es el único problema que la RBU pretende aliviar.
¿Utopía irrealizable, o lógica aplastante? El discurso de la RBU está entrando con derecho propio en la agenda política, y requiere de una discusión que vaya más allá del nivel de la conversación de barra de bar. Y la evolución del escenario tecnológico, claramente, juega un papel fundamental en esa discusión.

This article is also available in English in my Medium page, “What happens when there are no industrial jobs left?”

Regalar dinero: ¿idea inevitable?

Article publicat a El País

Los suizos decidirán hoy en un referéndum si el Estado les va a dar alrededor de 2.500

Robots en la planta de Seat de Martorell.
Moisés Naím 5 JUN 2016 
Hoy los suizos decidirán en un referéndum si el Estado le va a dar a sus ciudadanos alrededor de 2.500 euros cada mes. ¿A cambio de qué? De nada. Esta consulta es muy importante. No porque la propuesta vaya a ganar (según las encuestas, no tendrá los votos necesarios), sino porque puede ser la precursora de una tendencia mundial. De hecho, en varios países ya se está probando la idea de garantizar un ingreso mínimo y sin condiciones a los ciudadanos. En Finlandia, el Gobierno seleccionó al azar a 10.000 adultos a quienes durante dos años pagará 550 euros mensuales. El objetivo es medir el impacto que tendrá ese ingreso en la propensión a trabajar y otras decisiones de vida que toman los beneficiarios. Si esta prueba tiene éxito, la intención del Gobierno finlandés (¡que es de derecha!) es extender este esquema a nivel nacional. Experimentos parecidos se están llevando a cabo en Canadá, Holanda, Kenia y otros países.

Los defectos y problemas con esta idea son obvios. Tener un ingreso garantizado puede desestimular el trabajo. Darle una compensación material a una persona sin que, a cambio, haya producido algo de valor es una propuesta cuestionable tanto desde el punto de vista económico como social y ético. Los riesgos de corrupción y clientelismo político que tienen iniciativas de este tipo son altos. Finalmente, esta no es una idea barata. Este tipo de subsidios pueden transformarse en una pesada carga para el Estado y crear gigantescos y crónicos déficits en el presupuesto público.
Y sin embargo… Puede ser una idea inevitable.
No hay dudas de que la globalización y las nuevas tecnologías han creado inmensas oportunidades para la humanidad. De la disminución de la pobreza a nivel mundial a los avances en medicina o el empoderamiento de grupos sociales históricamente marginados, el progreso es obvio. Pero es igual de obvio que la globalización y las tecnologías que reemplazan a trabajadores por máquinas también tienen efectos nocivos. La destrucción de puestos de trabajo, la compresión de salarios y en algunos países —sobre todo en Estados Unidos y Europa— el aumento de la desigualdad, tienen diversas causas. Pero sabemos que tanto la globalización como la automatización contribuyen a crear condiciones que nutren mucho el populismo y el tóxico extremismo político que estamos viendo en tantos países.
Para muchos, la respuesta es que, si bien las nuevas tecnologías destruyen industrias, también crean otras que producen tantos o más empleos que los que desaparecen. Y eso ha estado sucediendo. No obstante, a medida que se acelera el cambio tecnológico y se popularizan robots que, a bajo costo, pueden hacer muchas de las tareas que hoy desempeña un trabajador, crece la preocupación de que las nuevas industrias y los nuevos puestos de trabajo no aparecerán ni en la cantidad ni al ritmo necesarios para compensar las pérdidas de empleo y la reducción salarial. Ante esta situación, las respuestas que da el mundo son tres.
1. Más educación y entrenamiento para los desplazados. Esto es prioritario. Pero la realidad es que, si bien hay éxitos ocasionales en este campo, el resultado de los esfuerzos de formación ha sido decepcionante. En la mayoría de los países —aun en los más avanzados— los presupuestos dedicados a ayudar a los trabajadores desplazados han sido poco generosos, las técnicas educativas que se usan son poco eficaces y las burocracias encargadas de estos programas suelen ser ineficientes. Cambiar esto es urgente.
2. Más proteccionismo. Donald Trump, por ejemplo, es solo uno de los políticos que hoy proliferan en el mundo y que prometen proteger el empleo reduciendo tanto el número de inmigrantes que compiten con trabajadores locales como el volumen de productos importados, que, por ser más baratos, desplazan la producción nacional. No es difícil imaginar a uno de estos demagogos prometiendo que, de ganar las elecciones, prohibirá el uso de robots y otras tecnologías “mataempleos”. Que estas propuestas no son una solución y que, en muchos casos, ni siquiera se pueden aplicar no parecen ser obstáculos para que millones de personas se entusiasmen con las promesas de los populistas. Temo que algunos países acabarán adoptando estas malas ideas.
3. Más ingresos mínimos garantizados. Así es. Regalar dinero a cambio de nada. Puede ser una idea descabellada. Pero un mundo donde nueve robots de bajo costo pueden hacer el trabajo de 140 obreros (¡en China!) es un mundo donde hay que estar abierto a examinar todas las opciones. Aun aquellas que puedan parecer —o ser— descabelladas. Unos niveles altos y permanentes de paro son inaceptables e insostenibles. Por ello hay que probarlo todo, entendiendo siempre que gobernar raras veces implica escoger entre una política maravillosa y otra espantosa. Lo más usual es que quienes gobiernan se vean obligados a escoger entre lo malo y lo terrible

La Renta Básica vista por Varoufakis, algunas encuestas, el referéndum suizo del 5 de junio y comentarios sobre una crítica tosca

Publicat al web de la  Xarxa Renda Bàsica

La Renta Básica vista por Varoufakis, algunas encuestas, el referéndum suizo del 5 de junio y comentarios sobre una crítica tosca

La Renta Básica vista por Varoufakis, algunas encuestas, el referéndum suizo del 5 de junio y comentarios sobre una crítica tosca

Las noticias directa e indirectamente relacionadas con la Renta Básica, una asignación monetaria incondicional a toda la población, se están reproduciendo aceleradamente en las últimas semanas. Vamos a referirnos solamente a tres de estas noticias.

Empecemos por la conferencia en defensa de la RB que realizó Yanis Varoufakis en Zurich el pasado 5 de mayo. Varoufakis es un economista de una indudable competencia que, desde su participación en el primer gobierno de Syriza y por su oposición a las imposiciones austeritarias de la troika contra la mayoría de la población no rica, multiplicó su ya notable difusión mediática. Así que una opinión sobre política económica o sobre algún aspecto teórico de la economía que escribe o manifiesta Varoufakis tiene una repercusión nada desdeñable.

En esta conferencia, el economista griego defendió que está muy extendida la idea de que la riqueza es creada en la esfera privada y después generosamente distribuida en la esfera pública. La realidad, según defendió, es la opuesta. Continuó sobre lo ya expuesto en una conversación con Noam Chomsky en abril, en la cual el veterano activista estadounidense mostró que los más radicales descubrimientos médicos son solamente posibles a causa de las investigaciones financiadas por dinero público, algo, por cierto, en lo que ha investigado Mariana Mazzucato, que ha desmitificado la fábula de los grandes emprendedores privados tecnológicamente innovadores[1]. Las grandes corporaciones transnacionales, dada su posición monopólica u oligopólica, saquean recursos a la sociedad obteniendo sin ninguna justificación económica y ya no digamos con algún tipo de justicia, rentas oligopólicas y rentas tecnológicas. Grabar fiscalmente a tipos muy altos estas rentas sería algo de elemental justicia, pero no vale la pena gastar espacio aquí sobre la evidente y alejada voluntad de hacer tal cosa por parte de la mayor parte de gobiernos.

Además, las robotizaciones y automatizaciones de muchos puestos de trabajo, como viene siendo repetido por distintos estudios e investigaciones, no quedarán compensados por nuevos puestos de trabajo debidos a estas mismas nuevas tecnologías robóticas y a algoritmos de inteligencia artificial. ¿Pleno empleo? Varoufakis no se hizo ninguna esperanza con el pleno empleo. Aún admitiendo que algún día llegue este pleno empleo, por ponerlo en palabras amables, ¿no sería racional, además de necesario, garantizar la existencia material de toda la población mientras llega este hipotético objetivo? Las vidas no son muy largas… Varoufakis mencionó que la RB podría ser una especie de dividendo social y no una subvención. Una idea que es heredera del gran republicano Thomas Paine, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, que ya en el siglo XVIII abogaba por una especie de renta básica justificada en el producto de la Tierra, que debía ser compartido entre todos sus habitantes. No por caridad, insistía, sino por justicia. En el siglo XXI la “nueva” Tierra que genera riqueza y cuyos frutos deben ser redistribuidos es el acervo tecnológico y de conocimiento acumulado durante generaciones gracias sobre todo al gasto público y que permite incrementar continuamente la productividad del sistema.

Varoufakis se refirió también muy competentemente a aspectos normativos como cuando afirmó que “la libertad en acción requiere de una RB”. Pero también hizo alguna mención de pasada a algunas claves de una indudable importancia para entender el mundo económico en el que vivimos: “es ilusoria la separación entre mercado y estado, no hay mercado si no hay estado”. Efectivamente, no existe mercado que no esté configurado políticamente. No se trata tanto de las “mayores” o “menores” regulaciones de los mercados, se trata de regulaciones en beneficio de unos o de otros. En plata: favorables a los ricos o favorables a la mayoría de la población. Esto es exactamente lo que quiere decir “configuración política de los mercados”. La RB permitiría poder rechazar determinados empleos porque “el derecho a rechazar un empleo es esencial para un mercado laboral que funcione bien (…) Para tener este derecho, debe existir esta opción.” Es la idea a la que varios autores se han referido y que puede ser resumida como el incremento del poder de negociación de la clase trabajadora que supondría una RB.

Otra noticia especialmente interesante es la encuesta que realizó en el pasado mes de abril el instituto de investigación de mercado Dalia Research. El periódico Spiegel informaba que “El 64% de la ciudadanía europea votaría a favor en un referéndum para implantar una RB. Solo el 24% estaría seguro de que votaría en contra o probablemente en contra.” Se trata de la mayor encuesta sobre la RB realizada hasta hoy en Europa: más de 10.000 ciudadanos de los 28 estados miembros de la UE. Más interesante: los resultados de esta encuesta revelan una gran correlación entre conocimiento de la propuesta y apoyo. Cuanto más conocida es, más apoyo recibe.

Los 6 principales estados de la UE superaban muy ampliamente un “hipotético sí”, según este detalle: Reino de España 71%, Italia, Alemania, Polonia y el Reino Unido superan el 60%, y Francia, el de menor aceptación de estos 6 estados europeos, un 58%. Los datos del Reino de España coinciden de una manera espectacular con otra encuesta realizada en el mes de julio de 2015 en Cataluña por la empresa GESOP en donde se realizaron 1.600 entrevistas telefónicas (con un error muestral del ± 2,5% y un nivel de confianza del 95,5%) y en donde el 72% estaba de acuerdo con la pregunta:

“La renta básica es un ingreso de 650 euros mensuales que recibiría toda la población como derecho de ciudadanía, que sería financiada mediante una reforma fiscal y que supondría una redistribución de la renta del 20% de la gente más rica al resto de la población. ¿Estaría más bien de acuerdo o más bien en desacuerdo que se implantara en nuestro país?”

Y para más coincidencia el 4% de las personas que trabajaban en un empleo remunerado respondían en la encuesta europea que en caso de cobrarla dejarían de trabajar, frente a un 2,9% en la encuesta catalana (y precisamente los que cobraban los salarios más miserables: lo que es una muestra de la capacidad, como han venido insistiendo también distintas autoras y autores que tiene esta propuesta de aumentar la libertad de buena parte de la población, especialmente de la más vulnerable).

Es interesante volver a insistir que el grado de coincidencia en los resultados entre el Reino de España y Cataluña son más bien espectaculares tratándose de dos estudios completamente independientes de Dalia Research y de GESOP.

Y la tercera noticia que queríamos destacar: el próximo 5 de junio Suiza realizará un referéndum para saber si la población está a favor o en contra de la implantación de una RB en el país alpino. Se propone una RB de unos 2.500 euros mensuales para las personas adultas y 625 para los menores. Después de conseguir 126.000 firmas válidas, la ciudadanía votará a favor o en contra de este texto:

“La Constitución se modifica como sigue: Art. 110 bis (nuevo) renta básica incondicional.
La Confederación velará por el establecimiento de una renta básica incondicional.
La renta básica debería permitir a toda la población poder llevar una vida digna y participar en la vida pública.
La ley reglamentará la financiación y el importe de la renta básica.”

En una encuesta realizada en Suiza, mostraba que solamente un 2% dejaría de trabajar (remuneradamente) si se implantase una RB.

Las previsiones de los resultados del referéndum suizo del próximo 5 de junio son inciertas si bien ahora mismo va ganando el “no”. Las presiones de la banca, de la patronal y de determinados políticos y medios de comunicación son muy grandes para evitar el triunfo del “sí”. Pero los organizadores del referéndum ya han obtenido una gran victoria: esta iniciativa ciudadana ha conseguido abrir un debate a nivel nacional sobre el valor del trabajo (no solamente el remunerado), su relación con la acumulación de la riqueza, el consumismo, la desigualdad, la inseguridad, la clase de sociedad que desea la gente y el derecho a vivir con dignidad.

Estas tres noticias sobre la RB, de carácter muy diferente entre sí, son un ejemplo de que esta propuesta, especialmente cuando ya se han experimentado las consecuencias de las políticas económicas impuestas con motivo de la gran crisis económica que explotó en 2008, está siendo tomada cada vez más en serio por una parte creciente de la ciudadanía como una posibilidad real y racional de garantizar materialmente la existencia de toda la población. En palabras de uno de los organizadores del referéndum suizo, en caso de que ganase el “sí”: “todos los habitantes de nuestro país sabrá que su derecho a un ingreso adecuado para una vida digna es legítimo y reconocido.”

No todo son buenas noticias.

Algunos académicos y muchos políticos apuestan todavía por viejas soluciones como si el mundo pudiera ser el mismo que antes de la crisis que estalló en 2008 o, como aún hay nostálgicos que creen, que el mundo puede volver a ser como era antes de la contrarreforma neoliberal de los años 70 del siglo pasado. Veamos un ejemplo muy reciente[2]. No es un ejemplo particularmente brillante, pero lo citamos porque es de reciente publicación y expresa perfectamente las habituales confusiones sobre la RB. Y también lo citamos por algo difícil intelectualmente de igualar: es difícil en tan pocas palabras exponer las habituales objeciones mal informadas sobre la RB sin aportar tan sólo un número, un dato, un estudio en su apoyo. La “evidencia es fuerte”, se afirma retóricamente en el artículo, pero ¿qué evidencia? Nos gustaría saberla. ¿Es mucho pedir que se discuta con datos y cifras los estudios de financiación de la RB que muestran lo contrario, como por ejemplo el que ya se avanzó en el Reino de España hace unos meses? Si vamos a tener críticas a la RB (y las ha habido y las habrá, solo faltaría) que estén bien fundamentadas y sean serias. No patochadas. En términos intelectuales y hasta éticos, esto exige un buen nivel de debate. Repetir las críticas que han sido debatidas desde hace años como si no hubiera escrito nada al respecto, no es algo muy aconsejable intelectualmente[3]. Nadie está obligado a escribir sobre lo que no ha estudiado mucho, pero si lo hace es imperativo informarse. Sea cual sea la opinión que se acabe manteniendo.

Se afirma en el mencionado artículo de Navarro contrario a la RB que esta medida no es el mejor modo de acabar con las desigualdades. ¡Ah! Pero ni un dato o una cifra en su apoyo.

Nadie afirma que “solamente” con la RB tenemos solucionados “todos” los problemas relacionados con las desigualdades. Dejado este punto claro, añadamos que la RB es una propuesta que tiene garantías de ser mucho más efectiva que los subsidios condicionados practicados hasta ahora. Hay investigaciones para defender esta proposición. Mero ejemplo empírico: en el estudio mencionado[4] de financiación de una RB para el Reino de España se pasaría de un Gini de los más desigualitarios de la Unión Europea a uno de 0,25, por citar solamente uno de los varios datos adicionales que allá se ofrecen[5]. Este nivel de Gini es muy parecido al de los países escandinavos. ¡Y sólo con la RB, sin contar con otras medidas de política económica que una decidida apuesta por las población no estrictamente rica podrían aportar! ¿Esto no sería una forma de reducir las desigualdades mucho más eficiente y drástica que lo practicado hasta ahora?

Más empiria. El mejor programa de lucha contra la pobreza de rentas condicionadas entre los territorios comprendidos hoy en el Reino de España es, como todo el mundo coincide, el de la Comunidad Autónoma Vasca y ha dado unos resultados que, si analizamos sin prejuicios, deben ser calificados de fracaso, como hasta el propio gobierno vasco reconoce parcialmente. Para un documentadísimo artículo que lo explica con detalle: aquí. Una de las conclusiones de este texto vale la pena citarla: “En la Comunidad Autónoma Vasca no ha fallado la gestión de un modelo de rentas mínimas garantizadas y condicionadas, ha fallado el modelo en sí. Quien no lo quiera ver después de una experiencia de 26 años, de cinco cambios legislativos, de los resultados que hemos presentado sobre la realidades de pobreza en auge, de gestiones desastrosas a pesar de los cambios radicales de traspasar la administración desde los servicios sociales a Lanbide-Servicio Vasco de Empleo, solo puede ser porque está guiado/a por el inmovilismo.” Y aún un poco más. El informe FOESSA muestra que la Renta de Garantía de Ingresos vasca (como se llama en esta comunidad el programa de renta condicionada para combatir la pobreza) tampoco reduce el nivel de desigualdad de manera importante, manteniendo el índice de Gini por encima de 0,30 y con valores muy cercanos al resto de territorios del Reino de España con sistemas de rentas garantizadas mucho menos ambiciosos. Si esta es la conclusión del mejor modelo de rentas condicionadas del Reino de España, ¿se imaginan el peor? [6] Son datos. Si están equivocados, que se demuestre, si no que se reflexione. Es un criterio generalizado de honradez intelectual.
El objetivo es difícil porque es muy ambicioso: una medida como la RB que garantizase la existencia material a toda la población es algo que indudablemente atemoriza a unos cuantos. La libertad es incompatible con las grandes diferencias de riqueza, y del poder que de las grandes fortunas se deriva. Es una batalla cuesta arriba, pero vale la pena librarla. La propuesta de la RB está mostrando su atractivo cuando es defendida como una medida posible e inmediata por parte de activistas, movimientos sociales y ciudadanía en general para hacer frente de forma inmediata a las consecuencias de las políticas económicas austericidas para una gran parte de la población[7]. No es solamente una cuestión de igualdad, se trata también de la libertad de la gran mayoría.
(Una versión más reducida de este artículo se publicó en http://www.counterpunch.org/2016/05/27/basic-income-gathers-steam-across-europe/)
[1] Varoufakis ofreció un ejemplo de un producto conocido: el iPhone, cuyos componentes tecnológicamente decisivos han sido descubiertos gracias a la financiación pública.
[2] Queremos agradecer a Philippe Van Parijs que nos haya puesto sobre la pista de este artículo.
[3] Ejemplo de una buena discusión sobre algunas de las objeciones mal informadas como el “fin del Estado de Bienestar” que supuestamente supondría una RB, como así lo creen el grueso de la nueva socialdemocracia y de los sindicatos, es el reciente artículo de Philippe Van Parijs: Renta Básica y socialdemocracia.
[4] Además del avance citado, se publicará pronto la totalidad del estudio en forma de libro. Esperamos, quizás sea una vana esperanza, poder discutir seriamente sobre datos y no sobre prejuicios. El tiempo dirá.
[5] Para ser algo más concretos aún: los índices de Kakwani y Suits, utilizados para sintetizar la progresividad de la reforma que se propone para financiar una RB, aumentan 7 y 9 puntos porcentuales cuando se comparan las cuotas sin y con RB, respectivamente. ¿Qué propuesta de rentas garantizadas, condicionada, para pobres… puede ofrecer lo mismo? Si lo hace alguna, la estudiaremos. Pero mientras no se ofrezca ningún estudio o simulación sería de agradecer que no se hicieran brindis al sol del tipo “la RB no es la mejor manera de reducir las desigualdades”.
[6] Se habla en el mencionado artículo de Navarro también de la debilidad de los trabajadores como una de las causas del incremento de las desigualdades. ¿Se ha puesto a pensar el autor que el poder de negociación de los trabajadores quedaría enormemente aumentado con una RB, como han mostrado varios autores? Un dirigente de la patronal catalana confesó ya hace más de una década a uno de los autores que firmamos el presente artículo: “el problema de la RB no es la financiación, el problema es que los trabajadores tendrían un poder de negociación que no tienen ahora, ¿para qué se lo vamos a dar?”. Lo entendió muy bien.
[7] Jordi Arcarons, G. Buster, David Casassas, Antoni Domènech y Lluís Torrens han realizado algunos útiles comentarios a un borrador de este texto. Evidentemente, cualquier error que pueda contener el artículo es responsabilidad exclusiva de los autores.

Autor: Daniel Raventós

La automatización pone en riesgo un 12% de empleos en España

Article publicat a El País

Es el tercero, por detrás de Alemania y Austria, donde más puestos de trabajo se perderán por la robotización, según la OCDE

Un robot humanoide para ensamblaje de automóviles en el Parque Tecnológico de Miramón, en San Sebastián.
Un robot humanoide para ensamblaje de automóviles en el Parque Tecnológico de Miramón, en San Sebastián. JAVIER LARREA
Austria, Alemania y España son, por este orden, los tres países de los 21 que componen la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que más se verán afectados por la llamada «cuarta revolución industrial«, o revolución robótica. Así lo señala un estudio elaborado por este organismo que destaca que la automatización permitirá sustituir a un 12% de los empleados españoles. Los trabajos manuales y repetitivos serán los que tendrán una probabilidad mayor de ser remplazados por máquinas. Aun así, la organización subraya que el avance de la automatización será un proceso «lento».

MÁS INFORMACIÓN

La revolución robótica desembarca con fuerza en China, donde la empresa Foxconn, el primer fabricante de móviles del mundo, ya prepara un plan de sustitución de 60.000 empleados por robots. La automatización conllevará una nueva remodelación industrial que afectará también a todos los países desarrollados. Austria, Alemania y España, por este orden, estarán entre los Estados que más sufrirán en cuanto a pérdida de puestos de trabajo, según sostiene la OCDE en su estudio The Risk of Automation for Jobs in OECD Countries (El riesgo de la automatización en el trabajo en los países de la OCDE), publicado en mayo.
Si, de media, el 9% de los trabajadores de los países de la OCDE «está en riesgo» por la llegada de la inteligencia artificial, drones e impresoras 3D, en Alemania y Austria esta cuota es considerablemente superior, consideran los expertos de la organización. En estos países, más de un 12% de los puestos de trabajos podría desaparecer por la cuarta revolución industrial. Una cifra mayor a la de Bélgica o Finlandia, donde el porcentaje es del 7%. España, también cerca del 12%, tras Austria y Alemania es el tercer país de la OCDE con mayor riesgo de sufrir una dolorosa reconversión industrial de la mano de los robots.
Los investigadores de la organización, que realizan su trabajo partiendo de una encuesta llevada a cabo por la propia OCDE en 2012 (“una base de datos única con microdatos sobre habilidades y competencias”, señala el estudio), destacan que los empleos más repetitivos —generalmente los manuales— serán los más afectados. Los expertos comparan a Austria con Estados Unidos, para concluir que en cuanto a penetración de la robótica incide más la reiteración de un proceso productivo que el nivel educativo de la plantilla. En EE UU los trabajadores están, de media, menos preparados que en Austria, pero desempeñan tareas menos repetitivas. Por ello, es más improbable que sean sustituidos por las máquinas.

La automatización pone en riesgo un 12% de empleos en España

Un proceso lento

Durante el Foro Económico Mundial de Davos de enero ya se llegó a conclusiones parecidas. Los economistas calcularon que de aquí a 2020 se perderán unos cinco millones de puestos de trabajo en todo el mundo por la que se bautizó como «cuarta revolución industrial». Con una particularidad: esta revolución tendrá un impacto menor en las economías desarrolladas que en los mercados emergentes, que se verán afectados por la reducción de la ventaja competitiva de la mano de obra barata.
La capacidad de defensa del empleo depende de una doble dinámica, sostiene la OCDE. Por un lado está la estructura productiva de los lugares de trabajo y por el otro el grado de adaptación a las nuevas tecnologías. Esto significa que cuánto menor es la interacción entre los empleados, más probable será que el hombre acabe siendo reemplazado. Y lo mismo sucede con el grado de innovación tecnológica: en los países donde ya se apuesta por la digitalización y la innovación, será menor la probabilidad de que los trabajadores terminen siendo arrollados por el tsunami robótico.
Pese a que el estudio dibuja un panorama con muchos perdedores, la OCDE cree que todo proceso de cambio genera nuevas oportunidades en sectores aún desconocidos. El proceso de automatización de la sociedad es «lento» y los trabajadores pueden adaptarse al cambio, aprovechando que se necesitará más creatividad y talento. En este sentido, para la OCDE, lo importante es abrir el debate y no escudarse en la visión fatalista del «desempleo tecnológico».

Los graduados, más difíciles de reemplazar

Pese a que el grado de formación de los trabajadores de un mismo sector no influye sobre la posible sustitución por parte de un robot, según la OCDE en general sí que cuenta haber pasado o no por una universidad.
Los profesionales con un máster o un doctorado tendrán una probabilidad casi equivalente a cero de ser reemplazados por un robot.
Lo mismo ocurrirá para los que hayan cursado un grado universitario; mientras que los trabajadores con niveles educativos de escuela primaria o secundaria sufrirán en un 40% o 50% más la competencia de los autómatas.

“El capitalismo puede colapsar”

Article publicat a El País 

Pionero de la sociología económica, Wolfgang Streeck analiza la crisis del modelo

El sociólogo alemán Wolfgang Speeck en le Museo Reina Sofía de Madrid.
El sociólogo alemán Wolfgang Speeck en le Museo Reina Sofía de Madrid. Samuel Sánchez

El profesor Wolfgang Streeck (Lengerich, 1946) pasó más de tres décadas estudiando las relaciones entre capital y trabajo en las sociedades capitalistas. Sociólogo formado en la Alemania escindida por el Muro, desarrolló gran parte de su carrera en Estados Unidos, en las universidades de Columbia y Wisconsin-Madison, antes de asumir la dirección del Max Planck Institute, centro del que es director emérito. Nunca fue muy partidario de la teoría de los sistemas y análisis cuantitativo que triunfó en Estados Unidos a partir de los setenta —»las publicaciones académicas se convirtieron en un tostón»— y fue un pionero en la puesta en marcha de un programa de sociología económica. Pero en 2008, ante una crisis económica que describe como una experiencia casi mortal, fue cuando comprendió que la continuidad de las sociedades y de las oportunidades de la gente en el campo laboral dependían más que nunca del sistema global financiero: «Para entender las dinámicas de la sociedad moderna y la vida de la gente tienes que comprender el desarrollo y el papel de las finanzas globales como la condición dominante, había que integrar la política del sector financiero en la teoría macro de desarrollo social». En eso anda empeñado, como demuestran sus artículos en New Left Review. Invitado en abril por el Centro de Estudios del Museo Reina Sofía y el ­MACBA a impartir sendos seminarios en Madrid y Barcelona, Streeck disertó sobre las crisis del capitalismo, la vacuidad de la política y la construcción europea.

Es algo humillante para las sociedades democráticas depender de la buena voluntad de unos pocos filántropos
Wolfgang Streeck

Pregunta. Los sindicatos han sido una parte esencial de su área de estudio. ¿Estaban ahí los elementos para anticipar su actual pérdida de influencia?
Respuesta. Las predicciones son muy difíciles de hacer. A finales de los sesenta hubo una ola de agitación obrera, incluso en el bloque soviético. A partir de ese momento, los sindicatos tuvieron una fuerza creciente: la única manera de calmar ese malestar sin que subiera el desempleo era admitir tasas más altas de inflación, una especie de fuerza pacificadora. Pero esa medicina tenía contraprestaciones muy serias. La decisión de acabar con esto la tomó en 1979 Paul Volcker como presidente de la Reserva Federal con Carter.
P. ¿Qué pasó?
R. Cuando yo era un estudiante se decía como una obviedad que un 5% de desempleo en una democracia era algo imposible, la gente haría saltar por los aires el sistema. El experimento político fue decidir jugársela. El desempleo subió al 20% en EE UU en los primeros ochenta, industrias enteras se borraron del mapa. Ahora incluso se han aprobado leyes para dificultar la organización sindical en Estados Unidos, el mismo país que en los años treinta introdujo legislación para promover esto, porque, siguiendo el modelo keynesiano, pensaban que unos sindicatos fuertes podrían redistribuir la riqueza, producir demanda agregada y crecimiento económico.
P. Señala tres tendencias que se retroalimentan: el aumento de la desigualdad, la caída del crecimiento y la impresión de moneda y de deuda, algo que considera insostenible. ¿A qué conduce esto?
R. A una situación impredecible de crisis potencial, de interrupciones emergentes o colapsos con una intensificación de conflictos entre países y clases sociales, y al declive del nivel y la esperanza de vida de una parte cada vez más grande de la población. El colapso del capitalismo es posible, lo ocurrido en 2008 podría repetirse pero a mayor escala, con muchos bancos cayendo al mismo tiempo. No digo que vaya a suceder, pero podemos estar seguros de una tendencia: el aumento del número de personas que quedan en los márgenes.
P. ¿Las sociedades avanzadas se acercan al Tercer Mundo?
R. Hay países considerados sociedades capitalistas altamente desarrolladas que presentan similitudes preocupantes con los llamados países del Tercer Mundo. Más y más gente depende de recursos privados para vivir bien. Luego, los países del Tercer Mundo están bajo mucho estrés y en un proceso rápido de deterioro: la clase media y las burocracias han perdido la esperanza. La promesa de desarrollo parece haberse roto totalmente.
P. Apunta que la falta de una alternativa al capitalismo produce una clase política interesada, un descenso de la participación electoral, más partidos y una inestabilidad persistente. Pero, tradicionalmente, la teoría política consideraba la baja participación como un síntoma de madurez en democracia.
R. Bueno, sobre esto no había consenso, pero la teoría era que la gente estaba tan satisfecha que no iba a votar. Yo me fijo en tendencias, y en la OCDE hay un descenso en la participación que coincide con otras curvas como el aumento de la desigualdad, la congelación salarial o las reformas del Estado de bienestar. Cabría pensar que la gente insatisfecha irá a votar, pero no. Es algo asimétrico: quienes recurrentemente se abstienen son quienes están en la base de la distribución de la riqueza. Ahora, sin embargo, estos ciudadanos que habían renunciado a la política están volviendo. En todas partes vemos un ascenso de los llamados partidos populistas.
P. ¿Qué implicaciones tiene esto?
R. Esa curva empieza a subir, pero a costa de la estabilidad política y de los partidos del centro que están cayendo; hay una mayor dificultad para formar Gobiernos porque los nuevos partidos tienen que entrar en el sistema y los viejos no se fían. Los conflictos inherentes en las sociedades empiezan a ascender y a subir al sistema político, después de 20 años de ver cómo quedaban fuera del discurso político oficial.
P. ¿Otras tendencias también cambian?
R. Las económicas se refuerzan de tal manera que algo muy gordo tendría que pasar para que alteraran su curso. Es como si el sistema tuviera muchas enfermedades al mismo tiempo, cada una de las cuales podría tratarse y curarse, pero no todas al mismo tiempo. Por ejemplo, el dramático aumento de la desigualdad se refuerza con esta gente que dispone de una increíble cantidad de herramientas y recursos para defender su riqueza.
P. La filantropía, especialmente en EE UU, es el mecanismo que muchos encuentran para compensar. ¿Qué opina?
R. El motivo por el que la esfera pública no puede hacer ciertas cosas por sí misma es porque no puede cargar impositivamente a los ricos; entonces estos se gravan a sí mismos, por supuesto de manera menor, y lo combinan con una gran operación de relaciones públicas. Es algo humillante para las sociedades democráticas depender de la buena voluntad de unos pocos. Es como una refeudalización.
P. ¿Qué piensa de la revolución tecnológica que promete otorgar más poder a la gente y plantea otro tipo de economías?
R. Es un tema muy amplio. A finales de los setenta, cuando estudié la industria automovilística, vi los primeros robots entrando en fábricas. Pensamos que significaría muchísimo desempleo, y así ocurrió en EE UU y en Reino Unido, pero no en Alemania o Japón, donde se diversificaron los productos que necesitaban de una mano de obra muy sofisticada. Las industrias se expandieron a un ritmo tan fuerte que el efecto del ahorro de trabajo quedó anulado por el volumen.
P. ¿Y ahora?
R. Hoy tenemos un problema parecido con el auge de la inteligencia artificial, estas máquinas que pueden programarse a sí mismas e incluso crear otras. Esto ataca a la clase media, es decir, a la gente que ha trabajado duro en la escuela y en la universidad para tener un empleo. El estadounidense Randall Collins, por ejemplo, predice que para mediados de este siglo la inteligencia artificial habrá causado un nivel de desempleo de al menos un 50% entre la clase media en todas las sociedades.
P. Se ha mostrado muy crítico con el euro y habla de un cambio en la estructura monetaria. ¿Una vuelta a las monedas nacionales?
R. En esta vida no hay vuelta atrás, pero algún tipo de restauración de la soberanía monetaria en los países que están quedando atrás es inevitable. Debemos empezar a pensar seriamente en un sistema monetario de dos niveles. Es una elección entre cirugía sin anestesia o con algún sedante. Y si quieres hacer una vivisección en Grecia ves que no tienen suficiente poder para resistir y está a punto de convertirse en un país del Tercer Mundo.
P. Escribe que el capitalismo no va a desaparecer por decreto, nadie va a salir a anunciar su caída, y habla más bien de una mutación.
R. Mi hipótesis es que atravesaremos un largo periodo de transición, en el que no sabemos hacia dónde vamos. Es un mundo de incertidumbre, desorden, desorientación, en el que todo tipo de cosas pueden pasar en cualquier momento. Nadie sabe cómo salir del problema, solo vemos que crece. No se trata solo de las desigualdades y las finanzas haciendo cortes por todas partes, es que también afrontamos límites en términos de medio ambiente y políticas energéticas, así como el ataque de las periferias. Todo simultáneamente.
P. ¿La desaparición del comunismo le está buscando la ruina al capitalismo, que ya no tiene competencia?
R. Desde el siglo XIX existía la presunción de que el capitalismo era estabilizado por sus enemigos, que forzaban crisis transformativas. El capitalismo hoy es muy distinto del de entonces, pero lo que tienen en común es el maridaje de la promesa de progreso social con la interminable acumulación de capital capaz de crecer por sí mismo, sin límite. La unión de estas dos cosas, la promesa de progreso y la acumulación de capital en manos privadas, es la cuestión crítica: ¿cuánto puede durar? Podría decirse que la acumu­lación de más y más capital no puede ser descrita como progreso, toca un límite. Y si el dinamismo capitalista empieza a tocar techo, entonces llegamos a la crisis.
P. ¿Qué diría hoy Max Weber?
R. Diría: “Karl y yo teníamos razón”.Si nos fijamos en los or´genes de la sociología y la teoría social, se consideraba que sus trabajos eran antagónicos, pero hoy parecen extremadamente similares.