Serge Latouche «La lógica de la sociedad de crecimiento es destruir todas las identidades»

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Article publicat a La Marea
abril 2016 nº 37 |

Serge Latouche
Luna Gámez | París

Decrecer para avanzar. Esta idea, que muchos estiman utópica, es la base de la teoría del decrecimiento. Su principal impulsor, Serge Latouche (Vannes, Francia, 1940), plantea que esta posibilidad no debe ser considerada como un retroceso sino como un avance hacia otra  dirección en la que la actividad humana no tenga tanto impacto sobre la naturaleza. Un lugar donde el crecimiento desenfrenado, el productivismo y la obsolescencia programada se vean sustituidos por un aumento de la reutilización, de la reparación y de la relocalización de la producción a escala más local. Poco dado a ofrecer entrevistas, Latouche recibe a La Marea en pleno corazón del barrio latino de París. Mientras saborea una copa de vino tinto, el célebre pensador y experto en Filosofía Económica relata cómo su experiencia de vida con  comunidades ajenas al desarrollismo, primero en Laos y luego en África, fue el detonante que despertó su espíritu crítico hacia el desarrollo económico, algo que considera una forma de occidentalización y colonización del mundo. Algunas historias las explica en La sociedad de la abundancia frugal (Icaria Editorial), uno de sus últimos libros traducidos al español.

El desarrollo de su teoría crítica contra el crecimiento capitalista se remonta a finales de los años 60. Sin embargo, no utilizó el término decrecimiento hasta el año 2002. ¿Cómo lo definiría?
El concepto de decrecimiento surgió por necesidad y yo no lo definiría. Es un eslogan que ha tenido una función mediática de contradecir a otro eslogan. Es realmente una operación simbólica imaginaria para cuestionar el concepto mistificador del desarrollo sostenible.
Entonces, ¿qué es el desarrollo sostenible?
El desarrollo sostenible es eso, un eslogan. Es el equivalente del TINA de Margaret Thatcher, There Is No Alternatives, que viene a decir que no hay alternativas al liberalismo económico. El desarrollo sostenible fue inventado por criminales de cuello blanco, entre ellos Stephan Schmidheiny, millonario suizo acusado del homicidio de miles de obreros en una de sus  fábricas de amianto y fundador del Consejo Mundial para el Desarrollo Sostenible, el mayor lobby industrial de empresas contaminantes, junto con su amigo Maurice Frederick Strong, un gran empresario del sector minero y petrolero que, paradójicamente, fue el Secretario General de la Cumbre de la Tierra celebrada en 1992, donde se presentó oficialmente el término  desarrollo sostenible. Ellos decidieron vender este concepto igual que vendemos un jabón, con una campaña publicitaria extraordinaria, excelentemente sincronizada y con un éxito fabuloso. Pero no es más que otra vertiente del crecimiento económico.
En algunos momentos ha afirmado que la economía es la raíz de todos los males y que es necesario salir de ella y abandonar la religión del crecimiento, pero, ¿cómo se abandona una fe cuando se cree en ella?
No existe una receta. No nacemos decrecentistas, igual que no nacemos productivistas. Sin embargo, nos convertimos rápidamente porque vivimos en un ambiente en el que la propaganda productivista es tremenda. Desintoxicarse después depende de las experiencias personales. Un crecimiento infinito en un planeta finito no es sostenible, es evidente incluso para un niño, pero «no creemos lo que ya sabemos», como dice Jean-Pierre Dupuy, un amigo filósofo. El mejor ejemplo es la COP21, donde se hicieron maravillosos discursos pero que no darán casi ningún fruto. Por eso yo creo en lo que llamo la pedagogía de las catástrofes. Pienso que es lo único que presiona a salir a cada uno de su caparazón, y pensar.
¿En qué consiste la pedagogía de las catástrofes?
La gente que se ve afectada por alguna catástrofe comienza a tener dudas sobre la propaganda que difunden las televisiones o los partidos políticos, sean de izquierda o de derechas, y ante las dudas pueden ir en busca de alternativas y aproximarse al decrecimiento. Es necesario que haya una articulación entre lo teórico y lo práctico, entre lo vivido y lo pensado. Aunque tengas
la experiencia, si no creas una reflexión puedes caer en la desesperación, en el nihilismo o en el fascismo. Por tanto, son necesarios esos dos ingredientes, pero no hay receta para combinarlos.
¿En qué deberíamos crecer y en qué decrecer?
Hacer crecer la felicidad, mejorar la calidad del aire y de los alimentos, que la gente pueda alojarse en condiciones aceptables… Vivimos en una sociedad del desperdicio que genera numerosos desechos, pero donde muchas de estas necesidades básicas no están satisfechas. Salir de la ideología del crecimiento supone una reducción del 75 % del consumo europeo de recursos naturales para alcanzar una huella ecológica sostenible. Pero no somos nosotros los ciudadanos los que debemos reducir nuestro consumo final, sino el sistema. Por ejemplo, el 40% de la carne que se vende en los supermercados va a la basura sin ser consumida, lo que implica un desperdicio enorme y una alta huella ecológica. Hasta el año 1970, en un país como España, cuando las vacas se alimentaban de hierba, el consumo de carne todavía era sostenible. Ahora comen soja que se produce en Brasil, quemando la selva amazónica, que después es transportada 10.000 kilómetros, se mezcla con harina animal y se elaboran los piensos. La huella ecológica de un kilo de ternera hoy supone 6 litros de petróleo, y pasa igual con la ropa y con el resto de bienes (…). Vivimos en la sociedad del desperdicio y de la obsolescencia programada, cuando en lugar de tirar deberíamos reparar y de esta forma podríamos decrecer sin reducir la satisfacción. Países como China o India viven un periodo de desaceleración y en algunos casos hasta de recesión, como en Brasil.
¿Podríamos tener la esperanza de que surgiesen alternativas de decrecimiento en estos lugares?
En teoría sí, la crisis podría ser una oportunidad para buscar nuevas alternativas porque supone un decrecimiento forzado,  pero la paradoja es que la alienación social es tal que la única obsesión de los gobiernos es volver al crecimiento, cuando en realidad la herramienta clave debería ser la sabiduría. La preocupación actual tanto de Brasil como de China es cómo retomar el crecimiento. Se han convertido en países tóxico-dependientes, drogados por el crecimiento.
¿Considera que las iniciativas del decrecimiento vendrán de países en crisis o de países menos absorbidos por el desarrollo?
Puede venir de ambos, pero ya que somos los occidentales los responsables de esta  structura, es de aquí de donde deberían partir. Nosotros lo intentamos desde el movimiento del  decrecimiento pero por el momento sólo existen resultados a nivel micro, con iniciativas como las cooperativas de productores locales, que son pequeñas experiencias de decrecimiento, con
muchas iniciativas interesantes en España.
¿Cree que serán los ciudadanos quienes impulsen el decrecimiento o será una iniciativa de los gobiernos?
Vendrá del pueblo. De los gobiernos por supuesto que no.
¿Por qué cree que los nuevos partidos políticos que están naciendo en Europa no abordan la óptica del decrecimiento?
Por miedo a no ganar los votos suficientes para llegar al poder. Usted afirma que vivimos en un mundo dominado por la sociedad del crecimiento que genera profundas desigualdades.
¿De qué forma esto puede afectar a los ciclos migratorios?
La lógica de la sociedad de crecimiento es destruir todas las identidades. El problema de las migraciones es muy complejo. Ahora hablamos de millones de sirios desplazados pero antes de que acabe este siglo habrá 500 o 600 millones de desplazados, cuando ciudades enteras como Bangladesh o millones de campesinos chinos vean sus tierras inundadas por la subida del nivel del mar. Al aumentar las catástrofes del planeta, los migrantes ambientales también crecerán. En África he observado que no son la pobreza y la miseria material las que provocan las migraciones, es la miseria psíquica. Toda la riqueza económica africana representa el 2% del PIB mundial, la gran mayoría representa la masa de petróleo nigeriano. De esta forma, tenemos 800 millones de africanos que viven fuera de la economía, en el mercado informal. Cuando hace 20 años yo iba a África había buen ambiente, mucho dinamismo, la gente quería transformar sus tierras, había muchas iniciativas, pero hoy han desaparecido. La última vez que fui los jóvenes ya no querían luchar contra el desierto. Lo que querían era ayuda para obtener papeles y viajar a Europa, ¿por qué? No es porque ahora sean más pobres que antes, es porque hemos destruido el sentido de su vida. Los últimos 10 o 20 años de mundialización tecnológica han representado una colonización del imaginario 100 veces más importante que los 200 años de colonización militar y misionera. Se les crean nuevas necesidades, en la tele se les venden las maravillas de la vida de aquí y ellos ya no quieren vivir allí.
¿Diría usted que esto supone una crisis antropológica?
Sí, el crecimiento es una guerra contra lo ancestral. El verdadero crimen de Occidente no es haber saqueado el Tercer Mundo, sino haber destruido el sentido de la vida de esa gente que ahora adora el espejismo del desarrollo.

Serge Latouche: "Hay que reducir drásticamente las horas de trabajo"

Publicat a web  Decrecimiento

Alejandro Ávilaeldiario.es Andalucía 
 
Renacer antes de que sea demasiado tarde. Cambiar la economía del crecimiento sin crecimiento por la del decrecimiento. El catedrático francés Serge Latouche lleva más de una década defendiendo su utopía. Filósofo y economista, sabe que las ideas han de venderse como cualquier otro bien de consumo: con un buen eslogan y un mensaje contundente.
Latouche desgrana tanto los síntomas de una sociedad en declive, como los ingredientes de su antídoto, el decrecimiento. Para Latouche, una sociedad de crecimiento sin crecimiento «lleva al paro y la falta de financiación para aquellas cosas que proporcionan un mínimo de bienestar como son la cultura, el medioambiente o la sanidad». Es como un ciclista que no pedalea.

Sin academicismos, Latouche ha subrayado que, como bien se sabe en España, el sistema ha vivido una época de «crecimiento ficticio basado en la especulación». Según el profesor emérito de la Universidad de París Sud, la felicidad y el Producto Interior Bruto (PIB) son términos reñidos.

«Las sociedades desiguales no generan felicidad»

«El sistema no hace que las personas sean felices. Las sociedades desiguales no generan la felicidad, ya que ni siquiera los ricos son felices en sociedades desiguales», explica. «En los países más felices no se producen muchos coches, pero sí alegría de vivir», bromea el catedrático refiriéndose a países como Costa Rica, la Republica Dominicana o Jamaica.
Latouche considera una falacia tanto la idea de crecimiento como la de desarrollo sostenible, ya que ve imposible producir, consumir, explotar los recursos y contaminar de manera ilimitada. Según el erudito, el sistema está engrasado por la «triada infernal»: la publicidad, los bancos y la obsolescencia programada. Una sociedad así, apostilla, «no es sostenible ni deseable».
El filósofo francés prefiere hablar de hundimiento antes que de crisis para referirse a una sexta extinción de las especies que avanza a «una velocidad aterradora» y tendrá como una de sus principales víctimas al ser humano. «El drama es que no creemos en lo que sabemos y, por tanto, no hacemos nada. Los 140 jefes de gobierno que se van a reunir en Paris lo saben y no van a hacer nada«, en referencia a la Cumbre del Clima de París.
El autor de Pequeño tratado del decrecimiento sereno o La sociedad de la abundancia frugal cree que la única posibilidad que tiene la humanidad de sobrevivir ante dicha catástrofe es el decrecimiento basado en «la frugalidad y la autolimitación». Sería una revolución basada en el «círculo virtuoso» de las ocho erres: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, reubicar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar.
«Debemos ser buenos jardineros, recuperar el sentido de los límites y de nuestra relación con el medio ambiente para ver que hay riqueza más allá de la económica», destaca. Se trata de « revisar el concepto de escasez. La naturaleza no es escasa, sino fecunda, pero se vuelve escasa cuando, por ejemplo, creamos organismos modificados genéticamente que no se pueden regenerar».

Programa reformista

A eso, explica, hay que añadir la reducción del exceso de consumo y reutilizar o reciclar lo que no se pueda utilizar. Latouche recalca que no se trata de un programa, sino de un proyecto o un horizonte que dé sentido a proyectos políticos y que ya propuso, como programa reformista, en las elecciones presidenciales francesas de 2007.
En su programa de diez puntos, Latouche invitó a los candidatos a apostar por una huella ecológica sostenible, reducir el transporte con ecotasas, relocalizar las actividades económicas, restaurar una agricultura productiva pero ecológica, reducir el tiempo de trabajo, invertir en «bienes relacionales» como el amor, la amistad o el conocimiento, reducir el derroche de energía y los espacios publicitarios, reorientar la investigación tecnocientífica y recuperar la gestión pública del dinero.
De todas esas medidas, la reducción de la jornada laboral es una de las más polémicas. El filósofo cree que «hay que reducir drásticamente las horas de trabajo». Rebate así el lema del expresidente francés, Nicolas Sarkozy, que defendía que había que «trabajar más para ganar más». «Tenemos mucha gente sin trabajo y mucha gente que trabaja más para ganar menos. Si uno trabaja más, aumenta la oferta y como la demanda no lo hace, hunde la ley de la oferta y la demanda. Es decir, si se trabaja más, se gana menos. Yo reprocho a los economistas de mi país que no hayan bajado a la arena a denunciar aquel eslogan presidencial», sentencia.
Latouche ve difícil que la sociedad se lance a cambiar el estado de las cosas antes de que se produzca este hundimiento. «Todo el mundo querría que el mundo fuera menos bárbaro, pero no tenemos el valor de cambiar el rumbo. La gente, manipulada por la publicidad y la propaganda, no quiere cambiar sus hábitos», subraya. En esa valentía de cambiar las cosas está la solución, asegura, de la lucha contra el paro, la pobreza extrema y la proliferación del terrorismo.

Serge Latouche: "Hay que reducir drásticamente las horas de trabajo"

Article publicat a El Diario.es

El catedrático francés de Economía afirma que trabajar más horas hunde los salarios, al incrementarse la oferta sin que lo haga la demanda

El economista y filósofo defiende en Sevilla su utopía del decrecimiento, basada en «la frugalidad y la autolimitación»

Apuesta por poner fin a «la economía del crecimiento sin crecimiento» y recuperar «el sentido de los límites»

Serge Latouche / Niccolò Caranti

Serge Latouche / Niccolò Caranti
Renacer antes de que sea demasiado tarde. Cambiar la economía del crecimiento sin crecimiento por la del decrecimiento. El catedrático francés Serge Latouche lleva más de una década defendiendo su utopía. Filósofo y economista, sabe que las ideas han de venderse como cualquier otro bien de consumo: con un buen eslogan y un mensaje contundente.
Latouche desgrana tanto los síntomas de una sociedad en declive, como los ingredientes de su antídoto, el decrecimiento. Para Latouche, una sociedad de crecimiento sin crecimiento «lleva al paro y la falta de financiación para aquellas cosas que proporcionan un mínimo de bienestar como son la cultura, el medioambiente o la sanidad». Es como un ciclista que no pedalea.
Sin academicismos, Latouche ha subrayado que, como bien se sabe en España, el sistema ha vivido una época de «crecimiento ficticio basado en la especulación». Según el profesor emérito de la Universidad de París Sud, la felicidad y el Producto Interior Bruto (PIB) son términos reñidos.

«Las sociedades desiguales no generan felicidad»

«El sistema no hace que las personas sean felices. Las sociedades desiguales no generan la felicidad, ya que ni siquiera los ricos son felices en sociedades desiguales», explica. «En los países más felices no se producen muchos coches, pero sí alegría de vivir», bromea el catedrático refiriéndose a países como Costa Rica, la Republica Dominicana o Jamaica.
Latouche considera una falacia tanto la idea de crecimiento como la de desarrollo sostenible, ya que ve imposible producir, consumir, explotar los recursos y contaminar de manera ilimitada. Según el erudito, el sistema está engrasado por la «triada infernal»: la publicidad, los bancos y la obsolescencia programada. Una sociedad así, apostilla, «no es sostenible ni deseable».
El filósofo francés prefiere hablar de hundimiento antes que de crisis para referirse a una sexta extinción de las especies que avanza a «una velocidad aterradora» y tendrá como una de sus principales víctimas al ser humano. «El drama es que no creemos en lo que sabemos y, por tanto, no hacemos nada. Los 140 jefes de gobierno que se van a reunir en Paris lo saben y no van a hacer nada«, en referencia a la Cumbre del Clima de París.
El autor de Pequeño tratado del decrecimiento sereno o La sociedad de la abundancia frugal cree que la única posibilidad que tiene la humanidad de sobrevivir ante dicha catástrofe es el decrecimiento basado en «la frugalidad y la autolimitación». Sería una revolución basada en el «círculo virtuoso» de las ocho erres: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, reubicar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar.
«Debemos ser buenos jardineros, recuperar el sentido de los límites y de nuestra relación con el medio ambiente para ver que hay riqueza más allá de la económica», destaca. Se trata de « revisar el concepto de escasez. La naturaleza no es escasa, sino fecunda, pero se vuelve escasa cuando, por ejemplo, creamos organismos modificados genéticamente que no se pueden regenerar».

Programa reformista

A eso, explica, hay que añadir la reducción del exceso de consumo y reutilizar o reciclar lo que no se pueda utilizar. Latouche recalca que no se trata de un programa, sino de un proyecto o un horizonte que dé sentido a proyectos políticos y que ya propuso, como programa reformista, en las elecciones presidenciales francesas de 2007.
En su programa de diez puntos, Latouche invitó a los candidatos a apostar por una huella ecológica sostenible, reducir el transporte con ecotasas, relocalizar las actividades económicas, restaurar una agricultura productiva pero ecológica, reducir el tiempo de trabajo, invertir en «bienes relacionales» como el amor, la amistad o el conocimiento, reducir el derroche de energía y los espacios publicitarios, reorientar la investigación tecnocientífica y recuperar la gestión pública del dinero.
De todas esas medidas, la reducción de la jornada laboral es una de las más polémicas. El filósofo cree que «hay que reducir drásticamente las horas de trabajo». Rebate así el lema del expresidente francés, Nicolas Sarkozy, que defendía que había que «trabajar más para ganar más». «Tenemos mucha gente sin trabajo y mucha gente que trabaja más para ganar menos. Si uno trabaja más, aumenta la oferta y como la demanda no lo hace, hunde la ley de la oferta y la demanda. Es decir, si se trabaja más, se gana menos. Yo reprocho a los economistas de mi país que no hayan bajado a la arena a denunciar aquel eslogan presidencial», sentencia.
Latouche ve difícil que la sociedad se lance a cambiar el estado de las cosas antes de que se produzca este hundimiento. «Todo el mundo querría que el mundo fuera menos bárbaro, pero no tenemos el valor de cambiar el rumbo. La gente, manipulada por la publicidad y la propaganda, no quiere cambiar sus hábitos», subraya. En esa valentía de cambiar las cosas está la solución, asegura, de la lucha contra el paro, la pobreza extrema y la proliferación del terrorismo.

Economistas apocalípticos y el temible futuro que nos auguran

Article publicat a Zoom News

Domingo, 13 de Abril de 2014

  • Economistas apocalípticos y el temible futuro que nos auguran

  • El último libro de Tyler Cowen anticipa una sociedad sin medias tintas, en las que o la población pertenece a una clase alta o adinerada o bien pertenecer a una clase baja con escasos recursos

  • Robert Gordon avisa de que las innovaciones que surgen hoy día no constituyen más que meros aparatos de entretenimiento, que no generan ni de lejos la misma capacidad de crecimiento económico que las innovaciones de la Segunda Revolución Industrial

  • Kenneth Bouldign solía decir: “Quien crea que el crecimiento exponencial puede durar eternamente en un mundo finito, o es un loco o es un economista”

Imagen de la película La Carretera (The Road)Imagen de la película La Carretera (The Road)
Eduardo Serna
Ya en el siglo XIX el ensayista británico Thomas Carlyle definió a la economía como «la ciencia lúgubre» después de leer la obra Ensayo sobre la población de Thomas Malthus. El clérigo anglicano vaticinó una inminente crisis poblacional debido al desajuste entre el elevado crecimiento del número de habitantes en relación al ritmo de aumento de los recursos alimentarios disponibles. Las previsiones de Malthus no se cumplieron gracias a las mejoras en la productividad y a los avances científicos y tecnológicos.
Los augurios fatalistas sobre la economía han sido una moda constante a lo largo de la historia y en los periodos de crisis económica tienden a aflorar con más fuerza. Si bien muchos relatos apocalípticos que actualmente son difundidos se sustentan más en el efectismo que en un análisis riguroso, existen economistas de apariencia tan seria y rigurosa y análisis tan convincentes que se han ganado su eco dentro del mundo académico. Son los ‘profetas del apocalipsis’ cuyas predicciones desatan más temores al presumírseles una mayor verosimilitud.

La ‘contrarrevolución industrial’

Aunque cada uno de estos expertos pone el énfasis en un factor distinto, hay un común denominador que consiste en negar que las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC) han supuesto una nueva revolución industrial si atendemos a su impacto en la economía. La llamada revolución de las TIC no crea, por el momento, nuevos empleos.
La suma de puestos de trabajo totales creados por las grandes empresas de Internet (Microsoft, Google, Apple, etc.) en EE.UU no supera las 300.000 personas, frente a las decenas de millones que generaron las revoluciones previas de la máquina de vapor, el motor de combustión, la electricidad o la química sintética. De manera que a medida que han ido madurando las tecnologías previas y han frenado su ritmo de creación de renta y empleo, las nuevas empresas de las TIC no han rellenado ni una ínfima parte del enorme vacío creado. 
Tyler Cowen es uno de los llamados economistas catastrofistas con cierto prestigio y fama que recogen este argumento en su libro publicado en 2011 The Great Stagnation (El Gran Estancamiento). En este relato el autor señala que las dos burbujas -la financiera y la inmobiliaria- están teniendo una fuerza y una duración tan desmedidas porque cabalgan sobre una tendencia recesiva mucho mayor que éstas ocultan.
Se trata de una reducción persistente y acumulativa de las tasas del crecimiento tecnológico que se está acentuando progresivamente desde la década de los años setenta (cuando las TIC empezaron su desarrollo a gran escala). Y que origina una reducción progresiva en las tasas de crecimiento económico occidental, desde el 3% habitual de los años setenta hasta el anémico 1% al que aspiran alcanzar los países de la OCDE y en especial Europa.
El pasado año, Tyler Cowen publico la segunda parte del anterior libro a la que títuló Average is Over en la que señalaba como iba a ser la economía americana posterior al Gran Estancamiento. Una sociedad sin medias tintas, en las que o la población pertenece a una clase alta o adinerada o bien pertenecer a una clase baja con escasos recursos. La revolución tecnológica de las TIC no solo disminuye el crecimiento de la renta y el empleo, sino que genera una creciente disparidad entre las remuneraciones de los escasos empleos que crea. En consecuencia, la diferencia en renta y riqueza entre el 10% más rico de la población, constituido por quienes trabajen con las máquinas informáticas más sofisticadas, y el 90% restante será al menos el doble que la actual. Una vez más, esta obra de Cowen tuvo una rápida difusión, ya que vino a dar una explicación argumentada de un fenómeno que se está viendo actualmente: el incremento de la desigualdad dentro de los países y la desaparición de la llamada clase media. 

¿El fin del crecimiento?

Otro de los economistas apocalípticos que han causado gran revuelo es Robert Gordon a partir de un trabajo en el cual señala que la productividad generada por todas estas innovaciones ha sido un hecho excepcional. Es decir, hemos inventado el avión, la calefacción y la electricidad, el agua corriente…, pero no hemos vuelto a inventar nada de semejante trascendencia. Las innovaciones que surgen hoy día no constituyen más que meros aparatos de entretenimiento, que no generan ni de lejos la misma capacidad de crecimiento económico que las innovaciones de la Segunda Revolución Industrial. Así, la evolución de la renta per cápita estaría efectuando un descenso que nos llevaría al punto donde estábamos al principio de la Revolución Industrial, según Gordon. 
Este economista muestra ciertas influencias de una corriente del pensamiento económico, también en cierta forma algo agorera, llamada la “economía del decrecimiento”, en la que se enmarcan economistas de prestigio como Serge Latouche o el ya fallecido Kenneth Bouldign, quien solía decir: “Quien crea que el crecimiento exponencial puede durar eternamente en un mundo finito, o es un loco o es un economista”.

Malas noticias para Europa

Entre las últimas aportaciones de los economistas agoreros destaca la reciente traducción al inglés de la obra del economista francés Thomas Piketty titulada El Capital en el siglo XXI, en donde recoge una serie de investigaciones consideradas bastante convincentes en el mundo académico en las que pone de manifiesto que la causa del incremento de la desigualdad actual no es solo coyuntural, generado por la sustitución de empleo por capital de las nuevas tecnologías, sino estructural: está incrustado, forma parte esencial de la dinámica capitalista.
Así pues, este experto señala que, en contra de lo que oficialmente se dice (que el crecimiento económico inicialmente genera una desigualdad social que luego corrige, aumentando la convergencia de las rentas de capital y trabajo), el crecimiento económico reducido ha venido para quedarse. Y sobre todo en el caso de la eurozona nos encaminamos hacia una situación de creciente desigualdad y de cronificación del paro.
Este economista además hace otro augurio sombrío centrándose en Europa, continente según él que inició su inexorable decadencia cuando estalló la Primera Guerra Mundial. En el año previo a esa contienda, 1913, el Viejo Continente suponía el 47% de total de la producción planetaria, para a partir de entonces ir reduciendo su peso hasta el 25%, casi la mitad que antaño. Piketty va más allá y añade que sin recursos energéticos, con una base industrial que incorpora con dificultad las nuevas tecnologías -porque sus científicos y empresarios son menos dinámicos-, y una población envejecida -cada vez menos productiva y más costosa-, Europa declina con la globalización, con lo que en las próximas décadas el peso de Europa seguirá bajando de ese 25% hasta alcanzar un 15%.

Serge Latouche: “Hay que trabajar menos horas para trabajar todos”

Article publicat al diari El país Internacional

VOCES ALTERNATIVAS | SERGE LATOUCHE

Serge Latouche, el precursor de la teoría del decrecimiento, aboga por una sociedad que produzca menos y consuma menos

Latouche en París hace un mes. / DANIEL MORDZINSKI
Corría el año 2001 cuando al economista Serge Latouche le tocó moderar un debate organizado por la Unesco. En la mesa, a su izquierda, recuerda, estaba sentado el activista antiglobalización José Bové; y más allá, el pensador austriaco Ivan Illich. Por aquel entonces, Latouche ya había podido comprobar sobre el terreno, en el continente africano, los efectos que la occidentalización producía sobre el llamado Tercer Mundo.
Lo que estaba de moda en aquellos años era hablar de desarrollo sostenible. Pero para los que disentían de este concepto, lo que conseguía el desarrollo era de todo menos sostenibilidad.
Fue en ese coloquio cuando empezó a tomar vuelo la teoría del decrecimiento, concepto que un grupo de mentes con inquietudes ecológicas rescataron del título de una colección de ensayos del matemático rumano Nicholas Georgescu-Roegen.
Se escogió la palabra decrecimiento para provocar. Para despertar conciencias. “Había que salir de la religión del crecimiento”, evoca el profesor Latouche en su estudio parisiense, ubicado cerca del mítico Boulevard Saint Germain. “En un mundo dominado por los medios”, explica, “no se puede uno limitar a construir una teoría sólida, seria y racional; hay que tener un eslogan, hay que lanzar una teoría como se lanza un nuevo lavavajillas”.
Así nació esta línea de pensamiento, de la que este profesor emérito de la Universidad París-Sur es uno de los más activos precursores. Un movimiento que se podría encuadrar dentro de un cierto tipo de ecosocialismo, y en el que confluyen la crítica ecológica y la crítica de la sociedad de consumo para clamar contra la cultura de usar y tirar, la obsolescencia programada, el crédito sin ton ni son y los atropellos que amenazan el futuro del planeta.
El viejo profesor Latouche, nacido en 1940 en la localidad bretona de Vannes, aparece por la esquina del Boulevard Saint Germain con su gorra negra y un bastón de madera para ayudarse a caminar. Hace calor.

La cita es en un café, pero unos ruidosos turistas norteamericanos propician que nos lleve a su estudio de trabajo, un espacio minúsculo en el que caben, apelotonadas, su silla, su mesa de trabajo, una butaca y montañas de libros, que son los auténticos dueños de este lugar luminoso y muy silencioso.
Pregunta. Estamos inmersos en plena crisis, ¿hacia dónde cree usted que se dirige el mundo?
Respuesta. La crisis que estamos viviendo actualmente se viene a sumar a muchas otras, y todas se mezclan. Ya no se trata solo de una crisis económica y financiera, sino que es una crisis ecológica, social, cultural… o sea, una crisis de civilización. Algunos hablan de crisis antropológica…

“La oligarquía financiera tiene a su servicio a toda una serie de funcionarios: los jefes de Estado”

P. ¿Es una crisis del capitalismo?
R. Sí, bueno, el capitalismo siempre ha estado en crisis. Es un sistema cuyo equilibrio es como el del ciclista, que nunca puede dejar de pelear porque si no se cae al suelo. El capitalismo siempre debe estar en crecimiento, si no es la catástrofe. Desde hace treinta años no hay crecimiento, desde la primera crisis del petróleo; desde entonces hemos pedaleado en el vacío. No ha habido un crecimiento real, sino un crecimiento de la especulación inmobiliaria, bursátil. Y ahora ese crecimiento también está en crisis.
Latouche aboga por una sociedad que produzca menos y consuma menos. Sostiene que es la única manera de frenar el deterioro del medioambiente, que amenaza seriamente el futuro de la humanidad. “Es necesaria una revolución. Pero eso no quiere decir que haya que masacrar y colgar a gente. Hace falta un cambio radical de orientación”. En su último libro, La sociedad de la abundancia frugal, editado por Icaria, explica que hay que aspirar a una mejor calidad de vida y no a un crecimiento ilimitado del producto interior bruto. No se trata de abogar por el crecimiento negativo, sino por un reordenamiento de prioridades. La apuesta por el decrecimiento es la apuesta por la salida de la sociedad de consumo.
P. ¿Y cómo sería un Estado que apostase por el decrecimiento?
R. El decrecimiento no es una alternativa, sino una matriz de alternativa. No es un programa. Y sería muy distinto cómo construir la sociedad en Texas o en Chiapas.
P. Pero usted explica en su libro algunas medidas concretas, como los impuestos sobre los consumos excesivos o la limitación de los créditos que se conceden. También dice que hay que trabajar menos, ¿hay que trabajar menos?

“Es necesaria una revolución. No hay que colgar a nadie, sino que hace falta un cambio radical de orientación”

R. Hay que trabajar menos para ganar más, porque cuanto más se trabaja, menos se gana. Es la ley del mercado. Si trabajas más, incrementas la oferta de trabajo, y como la demanda no aumenta, los salarios bajan. Cuanto más se trabaja más se hace descender los salarios. Hay que trabajar menos horas para que trabajemos todos, pero, sobre todo, trabajar menos para vivir mejor. Esto es más importante y más subversivo. Nos hemos convertido en enfermos, toxicodependientes del trabajo. ¿Y qué hace la gente cuando le reducen el tiempo de trabajo? Ver la tele. La tele es el veneno por excelencia, el vehículo para la colonización del imaginario.
P. ¿Trabajar menos ayudaría a reducir el paro?
R. Por supuesto. Hay que reducir los horarios de trabajo y hay que relocalizar. Es preciso hacer una reconversión ecológica de la agricultura, por ejemplo. Hay que pasar de la agricultura productivista a la agricultura ecológica campesina.
P. Le dirán que eso significaría una vuelta atrás en la Historia…

¿Una voz alternativa que debería ser escuchada? Recomienda la línea de pensamiento de Ivan Illich, humanista y pensador austriaco. “Es un hombre que, en un nivel muy profundo, pone de manifiesto las aberraciones del sistema en el que vivimos.
¿Una idea o medida concreta para un mundo mejor? Argumenta que sus ideas y medidas concretas “están todas unidas las unas a las otras”, por lo que no quiere escoger una. A lo largo de la entrevista desliza varias; una de ellas: trabajar menos para trabajar todos.
¿Un libro? Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito (editado en España por Icaria Editorial), de Tim Jackson. “Es muy próximo a mis ideas sobre el decrecimiento”.
¿Una cita? Se remite a Keneth Boulding, uno de los pocos economistas, dice, que comprendieron el problema ecológico, que dijo: “El que crea que un crecimiento exponencial es compatible con un planeta finito es un loco o un economista”.

R. Para nada. Y en cualquier caso, no tendría por qué ser obligatoriamente malo. No es una vuelta atrás, ya hay gente que hace permacultura y eso no tiene nada que ver con cómo era la agricultura antaño. Este tipo de agricultura requiere de mucha mano de obra, y justamente de eso se trata, de encontrar empleos para la gente. Hay que comer mejor, consumir productos sanos y respetar los ciclos naturales. Para todo ello es preciso un cambio de mentalidad. Si se consiguen los apoyos suficientes, se podrán tomar medidas concretas para provocar un cambio.
P. Dice usted que la teoría del decrecimiento no es tecnófoba, pero a la vez propone una moratoria de las innovaciones tecnológicas. ¿Cómo casa eso?
R. Esto ha sido mal entendido. Queremos una moratoria, una reevaluación para ver con qué innovaciones hay que proseguir y qué otras no tienen gran interés. Hoy en día se abandonan importantísimas líneas de investigación, como las de la biología del suelo, porque no tienen una salida económica. Hay que elegir. ¿Y quién elige?: las empresas multinacionales.
Latouche considera que las democracias, en la actualidad, están amenazadas por el poder de los mercados. “Ya no tenemos democracia”, proclama. Y evoca la teoría del politólogo británico Colin Crouch, que sostiene que nos hallamos en una fase de posdemocracia. Hubo una predemocracia, en la lucha contra el feudalismo y el absolutismo; una democracia máxima, como la que hemos conocido tras la Segunda Guerra Mundial, con el apogeo del Estado social; y ahora hemos llegado a la posdemocracia. “Estamos dominados por una oligarquía económica y financiera que tiene a su servicio a toda una serie de funcionarios que son los jefes de Estado de los países”. Y sostiene que la prueba más obvia está en lo que Europa ha hecho con Grecia, sometiéndola a estrictos programas de austeridad. “Yo soy europeísta convencido, había que construir una Europa, pero no así. Tendríamos que haber construido una Europa cultural y política primero, y al final, tal vez, un par de siglos más tarde, adoptar una moneda única”. Latouche sostiene que Grecia debería declararse en suspensión de pagos, como hacen las empresas. “En España, su rey Carlos V quebró dos veces y el país no murió, al contrario. Argentina lo hizo tras el hundimiento del peso. El presidente de Islandia, y esto no se ha contado suficientemente, dijo el año pasado en Davos que la solución a la crisis es fácil: se anula la deuda y luego la recuperación viene muy rápido”.
P. ¿Y esa sería también una solución para otros países como España?
R. Es la solución para todos, y se acabará haciendo, no hay otra. Se hace como que se intenta pagar la deuda, con lo que se aplasta a las poblaciones, y se dice que de este modo se liberan excedentes que permiten devolver la deuda, pero en realidad se entra en un círculo infernal en el que cada vez hay que liberar más excedentes. La oligarquía financiera intenta prologar su vida el máximo tiempo posible, es fácil de comprender, pero es en detrimento del pueblo.

Quines polítiques es proposen a la literatura per arribar al decreixement?

Aquest resum  tracta de plantejar un conjunt de mesures que es puguin proposar de forma immediata dintre de programes polítics i que van en la línia de les propostes per al decreixement. No es tracta de revisar els grans canvis de forma de vida, sinó aquells que es poden proposar demà mateix, encara que els autors que es detallen tot seguit tendeixen a les grans línies d’acció.
Els autors que s’han revisat són els següents:
1.      Tim Jackson: Prosperidad sin crecimiento. Economia para un planeta Finito. Ed. Icaria i Intermón Oxfam
2.      Peter A. Victor: Managing without growth. Slower by desing, no disaster.  Ed. Edward Elgar Publishing Limited.
3.       Serge Latouche:  Petit tractat del decreixement serè. Ed. Tres i Quatre i també La apuesta por el decrecimiento. Ed. Icaria i Antrazyt
4.      Herman Daly: “Cinc recomanacions de polítiques per a una economia sostenible”.  Nous Horitzons núm. 202.
No es recullen  totes les propostes que els autors presenten,  això  seria objecte d’un altre document, (en el què es tractaria de fer la comparació de forma completa per aprofundir en les seves solucions).
En un primer moment s’exposen les  polítiques dels diferents autors i després es fa un recull motivat de suggeriments.
 
Tim Jackson abans de presentar les seves propostes diu de forma molt aclaridora  (de fet aquest paràgraf  ha impulsat la confecció d’aquest treball):
Rechazar   la revolución no significa aceptar el status quo. Ni tampoco  sugerir que sólo bastaría con el cambio paulatino. De todo lo antedicho, debería quedar claro que la escala de la necesaria transformación es enorme. Pero también necesitamos saber qué pasos concretos debemos dar para lograr el cambio. Y esta sigue siendo una tarea que reclama el compromiso de los gobiernos y de aquellos capaces de diseñar las políticas necesarias o influir en ellas.
Tim Jackson estructura la seves propostes de la forma següent:
1.      Establir els límits
2.      Recompondre el model econòmic
3.      Canviar la lògica social.
 
1.      Establir els límits
1.1  Topalls respecte als recursos i a les emissions
1.2  Reforma fiscal per a la sostenibilitat. En aquest cas recomana establir taxes respecte a les emissions de CO2 i reduir els impostos sobre el treball, arribant a la neutralitat,  és a dir a la compensació entre els impostos.
1.3  Recolzar la transició ecològica  en els països en desenvolupament
2.      Recompondre  el model econòmic
2.1  Desenvolupar una macroeconomia ecològica
2.2  Invertir en ocupació, actius i infraestructures
2.3   Incrementar la prudència financera i fiscal
2.4  Corregir la comptabilitat nacional
3.      Canviar la lògica social
3.1  Polítiques de temps de treball
3.2  Resoldre la desigualtat sistèmica
3.3  Enfortir el capital social
3.4  Desmantellar la cultura consumista
Peter A. Victor, treballa en el punt 2.1 descrit per Tim Jackson, desenvolupar una macroeconomia ecològica, però en el seu model determina un conjunt  de polítiques entre les quals  destaquem les relacionades amb els dos punts següents:
1.      Polítiques relacionades amb el medi ambient
2.      Reducció del temps de treball
Respecte a la primera proposa seguir els tres principis de H. D. Daly :
1.      Els recursos renovables es deuen explotar en un grau que no excedeixi el volum regenerat.
2.      El grau d’esgotament dels recursos no renovables no pot excedir el grau de creació dels seus substituts renovables.
3.      El grau d’emissió de residus no pot excedir la capacitat natural d’assimilació dels ecosistemes  en els quals són emesos.
Per reduir les emissions de carboni  Tim Jackson  inclou taxes, en un import de $200 per tona de CO2
Per la reducció del temps de treball fa una síntesi del article  de G. Bosch en el qual s’assenyala que la reducció del temps de treball es planteja amb un equilibri amb la productivitat, de tal forma que el salari es pugui mantenir igual, o amb reduccions menors que la productivitat. Es clar que aquesta solució es més complicada en situacions de crisi. En el seu text repassa la problemàtica amb cert detall. Si bé el  final sembla ser menys hores per menys sou i compra de menys béns.
 
Serge Latouche exposa un conjunt de mesures, amb un  cert grau d’abstracció tot cal dir, amb  les següents paraules com a guió: reavaluar, reconceptualitzar, reestructurar,  redistribuir, relocalitzar, reduir, reutilitzar i reciclar.   Així mateix planteja aquests punts concrets:
1.      Recuperar una petjada ecològica igual o inferior a un planeta. Mitjançant  la disminució  massiva dels   consums intermedis entesos en un sentit ampli: transports, energia, embalatges, publicitat, però sense atacar al consum final. Tornar a l’àmbit local (relocalitzar).
2.      Integrar en els costos del transport els perjudicis generats per aquesta activitat. (ecotaxes)
3.      Relocalitzar activitats
4.      Restaurar l’agricultura pagesa
5.      Transformar els guanys de productivitat en reducció del temps de treballs i en creació de llocs de treball mentre persisteixi l’atur
6.      Impulsar la producció de béns relacionals, com ara l’amistat o el coneixement, el consum dels quals no disminueix l’estoc disponible, ans al contrari
7.      Reduir el malbaratament d’energia en un factor 4, d’acord amb els estudis de l’associació Néga Watt. Es tracta de combinar sobrietat energètica i eficàcia.
8.      Penalitzar fortament les despeses de publicitat.
9.      Decretar una moratòria en la innovació tecnocientífica, fer un balanç seriós i reorientar la recerca científica i tècnica en funció de les noves aspiracions.
 També incorpora mesures preconitzades per ATTAC:
          Crear impostos sobre transaccions financeres i de borsa
          Un impost sobre la fortuna a escala mundial amb eradicació dels paradisos fiscals i la supressió del secret bancari.
          Una taxa sobre els residus nuclears de llarga durada de vida i alta activitat
 
Herman Daly en el seu article “Cinc recomanacions de polítiques per a una economia sostenible” planteja si  bé no propostes directament aplicables, conceptes de base  importants per a la comprensió del problema.
1.      Deixar de considerar el consum de capital com un ingrés. És a dir, el consum de béns naturals, renovables o no,  es tracta de vendes d’actius, i no ingressos derivats de rendes, i per tant el seu tractament a nivell de comptabilitat  nacional, avaluació de projectes i de balança de pagaments ha de ser conseqüent amb aquesta conceptualització.
2.      Canviar la base imposable del valor afegit (ingressos del treball i del capital) cap al flux de recursos  (al qual s’afegeix valor). La majoria dels ingressos públics es recaptarien a partir dels impostos sobre l’ús de recursos, ja sigui a causa d’esgotament o contaminació.
3.      Maximitzar la productivitat del capital natural a curt termini i invertir en l’augment del seu subministrament a llarg termini.
4.      Apartar-se de la ideologia de la integració econòmica global mitjançant el lliure comerç, la lliure mobilitat de capital i el creixement basat en les exportacions i dirigir-se cap a una orientació més nacional que busqui el desenvolupament de la producció pròpia per als mercats interiors com a primera opció i recórrer al comerç internacional no més
4.m﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽s i dirir-se cap a unam a primera opciroducci de capital i el creixement basat enles exportacions i dirir-se cap a una quan sigui evidentment  eficient.
5.      Fer front a la contradicció oculta. Aquí es fa esment a la falta d’acceptació en la ciència moderna de que els propòsits siguin causatius. Les preferències privades no poden estar bé o malament, les preferències es consideren subjectives.
 En els autors resumits es troben dos punts que es repeteixen sovint:
         Generar la internalització de les externalitats negatives mitjançant taxes.  (caldria introduir aquí els drets d’emissió), per desincentivar  la seva producció i substituir els impostos al treball, de societats etc., fins arribar a una neutralitat en el procés de substitució
          Redistribució del treball, mitjançant la reducció de les hores de treball, tenint en compte les millores de productivitat o no. I per tant amb sous iguals o inferiors.