Serge Latouche «La lógica de la sociedad de crecimiento es destruir todas las identidades»

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Article publicat a La Marea
abril 2016 nº 37 |

Serge Latouche
Luna Gámez | París

Decrecer para avanzar. Esta idea, que muchos estiman utópica, es la base de la teoría del decrecimiento. Su principal impulsor, Serge Latouche (Vannes, Francia, 1940), plantea que esta posibilidad no debe ser considerada como un retroceso sino como un avance hacia otra  dirección en la que la actividad humana no tenga tanto impacto sobre la naturaleza. Un lugar donde el crecimiento desenfrenado, el productivismo y la obsolescencia programada se vean sustituidos por un aumento de la reutilización, de la reparación y de la relocalización de la producción a escala más local. Poco dado a ofrecer entrevistas, Latouche recibe a La Marea en pleno corazón del barrio latino de París. Mientras saborea una copa de vino tinto, el célebre pensador y experto en Filosofía Económica relata cómo su experiencia de vida con  comunidades ajenas al desarrollismo, primero en Laos y luego en África, fue el detonante que despertó su espíritu crítico hacia el desarrollo económico, algo que considera una forma de occidentalización y colonización del mundo. Algunas historias las explica en La sociedad de la abundancia frugal (Icaria Editorial), uno de sus últimos libros traducidos al español.

El desarrollo de su teoría crítica contra el crecimiento capitalista se remonta a finales de los años 60. Sin embargo, no utilizó el término decrecimiento hasta el año 2002. ¿Cómo lo definiría?
El concepto de decrecimiento surgió por necesidad y yo no lo definiría. Es un eslogan que ha tenido una función mediática de contradecir a otro eslogan. Es realmente una operación simbólica imaginaria para cuestionar el concepto mistificador del desarrollo sostenible.
Entonces, ¿qué es el desarrollo sostenible?
El desarrollo sostenible es eso, un eslogan. Es el equivalente del TINA de Margaret Thatcher, There Is No Alternatives, que viene a decir que no hay alternativas al liberalismo económico. El desarrollo sostenible fue inventado por criminales de cuello blanco, entre ellos Stephan Schmidheiny, millonario suizo acusado del homicidio de miles de obreros en una de sus  fábricas de amianto y fundador del Consejo Mundial para el Desarrollo Sostenible, el mayor lobby industrial de empresas contaminantes, junto con su amigo Maurice Frederick Strong, un gran empresario del sector minero y petrolero que, paradójicamente, fue el Secretario General de la Cumbre de la Tierra celebrada en 1992, donde se presentó oficialmente el término  desarrollo sostenible. Ellos decidieron vender este concepto igual que vendemos un jabón, con una campaña publicitaria extraordinaria, excelentemente sincronizada y con un éxito fabuloso. Pero no es más que otra vertiente del crecimiento económico.
En algunos momentos ha afirmado que la economía es la raíz de todos los males y que es necesario salir de ella y abandonar la religión del crecimiento, pero, ¿cómo se abandona una fe cuando se cree en ella?
No existe una receta. No nacemos decrecentistas, igual que no nacemos productivistas. Sin embargo, nos convertimos rápidamente porque vivimos en un ambiente en el que la propaganda productivista es tremenda. Desintoxicarse después depende de las experiencias personales. Un crecimiento infinito en un planeta finito no es sostenible, es evidente incluso para un niño, pero «no creemos lo que ya sabemos», como dice Jean-Pierre Dupuy, un amigo filósofo. El mejor ejemplo es la COP21, donde se hicieron maravillosos discursos pero que no darán casi ningún fruto. Por eso yo creo en lo que llamo la pedagogía de las catástrofes. Pienso que es lo único que presiona a salir a cada uno de su caparazón, y pensar.
¿En qué consiste la pedagogía de las catástrofes?
La gente que se ve afectada por alguna catástrofe comienza a tener dudas sobre la propaganda que difunden las televisiones o los partidos políticos, sean de izquierda o de derechas, y ante las dudas pueden ir en busca de alternativas y aproximarse al decrecimiento. Es necesario que haya una articulación entre lo teórico y lo práctico, entre lo vivido y lo pensado. Aunque tengas
la experiencia, si no creas una reflexión puedes caer en la desesperación, en el nihilismo o en el fascismo. Por tanto, son necesarios esos dos ingredientes, pero no hay receta para combinarlos.
¿En qué deberíamos crecer y en qué decrecer?
Hacer crecer la felicidad, mejorar la calidad del aire y de los alimentos, que la gente pueda alojarse en condiciones aceptables… Vivimos en una sociedad del desperdicio que genera numerosos desechos, pero donde muchas de estas necesidades básicas no están satisfechas. Salir de la ideología del crecimiento supone una reducción del 75 % del consumo europeo de recursos naturales para alcanzar una huella ecológica sostenible. Pero no somos nosotros los ciudadanos los que debemos reducir nuestro consumo final, sino el sistema. Por ejemplo, el 40% de la carne que se vende en los supermercados va a la basura sin ser consumida, lo que implica un desperdicio enorme y una alta huella ecológica. Hasta el año 1970, en un país como España, cuando las vacas se alimentaban de hierba, el consumo de carne todavía era sostenible. Ahora comen soja que se produce en Brasil, quemando la selva amazónica, que después es transportada 10.000 kilómetros, se mezcla con harina animal y se elaboran los piensos. La huella ecológica de un kilo de ternera hoy supone 6 litros de petróleo, y pasa igual con la ropa y con el resto de bienes (…). Vivimos en la sociedad del desperdicio y de la obsolescencia programada, cuando en lugar de tirar deberíamos reparar y de esta forma podríamos decrecer sin reducir la satisfacción. Países como China o India viven un periodo de desaceleración y en algunos casos hasta de recesión, como en Brasil.
¿Podríamos tener la esperanza de que surgiesen alternativas de decrecimiento en estos lugares?
En teoría sí, la crisis podría ser una oportunidad para buscar nuevas alternativas porque supone un decrecimiento forzado,  pero la paradoja es que la alienación social es tal que la única obsesión de los gobiernos es volver al crecimiento, cuando en realidad la herramienta clave debería ser la sabiduría. La preocupación actual tanto de Brasil como de China es cómo retomar el crecimiento. Se han convertido en países tóxico-dependientes, drogados por el crecimiento.
¿Considera que las iniciativas del decrecimiento vendrán de países en crisis o de países menos absorbidos por el desarrollo?
Puede venir de ambos, pero ya que somos los occidentales los responsables de esta  structura, es de aquí de donde deberían partir. Nosotros lo intentamos desde el movimiento del  decrecimiento pero por el momento sólo existen resultados a nivel micro, con iniciativas como las cooperativas de productores locales, que son pequeñas experiencias de decrecimiento, con
muchas iniciativas interesantes en España.
¿Cree que serán los ciudadanos quienes impulsen el decrecimiento o será una iniciativa de los gobiernos?
Vendrá del pueblo. De los gobiernos por supuesto que no.
¿Por qué cree que los nuevos partidos políticos que están naciendo en Europa no abordan la óptica del decrecimiento?
Por miedo a no ganar los votos suficientes para llegar al poder. Usted afirma que vivimos en un mundo dominado por la sociedad del crecimiento que genera profundas desigualdades.
¿De qué forma esto puede afectar a los ciclos migratorios?
La lógica de la sociedad de crecimiento es destruir todas las identidades. El problema de las migraciones es muy complejo. Ahora hablamos de millones de sirios desplazados pero antes de que acabe este siglo habrá 500 o 600 millones de desplazados, cuando ciudades enteras como Bangladesh o millones de campesinos chinos vean sus tierras inundadas por la subida del nivel del mar. Al aumentar las catástrofes del planeta, los migrantes ambientales también crecerán. En África he observado que no son la pobreza y la miseria material las que provocan las migraciones, es la miseria psíquica. Toda la riqueza económica africana representa el 2% del PIB mundial, la gran mayoría representa la masa de petróleo nigeriano. De esta forma, tenemos 800 millones de africanos que viven fuera de la economía, en el mercado informal. Cuando hace 20 años yo iba a África había buen ambiente, mucho dinamismo, la gente quería transformar sus tierras, había muchas iniciativas, pero hoy han desaparecido. La última vez que fui los jóvenes ya no querían luchar contra el desierto. Lo que querían era ayuda para obtener papeles y viajar a Europa, ¿por qué? No es porque ahora sean más pobres que antes, es porque hemos destruido el sentido de su vida. Los últimos 10 o 20 años de mundialización tecnológica han representado una colonización del imaginario 100 veces más importante que los 200 años de colonización militar y misionera. Se les crean nuevas necesidades, en la tele se les venden las maravillas de la vida de aquí y ellos ya no quieren vivir allí.
¿Diría usted que esto supone una crisis antropológica?
Sí, el crecimiento es una guerra contra lo ancestral. El verdadero crimen de Occidente no es haber saqueado el Tercer Mundo, sino haber destruido el sentido de la vida de esa gente que ahora adora el espejismo del desarrollo.

Más de 150 políticos y activistas firman el llamamiento "Un Plan B para Europa"


«Muy interesante el Plan B para Europa, excelente iniciativa, pero faltan cosas esenciales
1. El cambio de modelo productivo que hay que hacer para luchar eficazmente contra el cambio climático, una gravísima amenaza, también en la escala europea, sobre todo para los países mediterráneos.
2. Abordar el grave problema de la dependencia del petróleo y de su escasez en ciernes (peak-oil) por los efectos que puede tener sobre la estabilidad del sistema económico.
3. Incorporar el relato de protección de los ecosistemas y del propio ser humano a las prioridades de la cumbre. Sin políticas contra el cambio climático y por la protección de los ecosistemas no hay cambio real. «


El llamamiento, que nace casi de forma paralela al movimiento DiEM25 (Democracy in Europe Movement 2025) lanzado por el exMinistro Yanis Varoufakis hace sólo unos días, ha sido lanzado esta misma mañana con la intención de denunciar una Europa falta de democracia, insolidaria y basada en la “austeridad que privatiza los bienes comunes y destruye los derechos sociales y laborales en lugar de hacer frente a las causas iniciales de la crisis, la desregulación del sistema financiero y la captura corporativa de las instituciones de la UE a través de los grandes lobbies y las puertas giratorias”, tal y como indica el texto.

Article publicat a El Salmón Contracorriente

Convocan una conferencia europea los días 19, 20 y 21 de febrero en Madrid

Cientos de activistas, políticos e intelectuales de la talla de Yanis Varoufakis, Ada Colau, Susan George, Ken Loach, Teresa Rodríguez, Carlos Sánchez Mato, Miguel Urbán, Marina Albiol o Noam Chomsky, firman el llamamiento ‘Plan B, contra la austeridad, por una Europa democrática’ y convocan a una conferencia europea que se celebrará en Madrid los días 19, 20 y 21 de febrero.

Esta iniciativa es lanzada por personalidades del mundo de la política, intelectuales y activistas de movimientos sociales entre los que se encuentra el ex-Ministro de Finanzas Yanis Varoufakis junto con la ex-presidenta del Parlamento griego Zoe Konstantopoulou, los eurodiputados de Podemos e Izquierda Unida, Lola Sánchez, Miguel Urbán, Marina Albiol y Javier Couso, la alcaldesa de Barceloa Ada Colau, el Alcalde de Cádiz José María González “Kichi”, el concejal de economía y hacienda de Madrid Carlos Sánchez Mato, la Presidenta del Transnational Institute Susan George, el lingüista y activista estadounidense Noam Chomsky, Yayo Herrero de Ecologistas en Acción o el director de cine Ken Loach.
Ante la Europa de la austeridad, la desigualdad, precaria, insolidaria y gobernada de facto por una tecnocracia al servicio de los intereses de una pequeña, pero poderosa, minoría de poderes económicos y financieros” en la que nos encontramos en estos momentos, el llamamiento propone una mayor coordinación, colaboración y cooperación práctica entre los movimientos sociales, plataformas ciudadanas y ONG’s que ya se han puesto a trabajar para cambiar esta Europa, como la campaña No al TTIP, Blockupy o las Euromarchas. Una unión de fuerzas solidaria e interancionalista que pueda plantar cara a la Europa de la austeridad.
Para ello, los firmantes del llamamiento, convocan a la ciudadanía a participar en una conferencia europea que se celebrará los días 19, 20 y 21 de febrero en Madrid, en la que se celebrarán exposiciones, charlas y talleres para debatir sobre deuda, moneda, migración, derechos laborales, estructura europea o comercio internacional.
Para adehrirse y firmar el llamamiento podéis vistar la web del Plan B.


Un Plan B para Europa
Llamamiento para construir un espacio de convergencia europeo contra la austeridad y para la construcción de una verdadera democracia.

En julio de 2015 asistimos a un Golpe de Estado financiero ejecutado desde la Unión Europea y sus Instituciones contra el Gobierno griego, condenando a la población griega a seguir sufriendo las políticas de austeridad que ya habían rechazado en dos ocasiones a través de las urnas. Este golpe ha intensificado el debate sobre el poder de las instituciones de la Unión Europea, su incompatibilidad con la democracia y su papel como garante de los derechos básicos exigidos por los europeos.

 Sabemos que existen alternativas a la austeridad. Iniciativas como «Por un Plan B en Europa», «Austerexit» o DiEM25 (Democracy in Europe Movement 2025) denuncian el chantaje del tercer memorando de entendimiento impuesto a Grecia, el fracaso económico que supondrá y el carácter antidemocrático de la UE. Reconocido por el mismo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, quien declaró: “No  puede haber decisiones democráticas contra los tratados europeos”

También somos testigos de la respuesta insolidaria (en ocasiones hasta xenófoba), de las Instituciones Europeas y de los Estados Miembros ante la llegada de refugiados procedentes de Oriente Medio y África, y ante el drama humano que ello conlleva. Remarcando la hipocresía del discurso de la UE respecto a los DDHH, que de forma indirecta, a través de la venta de armas o con políticas comerciales, es un actor clave en los conflictos que han provocado las recientes crisis humanitarias. El régimen de crisis de la UE, iniciado hace ocho años y basado en la austeridad, privatiza los bienes comunes y destruye los derechos sociales y laborales en lugar de hacer frente a las causas iniciales de la crisis; la desregulación del sistema financiero y la captura corporativa de las instituciones de la UE a través de los grandes lobbies y las puertas giratorias. La UE promueve soluciones falsas negociando, con gran opacidad y sin apenas control democrático, tratados de comercio e inversión como el TTIP, el CETA o el TiSA, que eliminan lo que consideran barreras al comercio: los derechos y normas que protegen a la ciudadanía, a los trabajadores o al medio ambiente. Es el golpe definitivo a nuestras democracias y al Estado de Derecho, especialmente a través de los mecanismos de protección al inversor.

La actual UE está gobernada de facto por una tecnocracia al servicio de los intereses de una pequeña, pero poderosa, minoría de poderes económicos y  financieros. Todo ello ha provocado el resurgimiento del discurso de la extrema derecha y de posiciones xenófobas y nacionalistas en muchos países de Europa. Los demócratas tenemos la responsabilidad de reaccionar ante esta amenaza e impedir que los fascismos capitalicen el dolor y el descontento de la ciudadanía, la cual a pesar a pesar de todo ha demostrado solidaridad ante la tragedia humanitaria que sufren cientos de miles de personas refugiadas.

La sociedad ya se ha puesto a trabajar por un cambio radical en las políticas de la UE.  Movilizaciones sociales, como Blockupy, la campaña NO al TTIP, el Alter Summit, la huelga general europea en 2012, las Euromarchas, o el ingente trabajo realizado por numerosas plataformas ciudadanas y ONG’s, suponen un valioso capital humano, intelectual e ideológico por la defensa de los Derechos Humanos, el respeto a la Tierra y a la dignidad de las personas por encima de intereses políticos y económicos. Creemos, sin embargo, que es necesaria una mayor coordinación y cooperación práctica para la movilización a nivel europeo.

Hay muchas propuestas en marcha para acabar con la austeridad: una política fiscal justa y el cierre de paraísos fiscales, sistemas de intercambio complementarios, la remunicipalización de los servicios públicos, el reparto igualitario de todos los trabajos incluidos los cuidados en condiciones de dignidad, la apuesta por un modelo de producción basado en las energías renovables, y reformar o abolir el pacto fiscal europeo – formalmente Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria. 

El ejemplo de Grecia nos ha mostrado que para hacer frente a la actual coyuntura debemos aunar esfuerzos desde todos los Estados Miembros y desde todas las esferas: política, intelectual y de la sociedad civil. Nuestra visión es solidaria e internacionalista.

 Por estos motivos, queremos generar un espacio de confluencia  en el que todas las personas, movimientos y organizaciones que nos oponemos al modelo actual de Unión Europea y consensuar una agenda común de objetivos, proyectos y acciones, con el fin último de romper con el régimen de austeridad de la UE y democratizar radicalmente las Instituciones Europeas, poniéndolas al servicio de la ciudadanía.

Para ello convocamos una conferencia europea los días 19, 20 y 21 de febrero en Madrid, y llamamos públicamente a participar en los debates, grupos de trabajo y exposiciones que allí se organizarán.

Más información en www.planbeuropa.es

 

 

Un mundo laboral tóxico

Article publicat a El País

Los centros de trabajo han obviado la transformación sufrida por la sociedad en las últimas décadas. No habrá competitividad si no se teje una red de asistencia

ANNE-MARIE SLAUGHTER 2 OCT 2015 – 18:34 CEST
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Para muchos estadounidenses, la vida se ha convertido en una competición permanente. Trabajadores de todo el espectro socioeconómico, desde camareras de hotel hasta cirujanos, cuentan cómo trabajan 12 y 16 horas diarias (muchas veces sin que les paguen las horas extra) y sufren ataques de ansiedad y agotamiento. Los expertos en salud pública han empezado a hablar de una epidemia de estrés.
Las personas capaces de competir y triunfar en esta cultura forman una franja cada vez más estrecha de la sociedad norteamericana: en general, jóvenes sanos y con el dinero suficiente para no tener que cuidar de sus familiares. Por supuesto, una empresa puede preferir a esas personas, como hacían antes todas las aseguradoras, y después pasarlas a otras empresas cuando tienen hijos o necesitan cuidar de sus padres. Pero este modelo de ganar a toda costa consolida una patología típicamente estadounidense que consiste en no dejar espacio a la atención y el cuidado. El resultado: desperdiciamos talento y vaciamos nuestra sociedad.
Para empezar, estamos perdiendo mujeres. Estados Unidos ha estimulado el talento de sus mujeres como pocos otros países; las chicas van por delante de los chicos en institutos, carreras universitarias y cursos de posgrado, y ahora están empezando a tener salarios iniciales más altos que ellos. Pero su número disminuye de forma sustancial a medida que suben de categoría, de más del 50% en los puestos más bajos a entre el 10% y el 20% en los puestos directivos. Muchas descubren, por desgracia, que el equilibrio trabajo-familia que al principio era controlable e incluso agradable deja de serlo, independientemente de la ambición, la confianza e incluso una pareja que comparta todas las tareas por igual.
Cada situación familiar es distinta; algunas mujeres pueden asumir con facilidad unas condiciones que otras, no. Pero muchas que empezaron con toda la ambición del mundo se encuentran en un lugar al que no esperaban llegar. No quieren dejar el trabajo; se quedan fuera por la negativa de sus jefes a facilitar el encaje de su vida familiar y su vida profesional. En su libro Opting Out? Why Women Really Quit Careers and Head Home (¿Abandono? Por qué dejan las mujeres sus carreras y se quedan en casa), la socióloga Pamela Stone lo llama una “decisión forzosa”. “El rechazo de las peticiones de trabajar a media jornada, los despidos y los traslados”, escribe, acaban expulsando a la mujer más ambiciosa del mercado laboral.
A una joven abogada de Virginia le ofrecieron un puesto en un departamento jurídico, y ella decidió que solo podía aceptar si le permitían trabajar un día a la semana desde casa para estar con sus dos hijos. Su jefe se negó. Otra mujer me escribió que aspiraba a un cargo directivo pero tenía un hijo de dos años en casa: “El dilema no se debe en absoluto a tener un niño pequeño: al fin y al cabo, da la impresión de que los ejecutivos varones tienen un ascenso que coincide con cada hijo que nace. El problema es que el trabajo se sigue circunscribiendo como algo que se hace ‘en una oficina’ y/o ‘entre las 8 de la mañana y las 6 de la tarde’. Todavía no me han dado ni una explicación razonable para insistir en que para hacer mi trabajo debo estar sentada en esta habitación de 1,40 metros cuadrados, a 32 kilómetros de mi casa”.
El problema se agudiza en el caso de los 42 millones de mujeres que viven al borde de la pobreza en Estados Unidos. No ir a trabajar porque un niño tiene una otitis, los colegios están cerrados por nieve o hay que llevar a un abuelo al médico pone su puesto de trabajo en peligro, y, si lo pierden, no pueden seguir cuidando como es debido de sus hijos —alrededor de 28 millones— ni de otros familiares que las necesitan. A menudo salen perjudicadas no solo de que haya poca flexibilidad sino también de que haya demasiada, porque muchos trabajos mal remunerados en el sector servicios han dejado de tener garantizado un número de horas a la semana.

Parece un problema femenino pero no lo es. El origen está en un entorno diseñado para la época de ‘Mad Men’

Parece un “problema de mujeres”, pero no lo es. Es un problema laboral, achacable a un sistema averiado y anticuado. Cuando los bufetes de abogados y las empresas pierden a mujeres de talento que no quieren una carrera rígida y ponen en tela de juicio los sistemas de ascensos consistentes en dar más importancia al número de horas trabajadas que a la calidad del trabajo, no es un problema de mujeres. Cuando la abundancia de empresas demasiado inflexibles hace que 42 millones de estadounidenses tengan que vivir cada día con el miedo de que un solo fallo les impida seguir cuidando de sus hijos, no es un problema de mujeres, sino de todos.
El problema está en el entorno laboral, o, mejor dicho, en un entorno laboral diseñado para la época de Mad men, para parejas en las que uno de los dos es el único que se dedica a ganar dinero y el otro es el único que se ocupa del indispensable cuidado de los hijos, los enfermos y discapacitados, los ancianos. Nuestras familias y nuestras responsabilidades ya no son como entonces, pero los centros de trabajo no se han adaptado a la realidad de nuestras vidas.
Irene Padavic, socióloga de la Universidad de Florida, Robin J. Ely, profesora de la Escuela de Negocios de Harvard, y Erin Rei, de la Escuela de Negocios de Boston University, recibieron el encargo de realizar un estudio detallado de una empresa consultora de tamaño medio y de ámbito mundial, cuya dirección pensaba que tenían un “problema de género”. La firma contaba con muy pocas mujeres en los niveles superiores: solo había un 10% de mujeres socias, frente a un 40% en los puestos de socias junior.
Después de su minucioso examen, las profesoras Padavic, Ely y Reid llegaron a la conclusión de que en los tres años anteriores se habían ido de la empresa igual número de hombres que de mujeres, un dato que contradecía la explicación de la dirección, que hablaba de que a las mujeres les costaba conjugar familia y trabajo. Algunos hombres se habían ido también debido a las largas jornadas; otros “sufrían en silencio o se las arreglaban”. El problema de recursos humanos de la firma no era de sexos, sino de exceso de trabajo.
Los directivos de la empresa rechazaron sus hallazgos. No les gustaba oír que debían cambiar toda su filosofía organizativa ni que estaban haciendo a los clientes promesas imposibles de cumplir o superfluas (por ejemplo, haciendo presentaciones de PowerPoint de un centenar de diapositivas, que el cliente no llegaba a utilizar). Querían oír que el problema era el conflicto de las mujeres entre trabajo y familia, un relato que les permitiera adoptar unas estrategias específicas para ayudar a las mujeres a trabajar a tiempo parcial, o a las órdenes de un mentor, o en redes de apoyo. Como decían con ironía Padavic, Ely y Reid para concluir, “necesitaban que unos analistas que trabajaban con pruebas rechazaran las pruebas ofrecidas”.
La existencia de una mala cultura laboral es problema de todos, tanto de los hombres como de las mujeres. Es perjudicial no solo para las madres que trabajan, sino para los padres también. Y para los hijos, hombres y mujeres, que trabajan y necesitan cuidar de sus padres. Para cualquiera que no tiene el lujo de contar con un familiar que está todo el día en casa y puede hacerse cargo de esas tareas.

Tomarse un permiso para cuidar a alguien no puede ser visto como un agujero en nuestra trayectoria profesional

Hay avances positivos. Los hombres están empezando a acogerse a permisos de paternidad y a asumir plenamente su papel. Según un estudio del Instituto de Familia y Trabajo estadounidense, solo un tercio de los hombres de la generación del milenio piensa que en las parejas deban ejercerse los papeles de género tradicionales. Algunas empresas tecnológicas que se disputan a los mejores profesionales están empezando a ofrecer permisos de paternidad más extensos; no por eso va a cambiar el centro de trabajo típico, pero es una señal de que las actitudes están cambiando.
Ahora bien, aunque hombres y mujeres unan sus fuerzas para exigir cambios en el entorno laboral, no podemos hacerlo solos, a título individual, tratando de organizar nuestra vida mientras jefes y empleados intentan dejar un hueco a esas necesidades. Siempre habrá otra empresa rival capaz de bajar los precios a base de exigir más a sus trabajadores, hasta que los quema y los despide cuando no pueden más. Para que el país sea verdaderamente competitivo, vamos a tener que emular a otros países industrializados y construir una infraestructura de asistencia. Antes la teníamos: se llamaba “la mujer en casa”. Pero ahora que el 57% de esas mujeres trabajan fuera del hogar, la red se ha derrumbado y no va a volver.
Para apoyar la atención y los cuidados igual que apoyamos la competitividad, necesitaremos combinar varios de estos elementos: una atención de calidad y asequible a niños y ancianos; permiso remunerado por motivos familiares y médicos para hombres y mujeres; el derecho a pedir medias jornadas o un horario flexible; una inversión en educación temprana comparable a nuestra inversión en educación primaria y secundaria; protección laboral total para las trabajadoras embarazadas; salarios más altos y formación para los cuidadores profesionales; estructuras comunitarias de apoyo para que los ancianos puedan vivir más tiempo en su propio hogar; y una reforma de los horarios de la escuela primaria y secundaria en consonancia con una economía digital, y no una economía agraria.
Estas ideas no son tan absurdas como parecen. El presidente Obama ha incluido propuestas para ampliar el acceso a la atención infantil de calidad y asequible en su presupuesto para 2016. Hillary Clinton propone ofrecer una base a las familias trabajadoras que incluya la atención infantil, y lo ha convertido en una de las prioridades de su campaña. Uno de los pocos Estados que tiene permiso familiar remunerado (los trabajadores pagan el coste con un pequeño aumento de su impuesto sobre la renta del trabajo) es Nueva Jersey, con un gobernador republicano, Chris Christie.
Los senadores republicanos han presentado un proyecto de ley que permitiría a los empresarios ofrecer a sus empleados horas de permiso remuneradas en lugar de horas extra; algunas encuestas muestran que una mayoría de las mujeres que votan al Partido Republicano están a favor de esa modificación. Ahora que los miembros del baby boom están cumpliendo años, vamos a encontrarnos con todo un grupo de electores interesados en facilitar la atención y el cuidado, a ambos lados del espectro político.

Tomarse un permiso para cuidar de alguien —hijos o padres— no puede ser un agujero negro en nuestra trayectoria profesional

Pero los cambios en nuestros centros de trabajo y en la política en general dependen además de una transformación cultural: debemos modificar nuestra forma de pensar y hablar, los criterios para otorgar prestigio a alguien. Si diéramos a la asistencia la importancia que tiene, no pensaríamos que tomarse un permiso para cuidar de alguien —de los hijos, de los padres, del cónyuge, de un hermano o de cualquier otro miembro de nuestra familia de sangre o social— es un agujero negro en nuestra trayectoria profesional. Lo consideraríamos una actividad valiosa desde el punto de vista social, personal y profesional. Los hombres que se ocupan de la atención nos parecerían modelos tan encomiables como las mujeres que salen a trabajar. Pensaríamos que ocuparse de los hijos es tan importante como administrar el dinero.
Es imposible, ¿verdad? Sin embargo, yo crecí en una sociedad en la que mi madre distribuía vasitos con cigarrillos en la mesa cuando daba una cena, los blancos y los negros tenían que usar aseos separados y prácticamente todo el mundo aseguraba ser heterosexual. Parece de otra época, pero no soy tan vieja. Nuestro mundo ha cambiado en los últimos 50 años, mucho y para mejor desde la perspectiva de los afroamericanos, la comunidad LGBT y las familias que han perdido a algún miembro por el cáncer de pulmón. Dada la magnitud de esa transformación, piensen en lo mucho que todavía podemos hacer.
Podemos luchar, todos juntos, para defender la atención y los cuidados. Hasta que no lo hagamos, los hombres y las mujeres nunca serán iguales, no podrán serlo mientras los dos sean responsables de ganar dinero pero las mujeres sean las únicas responsables de cuidar de los demás. Es posible que, con el sistema actual, algunos estadounidenses salgan ganando, pero Estados Unidos nunca será un país tan competitivo como debería. Si no hacemos algo, nuestras familias y comunidades, la base que nos permite prosperar, acabarán por marchitarse. El movimiento feminista nos dio a muchas el derecho a competir en términos de igualdad; ha llegado la hora de exigir ese mismo derecho a cuidar de la familia.

Anne-Marie Slaughter fue directora de planificación del Departamento de Estado estadounidense entre 2009 y 2011. Dejó su puesto para volver a su trabajo como profesora en Princeton para estar más cerca de su familia. Es autora de Unfinished Business: Women Men Work Family, recién publicado en EE UU, del que está extraído y adaptado este artículo.
© 2015 New York Times News Service.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.