Proyecto Cero, el sistema que provocará que el capitalismo colapse

Article publicat a El Confidencial 

Foto: El periodista y autor de 'Postcapitalismo', Paul Mason. (Foto: Antonio Olmos)

29.02.201618:46 H.
‘Postcapitalismo’ (Paidós), el libro que acaba de editar en España Paul Mason, el responsable de economía de Channel 4 News, se ha convertido en el ensayo de moda en el Reino Unido, hasta el punto que ‘The Guardian’ ha llegado a afirmar que Mason es un digno sucesor de Marx. El texto contiene profundos análisis económicos, pero también una lectura sobre los tiempos que vienen desde una perspectiva que los activistas de la nueva izquierda, esa que ha nacido de las casas okupadas, de Toni Negri y del entorno colaborativo, acogen con entusiasmo.
En el texto, Mason recoge ideas de Adam Smith y de Marx y muestra el mismo entusiasmo que Silicon Valley respecto de la tecnología, ya que está convencido de que las posibilidades de la automatización nos llevarán a una sociedad mejor, muy alejada del neoliberalismo reinante. Insiste además en que el capitalismo colapsará y abrirá las puertas a un mundo poscapitalista mucho más adecuado a las necesidades del ser humano actual.
La recepción de mis ideas ha sido muy entusiasta, pero he de pasarme el día explicando que esto no es una forma de socialismo bajo el logo de Twitter
La transición de un modelo a otro tiene nombre, “Proyecto Cero”, y consiste en lograr los siguientes objetivos: un sistema energético de cero emisiones de carbono, la producción de máquinas, productos y servicios con costes marginales cero y la reducción del tiempo de trabajo necesario hasta aproximarlo también a cero. Y cuenta con una advertencia: ya no que nuestros roles como consumidores, amantes o comunicadores son tan importantes para nosotros como el papel que desempeñamos en nuestro trabajo, este proyecto no puede basarse puramente en la justicia económica y social. El Confidencial conversó con él en Madrid sobre lo que nos espera.
PREGUNTA.- ¿Cree que el capitalismo va a colapsar, como pensaba el marxismo?
RESPUESTA.- Sí, pero no de una manera marxista, o al menos no a la manera del Marx de ‘El Capital’, sino del de ‘Fragments on machines’, en el que describía la emergencia de una inteligencia social, el ‘general intellect’. Cuando Marx llevó a cabo este experimento en su pensamiento, planteaba un colapso del capitalismo totalmente distinto del señalado en ‘El Capital’. Esa forma de abordar el asunto no fue descubierta por mí, sino por Toni Negri, él señaló qué aspecto tendría ahora ese ‘general intellect’ y su relación con las redes de información.
P.- Los comunistas del siglo XX veían bien el capitalismo oligopolístico, porque entendían que les favorecía: pensaban que una vez concentrada la propiedad en pocas personas, sólo tendrían que hacer que cambiase de manos para realizar el paso de un sistema a otro. En su caso, también coincide con la tendencia de tu época, el predominio de la tecnología y de la automatización, porque piensa que puede ser muy útil para generar otro sistema político.
R.- Lo que causó el colapso de la izquierda después del 89 no fue la caída del comunismo soviético, sino la desaparición de la ruta monopolística en el capitalismo. Estábamos de pronto en una sociedad altamente mercantilizada, nos levantábamos todas las mañanas y teníamos que reinventarnos como empresarios individuales. En ese contexto, la nacionalización no tiene mucho sentido. ¿Cómo vas a nacionalizar Spotify? La raíz del cambio tiene que ser hoy tecnológica, granular, que permita la diversidad a pequeña escala, lo cual significa que la gente interactuará de una manera altamente compleja.
Si no tomamos agresivamente el control del mercado laboral, vamos a empezar a ver una pelea muy fea por el trabajo, también dentro de las posiciones creativas
Esto no ha sido entendido del todo: mis ideas se han recibido de una manera muy entusiasta, pero he de pasarme mucho tiempo explicando que esto no es una forma de socialismo bajo el logo de Twitter, sino una manera radicalmente diferente de enfocarlo. Yo quiero que la sociedad se automatice rápidamente porque el neoliberalismo está creando miles de trabajos que no necesitamos. Cuando era joven, el lavado de coches lo realizaba una máquina, y ahora lo hacen cinco inmigrantes con bayetas. Eso es regresivo. Necesitamos que esos trabajos estén automatizados, pero esas personas necesitan una forma de ganarse la vida.
P.- El famoso informe de Oxford que afirma que desaparecerá el 47% de los empleos en un futuro cercano se ha hecho muy popular. Usted no lo ve como algo negativo, al contrario que gran parte de la población.
R.- Desde que estaba escribiendo el libro hasta que fue publicado, en Finlandia han realizado un experimento con la aplicación de la renta básica, también han puesto en marcha un programa similar en Utrecht, en Canadá lo ha planteado Trudeau, Suecia ha recortado la jornada laboral a seis horas, e incluso hay voces muy autorizadas en la derecha de Silicon Valley que abogan por ella. Una renta básica no lo soluciona todo, pero puede ser un subsidio único para encarar la automatización, para lo que será necesario recaudar más impuestos. Será el impuesto que pagamos para permitir que la gente viva. Por supuesto esto no les impedirá trabajar, sino que provocará que tomen decisiones más inteligentes y más importantes sobre su empleo.
Hay superordenadores que pueden realizar previsiones muy ajustadas de lo que pasaría si implantásemos una renta básica de 7.000 libras al año
Si no tomamos agresivamente el control del mercado laboral, la mayoría de la sociedad desarrollada va a empezar a ver una pelea muy fea por el trabajo, también dentro de las posiciones creativas. De hecho, ya estamos viviendo estas luchas encarnizadas: en Gran Bretaña, el sector periodístico ha pasado en una generación de estar ocupado por personas inteligentes de clase trabajadora a ser copada por los hijos de la élite.
P.- Su propuesta para la transición de un modelo a otro lleva el nombre de Proyecto Cero.
R.- Sí, pero más tomarlo al pie de la letra, tiene que entenderse que ha de ser realizado por la gente. Que haya cero emisiones de carbón, el mínimo trabajo posible y producir cosas de manera muy barata o incluso gratuita, es algo muy sencillo de hacer y difícil de conseguir. Tenemos que empezar con las instituciones y la primera que necesitamos es una que pueda hacer predicciones de la realidad de manera muy precisa y a la que podamos hacer preguntas razonables. La NASA tiene modelos muy detallados de clima, de cada kilómetro de la superficie de la tierra, pero es un modelo muy de apretar el botón del control. Lo que necesitamos no es tan complejo como el problema del clima. Hay superordenadores a los que podríamos pedir previsiones que nos dijeran, por ejemplo, qué pasaría si implantásemos una renta básica de siete mil libras al año, o cuestiones similares, lo cual nos permitiría tener predicciones bastante ajustadas que nos permitirían tomar las mejores decisiones. Estamos en una era en la que los ordenadores pueden calcular a tiempo real cosas que en otros tiempos parecerían extraordinarias. Pero, más allá de las propuestas concretas, estamos hablando de un proceso en el que las propuestas emergerán de un ejercicio participativo, democrático y en red.
P.- Atribuye en el nuevo modelo un papel secundario al estado, al contrario que el socialismo.
R.- Esta transición no puede ser llevada a cabo por el estado, sino que debe venir de abajo, pero hay ciertas cosas que aún tiene sentido que éste haga. A mi abuela le dieron una casa gratis, el coste de la energía era bajo, como el del agua y el del sistema sanitario, pero la comida era cara, las herramientas eran caras, y los elementos típicos de consumo, como la televisión, también lo eran. Si el precio de vivir disminuye porque el estado proporciona vivienda, agua, transporte y educación casi gratis, el resto de bienes se pueden conseguir muy baratos a través de los mecanismos colaborativos mucho más que los de mercado. Así podríamos hacer la transición hacia una economía de estado y postcapitalismo.
P.- ¿Se puede construir un sistema mixto, todavía capitalista, desvinculado del dinero, como propone?
R.- El capitalismo puede sobrevivir, pero sólo si sobrevive a Uber, y no se limita a pasar la aspiradora para recoger los desechos, sino que utiliza la capacidad y el tiempo de la gente pobre. La única manera en que se va a poder llevar a cabo la automatización de una forma no destructiva es desvincular el trabajo de los salarios, y eso significa renta básica. En este sistema seguiría habiendo dinero, pero funcionaría de otra manera, de un modo mixto. En las economías del principio de la era soviética se pasaron mucho tiempo teorizando sobre estos sistemas, hasta el momento en que se decidió que se podía hacer la transición sin el mercado, lo cual supuso que muchos fueran eliminados por Stalin.
No creo que la generación que ahora tiene veinte años merezca tener su futuro destruido por una ideología arcaica y estúpida. Y no creo que lo permita
La tecnología hace posible un socialismo utópico que existe ya a pequeña escala en pequeñas comunidades. Pero no sólo se queda aquí, mi marco también proporciona resiliencia a la gente normal. Por ejemplo, el trabajo de Manuel Castells muestra cómo en Cataluña mucha gente común adoptó durante la crisis prácticas económicas asociadas al hippismo radical, como los bancos de tiempo o la okupación, que para el liberalismo son incidentales pero para mí no. Del mismo modo que en el feudalismo los bancos eran algo escondido, no oficial, porque no tenían una posición formal y porque al prestamista se le reprimía, llega un momento que eso cambia radicalmente. Y ahora estamos atravesando una transformación similar a la de hace siglos, producto de las cual estas cosas aparentemente incidentales generarán un sistema nuevo.
P.- Mientras ese mundo llega, parece que los tiempos no pintan bien. La Unión Europea tiene un estilo concreto de política económica que no parece que vaya a cambiar a pesar de que esté dividiendo la sociedad en dos.
R.- Los tiempos están empeorando. Las economías principales, para mantener el capitalismo, van a tener que desglobalizarse, y Europa va a ser el lugar en el que más difícil lo tengan. Hay un banco central que ha llegado constantemente tarde y que ha sido ineficaz de una manera continua. Si Europa necesita un estímulo monetario más agresivo, Alemania lo va a volver a impedir, y el problema ya no será para Grecia, sino para Italia y España. No creo que la generación que ahora tiene veinte años merezca tener su futuro destruido por una ideología arcaica y estúpida, y no creo que lo permita.

¿Es el crecimiento un imperativo del capitalismo?

Article publicat a El Diario.es
 Última llamada
  El capitalismo sin crecimiento puede ser muy perverso pero no hay ninguna ley intrínseca que establezca que este sistema no pueda sobrevivir en un estado de recesión o estancamiento.

18/01/2016 – 20:42h
John Bellamy Foster ha publicado recientemente un excelente ensayo con el título «Marxismo y Ecología: Fuentes comunes de una Gran Transición». Foster  aboga por un (eco) socialismo del estado estacionario. Sostiene  que «un sistema de satisfacción de las necesidades colectivas basado en el principio de la suficiencia es obviamente imposible desde cualquier faceta, bajo el régimen de acumulación del capital». Y continúa: «el capitalismo como sistema está intrínsecamente orientado hacia la máxima acumulación posible y hacia el máximo flujo de materia y energía». «El crecimiento económico (en un sentido más abstracto) o la acumulación de capital (de forma más concreta) … no pueden  existir sin resquebrajar el sistema Tierra». «La sociedad, particularmente en los países ricos, debe avanzar hacia una economía del estado estacionario, que requiere un cambio hacia una economía sin formación neta de capital».
En principio, estoy de acuerdo. Intuitivamente, y dada nuestra experiencia sobre el capitalismo, esta visión  tiene mucho sentido. El crecimiento económico apareció con el capitalismo, y se correlaciona con el crecimiento del uso de materiales y de energía en una proporción casi del 1:1. Pero permítanme ser un poco más escolástico con la intención de promover  y fortalecer (más que  de socavar) el argumento de Foster.
Para empezar, creo que tenemos que distinguir entre los diferentes conceptos que Foster introduce.

  •     Primero, crecimiento del flujo de recursos, es decir, crecimiento del uso de energía y materiales.
  •     Segundo, crecimiento económico, o sea, crecimiento del PIB (o de algún otro índice representativo del tamaño de la actividad productiva).
  •     Tercero, acumulación del capital. Desde una perspectiva marxista, podemos definir el capital como dinero en busca de más dinero a través de la producción de mercancías – circuito D-M-D’ (dinero invertido en mercancías para ganar más dinero) y la acumulación de capital como el proceso de reinversión de la plusvalía en posteriores ciclos de valorización del capital.
  •     Cuarto, el «capitalismo». Siguiendo el enfoque marxista de Foster (distinto del institucionalista, más centrado  en la propiedad privada, el trabajo asalariado y las entidades de crédito) se definiría como un sistema en el que el circuito  D-M-D ‘es omnipresente y dominante (“el régimen de  acumulación de capital” de Foster).
Ahora bien, la vaguedad en evaluar el grado de «dominación», obviamente plantea  la difícil cuestión de si hay sistemas capitalistas que son menos capitalistas o más socialistas que otros (en Cuba, por ejemplo, ciertas partes de la economía permiten circuitos D-M-D’, pero eso no significa que haya un ‘régimen de acumulación de capital’). Esta es probablemente la razón por la que Marx evitó hablar de «capitalismo». Pero sin, al menos, alguna referencia, no podemos evaluar la tesis de Foster de que existe un imperativo de crecimiento dentro del capitalismo.
Foster afirma que el capitalismo está intrínsecamente orientado hacia el crecimiento del flujo de recursos o, más específicamente, que: a) el crecimiento económico está intrínsecamente ligado al crecimiento del flujo de recursos, y b) el capitalismo está intrínsecamente orientado al crecimiento económico. Veamos cada uno de estos apartados:

Crecimiento económico y crecimiento del flujo de recursos
Estoy de acuerdo en que el crecimiento económico va ligado al crecimiento de flujos de recursos y energía y que no existen ejemplos de desacoplamiento absoluto bajo el capitalismo. Esto se debe a que la producción, junto con el trabajo humano, utiliza materiales y energía. Los llamados “aumentos de productividad” implican  la sustitución de trabajo humano por combustibles fósiles (piensen en los tractores).
Sin embargo, la mayoría de economistas ambientales contestaría con el argumento de que es posible (aunque no se haya conseguido todavía) crecer de forma sostenible y a la vez  reducir el uso de materiales y de energía mediante el aumento de  la eficiencia,  sustituyendo energías  fósiles por  renovables  y con un cambio estructural desde  la producción primaria hacia los servicios de alto valor añadido, con lo que se podría producir más valor sin un aumento equivalente del flujo (piénsese en un restaurante con una estrella Michelin, o en una compañía online).
Yo respondería a este argumento economista que las ganancias en eficiencia sufren un “efecto rebote” (la “paradoja de Jevons”), ya que las ganancias de productividad se invierten en un mayor crecimiento; que los servicios incorporan un montón de energía y materiales, a menudo no contabilizados, que se importan desde otras partes del mundo; y que esta sustitución, mientras sea plausible, no supone un  crecimiento económico, ya que las fuentes renovables (o la energía nuclear) proporcionan mucha menos «energía neta» (energía producida menos energía  utilizada para su producción) que los combustibles fósiles y, por tanto, la productividad y el crecimiento se reducirán.
Pero: primero, mis argumentos son empíricos. No puedo establecer una «ley» intrínseca basada en la teoría económica, que demuestre de forma lógica  que el crecimiento y el flujo de recursos siempre estarán vinculados. Ahora bien, Foster propone ‘una ley general y absoluta de la degradación del medio ambiente bajo el capitalismo’ aplicable  en cualquier lugar. Esto significa básicamente que los capitalistas, impulsados por la competencia,  buscarán explotar el medio ambiente de la forma más barata posible, y por lo tanto lo degradarán.
Téngase  en cuenta que  las “leyes marxistas”, tales como la tendencia del capital a explotar la mano de obra hasta su nivel de subsistencia, se entienden mejor como tendencias estructurales, en condiciones constantes de «los demás factores”, más que como  resultados inevitables (añadir que el resto de  factores no son  constantes  desde  el momento en  que la clase  trabajadora  puede organizarse y reclamar mejores condiciones y que un aumento de  la productividad puede reducir los costos de reproducir la clase obrera, o permite repartir parte de las ganancias al trabajador, etc.).
Del mismo modo, si las renovables se vuelven más baratas que los combustibles fósiles o si los servicios más ligeros en materiales terminan siendo más  rentables que las actividades intensivas en recursos, teóricamente podría ocurrir que el capitalismo llegase a  descarbonizarse / desmaterializarse. Creo que es poco probable que esto ocurra, pero todavía no creo que tengamos una ley que lo pruebe.
En segundo lugar, mis argumentos no son específicos del capitalismo. Se aplican a cualquier sistema alternativo concebible; el «crecimiento verde» es poco probable, ya sea bajo el capitalismo o el socialismo por los razones que ya expliqué (la paradoja de Jevons, los límites de sustitución y la baja energía neta de fuentes alternativas de energía). El desacoplamiento absoluto entre la economía y el crecimiento del flujo de recursos no se ha observado ni en  las sociedades capitalistas ni en ninguna de las variedades existentes en los países socialistas. Claro, que podemos imaginar un sistema socialista diferente de los existentes, que no tuviese que perseguir el aumento de PIB y que  pudiese redefinir lo que se entiende como bienestar, incluso lo que se entiende como ‘actividad economica’, pero lo que no podría hacer es, solo por cambiar el nombre, que la actividad económica y los flujos de materiales y energía pudieran continuar creciendo. Una sociedad ecosocialista tendrá que ser una ‘sociedad de abundancia frugal’, como la llamó Serge Latouche.
«El imperativo del crecimiento» del capitalismo
El segundo argumento de Foster es que el capitalismo está intrínsecamente orientado al crecimiento económico. Esto depende de lo que entendamos por «orientado» e «intrínseco».
Si definimos el capitalismo como acumulación de capital y la acumulación de capital como crecimiento, entonces, por supuesto, el capitalismo está intrínsecamente orientado hacia el crecimiento económico. Pero esto sería una perogrullada semántica  que se daría de bruces ante la evidencia del registro histórico de las tasas variables de crecimiento en las economías capitalistas (a menos que concedamos al capitalismo una supremacía económica que no merece, con el argumento de que está destinado a crecer siempre a  largo plazo, salvo en los ciclos y las crisis periódicas).
Como Piketty nos ha recordado con citas de Austen y Balzac, el capital, en los siglos XVIII y XIX, gozaba de altas tasas de retorno al capital (5%) mientras que las economías  estaban  estancadas. Grecia ha perdido un tercio de su economía, pero al mismo tiempo se han conseguido enormes ganancias. El capitalismo no está funcionando bien en términos de acumulación agregada, pero los cambios institucionales bajo los dictados de la Troika amplían el reino del  D-M-D.
¿Cómo puede continuar la acumulación del capital sin crecimiento? En primer lugar, sabemos que el volumen del capital no solo  aumenta por  la producción de plusvalías, sino también por la desposesión  y la redistribución desde el  trabajo hacia el capital (austeridad, etc). Así, el capital puede crecer sin haber crecimiento económico, al menos hasta llegar el límite en que el trabajo cubra únicamente las necesidades básicas de subsistencia, punto muy alejado de aquel en que se encuentran las economías más desarrolladas.
En segundo lugar, incluso si la acumulación agregada de capital  está funcionando mal  y disminuye, una parte de los capitalistas van a seguir invirtiendo dinero y ganando más dinero (beneficios). Aunque algunos de ellos verán reducidos sus beneficios, otros podrán aumentarlos. Los capitales individuales, impulsados por la competencia, tratan siempre de obtener beneficios como nos dice Marx; pero esto no significa que siempre lo logren. Es perfectamente plausible que en una economía estancada o en recesión, existan muchos capitales individuales que continúen haciendo sus beneficios.
Lo que está sucediendo en Grecia es una mezcla de estas dos cosas. La acumulación de capital continúa en crecimiento negativo. La austeridad y las privatizaciones redistribuyen el valor a favor del capital y, mientras que los oligarcas y algunos capitalistas que han logrado sobrevivir aumentan sus beneficios, muchos otros han visto cómo sus beneficios se han reducido o bien han quebrado.
Cuando afirmo que un capitalismo sin crecimiento o en declive es plausible, no estoy lavando la cara ideológicamente al capitalismo ni tampoco estoy diciendo que un decrecimiento sostenible sea compatible con el capitalismo. Mi punto de vista es que no hay ninguna ley ‘intrínseca’ que demuestre que el capitalismo o bien genera crecimiento o bien colapsa si no lo consigue. Un capitalismo sin crecimiento es posible, y es un capitalismo de rostro cruel y, de hecho, es cómo ha sido en muchos períodos y lugares: quiebras, desempleo, reducción de los niveles de vida, bienes comunes privatizados, desahucios y desigualdad creciente.
¿Hasta cuándo una economía capitalista puede soportar una ‘Gran Depresión’ al estilo griego antes de que colapse y se convierta en alguna otra cosa mejor o peor? Probablemente una situación de depresión no puede prolongarse  indefinidamente, pero no hay ninguna «ley» económica que sugiera que el capitalismo va a llegar a su fin de forma natural, independientemente del impacto que puedan tener las luchas en favor de su transformación. El reconocimiento de una «ley» por sí sola, no nos dice mucho sobre la dirección y las características de esta transformación.
En conclusión, no hay ningún imperativo del crecimiento bajo del capitalismo en abstracto, sino sólo en un sentido muy concreto: sin crecimiento el capitalismo se vuelve inestable política y socialmente. El crecimiento desactiva los conflictos distributivos y hace más fácil la vida de los capitalistas. Es por esta razón  que es difícil imaginar naciones donde los poderosos intereses capitalistas reinen aceptando voluntariamente el decrecimiento o un estado estacionario. El crecimiento como objetivo es un imperativo del capitalismo, pero no su realización. Pero a medida que el crecimiento se vuelva más y más difícil de conseguir y el estancamiento se convierta en la nueva norma, se hace más verosímil la aparición de un contra-movimiento, la «revolución social y ecológica por el…. proletariado ambiental» que Foster propugna.
Traduccion del Inglés: Neus Casajuana

¿Qué modelo no productivista?

Article publicat a  Viento Sur

¿Qué modelo no productivista? Por Michel Husson Esta contribución1 aborda varios puntos unidos por un hilo conductor: en torno a la imprecisa noción de anti-productivismo, hay una misma lógica anticapitalista que debe permitir combinar la cuestión social y la cuestión medioambiental. Hubo un tiempo en que el movimiento obrero era productivista. Por poner sólo un ejemplo, el “contra-plan” del PSU2 de 1964 criticaba al plan gubernamental por programar sólo un crecimiento del 5% anual. Hoy día, muchos sectores de la izquierda reflexionan sobre la posibilidad de un modelo no productivista, a veces denominado ecosocialismo. Esta evolución se explica por diversos factores que aquí sólo vamos a recordar: las crisis petroleras de los años 70, la toma de conciencia del desafío climático, la perspectiva de un estancamiento secular, etc. Y recoge también los elementos de una crítica de la sociedad de consumo, ya presentes en los años 70.

 Capitalismo y socialismo: dos lógicas diferentes

 Puede que no sea inútil recordar brevemente que, en abstracto, hay dos modos de organización económica y social. En lo que se refiere al capitalismo, las cosas están claras: su programa consiste en conseguir el máximo de beneficio permitido por la demanda social efectiva. Esto quiere decir que los capitalistas sólo venden sus mercancías a condición de que tengan un valor de uso, esto es que respondan a una demanda social, aunque evidentemente una demanda efectiva, dotada del correspondiente poder de compra. La “micro-economía” pretende demostrar que el encuentro entre los comportamientos de los “productores” (que maximizan su beneficio) y de los “consumidores” (que maximizan su “utilidad”) conduce a un óptimo, siempre que diversas rigideces no obstaculicen su realización. Este atentado ideológico tiene la función de simetrizar los objetivos y las presiones, pero también la de negar la posibilidad misma de otra organización social, el socialismo, cuyo programa sería en cambio maximizar el bienestar social permitido por los recursos movilizables, conduciendo a resultados completamente diferentes. Estos recursos son el trabajo humano (y los productos de este trabajo humano), pero también la naturaleza. El trabajo y la naturaleza son, en expresión de Marx, el “padre” y la “madre” de toda creación de valores de uso, o dicho de otra manera, de “riqueza material”3 . Esto quiere decir también que la “ecología social” que trata de la condición del trabajador y la ecología a secas intervienen con la misma importancia, en tanto condiciones en la definición del óptimo social, y estas condiciones dan lugar a arbitrajes que son fruto de la deliberación democrática. El capitalismo y el socialismo hacer jugar por tanto un papel diferente a los fines y a los medios. En el capitalismo, las decisiones privadas dominan sobre las elecciones sociales. Y las formas de cálculo económico de estos dos sistemas sociales no tienen el mismo criterio de eficacia. El capitalismo mide la eficacia por el beneficio, mientras que el criterio del socialismo es el bienestar social, ponderado por el respeto da los derechos humanos y las obligaciones ambientales. Hay por tanto dos cálculos económicos posibles y dos criterios de eficacia. Por poner un ejemplo concreto, los medicamentos, el criterio capitalista es maximizar el rendimiento de las inversiones de los grupos farmaceúticos, mientras que el criterio socialista consiste en maximizar el número de pacientes tratados. Se puede comprobar fácilmente que la aplicación de uno u otro de estos criterios no conduce al mismo “efecto útil”4 . Estas consideraciones5 permiten clarificar el debate contemporáneo sobre los nuevos indicadores de riqueza. Demostrar que el PIB no mide el bienestar o la felicidad puede ser útil para la crítica del capitalismo productivista, pero es descubrir la pólvora. El PIB corresponde a la lógica del capitalismo, y es por tanto un instrumento adecuado para su estudio. Rechazarlo es tan absurdo como rechazar la observación de la tasa de beneficio porque se obtiene a costa de los asalariados (¿habría que dejar de hablar también de la dureza del trabajo?). Construir indicadores cualitativos, multidimensionales o sintéticos para medir el bienestar es desde luego necesario, aunque ya disponemos, por ejemplo, del indicador de desarrollo humano del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), o en materia de pobreza, desigualdades, acceso a la salud, etc. ¿Bastaría con cambiar el instrumento de medida para que la máquina funcionase de otra manera? Sugerirlo es dar importancia al bluff de Sarkozy cuando declaró que “no cambiaremos nuestros comportamientos si no cambiamos la medida de nuestros resultados” 6 . Pero lo más grave es que esta reflexión sobre los indicadores lleva a propuestas contraproductivas. Habría que corregir, por ejemplo, el PIB y calcular un PIN (Producto Interior Neto) obtenido descontando la “usura del capital natural”. Esto supone dar un precio a lo que no lo tiene, y conduce a monstruosidades como ese estudio, entre tantos otros, que evaluaba en “970 euros, por hectárea y año, el valor medio a conceder a los ecosistemas forestales metropolitanos” 7 . Pretender corregir de esta manera el PIB, intentando evaluar el equivalente monetario de las actividades no mercantiles o, peor aún, de los recursos naturales y sus “servicios”, es un contrasentido total, puesto que se trata precisamente de distinguir el bienestar (valor de uso) de la producción de mercancías (valor de cambio) 8 .

Las respuestas capitalistas al desafio medioambiental

 Antes de la toma de conciencia del riesgo climático, la economía dominante concebía el proceso de producción como la combinación de dos factores: el capital y el trabajo. Se consideraban estos dos factores como intrínsecamente sustituibles, en el sentido de que se podía reemplazar a uno por otro en función de sus precios relativos. La energía no intervenía directamente en esta representación, o sólo por medio de las inversiones requeridas. Era tanto como olvidar que el crecimiento del PIB mundial ha ido acompañado de un crecimiento igualmente considerable del consumo de energía desde mediados del siglo XIX. El siguiente gráfico muestra cómo el PIB mundial se ha multiplicado por 50 entre 1860 y 2008, y el consumo de energía por 18 en el mismo período. La relación entre estas dos cifras muestra sin embargo que la intensidad energética (el gasto de energía por unidad de PIB) ha disminuido de forma constante. El desarrollo del capitalismo se ha basado por tanto en la disponibilidad de fuentes de energía poco costosas, aunque se ha esforzado también en hacer bajar el coste y en reducir el uso.

El aumento del precio del petróleo y la necesidad de tener en cuenta la cuestión medioambiental llevaron a la economía dominante (denominada neoclásica) a completar estos esquemas teóricos introduciendo un tercer factor de producción –la energía– junto al capital y el trabajo. Pero ha conservado en lo fundamental la misma hipótesis de “sustituibilidad” entre estos tres factores. Esto lleva a postular que basta con aumentar el precio de la energía para reducir su uso, al igual que bastaría, según los economistas neoliberales, con bajar el coste del trabajo para crear empleos. Por eso, la economía dominante preconiza esencialmente soluciones mercantiles: ecotasa y mercado de derechos de emisión. No obstante, hay que hacer aquí de abogado del diablo y decir que estos mecanismos no deben ser sistemáticamente rechazados. Aumentar el coste de la energía no es irracional: ¡basta con imaginar lo que ocurriría si fuese nulo! Y el alza del precio del petróleo ha incitado a reducir su uso. En cuanto al mercado de derechos de emisión, su principio puede ser descrito como un sustituto de la planificación, en la medida en que tiene que repartir el esfuerzo de reducción de las emisiones de gas de efecto invernadero en función de las propiedades tecnológicas de cada proceso de producción. Pero estos dos enfoques no están a la altura de los retos y chocan con la lógica capitalista. Los derechos de emisión han dado lugar a una especulación financiera que ha hecho bajar el precio del carbono a un nivel que hace ineficaz el mecanismo. En cuanto a los proyectos de ecotasa, chocan con resistencias sociales, porque sus modalidades de puesta en marcha hacen recaer la carga sobre el salario socializado más que sobre el beneficio de las empresas. El único ejemplo de éxito es el tratamiento de los gases CFC (clorofuorocarburos) destructores de la capa de ozono. El protocolo de Montreal de 1987 ha conducido al abandono casi completo de su utilización veinte años más tarde. Es verdad que han sido sustituidos por los gases HCFC (hidroclorofluorocarburos), menos nefastos, pero el balance muestra la eficacia de las normas cuantificadas, o dicho de otra manera el boceto de una planificación.

La amplitud de los desafíos: ¿objetivos fuera de alcance?

En su último informe, el GIEC (Grupo de expertos intergubernamental sobre la evolución del clima) fija el objetivo de un recalentamento que no supere los 2ºC a final de siglo (respecto a los niveles preindustriales), lo que implica que la concentración de gases de efecto invernadero no supere los 450 ppm en equivalente-CO2. Los escenarios para alcanzar este objetivo “son caracterizados por una reducción de las emisiones mundiales de gas de efecto invernadero de 40% a 70% en 2050 con respecto a 2010 y niveles de emisiones próximos a cero en 2100”9 . ¿Cuál es la tasa de crecimiento del PIB mundial compatible con la necesaria baja de emisiones de CO2? Para aclarar esta cuestión, partimos de la definición de la intensidad-CO2 (ICO) que mide la cantidad de CO2 emitida por unidad de PIB mundial. El PIB compatible con un objetivo de emisiones se dedude del objetivo de reducción de las emisiones y de la hipótesis hecha sobre el descenso de la intensidad-CO2 10. Para simplificar (dejando de lado los otros gases de efecto invernadero: metano y protóxido de nitrógeno), el GIEC fija como objetivo mínimo dividir por dos las emisiones de CO2 en el horizonte 2050. Se puede construir una tabla que ofrece el crecimiento del PIB compatible con este objetivo para diferentes hipótesis sobre el ritmo de reducción de la intensidad-CO2 (gráfico 2).

Gráfico 2 Emisiones de CO2 y PIB compatible


El punto A corresponde a la hipótesis de que el ritmo de reducción de la intensidad-CO2 es, de aquí a 2050, el mismo que el observado durante las dos últimas décadas, o sea -1,7% anual. El objetivo de dividir por dos d las emisiones de CO2 implica que el PIB mundial deje de crecer de aquí a 2050. El punto B corresponde a la hipótesis de que el ritmo de reducción de la intensidad-CO2 pasa al 3% anual. En este caso, el crecimiento del PIB mundial compatible es de 1,3% anual, o sea una ralentización muy marcada respecto a las últimas décadas. Este mismo instrumento permite evaluar los resultados del último informe del GIEC, muy poco discutidos desde este ángulo. Lo menos que se puede decir es que son paliativos. El escenario medio propuesto por el GIEC implicaría una ralentización del crecimiento del consumo de sólo un 0,06% anual. Dicho de otra manera, si el crecimiento del consumo de referencia es del 2% anual, será de 1,94% anual con reducción de las emisiones11. Se puede asimilar aquí consumo y PIB y volver a la tabla climática (gráfico 2). Demuestra que el escenario medio del GIEC postula un descenso de la intensidad-CO2 a un ritmo más que el doble respecto al de las dos últimas décadas. Este ejercicio, aunque muy simplificado, permite dejar claras las hipótesis implícitas de los escenarios del GIEC12. Dicho de otra manera, el GIEC postula que en los próximos 40 años, el contenido en CO2 de una unidad de PIB podría ser dividida por más de cuatro. Este resultado sólo podría ser alcanzado por el juego combinado de muchos factores –tecnológicos y sociales– que se pueden clasificar en dos grandes categorías: los que reducen el contenido en energía del PIB, los que privilegian las energías más “limpias”. Es legítimo preguntarse si se puede alcanzar un objetivo tan ambicioso, y esta cuestión nos lleva a discutir sobre las soluciones peligrosas o insuficientes.

Las soluciones a evitar

 En primer lugar está la población. Según la ONU, la población mundial debería pasar de 7,3 mil millones en 2015 a 9,7 mil millones en 205013, o sea un crecimiento anual medio de 0,8%, a descontar por tanto del crecimiento del PIB para obtener el de PIB per capita. Permanecieendo igual todo lo demás, el crecimiento de la población contribuiría al aumento del consumo de energía y por tanto de las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto llevó a una corriente neo-malthusiana a hacer de la población una variable de ajuste. Pero, a menos que caigamos en soluciones bárbaras, hay que actuar sobre los factores sociales que aceleran la transición demográfica haciendo descender la tasa de fecundidad: reducción de las desigualdades, y sobre todo la condición social de las mujeres14 . Esto es en líneas generales lo que modeliza el escenario base de la ONU, que ofrece una progresión de la población mundial de 0,5% en lugar de 0,8% entre 2015 y 2050, es decir, mil millones de seres humanos “menos” en 2050. Otra vía a examinar de manera crítica es el “decrecimiento”. El peligro que presenta esta ideología se encuentra sin duda en un viejo artículo de Serge Latouche15 , donde afirmaba que “mantener o, peor aún, introducir la lógica del crecimiento en el Sur con el pretexto de salir de la miseria creada por este mismo crecimiento, sólo puede occidentalizarlo un poco más”. Y cuando JeanMarie Harribey16 afirmaba el derecho de los pobres “a un tiempo de crecimiento para construir escuelas, hospitales, redes de agua potable y alcanzar una autonomía alimenticia”, Latouche replicaba que “en esta propuesta que parte de un buen sentimiento hay un etnocentrismo vulgar que es precisamente el del desarrollo”. Y llega a preguntarse si las escuelas y los hospitales son “las buenas instituciones para introducir y defender la cultura y la salud”. Ciertamente, como dice el propio Latouche, el decrecimiento es un “slogan” y esta corriente de pensamiento no está unificada. Si se trata de cuestionar la huida hacia delante en el crecimiento y el sobreconsumo, es posible una amplia convergencia. En cambio, hay que rechazar las asimilaciones, o incluso amalgamas, entre crecimiento y búsqueda de un nivel de vida decente, entre análisis económico y “economicismo”, entre desarrollo y etnocentrismo. Lo más importante es que muchos de los defensores del decrecimiento no plantean nunca la cuestión de las estructuras sociales que engendran la carrera al productivismo y, en consecuencia, se expresan en forma de exhortaciones culpabilizadoras. Otros, en cambio, se comprometen en luchas económicas y sociales portadoras de alternativas concretas. Haría falta aquí largos desarrollos sobre una imprescindible teoría de las necesidades, por lo que nos limitaremos a emitir de forma muy resumida dos hipótesis. La primera es que existe una definición universal de las necesidades, que podría calificarse de humanista, que pueden agruparse, como lo hace Ian Gough, en dos grandes categorías: la salud y la autonomía17 . La segunda hipótesis, que puede calificarse de materialista, no hace más que retomar la célebre fórmula de que “la existencia determina la conciencia”. Consiste en hacer la apuesta de que la modificación de las condiciones sociales de existencia pueda transformar las necesidades y los deseos de los individuos. Esta hipótesis se apoya, por ejemplo, en los trabajos de Richard Wilkinson18 , que establecen múltiples correlaciones entre las desigualdades sociales y el nivel de salud (definida en sentido amplio). Su mensaje es muy claro: la igualdad es la condición absoluta del bienestar social y de la verdadera libertad, definida como “el sentimiento de no ser menospreciado ni tratado como inferior”. Y la naturaleza humana no estaría condenada a la codicia, sino que oscilaría entre dos aspiraciones contradictorias –ccoperación y dominación– en una “combinación” específica en cada sociedad. Hay que superar por tanto la crítica subjetivista del hiperconsumo y cierta manera de revertirlo. Como escribe de manera cáustica Richard Smith19 sobre el Worldwatch Institute: “Piensan que es la cultura consumista la que empuja a las empresas a la sobreproducción. Su solución es por tanto transformar la cultura, haciendo que la gente lea sus informes y se reeduquen para que comprendan la locura del consumo y se decidan a renunciar al consumo inútil – sin transformación de la propia economía. Pero no es la cultura la que determina la economía, es ante todo la economía la que determina la cultura”.

Los límites del capitalismo verde 

“Un capitalismo estacionario es una contradicción en los términos”. Se suele recordar con frecuencia esta cita de Schumpeter20, el teórico de la “destrucción creadora”, y con razón. La competencia entre capitales individuales pasa en efecto por la acumulación, la búsqueda incesante de mejoras de productividad, la lucha por ganar partes de mercado, la rotación acelerada del capital, la obsolescencia de los bienes producidos. Hoy día ocurre a escala planetaria y escapa a cualquier intento de regulación real. La búsqueda del beneficio es el fundamento de esta dinámica, traducida en la necesidad de producir siempre más. Esta lógica tiene varias consecuencias en materia energética. Ya se ha visto que el crecimiento capitalista está directamente asociado a un consumo creciente de energía. Pero también lo está la tasa de beneficio, y se puede mostrar (en el caso de Francia) un estrecho vínculo entre las fluctuaciones de la tasa de ganancia y el coste del consumo de energía (gráfico 3). En fin, la competencia tiene como efecto suprimir las “buenas prácticas” en materia ecológica, así como en el ámbito social.

Gráfico 3 Tasa de ganancia y consumo de energía. Francia 1960-2014



 El “capitalismo verde” puede ciertamente apoderarse de algunos sectores, a condición de que sean rentables, pero es globalmente incompatible con una transición energética generalizada que conduciría, más allá de cierto umbral, a una baja de rentabilidad. Y su extensión está además limitada por las políticas neoliberales que pretenden reducir la intervención pública que podría dar solvencia a algunas inversiones verdes. Por todas estas razones, el “capitalismo verde” es un oximorón, como lo demuestra Daniel Tanuro en su obra de referencia22.

Los dilemas de reparto 

El problema más difícil es sin duda el reparto de las mutaciones necesarias entre los países avanzados y el resto del mundo. Las proyecciones disponibles muestran que la mayor parte de las emisiones futuras procederán de los países llamados emergentes o en desarrollo. ¿Hay que deducir de ello que los países del Sur deberán realizar los esfuerzos más importantes? Algunos nos explican que si los países en desarrollo adaptasen el modelo “productivista” y energívoro de los países del Norte, estaría asegurada la catástrofe climática. No es falso, pero de ahí se pueden sacar conclusiones diametralmente opuestas. En la versión más fundamentalista del decrecimiento a lo Latouche, los países del Sur deberían renunciar a “tener” y contentarse con “ser”, que es toda su riqueza. Los neo-malthusianos más reaccionarios llaman implícitamente a una forma de eugenesia planetaria: que los pobres se mueran de hambre por la sequía, engullidos por el ascenso de los océanos o se entrematen por el acceso a las tierras cultivables o al agua, y así tendríamos una parte de la solución. Estas posiciones extremas pocas veces se explicitan, pero reflejan una realidad: los más vulnerables a los desarreglos climáticos son los pobres. Pero esta lógica olvida varias cosas. Por definición, la mayor parte de los gases de efecto invernadero ya acumulados en la atmósfera ha sido emitida por los países industrializados, y las emisiones por habitante siguen siendo hoy mucho más elevadas en los países avanzados. Además, una parte de las emisiones de los países emergentes corresponde a la producción de bienes que serán consumidos en los países avanzados. Esta constatación es la base del enfrentamiento entre China y los Estados Unidos y estará en el centro de la COP21, la próxima conferencia sobre el clima. Los países industrializados tienen por tanto una deuda ecológica con el resto del mundo. No es el tipo de deuda que pueda ser anulada o “reestructurada”, sino que debe ser pagada, y la única salida racional que puede imaginarse pasa por transferencias e inversiones tecnológicas del Norte hacia el Sur, que permitan conciliar los objetivos de reducción de emisiones y el derecho al desarrollo de los países más pobres. Una forma de ilustrar esta enorme dificultad es reflexionar sobre las implicaciones de la demanda planteada con ocasión de la COP21: “los gobiernos deben poner un plazo a las subvenciones asignadas a la industria fósil y congelar su extracción, renunciando a explotar el 80% de todas las reservas de carburante fósil”23. Es un objetivo perfectamente coherente con los objetivos del GIEC. Pero su implementación táctica plantea un problema de distribución de esta regla en el conjunto del planeta, porque las reservas en cuestión están desigualmente repartidas, como lo muestra el siguiente cuadro:
 

Aparece otro dilema si se considera el reparto de las emisiones según categorías sociales. Disponemos para ello de un estudio muy detallado que examina la relación entre emisiones de gases de efecto invernadero y niveles de renta25 . Se refiere al Reino Unido en 2006 y su interés está en que no sólo tiene en cuenta las emisiones directas (por ejemplo, la calefacción de las viviendas o el carburante de automóviles) sino también las emisiones indirectas (a través de los bienes consumidos, los transportes públicos, etc.). El volumen de emisión aumenta con la renta. En cambio, el peso del consumo de energía según la renta, medido por un índice de 100 en el valor medio, varía en sentido inverso a la renta: equivale a 200 para los 10% más pobres, mientras que sólo es de 50 para los 10% más ricos (gráfico 4).

Este resultado es esencial, porque subraya que todo aumento del precio de la energía –una tasa carbono, por ejemplo– golpearía de manera socialmente injusta a los hogares con rentas más débiles. Es preciso por tanto que cualquier medida de este tipo vaya acompañada de dispositivos que corrijan este sesgo antisocial en forma de pagos compensatorios, o de modulación de las tarifas.

El modelo no productivista es un anticapitalismo 

Más que presentar un “programa” acabado26 , lo que supera con mucho el objetivo de esta contribución, se quiere mostrar aquí cómo las pistas alternativas chocan con la lógica capitalista, según una serie de oposiciones resumidas en el adjunto Cuadro 2 (la lista no es exhaustiva ni está forzosamente ordenada).

Cuadro 2 

No productivismo vs. capitalismo 

Queda excluído por tanto imaginar un modelo no productivista compatible con los retos medioambientales, sin poner en cuestión los principios de funcionamiento del capitalismo. Hay que completar esta conclusión con la constatación de que no hay diferencia fundamental entre la manera de tratar la cuestión social y la cuestión ecológica. Los parámetros son los mismos: ya se trate de garantizar a todos condiciones de trabajo y existencia decentes, o de asegurar la supervivencia del planeta, hace falta, en ambos casos, que los capitalistas sean desposeidos de su poder de imponer sus decisiones privadas y que se ponga en marcha una planificación coordinada a escala planetaria. En esta similitud se basa la perspectiva de un ecosocialismo y define un objetivo práctico: la convergencia entre las luchas sociales y ambientales. El único obstáculo reside en horizontes diferentes y se manifiesta por ejemplo por la contradicción entre la defensa inmediata del empleo y el combate contra los riesgos ambientales. Para superar esta contradicción, hacen falta esfuerzos de convencimiento y de debate, pero sin duda también –y desgraciadamente– la multiplicación de los desastres ambientales que vendrán a acelerar esta necesaria convergencia. Es un proceso que, al parecer, ya está en marcha en China27 .

 NOTAS

 1. Recoge una exposición hecha el 23 de agosto en la Universidad de verano de “Ensemble”, una componente del Frente de Izquierda francés.
 2. Le contra-plan du PSU, 1964.
 3. Karl Marx: “El trabajo no es por tanto la única fuente de los valores de uso que produce, de la riqueza material. Como dijo Petty, tiene por padre el trabajo y por madre la tierra”, El Capital, Libro I, Cap. 1. La fórmula de Petty es: “El trabajo es el Padre y el principio activo de la riqueza, como la tierra es la Madre”, William Petty, A Treatise Of Taxes and Contributions, 1667.
 4. La expresión es de Engels: “[La sociedad] tendrá que confeccionar el plan de producción según los medios de producción, de los que forman especialmente parte las fuerzas de trabajo. A fin de cuentas, los efectos útiles de los diversos objetos de uso, medidos entre ellos y en relación a las cantidades de trabajo necesario para su producción, determinarán el plan”. AntiDühring.
 5. Michel Husson, “L’hypothèse socialiste”, en Stathis Kouvelakis (dir.) “Y a-t-il une vie après le capitalisme?”, Le Temps des Cerises, 2008; Le capitalisme en 10 leçons, La Découverte. 2012, cap.4. 6. En su discurso en la Sorbonne en la presentación del informe Stiglitz-Sen-Fitoussi sobre la medida de los resultados económicos y del progreso social, Paris, 14/09/2009.
7. Centre d’analyse stratégique, Approche économique de la biodiversité et des services liés aux écosystèmes, 2009.
 8. Ver Jean-Marie Harribey, “La nature, les écosystèmes peuvent-ils résister à leur financiarisation?”, junio 2015; y su libro: La richesse, la valeur et l’inestimable, Paris, Les Liens que libèrent, 2013.
9. IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), Climate Change 2014, Synthesis Report. Summary for Policymakers.
10. Para una presentación más detallada, ver: Michel Husson: “Un abaque climatique”, note hussonet nº 89, 20/08/2015.
 11. idem, p. 24: “if the reduction is 0.06 porcentage ponts per year due to mitigation, and baseline growth is 2.0 % per year, then yhe growth rate with mitigation would be 1.94% per year”.
12. Son más bien estimaciones mínimas, porque el ejercicio sólo tiene en cuenta el CO2. Ahora bien, los objetivos del último informe del GIEC afectan al conjunto de gases de efecto invernadero (descenso de 40% a 70% entre 2010 y 2015), mientras que el informe anterior cifraba sólo las reducciones de emisiones de CO2 (de 50% a 85%).
 13. Es el escenario medio. El escenario “bajo” contempla 8.7 mil millones en 2050, y el escenario “alto” 10,8 mil millones. Fuente: Naciones Unidas, División Población, 2015 Revision of World Population Prospects. 14. Para un argumentario que ya ha quedado antiguo, ver: Michel Husson, “Une seule solution, la population?”, Alternatives Economiques, nº fuera serie “Le développement durable”. 2005. 15. Serge Latouche, “Et la décroissance sauvera le Sud…”, Le Monde Diplomatique, noviembre 2004. 16. Jean-Marie Harribey, “Développement durable: le gran écart”, L’Humanité, 15/06/2004. 17. Ian Gough, “Climate change and sustainable welfare: the centrality of human needs”, Cambridge Journal of Economics, 2015. 18. Richard Wilkinson, “L’égalité c’est la santé”, Demopolis 2010; ver también, con Kate Pickett: The Spirit Level. Why Greater Equality Makes Societies Stronger, Bloomsbury Press, New York 2009. 19. Richard Smith, “Green Capitalism: The God That Failed”, Truthout, 9/1/2014. 20. Joseph A. Schumpeter, “Capitalism in the Postwar World”, en R. Clemence (ed.), Essays of J.A. Schumpeter, 1951. 21. Pierre Villa, Un siècle de données macro-économiques, Insee Résultats, nº 303-304, 1994. 22. Daniel Tanuro, L’impossible capitalisme vert. Les Empêcheurs de penser en rond/La découverte, 2010. Se encuentra aquí una entrevista con el autor que presenta las principales tesis de su libro; y en esa web, sus recientes contribuciones. Ver también su análisis de los retos de la COP21: “cumbre provisional de la mentira, del negocio y del crimen climáticos”, en la web del NPA, 2/09/2015. 23. Ver el llamamiento internacional “Por una insurrección climática”, agosto 2015. 24. Fuente: Christophe McGlade y Paul Ekins, “The geographical distribution of f

Quiero mandarle 600 euros a Ana Botín

Article publicat a  Público 
Publicado:  15.12.2014 19:13 
 

Luis Fernando Medina Sierra
Doctor en Economía por la Universidad de Stanford e Investigador del Instituto Carlos III-Juan March de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III

Soy socialista. De los de viejo cuño, es decir, de los que quieren «construir el socialismo». Hace años estoy pensando en cómo destruir el capitalismo. No domesticarlo, no reducir las desigualdades con un poquito de gasto público, no subirle los impuestos a los ricos ni nada de esas cosas. Destruirlo. Y ahora tengo un plan para lograrlo. ¿El primer paso? Mandarle 600 euros a Ana Botín. Suena raro pero déjenme explicarles.

En estos días se ha puesto en el centro del debate dentro de la izquierda el tema de la renta básica universal. El tema surgió de la entraña de Podemos, generó alarma en el resto de la sociedad y recientemente dicha formación ha empezado a retroceder insinuando que, en lugar de la renta básica, va a proponer una renta de inserción para personas pobres.

La renta de inserción suena progre. Suena a querer ayudar a los excluidos del sistema. En cambio la renta básica universal suena a, ¡horror de horrores!, populismo, a regalarle dinero a todo el mundo. Y como ahora nadie es populista (yo tampoco, por cierto), resulta que todos ponen el grito en el cielo. La derecha no quiere regalarle dinero a los pobres, la izquierda no quiere regalarle dinero a los ricos. Entiendo la posición de la derecha. Mientras más dinero se le regale a los pobres, menos dinero se le puede regalar a los ricos en rescates bancarios, protección de paraísos fiscales y cosas de esas. Pero en cambio no entiendo la posición de la izquierda. Insisto, si de verdad queremos destruir el capitalismo, el primer paso es mandarle 600 euros a Ana Botín a través de un programa de renta básica universal. Universal. Para todo el mundo.
La derecha no quiere regalarle dinero
 a los pobres, la izquierda no quiere 
regalarle dinero a los ricos
¿Qué hay en un nombre? La palabra «renta» es técnicamente correcta en este caso. Pero parece que a algunos les evoca al rentista perezoso. De pronto deberíamos usar otro nombre como el que algunos proponen: dividendo ciudadano. Es decir, si los socialistas logramos adueñarnos de toda la riqueza de la sociedad, logramos declarar que todos los medios de producción, desde el primer banco hasta la última cafetería, son propiedad colectiva, el siguiente paso sería declarar que todos los ciudadanos tenemos derecho a cobrar dividendos sobre toda esa riqueza como lo hacen hoy en día los grandes accionistas. A un accionista de una empresa nadie le pregunta si está trabajando o no, si está buscando empleo o no, antes de pagarle sus dividendos. Se le pagan y ya.

Pero, me dirán, ¿no sería mejor concentrar los recursos escasos en atender a los más pobres y excluidos mediante una renta de inserción? Hay tres razones en contra.

La primera es que con un sistema de renta básica universal Ana Botín y muchísimos más terminaríamos pagando en impuestos más que lo que recibimos con el famoso cheque. Tan es así que en muchos casos el resultado final simplemente sería un cruce de cuentas entre la renta básica y el IRPF para ahorrar gastos de gestión. Personas que estén devengando salarios altos no tendrían por qué enterarse de tales cheques. En últimas, no es que se le esté regalando dinero a los ricos. La renta básica es redistributiva.
Para que la renta básica sea sostenible es importante que
 no se vea sólo como un programa de asistencia  para 
pobres, sino  como un derecho de todos los ciudadanos

La segunda razón por la cual es preferible una renta básica universal a una renta de inserción es que, como dice el viejo aforismo de la política pública, los programas para pobres terminan siendo programas pobres. Aunque la renta básica es redistributiva, también tiene beneficios para las clases medias. Con un sistema de renta básica universal cualquier persona puede retirarse del mercado cuando lo desee y eso es algo que le sirve a todos, no solo a los pobres. Muchas personas, incluso en las clases medias, quisieran poder estudiar un nuevo oficio, trabajar en el sector sin ánimo de lucro, dedicarle más tiempo a un hijo en problemas o simplemente tomarse un descanso para recargar baterías pero, ante el colapso de la negociación laboral colectiva, estos privilegios están solo al alcance de unos pocos. Para que la renta básica sea sostenible a largo plazo es importante que no se vea únicamente como un programa de asistencia para pobres, sino como un derecho que todos los ciudadanos tienen, un derecho que cualquiera, por más laboralmente seguro que se sienta, puede llegar a necesitar.

En algunos sectores de izquierda la renta básica es vista con recelo porque no tiene la pátina obrerista de las luchas de generaciones pasadas. Parece demasiado liberal, de clase media. Pues sí. Es así. Por eso es una buena oportunidad para el socialismo. Por razones que tomaría mucho espacio discutir, los ejes en torno a los que se articulaba la clase obrera a mediados del siglo pasado se rompieron. Pero hasta ahora nadie me ha mostrado una hoja de ruta creíble para reconstruirlos. En el socialismo de hoy abunda la nostalgia, la reivindicación del pasado y cosas de esas que están muy bien (yo también de vez en cuando tarareo La Internacional), pero se necesita un plan para el futuro. El socialismo de verdad, el socialismo que nos ilusionó era eminentemente futurista, miraba hacia adelante. Y resulta que hoy en día, para avanzar hacia un nuevo tipo de sociedad es necesario contar con clases medias cuya experiencia social y cultural no tiene nada que ver con la del proletariado de hace 80 o incluso 40 años.

La tercera razón tiene que ver, paradójicamente, con la hostilidad misma que genera la propuesta. A muchos ciudadanos respetables la idea de la renta básica les ofende su sentido del honor. Ellos nunca aceptarían algo así. Ellos sí son trabajadores serios. Ellos sí son verdaderos pilares de la sociedad. Es gracias a gente como ellos que el mundo se sostiene. Es gracias a gente como ellos que unos cuantos vagos extremistas se pueden dar el lujo de proponer cosas como la renta básica. En los tiempos que corren esa hostilidad puede llegar a ser una energía política saludable. El capitalismo de nuestro tiempo, con su mezcla de globalización, financialización y privatización, vive de invitar a los ciudadanos a abandonar toda identidad colectiva, a retirarse de la esfera pública. Pero esta hostilidad es el comienzo de una identidad colectiva, es una incursión, tímida pero incursión al fin y al cabo, en la esfera pública. Es el momento en que las clases medias se ven a sí mismas no ya como simples piezas de un orden económico impersonal sino como soportes del mismo. Aunque al comienzo esto puede dar lugar a expresiones políticas reaccionarias, las cosas pueden cambiar en tiempos de crisis. De pronto mientras más claro tengan las clases medias que, en efecto, son ellas los pilares del actual sistema, son ellas las que hacen posible que el mundo sea el que es, más airada será su reacción cuando vean quiénes son los verdaderos beneficiarios de lo que ellas están sosteniendo.

Debates en torno al decrecimiento: por favor, toquemos tierra

Post publicat a    El Diario.es
 Última llamada

Es una lástima que “ecologistas” y “socialistas” no estemos todavía convergiendo en un discurso único y mucho más detallado sobre las soluciones económicas que proponemos.
Ni el socialismo puede ignorar los serios estudios físicos, ingenieriles y geológicos que se presentan desde los círculos ecologistas, ni podemos avanzar sin un discurso político elaborado, como el que posee el socialismo.
Socialismo y ecologismo deberían ser las dos patas con las que caminemos para conseguir una sociedad justa y además acorde con los límites del planeta.

La Junta inicia el estudio de las aportaciones públicas a la Ley de Movilidad Sostenible para su inclusión en el texto

La Junta inicia el estudio de las aportaciones públicas a la Ley de Movilidad Sostenible para su inclusión en el texto
En los últimos meses se ha generando un cierto debate entre economistas críticos y personas afines a las tesis del decrecimiento, que recientemente se ha visto reavivado con la publicación del Manifiesto Última Llamada. Este diálogo entre las posiciones “socialistas” -con su objetivo de justicia social-, y las “ecologistas” -con su preocupación por los límites del planeta- es, sin duda, uno de los retos intelectuales más necesarios en este principio de siglo. Sin embargo, da la impresión de que se está llegando a un callejón sin salida, puesto que las posiciones se vuelven cada vez más enconadas sin que se avance ni se aporten reflexiones valiosas.
Tengo la sensación de que en este debate buena parte de las discusiones son semánticas, pues cuando unos y otros hablan de energía, crecimiento o modelo productivo, no parece que entiendan siquiera las mismas cosas.  Creo que sería muy positivo que hiciéramos un esfuerzo por dejar de lado los términos generales y  bajar  a debatir aspectos concretos y, sobre todo, dar ejemplos específicos que nos permitan avanzar en el análisis de la realidad y las salidas a la crisis ecológico-económica.
Por ejemplo, ante la crisis energética que vivimos se habla de crecer económicamente a base de sustituir actividades intensivas en el uso de la energía por otras, lo cual es, obviamente, muy interesante. Sin embargo, esto que es obvio como generalidad, se vuelve una cuestión mucho más relativa cuando descendemos a los casos concretos.
Tomemos, por ejemplo, el caso del sector del automóvil. Actualmente el 4% del PIB español se está destinando a pagar las importaciones de petróleo. Para evitar esta sangría (que no tiene visos de mejorar debido al fenómeno del pico del petróleo) podemos pensar en varias opciones.
Podemos seguir con el modelo actual. Esto nos llevaría a que los ciudadanos destinasen cada vez un porcentaje mayor de su sueldo a comprar gasolina, con lo cual el consumo de otros bienes se detraería. También se venderían menos vehículos y es probable que disminuyeran los puestos de trabajo en la industria del automóvil. Muchas personas se verían marginadas al no poder tener un coche, ni tampoco otras alternativas.
Podemos, también, intentar la sustitución tecnológica, apostando por el vehículo eléctrico. Esto beneficiaría  a la industria del automóvil  y aumentaría la demanda de energía eléctrica, que podría ser renovable. Desgraciadamente los datos nos están diciendo que los vehículos eléctricos actualmente tienen prestaciones muy inferiores (15 veces menos acumulación de energía, lo que se traduce en mucha menor autonomía  y mala relación prestaciones/precio). Quizá dentro de unas décadas se descubra algo mejor pero, de momento, no tenemos esa opción y es inútil engañarse con fantasías. ¿Qué hacemos? ¿Subvencionamos los vehículos eléctricos a base de recortar en otras partidas como el transporte público? ¿Hacemos que los trabajadores empobrecidos paguen impuestos para los coches eléctricos de los más pudientes? Ya hemos subvencionado cada vehículo eléctrico con 5.500 euros y siguen sin venderse masivamente. Esta opción de cambiar un vehículo por otro y seguir creciendo  puede parecer muy atractiva, pero los datos tecnológicos nos muestran que es una vía muerta.
Tenemos otra opción, y es la que defendería el movimiento por el decrecimiento. Podemos cambiar el modelo de movilidad penalizando la compra de vehículos y fomentando el uso de la bicicleta. Esto permitiría que los ciudadanos tuvieran una forma de moverse barata y eficaz, especialmente atractiva para los menos pudientes, pero no hay que olvidar que se perderían puestos de trabajo en el sector del automóvil (más que en la primera opción). Por otra parte el dinero no destinado a gasolina se podría emplear en otros consumos que generarían otro tipo de puestos de trabajo.
¿Qué solución es mejor? Ninguna de ellas es buena y solamente podemos escoger la menos mala. Para ello tenemos que echar mano de los datos que nos permitan saber dónde están los límites tecnológicos y cuántos empleos se pierden en cada caso, y después discutir nuestras prioridades éticas.
Estos debates sobre aspectos concretos son los que deberíamos estar formulando ya. Deberíamos empezar a pensar qué hacemos con la industria del automóvil, la agricultura, la construcción, o el turismo, a la luz de la crisis energética.  Además, es imprescindible que la discusión se mueva dentro del conocimiento de la realidad tecnológica, porque el hecho de que los recursos naturales y la energía física son finitos no es cuestionable; y el estado de  la tecnología y sus posibilidades a corto plazo tampoco es discutible: es lo que hay. Es importante bajar a estos sectores concretos porque sólo así podemos ver si las restricciones energéticas y la falta de sustitución tecnológica van a hacer que los consumidores dejen de comprar coches, viviendas, viajes o clases de inglés,…o no.
En este sentido trabajos como los que Alfonso Sanz, Pilar Vega y Miguel Mateos acaban de presentar sobre las  cuentas ecológicas del transporte en España son vitales, porque nos permiten poner sobre la mesa los números de las variables físicas de un sector, que, además va a ser especialmente castigado por la crisis energética en esta misma década, como ponen de manifiesto nuestros estudios.  
Cada vez estoy más convencida de que los economistas ecológicos tienen razón cuando argumentan que tenemos que volver a medir la economía en términos de variables físicas como la energía, los puestos de trabajo, los kilos de minerales o los servicios prestados. Medir las cosas en unidades monetarias nos distrae y nos puede llevar a engaños. Ahora mismo, por ejemplo, el consumo de petróleo en España es un 23% menor que en 2007 y, sin embargo, el PIB español apenas ha caído, luego estamos generando el mismo PIB con menos energía. ¿Se debe a que tenemos una sociedad más capaz de generar actividad económica, empleo y bienestar con menos energía? No, en absoluto. Lo que estamos haciendo es cultivar la desigualdad: algunos siguen aumentando sus beneficios monetarios, pero muchos ciudadanos dejan de consumir porque no tienen ni siquiera lo necesario para calentar su casa. No es esa, desde luego, la eficiencia energética que queremos ni lo que defienden los partidarios del “decrecimiento”.
Es una lástima que “ecologistas” y “socialistas” no estemos todavía convergiendo en un discurso único y mucho más detallado sobre las soluciones económicas que proponemos.  Porque, si bien es interesante desarrollar experiencias colectivas que permitan vivir mejor con menos, como las que proponen los partidarios del decrecimiento, no es menos cierto que también hay que cambiar las relaciones de poder para que estos experimentos puedan convertirse en alternativas a gran escala.
Ni el socialismo puede ignorar los serios estudios físicos, ingenieriles y geológicos que se presentan desde los círculos ecologistas, ni podemos avanzar sin un discurso político elaborado, como el que posee el socialismo. Socialismo y ecologismo deberían ser las dos patas con las que caminemos para conseguir una sociedad justa y además acorde con los límites del planeta. Cualquier alternativa que sólo contemple uno de estos objetivos es ingenua y también indeseable.

Aportes de Navarro, Marcellesi y Turiel: Pensando la justicia socio-ecológica

Post publicat a  Ambientaliqual

Ambientaliqual

jueves, 13 de febrero de 2014

Aportes de Navarro, Marcellesi y Turiel: Pensando la justicia socio-ecológica

Después de unos meses alejado del blog, y ahora que tengo más tiempo para escribir, me gustaría resaltar algunos puntos que me parecen interesantes entorno a la discusión entre Vicenç Navarro y Florent Marcellesi (al cual se suman aportaciones muy interesantes como la de Antonio Turiel o Pedro Prieto) que refleja una pugna de relatos entre una izquierda que, partiendo de postulados propios de la izquierda tradicional, intenta ser ecológica y una ecología política que intenta ser de izquierdas sin quedar encuadrada en la línea de pensamiento socialista.

 La izquierda y la ecología

¿A qué me refiero con esa punga? A contraponer que es la escasez energética el detonante de la crisis, como afirma Florent Marcellesi[i] o que por el contrario son las relaciones de poder, la lucha de clases, el factor principal a analizar como afirma Vicenç Navarro[ii].

Esta es una discrepancia importante no porqué debamos establecer qué fue más importante sino porque revelan dos narrativas políticas totalmente distintas que, aunque en la práctica puedan ponerse de acuerdo en muchas decisiones, no analizan las sociedades de la misma forma. Decía Florent, en otro artículo muy interesante sobre ecología política, que: «Frente a los dos sistemas dominantes y antagónicos de los últimos siglos y ambos motor de la sociedad industrial, se afirma una tercera vía ecologista basada en el rechazo al productivismo fuera de la dicotomía capitalista-comunista, es decir, una nueva ideología diferenciada y no subordinada a ninguno de los dos bloques, con un objetivo claro: cambiar profundamente la sociedad»[iii].

Es decir, en un contexto de guerra fría, la ecología política (bebiendo del espíritu de mayo del sesenta y ocho) se conforma como un movimiento anticapitalista (o al menos antineoliberal) y antiestalinista Una posición que con el tiempo llevó a que el lema del Partido Verde Alemán durante su fundación en 1984 fuese «la ecología no está ni a la izquierda ni a la derecha, sino que va hacia delante». Es decir, de no reconocerse en ninguno de los dos bloques URSS-USA, la ecología pasó a no reconocerse en ninguno de los dos bandos (el socialista y el del capital).

Me gustaría aclarar que el término socialista lo utilizo en su concepción más amplia, como toda oposición a la supeditación del trabajo por el capital, y no como asimilación del concepto de socialismo a un determinado régimen político. En mi opinión, ahí reside uno de los desencuentros entre Florent y Vicenç y, en general, entre la izquierda socialista y la ecología política. La siguiente cita de Florent es bastante esclarecedora al respecto: «Dada la magnitud de la crisis ecológica y si se considera que la oposición entre capital y trabajo ya no es determinante sino que lo crucial es la cuestión de la orientación de la producción, postulo que el eje productivista/antiproductivista se convierta en un eje estructurante y autónomo. De hecho, desde una perspectiva ecologista fuerte, no supone diferencia apreciable quién posea los medios de producción, “si el proceso de producción en sí se basa en suprimir los presupuestos de su misma existencia”»[iv].

Es complicado ser marxista si se rompe la línea del tiempo, si (como afirmaba Gorz en Adiós al proletariado) el desarrollo de las fuerzas productivas no genera las bases materiales del socialismo. Y no lo generan no sólo porque sean «destructivas» con el medio ambiente, sino por qué no son neutras. La ciencia y la técnica han sido construidas bajo la lógica capitalista y por lo tanto su sola «apropiación» por la clase trabajadora no basta.

Pero este no es un problema nuevo en la tradición marxista, sino que redunda a favor de otras críticas hacia el sistema productivo. La crítica a la división del trabajo (y la consiguiente teoría de la enajenación) ya fue un buen ariete contra el sistema productivo industrial. Una crítica de carácter humanista que hoy se complementa perfectamente con los argumentos provenientes de la ecología.

Pero, no da lo mismo quien posea los medios de producción, incluso si estos han sido tomados antes de su transformación. Porque, ¿acaso Florent cree que Amancio Ortega tiene el mismo interés que él en que el sistema sea sostenible? ¿no puede aceptar el capital un cierto decrecimiento que les permita acumular por desposesión a las clases populares? Si los procesos mediante los cuales satisfacemos nuestras necesidades están privatizados y está aumentando su coste ¿no es importante replantear la propiedad de los medios?

Porque la propiedad establece algo muy importante: la finalidad del sistema productivo. Si la única finalidad de la propiedad privada es la acumulación de capital, es imposible acometer una reforma tan profunda en la estructura económica. Si la finalidad no es el lucro sino cubrir necesidades es cuando es posible replantear la estructura productiva, los criterios de productividad, de eficiencia, etc. Sin obviar que una gran parte de la producción capitalista no responde a necesidades básicas de la población mundial, sino que es producción superflua, redundante y dañina.

Decía Iñaki Valentín, en uno de los artículos de respuesta a Vicenç, que: «No se trata de quién controle la tarta (obviamente estamos de acuerdo en que eso no es baladí y por eso también nos sumamos a las huelgas y a cualquier avance en relación a la redistribución y la justicia social), sino de que la tarta tiene unos límites; unos límites biofísicos y unos límites propiamente económicos»[v].

El problema es precisamente quien reparte la tarta. Quién reparte la tarta, quien posee los medios de producción, es quien determina la estructura de estos (con el apoyo de los Estados). No se puede cambiar la estructura productiva sin replantear su propiedad, su finalidad y sus prioridades. Si el lucro es la finalidad, entonces la sostenibilidad y la equidad no podrán ser más que un «beneficio colateral».

No sólo la oposición capital-trabajo es determinante porque sea crucial en términos de justicia social, sino porque establece la pugna que Florent proponía como relevante: la productivista/antiproductivista.

En esto doy la razón a muchos ecologistas que ven en los discursos socialistas ciertas reminiscencias productivistas aun hoy. Pero lo cierto, es que más allá de que la ecología política tenga reparos en situarse con los socialistas en el eje izquierda-derecha, debe situarse en la dicotomía capital-trabajo. Es decir, con los de abajo o con los de arriba, plantear la ecología política no como una renuncia al socialismo sino como su superación: como la predisposición a plantar batalla contra el capital no sólo por sus implicaciones dentro de las fábricas (que también) sino por como el capital ha configurado el modelo social vigente.

Crecimientos y decrecimientos

Otra crítica interesante es la de Pedro Prieto[vi], pues plantea que el Estado del Bienestar que defiende Vicenç Navarro es a costa de la distribución desigual del consumo energético entre países (70/30, es decir  el 70% de los recursos son consumidos por el 30% de la población).

Pedro dice que arrebatando el poder a las élites lo único que hacemos es suprimir algunos consumos exageradamente altos, pero poco más. Pero, desarticulando a la élite dominante no sólo se suprimen sus excesos opulentos, sino que se elimina toda oposición al cambio necesario.

¿O es que alguien cree que están dispuestos a perder sus privilegios para que se inicie una transacción Norte-Sur de riqueza y recursos tecnológicos? Las elites dominantes perpetúan las desigualdades (no sólo las Norte-Sur, sino también las internas) pues son la base de su privilegio, ahí reside el núcleo de la cuestión. El poder económico y político son inseparables, no se puede arrebatar el uno sin el otro.

La democracia ha sido siempre un movimiento político expropiatorio, quita el poder a la minoría que lo acapara para repartirlo entre la mayoría. En la democratización del sistema productivo (que no es lo mismo que su estatalización) reside la lucha ecologista y la lucha socialista del siglo XXI.
Pero a parte de la lucha de clases, hay otra pugna de fondo entre Forent y Turiel por un lado y Navarro por el otro: ¿Debe decrecer el PIB para que estemos en un decrecimiento real?

Navarro afirma que: «se puede crecer económicamente produciendo prisiones y tanques […] Ser anticrecimiento, sin más, es una actitud que refleja un cierto inmovilismo que perjudicará a los más débiles de la sociedad como ya estamos viendo ahora, cuando las sociedades están decreciendo. La cuestión no es, pues, crecimiento o decrecimiento sino qué tipo de crecimiento, para qué y para quién […] Se tiene que exigir otro tipo de crecimiento, un crecimiento que responda a las necesidades humanas y no a la necesidad de acumular capital, pero esto es muy distinto a paralizar todo el crecimiento »[vii].

Esta es una discusión realmente controvertida. Claro, el debate es complicado porque en el sistema productivo actual cuando aumenta el PIB aumenta el consumo material y de energía (en mayor o menor proporción), pero podría no ser así. Podríamos reducir nuestra producción material y energética y aumentar la producción inmaterial (que sí, es cierto que consume un poco de energía y recursos, pero el balance sería claramente negativo en términos de consumo/PIB).

Cabe destacar que lo que se busca no es una reducción relativa sino absoluta de nuestro consumo material y energético (y de nuestras emisiones). Así pues cuando se habla «descarbonización» o «desmaterialización» de la economía debe hacerse en términos absolutos.

Antonio Turiel responde a Vicenç afirmando que «creo que el profesor se refiere al crecimiento de la satisfacción de las necesidades humanas, algunas de las cuales son materiales y otras son inmateriales […]no se puede defender que el crecimiento económico, en tanto que comporte una componente material, pueda ser indefinido. Lo que sí que tiene sentido por tanto es discutir cuándo se producirá el momento en el cual el crecimiento no puede proseguir»[viii].

El ser humano tiene necesidades fisiológicas (es decir, lo mínimo para sobrevivir) más una serie de necesidades «básicas» que determina cada sociedad, a partir de las cuales establece lo que se considera como pobreza (que no es lo mismo hoy que hace doscientos años, ni en Catalunya que en Somalia).

A parte, tenemos deseos, que a diferencia de las necesidades no tienen límites biológicos (uno no puede comer 100kg de pollo, pero sí que puede tener 100 millones de euros). Los deseos de riqueza, de poder, de vínculos sociales son infinitos y por lo tanto, si sus mecanismos de satisfacción son materiales, el crecimiento económico sería ilimitado.

José Antonio Medina clasifica los deseos en tres tipos: de carácter hedonista, de vínculo social y de ampliar las posibilidades de acción (es decir, de poder cambiar nuestro entorno)[ix]. En todas las sociedades sus individuos tenían deseos, pero los diferentes sistemas sociales reprimían el exceso de deseos y placeres individuales. En cambio, la sociedad capitalista (especialmente bajo la hegemonía neoliberal) organiza la vida sobre la excitación y el hedonismo constante.

No es sólo un problema económico-ecológico, es también un problema cultural. El deseo de consumo es el que nos integra como individuos normales en esta sociedad. La ofensiva de la cultura neoliberal ha dejado tras de sí sociedades individualistas, una cultura excesivamente egoísta,  consumista y una exaltación del hedonismo constante.

Ante eso es necesario recuperar una crítica a las necesidades, desarticular los mecanismos de insatisfacción del sistema capitalista. Decrecer implica decrecer en «deseos» también, en expectativas de consumo. No desear menos sino desear otras cosas, no materiales, vínculos sociales, culturales, etc.

El problema del PIB en última instancia es que Vicenç Navarro asume que va a crecer por el mero hecho de que la producción material será sustituida por una producción inmaterial, contabilizada y mercantilizada. Yo ahí discrepo, si se opera un cambio profundo en las estructuras productivas el PIB decrecerá (en especial en los países del Norte).

Al disminuir la producción material, deberá disminuir la jornada laboral. Será fuera del mundo del trabajo donde se producirán muchos de los bienes sustitutorios de esta producción material desaparecida (en forma de mayores vínculos sociales, mayor tiempo libre, proyectos vecinales, etc.). No tiene por qué ser producción mercantil. No tiene sentido que el profesor Navarro diga que «exigir que el mundo deje de crecer es equivalente a negar la posibilidad de mejorar», pues sólo deja una vía abierta a la mejora de las sociedades: el crecimiento económico mercantilizado.

Reductio adMalthus

Vicenç afirma que vincular el decrecimiento con la necesidad de reducir el PIB es malthusiano, porque implica que la población algún día llegará a su capacidad máxima y colapsará.

Pero eso solo es cierto si se asume que la única dimensión posible de crecimiento de la especie es material (es decir que sólo podemos mejorar en términos materiales o de número de individuos, que no es posible un progreso no-material).

Claro, Vicenç se queja de que dichos discursos, aunque se hagan con buena intención, sirven a intereses malthusianos. Obviamente los medios de comunicación pueden desvirtuar cualquier discurso, centrando el problema de los límites de recursos en la necesidad de practicar controles demográficos o exterminar a media población. Lo que el señor Navarro no ve es que sus discursos basados en «la infinitud de recursos» son fácilmente manipulables también por el sector «tecnoentusiasta» del laissez faire.

La tasa de retorno energético (TRE; es decir la relación entre la energía que nos proporciona una fuente y la energía que debemos gastar para conseguirla) ha disminuido de 100 unidades a 20[x] en el caso de los yacimientos de crudo. Es decir, queda menos petróleo y además es menos energético. Difícilmente se puede mantener una estructura social compleja con un TRE inferior a 10[xi]unidades, pues se deberían dedicar demasiados recursos para producir la energía necesaria.

Las energías renovables no nos podrán dar ni de lejos tanta energía como la que nuestro sistema productivo (que no nosotros) consume. Lo que no quiere decir que sobre gente en el mundo, sino que debe revisarse la estructura productiva.

Vicenç Navarro, en mi opinión, se equivoca al descartar el aumento del precio del petróleo como uno de los factores desencadenantes de la crisis del 2008 escudándose en que esto es una mera crisis más, en la enésima pugna entre capital-trabajo. La producción material y la producción de energía no dejan de ser dos caras de la misma moneda. La contradicción capital-trabajo escapa de la fábrica. Al privatizar los recursos naturales se proletariza al mundo. La contradicción capital-tierra y la contradicción capital-trabajo son indisociables la una de la otra.

Como dijo Marx: «La producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador»[xii].


Referencias

[[i]] Marcellesi, F. (09-10-2013). La crisis económzca es también una crisis ecológica. Público.
[[ii]] Navarro, V. (06-02-2014). Los errores de las tesis del decrecimiento económico. Público.
[[iii]] Marcellesi, F. (2008). Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde. Cuadernos Bakeaz(85).
[[iv]] Ibíd. p.10.
[[v]] Valentín, I. (20-10-2013). Una respuesta más a la crítica de Vicenç Navarro. Decrecimiento.info.
[[vi]] Prieto, P. (08-08-2014). De progresistas y biofísica económica. Crisis Energética: respuesta a los retos energéticos del siglo XXI.
[[vii]] Navarro, V. (29-08-2013). El movimiento ecologista y la defensa del decrecimiento. Público.
[[viii]] Turiel, A. (07-02-2014). Revista de prensa: Vicenç Navarro en Dominio Público, 6 de Febrero de 2014. The Oil Crash (crashoil.blogspot.com).
[[ix]] Marina, J. A. (2007). Los arquitectos del deseo.Ed. Anagrama.
[[x]]Turiel, A. (s.f.). Tasa de Retorno Energética y progreso tecnológico. The oil crash (crashoil.blogspot.com).
[[xi]] Turiel, A. (05-06-2010). El EROEI de diversas sociedades históricas. The Oil Crash (crashoil.blogspot.com).

[[xii]] Marx, K. (2003). El capital: crítica de la economía política (Tomo I). Siglo XXI editores (p.613).

El Sr. V. Navarro es nega a acceptar l’evidència que el planeta és finit

Antonio Turiel respon a l’article de V. Navarro que fa una crítica al Decreixement des de la superficialitat i la total ignorància dels temes energètics. Post publicat al bloc Oil Crash 

Revista de prensa: Vicenç Navarro en Dominio Público, 6 de Febrero de 2014

http://www.facebook.com/plugins/like.php?action=like&app_id=&channel=http%3A%2F%2Fstatic.ak.facebook.com%2Fconnect%2Fxd_arbiter.php%3Fversion%3D40%23cb%3Df1e41d93b8%26domain%3Dcrashoil.blogspot.com.es%26origin%3Dhttp%253A%252F%252Fcrashoil.blogspot.com.es%252Ff8a7b3ca%26relation%3Dparent.parent&color_scheme=light&font=arial&href=http%3A%2F%2Fcrashoil.blogspot.com.es%2F2014%2F02%2Frevista-de-prensa-vicenc-navarro-en.html&layout=button_count&locale=en_US&sdk=joey&send=true&show_faces=false http://platform.twitter.com/widgets/tweet_button.1390956745.html#_=1391767741116&count=horizontal&id=twitter-widget-0&lang=es&original_referer=http%3A%2F%2Fcrashoil.blogspot.com.es%2F2014%2F02%2Frevista-de-prensa-vicenc-navarro-en.html&size=m&text=The%20Oil%20Crash%3A%20Revista%20de%20prensa%3A%20Vicen%C3%A7%20Navarro%20en%20Dominio%20P%C3%BAblico%2C%206%20de%20Febrero%20de%202014&url=http%3A%2F%2Fcrashoil.blogspot.com%2F2014%2F02%2Frevista-de-prensa-vicenc-navarro-en.html&via=MITWITTER 

El Catedrático de Ciencias Políticas Vicenç Navarro ha publicado en el día de ayer un artículo en el blog Dominio Público titulado «Los errores de las tesis del decrecimiento económico«. Varias personas me lo han hecho notar y me han pedido que haga una crítica formal y fundamentada del mismo. No es la primera vez que algún lector me solicita algo parecido. Por lo general los lectores me piden que desmonte algún artículo hábilmente escrito por un gestor de fondos con intereses en algún sector energético en el cual se hace una burda y descarada engañosa publicidad de su producto; contestar a esos artículos es un ejercicio de futilidad, porque el público objetivo de los mismos nunca leería un blog como éste. Sin embargo, el artículo del profesor Navarro no es una grosera manipulación de la realidad sino un ejercicio intelectual honesto para sentar las bases de la discusión de una cuestión candente, y los lectores de ese medio podrían ser también sensibles a lo que aquí se escribe. Como quiera que además me siento aludido por el párrafo final de su artículo, he creído que merecería la pena discutir aquí el artículo del profesor, siempre desde el respeto a su trayectoria profesional e intelectual.

En su artículo el profesor Navarro detalla por qué cree que el movimiento por el decrecimiento es un error y por qué hablar de escasez de recursos es una falacia, lo cual es respetable;  sin embargo resulta un tanto más impertinente y le hacen flaco favor al profesor los calificativos un tanto despectivos que les dedica a Paul Elrich y a Florent Marcellesi, en el caso de éste último destacando que ahora es una figura política (candidato más votado en las primarias de Equo para las elecciones europeas). Justamente hace unos meses hubo una activa discusión entre Florent Marcellesi y el profesor Navarro, que parecía más o menos zanjada, y por ello resulta un tanto extraña esta extemporánea crítica (realmente Florent es la única personalidad española que cita); cabe preguntarse si la razón de esta descarnada crítica viene de la relevancia política que podría estar ganando el Sr. Marcellesi.

Pero yendo a la sustancia argumental del artículo de Vicenç Navarro, el profesor hace una reivindicación del trabajo de Barry Commoner y en un cierto momento el profesor Navarro se queja de que se le identifique a él con posturas productivistas cuando lo que él sostiene es el verdadero socialismo (bien dice que «socialismo no es capitalismo de Estado), en el que lo que se busca es satisfacer las necesidades humanas, y que por supuesto el destino de los medios de producción no es neutral sino que viene determinado por el tipo de sistema económico. Hasta ahí creo que la coincidencia entre lo defendido por el profesor Navarro y el Sr. Marcellesi sería absoluta. Sin embargo, el profesor Navarro se revuelve contra la noción de que el crecimiento económico pueda estar limitado por los recursos, lo cual atribuye a una posición «conservadora» (palabra que usa queriendo decir «reaccionaria» o «de derechas»), y a partir de ahí se mete en una serie de consideraciones, algunas de ellas de carácter técnico, en las que desafortunadamente demuestra no estar demasiado bien informado.

La primera cuestión que se tendría que aclarar es por qué defiende o le interesa el crecimiento económico al profesor Navarro si, como ha dicho, no es productivista y busca satisfacer las necesidades humanas. Las necesidades humanas no son necesariamente crecientes; pueden ser cambiantes, pero no deberían ser más crecientes de lo que sea la población humana, y en última instancia la población del planeta deberá estacionar (no creo que el profesor Navarro sostenga la máxima bíblica del «Creced y multiplicáos»). Así que cuando el profesor Navarro habla del crecimiento económico que parece buscar debería explicitar al crecimiento de qué él se refiere. No creo que esté pensando en el crecimiento del PIB ni de cualquier otra variable que mida la producción porque, como él dice, no es productivista. Así pues, creo que el profesor se refiere al crecimiento de la satisfacción de las necesidades humanas, algunas de las cuales son materiales y otras son inmateriales. El sistema capitalista en el cual vivimos sí que busca maximizar la producción y por ende la extracción de recursos; como explicaré más tarde dentro del sistema capitalista estamos llegando a las máximas tasas extractivas de algunos recursos, particularmente los energéticos, las cuales vienen determinadas no sólo por factores económicos sino también geológicos y termodinámicos. No sólo eso, sino que los recursos renovables también tienen limitaciones no superables con las que también comienza a vérselas el sistema capitalista, por lo que al final no es esperable que se pueda seguir aumentando la disponibilidad de energía sino que ésta por fuerza tendrá que disminuir en el futuro. La disponibilidad de energía disminuirá si seguimos en un sistema capitalista porque los límites que se ha encontrado éste son técnicamente infranqueables, y disminuirá también si fuéramos capaces de cambiar a un sistema plenamente socialista puesto que no es tan eficiente en la extracción de recursos como el capitalista, ya que no es ése su objetivo: no lo es el de incrementar la producción sino el de satisfacer las necesidades humanas, como hemos dicho. Así pues, la disponibilidad de energía será en cualquier caso decreciente, algo que desde una perspectiva socialista no tiene por qué necesariamente ser malo ya que justamente la alternativa socialista necesitará mucha menos energía que la capitalista.


Que los recursos son finitos es algo que no debería ni ser materia de discusión. Vivimos sobre la superficie de un planeta que es aproximadamente una esfera de 6.366 kilómetros de radio. La cantidad de materia sobre su superficie es finita, y en cuanto a la tercera dimensión sólo somos capaces de arañar y con mucha penalidad unos pocos kilómetros de la corteza terrestre. Incluso la energía que nos arriba del Sol, inmensa como es, es una cantidad finita cada día. Así pues no tiene sentido discutir si los recursos son finitos: obviamente lo son, al menos hasta que abandonemos este planeta (algo que contrariamente a lo que creen muchas personas no va a pasar próximamente). Como los recursos son finitos (no sólo los metales y los combustibles fósiles – en el caso de los últimos no sólo son finitos sino agotables-, sino también el agua y hasta la superficie disponible) es obvio que cualquier tipo de crecimiento que requiera de una base material tendrá que detenerse llegado un momento. Así pues, no se puede defender que el crecimiento económico, en tanto que comporte una componente material, pueda ser indefinido. Lo que sí que tiene sentido por tanto es discutir cuándo se producirá el momento en el cual el crecimiento no puede proseguir. Ésta ya es una cuestión técnica, en la cual intervienen la Geología, la Física y también la Economía, y es lo que discutiremos a continuación; y es que los límites realizables, como veremos, son mucho menores que lo que los límites ideales que uno podría tratar extrapolando los datos de concentración de cada material en la corteza terrestre sacados de la wikipedia. En todo caso, la discusión de los límites es una cuestión técnica, basada en datos y en la experiencia, y no una cuestión de mera opinión.

Sin embargo, es frecuente observar que cuando alguien señala la finitud de los recursos  – y éste es un error en el que el profesor Navarro también cae – se le descalifica colgándole la etiqueta de «malthusiano», como si decir que hay una imposibilidad física a crecer sin límites (aunque se reconoce el problema del impacto ambiental) fuera equivalente a decir «vamos todos a morir». En suma, que si no aceptamos que el crecimiento pueda seguir por siempre somos unos apocalípticos (aún me encuentro gente que va diciendo por ahí que mi discurso es apocalíptico, aún cuandoyo diga explícitamente lo contrario – qué sé yo mismo de lo que yo pienso; quien lo sabe es un opinador anónimo en internet, oiga).

Calificar a quien señale que los recursos disponibles son finitos de «malthusiano» es de entrada un error de concepto. Mathus defendía que la población siempre crece a un ritmo exponencial mientras que los recursos lo hacen a ritmo aritmético, y que por tanto siempre se llegaba a una sobrecarga poblacional y a un colapso. Por un lado, ninguna de las dos hipótesis de Malthus es correcta; por el otro, señalar que los recursos son finitos no es equivalente a decir que un colapso es inevitable. De hecho, la rama de la ciencia que estudia la interacción entre los seres vivos y los recursos finitos de su entorno se llama Ecología, y justamente la Ecología nos muestra como la mayoría de las poblaciones (incluso las humanas, de las cuales se ocupa la Antropología) llegan a un equilibrio con sus recursos disponibles. En realidad, la propuesta socialista de Navarro resuena bastante con la de una sociedad en equilibrio ecológico. Y bien es cierto que en algunas circunstancias (por cambios del clima, por disminución de los recursos, por exceso de éxito de una especie) algunas poblaciones colapsan; tanto la Ecología en el caso de las especies animales como la Antropología en el caso de las civilizaciones humanas estudian estos colapsos y nos enseñan vías para evitarlos. Por supuesto que podemos llegar a colapsar en mayor o menos medida si actuamos de una manera completamente necia (por ejemplo, intentando mantener a ultranza un sistema basado en el crecimiento infinito como es el capitalismo), pero el colapso es siempre una opción; se podría decir que el colapso no es una necesidad sino una necedad. Y justamente la sociedad socialista que propone Navarro podría ser una vía para evitar ese colapso. 

Argumenta el profesor Navarro que el comienzo y desarrolllo de la presente crisis económica no tiene nada que ver con el petróleo, lo cual es una afirmación bastante osada, pues si bien es completamente extremista afirmar que la actual crisis está sólo causada por la escasez de petróleo, no lo es menos afirmar que no tiene absolutamente nada que ver cuando, por ejemplo, la producción de petróleo crudo del mundo se ha vuelto inelástica desde el año 2005, como muestra el artículo de Murray y King en Nature, 2012 de donde saco la siguiente gráfica:



De hecho el profesor Navarro parece desconocer todo lo referente a lo que está pasando con el petróleo. Por ejemplo, que en el año 2010 la propia Agencia Internacional de la Energía reconoció que la producción de petróleo crudo (más del 80% de todos los líquidos asimilados a petróleo que se consumen en el mundo) había tocado techo en 2006, o que en 2012 admitió que la producción de petróleo crudo ya estaba empezando a caer. Peor aún: en su último informe la Agencia Internacional de la Energía alertaba de que se tendrían que redoblar los esfuerzos en inversión petrolera so pena de que la producción pueda caer en picado en relativamente pocos años:


Por supuesto el problema que sin darse cuenta describe la Agencia Internacional de la Energía es el de la caída de la Tasa de Retorno Energético (TRE) de las fuentes de petróleo o asimilados que nos van quedando disponibles, lo que se traduce en que el petróleo por explotar sea cada vez más caro hasta el extremo de que a veces no salga rentable extraerlo, independientemente de la inversión que se quiera realizar o del presumible progreso tecnológico que debería abaratar costes (pero que no lo hace). Nada nuevo: ya sabemos que los economistas no comprenden el concepto de la TRE

Da la impresión de que el profesor Navarro no se ha dado cuenta de que ya hay problemas serios con el petróleo porque para él eso se tendría que manifestar como un precio exorbitantemente alto, sin tener en cuenta que en realidad hay un techo máximo para el precio del petróleo a partir del cual comienza la destrucción económica y que de hecho en realidad el precio del petróleo se encuentra actualmente y durante la mayoría de esta crisis en máximos históricos, justo al nivel del umbral del dolor para nuestras economías.

Evolución histórica del precio del barril de petróleo en dólares constantes de 2012. Del posthttp://ourfiniteworld.com/2014/01/29/a-forecast-of-our-energy-future-why-common-solutions-dont-work/  , del blog Our Finite World de Gail Tverberg


En realidad el nivel actual de precios y el relativo estancamiento de la producción de todos los líquidos del petróleo está llevando a una transferencia de renta petrolífera de los países occidentales a los emergentes, sin que sea el resultado de una mejora en eficiencia energética; algunos países como EE.UU. y Alemania han financiado energéticamente esta huida hacia adelante con más gas y más carbón, mientras que el resto simplemente se están hundiendo económicamente:

Consumo de petróleo en la OCDE (curva azul) y en el resto del mundo. Imagen del posthttp://ourfiniteworld.com/2014/02/06/limits-to-growth-at-our-doorstep-but-not-recognized/, del blog Our Finite World de Gail Tverberg



En otro pasaje de su artículo, el profesor Navarro hace una vaga defensa de la energía renovable basándose en tendencias históricas observadas en algunos Estados de los Estados Unidos, en lo que es una práctica habitual en los economistas (tomar tendencias del pasado y asumir que se mantendrán indefinidamente en el futuro sin pararse a pensar si tales tendencias tienen límites o fechas de caducidad). Parece no tener en cuenta que los grandes sistemas de producción de energía renovables sólo producen energía eléctrica, pero en el mundo la energía eléctrica es sólo el 10% de la energía final consumida y el restante 90% es muy difícil de electrificar. Por lo demás, parece que el profesor Navarro ignora que el potencial renovable del planeta Tierra es finito y está bastante por debajo de nuestro consumo fósil actual, cosa que se ha discutido en muchos artículos de este blog (en la serie «Los límites de las renovables») y que por tanto no existe una fuente de energía renovable inagotable sino que más bien las que hay son muy limitadas. 

Hacia el final del artículo el profesor Navarro esboza una ingenua queja en contra de lo que el denomina el «determinismo energético». Afirma Navarro que la energía no condiciona todo lo demás; pues en realidad sí, por supuesto que la energía condiciona todas las actividades económicas, como también las condicionan las bases materiales. Para producir bienes y servicios se necesitan consumir materiales; para elaborar y transformar esos materiales, o transportarlos, se necesita energía. La economía no puede abstraerse de sus bases materiales pues somos series materiales. Yo no voy a comprar entes espirituales o inasibles (aunque algún supersticioso quizá sí lo haga); yo compraré mercancías que se puedan comer, vestir, equipar, tocar, usar… Incluso los servicios, que son en sí mismos inmateriales, tienen una base material: si compro un crucero el barco que me transporta; si contrato un servicio de asistencia a gente mayor habrá una persona de carne y hueso que tendrá que desplazarse, comer, vestir… Y así como la base material de la economía es evidente para todo el mundo y difícil de discutir, la energía es más inasible para el no educado. Pero todo es al final materia y energía. La energía es la que da la capacidad de transformar, de producir. Cuando sólo existía el factor trabajo toda la energía la propocionaba el obrero (endosomática), pero ahora la mayoría de la energía es de fuentes externas (exosomática). El problema con la energía es que es ese fluido invisible del que durante el último siglo hemos podido disponer a bajísimo precio. Hace 100 años los albañiles que construían un edificio sabían muy bien el ingente esfuerzo que costaba levantar ladrillos y vigas; hoy en día, una cuadrilla diez veces menos numerosa de albañiles hace mejor el trabajo en diez veces menos tiempo. No pensamos en la energía porque durante mucho tiempo la hemos tenido prácticamente regalada, pero por desgracia cada vez más vamos a irnos dando cuenta de lo que cuesta mover, transformar, producir a medida que nuestra disponibilidad energética disminuya. Así pues, por supuesto que la energía condiciona todo lo demás; pero no determina todo lo demás. La energía nos pone límites a lo que podemos hacer, pero dentro de esos límites lo que al final hagamos, mejor o peor, viene por supuesto determinado -ahora sí- por las políticas que se adopten.

Querría acabar mi crítica al artículo del profesor Navarro señalando una expresión que usa varias veces a lo largo de él: «Ecologista conservador». Como ya he mencionado más arriba, Navarro usa la palabra «conservador» queriendo decir «reaccionario» o «de derechas» (soporte a su infundada acusación de que el decrecimiento sirve al capitalismo). Supongo que para él su antónimo es «progresista» (el mito del progreso del que también hemos hablado aquí mucho: el tecnooptimismo). En realidad el ecologista es, por definición y en sentido propio, conservador, puesto que lo que pretende es conservar: conservar el Medio Ambiente, conservar la diversidad, conservar un hábitat digno para las especies animales, incluida la humana… No hay nada negativo en querer conservar cuando aquello que se preserva es bueno. Querer cambiarlo todo en todo momento, el progreso por el progreso sin reparar en su coste, es una actitud destructiva y sin sentido: el progreso sólo tiene sentido si es verdadero progreso humano, y no mera destrucción por la destrucción, algo que genera mucho PIB pero poca felicidad. Y es que uno debe ser cuidadoso con las palabras que usa, particularmente cuando califica (o descalifica) a los demás.

Antonio Turiel.
Febrero de 2014.