Article publicat a El Confidencial
Categoría: Socialisme
¿Es el crecimiento un imperativo del capitalismo?
Article publicat a El Diario.es
El capitalismo sin crecimiento puede ser muy perverso pero no hay ninguna ley intrínseca que establezca que este sistema no pueda sobrevivir en un estado de recesión o estancamiento.
- Primero, crecimiento del flujo de recursos, es decir, crecimiento del uso de energía y materiales.
- Segundo, crecimiento económico, o sea, crecimiento del PIB (o de algún otro índice representativo del tamaño de la actividad productiva).
- Tercero, acumulación del capital. Desde una perspectiva marxista, podemos definir el capital como dinero en busca de más dinero a través de la producción de mercancías – circuito D-M-D’ (dinero invertido en mercancías para ganar más dinero) y la acumulación de capital como el proceso de reinversión de la plusvalía en posteriores ciclos de valorización del capital.
- Cuarto, el «capitalismo». Siguiendo el enfoque marxista de Foster (distinto del institucionalista, más centrado en la propiedad privada, el trabajo asalariado y las entidades de crédito) se definiría como un sistema en el que el circuito D-M-D ‘es omnipresente y dominante (“el régimen de acumulación de capital” de Foster).
¿Qué modelo no productivista?
Article publicat a Viento Sur
Capitalismo y socialismo: dos lógicas diferentes
Puede que no sea inútil recordar brevemente que, en abstracto, hay dos modos de organización económica y social. En lo que se refiere al capitalismo, las cosas están claras: su programa consiste en conseguir el máximo de beneficio permitido por la demanda social efectiva. Esto quiere decir que los capitalistas sólo venden sus mercancías a condición de que tengan un valor de uso, esto es que respondan a una demanda social, aunque evidentemente una demanda efectiva, dotada del correspondiente poder de compra. La “micro-economía” pretende demostrar que el encuentro entre los comportamientos de los “productores” (que maximizan su beneficio) y de los “consumidores” (que maximizan su “utilidad”) conduce a un óptimo, siempre que diversas rigideces no obstaculicen su realización. Este atentado ideológico tiene la función de simetrizar los objetivos y las presiones, pero también la de negar la posibilidad misma de otra organización social, el socialismo, cuyo programa sería en cambio maximizar el bienestar social permitido por los recursos movilizables, conduciendo a resultados completamente diferentes. Estos recursos son el trabajo humano (y los productos de este trabajo humano), pero también la naturaleza. El trabajo y la naturaleza son, en expresión de Marx, el “padre” y la “madre” de toda creación de valores de uso, o dicho de otra manera, de “riqueza material”3 . Esto quiere decir también que la “ecología social” que trata de la condición del trabajador y la ecología a secas intervienen con la misma importancia, en tanto condiciones en la definición del óptimo social, y estas condiciones dan lugar a arbitrajes que son fruto de la deliberación democrática. El capitalismo y el socialismo hacer jugar por tanto un papel diferente a los fines y a los medios. En el capitalismo, las decisiones privadas dominan sobre las elecciones sociales. Y las formas de cálculo económico de estos dos sistemas sociales no tienen el mismo criterio de eficacia. El capitalismo mide la eficacia por el beneficio, mientras que el criterio del socialismo es el bienestar social, ponderado por el respeto da los derechos humanos y las obligaciones ambientales. Hay por tanto dos cálculos económicos posibles y dos criterios de eficacia. Por poner un ejemplo concreto, los medicamentos, el criterio capitalista es maximizar el rendimiento de las inversiones de los grupos farmaceúticos, mientras que el criterio socialista consiste en maximizar el número de pacientes tratados. Se puede comprobar fácilmente que la aplicación de uno u otro de estos criterios no conduce al mismo “efecto útil”4 . Estas consideraciones5 permiten clarificar el debate contemporáneo sobre los nuevos indicadores de riqueza. Demostrar que el PIB no mide el bienestar o la felicidad puede ser útil para la crítica del capitalismo productivista, pero es descubrir la pólvora. El PIB corresponde a la lógica del capitalismo, y es por tanto un instrumento adecuado para su estudio. Rechazarlo es tan absurdo como rechazar la observación de la tasa de beneficio porque se obtiene a costa de los asalariados (¿habría que dejar de hablar también de la dureza del trabajo?). Construir indicadores cualitativos, multidimensionales o sintéticos para medir el bienestar es desde luego necesario, aunque ya disponemos, por ejemplo, del indicador de desarrollo humano del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), o en materia de pobreza, desigualdades, acceso a la salud, etc. ¿Bastaría con cambiar el instrumento de medida para que la máquina funcionase de otra manera? Sugerirlo es dar importancia al bluff de Sarkozy cuando declaró que “no cambiaremos nuestros comportamientos si no cambiamos la medida de nuestros resultados” 6 . Pero lo más grave es que esta reflexión sobre los indicadores lleva a propuestas contraproductivas. Habría que corregir, por ejemplo, el PIB y calcular un PIN (Producto Interior Neto) obtenido descontando la “usura del capital natural”. Esto supone dar un precio a lo que no lo tiene, y conduce a monstruosidades como ese estudio, entre tantos otros, que evaluaba en “970 euros, por hectárea y año, el valor medio a conceder a los ecosistemas forestales metropolitanos” 7 . Pretender corregir de esta manera el PIB, intentando evaluar el equivalente monetario de las actividades no mercantiles o, peor aún, de los recursos naturales y sus “servicios”, es un contrasentido total, puesto que se trata precisamente de distinguir el bienestar (valor de uso) de la producción de mercancías (valor de cambio) 8 .
Las respuestas capitalistas al desafio medioambiental
Antes de la toma de conciencia del riesgo climático, la economía dominante concebía el proceso de producción como la combinación de dos factores: el capital y el trabajo. Se consideraban estos dos factores como intrínsecamente sustituibles, en el sentido de que se podía reemplazar a uno por otro en función de sus precios relativos. La energía no intervenía directamente en esta representación, o sólo por medio de las inversiones requeridas. Era tanto como olvidar que el crecimiento del PIB mundial ha ido acompañado de un crecimiento igualmente considerable del consumo de energía desde mediados del siglo XIX. El siguiente gráfico muestra cómo el PIB mundial se ha multiplicado por 50 entre 1860 y 2008, y el consumo de energía por 18 en el mismo período. La relación entre estas dos cifras muestra sin embargo que la intensidad energética (el gasto de energía por unidad de PIB) ha disminuido de forma constante. El desarrollo del capitalismo se ha basado por tanto en la disponibilidad de fuentes de energía poco costosas, aunque se ha esforzado también en hacer bajar el coste y en reducir el uso.
El aumento del precio del petróleo y la necesidad de tener en cuenta la cuestión medioambiental llevaron a la economía dominante (denominada neoclásica) a completar estos esquemas teóricos introduciendo un tercer factor de producción –la energía– junto al capital y el trabajo. Pero ha conservado en lo fundamental la misma hipótesis de “sustituibilidad” entre estos tres factores. Esto lleva a postular que basta con aumentar el precio de la energía para reducir su uso, al igual que bastaría, según los economistas neoliberales, con bajar el coste del trabajo para crear empleos. Por eso, la economía dominante preconiza esencialmente soluciones mercantiles: ecotasa y mercado de derechos de emisión. No obstante, hay que hacer aquí de abogado del diablo y decir que estos mecanismos no deben ser sistemáticamente rechazados. Aumentar el coste de la energía no es irracional: ¡basta con imaginar lo que ocurriría si fuese nulo! Y el alza del precio del petróleo ha incitado a reducir su uso. En cuanto al mercado de derechos de emisión, su principio puede ser descrito como un sustituto de la planificación, en la medida en que tiene que repartir el esfuerzo de reducción de las emisiones de gas de efecto invernadero en función de las propiedades tecnológicas de cada proceso de producción. Pero estos dos enfoques no están a la altura de los retos y chocan con la lógica capitalista. Los derechos de emisión han dado lugar a una especulación financiera que ha hecho bajar el precio del carbono a un nivel que hace ineficaz el mecanismo. En cuanto a los proyectos de ecotasa, chocan con resistencias sociales, porque sus modalidades de puesta en marcha hacen recaer la carga sobre el salario socializado más que sobre el beneficio de las empresas. El único ejemplo de éxito es el tratamiento de los gases CFC (clorofuorocarburos) destructores de la capa de ozono. El protocolo de Montreal de 1987 ha conducido al abandono casi completo de su utilización veinte años más tarde. Es verdad que han sido sustituidos por los gases HCFC (hidroclorofluorocarburos), menos nefastos, pero el balance muestra la eficacia de las normas cuantificadas, o dicho de otra manera el boceto de una planificación.
La amplitud de los desafíos: ¿objetivos fuera de alcance?
En su último informe, el GIEC (Grupo de expertos intergubernamental sobre la evolución del clima) fija el objetivo de un recalentamento que no supere los 2ºC a final de siglo (respecto a los niveles preindustriales), lo que implica que la concentración de gases de efecto invernadero no supere los 450 ppm en equivalente-CO2. Los escenarios para alcanzar este objetivo “son caracterizados por una reducción de las emisiones mundiales de gas de efecto invernadero de 40% a 70% en 2050 con respecto a 2010 y niveles de emisiones próximos a cero en 2100”9 . ¿Cuál es la tasa de crecimiento del PIB mundial compatible con la necesaria baja de emisiones de CO2? Para aclarar esta cuestión, partimos de la definición de la intensidad-CO2 (ICO) que mide la cantidad de CO2 emitida por unidad de PIB mundial. El PIB compatible con un objetivo de emisiones se dedude del objetivo de reducción de las emisiones y de la hipótesis hecha sobre el descenso de la intensidad-CO2 10. Para simplificar (dejando de lado los otros gases de efecto invernadero: metano y protóxido de nitrógeno), el GIEC fija como objetivo mínimo dividir por dos las emisiones de CO2 en el horizonte 2050. Se puede construir una tabla que ofrece el crecimiento del PIB compatible con este objetivo para diferentes hipótesis sobre el ritmo de reducción de la intensidad-CO2 (gráfico 2).
Gráfico 2 Emisiones de CO2 y PIB compatible
El punto A corresponde a la hipótesis de que el ritmo de reducción de la intensidad-CO2 es, de aquí a 2050, el mismo que el observado durante las dos últimas décadas, o sea -1,7% anual. El objetivo de dividir por dos d las emisiones de CO2 implica que el PIB mundial deje de crecer de aquí a 2050. El punto B corresponde a la hipótesis de que el ritmo de reducción de la intensidad-CO2 pasa al 3% anual. En este caso, el crecimiento del PIB mundial compatible es de 1,3% anual, o sea una ralentización muy marcada respecto a las últimas décadas. Este mismo instrumento permite evaluar los resultados del último informe del GIEC, muy poco discutidos desde este ángulo. Lo menos que se puede decir es que son paliativos. El escenario medio propuesto por el GIEC implicaría una ralentización del crecimiento del consumo de sólo un 0,06% anual. Dicho de otra manera, si el crecimiento del consumo de referencia es del 2% anual, será de 1,94% anual con reducción de las emisiones11. Se puede asimilar aquí consumo y PIB y volver a la tabla climática (gráfico 2). Demuestra que el escenario medio del GIEC postula un descenso de la intensidad-CO2 a un ritmo más que el doble respecto al de las dos últimas décadas. Este ejercicio, aunque muy simplificado, permite dejar claras las hipótesis implícitas de los escenarios del GIEC12. Dicho de otra manera, el GIEC postula que en los próximos 40 años, el contenido en CO2 de una unidad de PIB podría ser dividida por más de cuatro. Este resultado sólo podría ser alcanzado por el juego combinado de muchos factores –tecnológicos y sociales– que se pueden clasificar en dos grandes categorías: los que reducen el contenido en energía del PIB, los que privilegian las energías más “limpias”. Es legítimo preguntarse si se puede alcanzar un objetivo tan ambicioso, y esta cuestión nos lleva a discutir sobre las soluciones peligrosas o insuficientes.
Las soluciones a evitar
En primer lugar está la población. Según la ONU, la población mundial debería pasar de 7,3 mil millones en 2015 a 9,7 mil millones en 205013, o sea un crecimiento anual medio de 0,8%, a descontar por tanto del crecimiento del PIB para obtener el de PIB per capita. Permanecieendo igual todo lo demás, el crecimiento de la población contribuiría al aumento del consumo de energía y por tanto de las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto llevó a una corriente neo-malthusiana a hacer de la población una variable de ajuste. Pero, a menos que caigamos en soluciones bárbaras, hay que actuar sobre los factores sociales que aceleran la transición demográfica haciendo descender la tasa de fecundidad: reducción de las desigualdades, y sobre todo la condición social de las mujeres14 . Esto es en líneas generales lo que modeliza el escenario base de la ONU, que ofrece una progresión de la población mundial de 0,5% en lugar de 0,8% entre 2015 y 2050, es decir, mil millones de seres humanos “menos” en 2050. Otra vía a examinar de manera crítica es el “decrecimiento”. El peligro que presenta esta ideología se encuentra sin duda en un viejo artículo de Serge Latouche15 , donde afirmaba que “mantener o, peor aún, introducir la lógica del crecimiento en el Sur con el pretexto de salir de la miseria creada por este mismo crecimiento, sólo puede occidentalizarlo un poco más”. Y cuando JeanMarie Harribey16 afirmaba el derecho de los pobres “a un tiempo de crecimiento para construir escuelas, hospitales, redes de agua potable y alcanzar una autonomía alimenticia”, Latouche replicaba que “en esta propuesta que parte de un buen sentimiento hay un etnocentrismo vulgar que es precisamente el del desarrollo”. Y llega a preguntarse si las escuelas y los hospitales son “las buenas instituciones para introducir y defender la cultura y la salud”. Ciertamente, como dice el propio Latouche, el decrecimiento es un “slogan” y esta corriente de pensamiento no está unificada. Si se trata de cuestionar la huida hacia delante en el crecimiento y el sobreconsumo, es posible una amplia convergencia. En cambio, hay que rechazar las asimilaciones, o incluso amalgamas, entre crecimiento y búsqueda de un nivel de vida decente, entre análisis económico y “economicismo”, entre desarrollo y etnocentrismo. Lo más importante es que muchos de los defensores del decrecimiento no plantean nunca la cuestión de las estructuras sociales que engendran la carrera al productivismo y, en consecuencia, se expresan en forma de exhortaciones culpabilizadoras. Otros, en cambio, se comprometen en luchas económicas y sociales portadoras de alternativas concretas. Haría falta aquí largos desarrollos sobre una imprescindible teoría de las necesidades, por lo que nos limitaremos a emitir de forma muy resumida dos hipótesis. La primera es que existe una definición universal de las necesidades, que podría calificarse de humanista, que pueden agruparse, como lo hace Ian Gough, en dos grandes categorías: la salud y la autonomía17 . La segunda hipótesis, que puede calificarse de materialista, no hace más que retomar la célebre fórmula de que “la existencia determina la conciencia”. Consiste en hacer la apuesta de que la modificación de las condiciones sociales de existencia pueda transformar las necesidades y los deseos de los individuos. Esta hipótesis se apoya, por ejemplo, en los trabajos de Richard Wilkinson18 , que establecen múltiples correlaciones entre las desigualdades sociales y el nivel de salud (definida en sentido amplio). Su mensaje es muy claro: la igualdad es la condición absoluta del bienestar social y de la verdadera libertad, definida como “el sentimiento de no ser menospreciado ni tratado como inferior”. Y la naturaleza humana no estaría condenada a la codicia, sino que oscilaría entre dos aspiraciones contradictorias –ccoperación y dominación– en una “combinación” específica en cada sociedad. Hay que superar por tanto la crítica subjetivista del hiperconsumo y cierta manera de revertirlo. Como escribe de manera cáustica Richard Smith19 sobre el Worldwatch Institute: “Piensan que es la cultura consumista la que empuja a las empresas a la sobreproducción. Su solución es por tanto transformar la cultura, haciendo que la gente lea sus informes y se reeduquen para que comprendan la locura del consumo y se decidan a renunciar al consumo inútil – sin transformación de la propia economía. Pero no es la cultura la que determina la economía, es ante todo la economía la que determina la cultura”.
Los límites del capitalismo verde
“Un capitalismo estacionario es una contradicción en los términos”. Se suele recordar con frecuencia esta cita de Schumpeter20, el teórico de la “destrucción creadora”, y con razón. La competencia entre capitales individuales pasa en efecto por la acumulación, la búsqueda incesante de mejoras de productividad, la lucha por ganar partes de mercado, la rotación acelerada del capital, la obsolescencia de los bienes producidos. Hoy día ocurre a escala planetaria y escapa a cualquier intento de regulación real. La búsqueda del beneficio es el fundamento de esta dinámica, traducida en la necesidad de producir siempre más. Esta lógica tiene varias consecuencias en materia energética. Ya se ha visto que el crecimiento capitalista está directamente asociado a un consumo creciente de energía. Pero también lo está la tasa de beneficio, y se puede mostrar (en el caso de Francia) un estrecho vínculo entre las fluctuaciones de la tasa de ganancia y el coste del consumo de energía (gráfico 3). En fin, la competencia tiene como efecto suprimir las “buenas prácticas” en materia ecológica, así como en el ámbito social.
Gráfico 3 Tasa de ganancia y consumo de energía. Francia 1960-2014
El “capitalismo verde” puede ciertamente apoderarse de algunos sectores, a condición de que sean rentables, pero es globalmente incompatible con una transición energética generalizada que conduciría, más allá de cierto umbral, a una baja de rentabilidad. Y su extensión está además limitada por las políticas neoliberales que pretenden reducir la intervención pública que podría dar solvencia a algunas inversiones verdes. Por todas estas razones, el “capitalismo verde” es un oximorón, como lo demuestra Daniel Tanuro en su obra de referencia22.
Los dilemas de reparto
El problema más difícil es sin duda el reparto de las mutaciones necesarias entre los países avanzados y el resto del mundo. Las proyecciones disponibles muestran que la mayor parte de las emisiones futuras procederán de los países llamados emergentes o en desarrollo. ¿Hay que deducir de ello que los países del Sur deberán realizar los esfuerzos más importantes? Algunos nos explican que si los países en desarrollo adaptasen el modelo “productivista” y energívoro de los países del Norte, estaría asegurada la catástrofe climática. No es falso, pero de ahí se pueden sacar conclusiones diametralmente opuestas. En la versión más fundamentalista del decrecimiento a lo Latouche, los países del Sur deberían renunciar a “tener” y contentarse con “ser”, que es toda su riqueza. Los neo-malthusianos más reaccionarios llaman implícitamente a una forma de eugenesia planetaria: que los pobres se mueran de hambre por la sequía, engullidos por el ascenso de los océanos o se entrematen por el acceso a las tierras cultivables o al agua, y así tendríamos una parte de la solución. Estas posiciones extremas pocas veces se explicitan, pero reflejan una realidad: los más vulnerables a los desarreglos climáticos son los pobres. Pero esta lógica olvida varias cosas. Por definición, la mayor parte de los gases de efecto invernadero ya acumulados en la atmósfera ha sido emitida por los países industrializados, y las emisiones por habitante siguen siendo hoy mucho más elevadas en los países avanzados. Además, una parte de las emisiones de los países emergentes corresponde a la producción de bienes que serán consumidos en los países avanzados. Esta constatación es la base del enfrentamiento entre China y los Estados Unidos y estará en el centro de la COP21, la próxima conferencia sobre el clima. Los países industrializados tienen por tanto una deuda ecológica con el resto del mundo. No es el tipo de deuda que pueda ser anulada o “reestructurada”, sino que debe ser pagada, y la única salida racional que puede imaginarse pasa por transferencias e inversiones tecnológicas del Norte hacia el Sur, que permitan conciliar los objetivos de reducción de emisiones y el derecho al desarrollo de los países más pobres. Una forma de ilustrar esta enorme dificultad es reflexionar sobre las implicaciones de la demanda planteada con ocasión de la COP21: “los gobiernos deben poner un plazo a las subvenciones asignadas a la industria fósil y congelar su extracción, renunciando a explotar el 80% de todas las reservas de carburante fósil”23. Es un objetivo perfectamente coherente con los objetivos del GIEC. Pero su implementación táctica plantea un problema de distribución de esta regla en el conjunto del planeta, porque las reservas en cuestión están desigualmente repartidas, como lo muestra el siguiente cuadro:
Aparece otro dilema si se considera el reparto de las emisiones según categorías sociales. Disponemos para ello de un estudio muy detallado que examina la relación entre emisiones de gases de efecto invernadero y niveles de renta25 . Se refiere al Reino Unido en 2006 y su interés está en que no sólo tiene en cuenta las emisiones directas (por ejemplo, la calefacción de las viviendas o el carburante de automóviles) sino también las emisiones indirectas (a través de los bienes consumidos, los transportes públicos, etc.). El volumen de emisión aumenta con la renta. En cambio, el peso del consumo de energía según la renta, medido por un índice de 100 en el valor medio, varía en sentido inverso a la renta: equivale a 200 para los 10% más pobres, mientras que sólo es de 50 para los 10% más ricos (gráfico 4).
Este resultado es esencial, porque subraya que todo aumento del precio de la energía –una tasa carbono, por ejemplo– golpearía de manera socialmente injusta a los hogares con rentas más débiles. Es preciso por tanto que cualquier medida de este tipo vaya acompañada de dispositivos que corrijan este sesgo antisocial en forma de pagos compensatorios, o de modulación de las tarifas.
El modelo no productivista es un anticapitalismo
Más que presentar un “programa” acabado26 , lo que supera con mucho el objetivo de esta contribución, se quiere mostrar aquí cómo las pistas alternativas chocan con la lógica capitalista, según una serie de oposiciones resumidas en el adjunto Cuadro 2 (la lista no es exhaustiva ni está forzosamente ordenada).
Cuadro 2
Queda excluído por tanto imaginar un modelo no productivista compatible con los retos medioambientales, sin poner en cuestión los principios de funcionamiento del capitalismo. Hay que completar esta conclusión con la constatación de que no hay diferencia fundamental entre la manera de tratar la cuestión social y la cuestión ecológica. Los parámetros son los mismos: ya se trate de garantizar a todos condiciones de trabajo y existencia decentes, o de asegurar la supervivencia del planeta, hace falta, en ambos casos, que los capitalistas sean desposeidos de su poder de imponer sus decisiones privadas y que se ponga en marcha una planificación coordinada a escala planetaria. En esta similitud se basa la perspectiva de un ecosocialismo y define un objetivo práctico: la convergencia entre las luchas sociales y ambientales. El único obstáculo reside en horizontes diferentes y se manifiesta por ejemplo por la contradicción entre la defensa inmediata del empleo y el combate contra los riesgos ambientales. Para superar esta contradicción, hacen falta esfuerzos de convencimiento y de debate, pero sin duda también –y desgraciadamente– la multiplicación de los desastres ambientales que vendrán a acelerar esta necesaria convergencia. Es un proceso que, al parecer, ya está en marcha en China27 .
NOTAS
1. Recoge una exposición hecha el 23 de agosto en la Universidad de verano de “Ensemble”, una componente del Frente de Izquierda francés.
2. Le contra-plan du PSU, 1964.
3. Karl Marx: “El trabajo no es por tanto la única fuente de los valores de uso que produce, de la riqueza material. Como dijo Petty, tiene por padre el trabajo y por madre la tierra”, El Capital, Libro I, Cap. 1. La fórmula de Petty es: “El trabajo es el Padre y el principio activo de la riqueza, como la tierra es la Madre”, William Petty, A Treatise Of Taxes and Contributions, 1667.
4. La expresión es de Engels: “[La sociedad] tendrá que confeccionar el plan de producción según los medios de producción, de los que forman especialmente parte las fuerzas de trabajo. A fin de cuentas, los efectos útiles de los diversos objetos de uso, medidos entre ellos y en relación a las cantidades de trabajo necesario para su producción, determinarán el plan”. AntiDühring.
5. Michel Husson, “L’hypothèse socialiste”, en Stathis Kouvelakis (dir.) “Y a-t-il une vie après le capitalisme?”, Le Temps des Cerises, 2008; Le capitalisme en 10 leçons, La Découverte. 2012, cap.4. 6. En su discurso en la Sorbonne en la presentación del informe Stiglitz-Sen-Fitoussi sobre la medida de los resultados económicos y del progreso social, Paris, 14/09/2009.
7. Centre d’analyse stratégique, Approche économique de la biodiversité et des services liés aux écosystèmes, 2009.
8. Ver Jean-Marie Harribey, “La nature, les écosystèmes peuvent-ils résister à leur financiarisation?”, junio 2015; y su libro: La richesse, la valeur et l’inestimable, Paris, Les Liens que libèrent, 2013.
9. IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), Climate Change 2014, Synthesis Report. Summary for Policymakers.
10. Para una presentación más detallada, ver: Michel Husson: “Un abaque climatique”, note hussonet nº 89, 20/08/2015.
11. idem, p. 24: “if the reduction is 0.06 porcentage ponts per year due to mitigation, and baseline growth is 2.0 % per year, then yhe growth rate with mitigation would be 1.94% per year”.
12. Son más bien estimaciones mínimas, porque el ejercicio sólo tiene en cuenta el CO2. Ahora bien, los objetivos del último informe del GIEC afectan al conjunto de gases de efecto invernadero (descenso de 40% a 70% entre 2010 y 2015), mientras que el informe anterior cifraba sólo las reducciones de emisiones de CO2 (de 50% a 85%).
13. Es el escenario medio. El escenario “bajo” contempla 8.7 mil millones en 2050, y el escenario “alto” 10,8 mil millones. Fuente: Naciones Unidas, División Población, 2015 Revision of World Population Prospects. 14. Para un argumentario que ya ha quedado antiguo, ver: Michel Husson, “Une seule solution, la population?”, Alternatives Economiques, nº fuera serie “Le développement durable”. 2005. 15. Serge Latouche, “Et la décroissance sauvera le Sud…”, Le Monde Diplomatique, noviembre 2004. 16. Jean-Marie Harribey, “Développement durable: le gran écart”, L’Humanité, 15/06/2004. 17. Ian Gough, “Climate change and sustainable welfare: the centrality of human needs”, Cambridge Journal of Economics, 2015. 18. Richard Wilkinson, “L’égalité c’est la santé”, Demopolis 2010; ver también, con Kate Pickett: The Spirit Level. Why Greater Equality Makes Societies Stronger, Bloomsbury Press, New York 2009. 19. Richard Smith, “Green Capitalism: The God That Failed”, Truthout, 9/1/2014. 20. Joseph A. Schumpeter, “Capitalism in the Postwar World”, en R. Clemence (ed.), Essays of J.A. Schumpeter, 1951. 21. Pierre Villa, Un siècle de données macro-économiques, Insee Résultats, nº 303-304, 1994. 22. Daniel Tanuro, L’impossible capitalisme vert. Les Empêcheurs de penser en rond/La découverte, 2010. Se encuentra aquí una entrevista con el autor que presenta las principales tesis de su libro; y en esa web, sus recientes contribuciones. Ver también su análisis de los retos de la COP21: “cumbre provisional de la mentira, del negocio y del crimen climáticos”, en la web del NPA, 2/09/2015. 23. Ver el llamamiento internacional “Por una insurrección climática”, agosto 2015. 24. Fuente: Christophe McGlade y Paul Ekins, “The geographical distribution of f
Quiero mandarle 600 euros a Ana Botín
Article publicat a Público
Publicado: 15.12.2014 19:13
Soy socialista. De los de viejo cuño, es decir, de los que quieren «construir el socialismo». Hace años estoy pensando en cómo destruir el capitalismo. No domesticarlo, no reducir las desigualdades con un poquito de gasto público, no subirle los impuestos a los ricos ni nada de esas cosas. Destruirlo. Y ahora tengo un plan para lograrlo. ¿El primer paso? Mandarle 600 euros a Ana Botín. Suena raro pero déjenme explicarles.
En estos días se ha puesto en el centro del debate dentro de la izquierda el tema de la renta básica universal. El tema surgió de la entraña de Podemos, generó alarma en el resto de la sociedad y recientemente dicha formación ha empezado a retroceder insinuando que, en lugar de la renta básica, va a proponer una renta de inserción para personas pobres.
Pero, me dirán, ¿no sería mejor concentrar los recursos escasos en atender a los más pobres y excluidos mediante una renta de inserción? Hay tres razones en contra.
En algunos sectores de izquierda la renta básica es vista con recelo porque no tiene la pátina obrerista de las luchas de generaciones pasadas. Parece demasiado liberal, de clase media. Pues sí. Es así. Por eso es una buena oportunidad para el socialismo. Por razones que tomaría mucho espacio discutir, los ejes en torno a los que se articulaba la clase obrera a mediados del siglo pasado se rompieron. Pero hasta ahora nadie me ha mostrado una hoja de ruta creíble para reconstruirlos. En el socialismo de hoy abunda la nostalgia, la reivindicación del pasado y cosas de esas que están muy bien (yo también de vez en cuando tarareo La Internacional), pero se necesita un plan para el futuro. El socialismo de verdad, el socialismo que nos ilusionó era eminentemente futurista, miraba hacia adelante. Y resulta que hoy en día, para avanzar hacia un nuevo tipo de sociedad es necesario contar con clases medias cuya experiencia social y cultural no tiene nada que ver con la del proletariado de hace 80 o incluso 40 años.
Debates en torno al decrecimiento: por favor, toquemos tierra
Post publicat a El Diario.es
Ni el socialismo puede ignorar los serios estudios físicos, ingenieriles y geológicos que se presentan desde los círculos ecologistas, ni podemos avanzar sin un discurso político elaborado, como el que posee el socialismo.
Socialismo y ecologismo deberían ser las dos patas con las que caminemos para conseguir una sociedad justa y además acorde con los límites del planeta.
Aportes de Navarro, Marcellesi y Turiel: Pensando la justicia socio-ecológica
Post publicat a Ambientaliqual
jueves, 13 de febrero de 2014
Aportes de Navarro, Marcellesi y Turiel: Pensando la justicia socio-ecológica
[[xii]] Marx, K. (2003). El capital: crítica de la economía política (Tomo I). Siglo XXI editores (p.613).
El Sr. V. Navarro es nega a acceptar l’evidència que el planeta és finit
Antonio Turiel respon a l’article de V. Navarro que fa una crítica al Decreixement des de la superficialitat i la total ignorància dels temes energètics. Post publicat al bloc Oil Crash
Revista de prensa: Vicenç Navarro en Dominio Público, 6 de Febrero de 2014
El Catedrático de Ciencias Políticas Vicenç Navarro ha publicado en el día de ayer un artículo en el blog Dominio Público titulado «Los errores de las tesis del decrecimiento económico«. Varias personas me lo han hecho notar y me han pedido que haga una crítica formal y fundamentada del mismo. No es la primera vez que algún lector me solicita algo parecido. Por lo general los lectores me piden que desmonte algún artículo hábilmente escrito por un gestor de fondos con intereses en algún sector energético en el cual se hace una burda y descarada engañosa publicidad de su producto; contestar a esos artículos es un ejercicio de futilidad, porque el público objetivo de los mismos nunca leería un blog como éste. Sin embargo, el artículo del profesor Navarro no es una grosera manipulación de la realidad sino un ejercicio intelectual honesto para sentar las bases de la discusión de una cuestión candente, y los lectores de ese medio podrían ser también sensibles a lo que aquí se escribe. Como quiera que además me siento aludido por el párrafo final de su artículo, he creído que merecería la pena discutir aquí el artículo del profesor, siempre desde el respeto a su trayectoria profesional e intelectual.
En su artículo el profesor Navarro detalla por qué cree que el movimiento por el decrecimiento es un error y por qué hablar de escasez de recursos es una falacia, lo cual es respetable; sin embargo resulta un tanto más impertinente y le hacen flaco favor al profesor los calificativos un tanto despectivos que les dedica a Paul Elrich y a Florent Marcellesi, en el caso de éste último destacando que ahora es una figura política (candidato más votado en las primarias de Equo para las elecciones europeas). Justamente hace unos meses hubo una activa discusión entre Florent Marcellesi y el profesor Navarro, que parecía más o menos zanjada, y por ello resulta un tanto extraña esta extemporánea crítica (realmente Florent es la única personalidad española que cita); cabe preguntarse si la razón de esta descarnada crítica viene de la relevancia política que podría estar ganando el Sr. Marcellesi.
Pero yendo a la sustancia argumental del artículo de Vicenç Navarro, el profesor hace una reivindicación del trabajo de Barry Commoner y en un cierto momento el profesor Navarro se queja de que se le identifique a él con posturas productivistas cuando lo que él sostiene es el verdadero socialismo (bien dice que «socialismo no es capitalismo de Estado), en el que lo que se busca es satisfacer las necesidades humanas, y que por supuesto el destino de los medios de producción no es neutral sino que viene determinado por el tipo de sistema económico. Hasta ahí creo que la coincidencia entre lo defendido por el profesor Navarro y el Sr. Marcellesi sería absoluta. Sin embargo, el profesor Navarro se revuelve contra la noción de que el crecimiento económico pueda estar limitado por los recursos, lo cual atribuye a una posición «conservadora» (palabra que usa queriendo decir «reaccionaria» o «de derechas»), y a partir de ahí se mete en una serie de consideraciones, algunas de ellas de carácter técnico, en las que desafortunadamente demuestra no estar demasiado bien informado.
La primera cuestión que se tendría que aclarar es por qué defiende o le interesa el crecimiento económico al profesor Navarro si, como ha dicho, no es productivista y busca satisfacer las necesidades humanas. Las necesidades humanas no son necesariamente crecientes; pueden ser cambiantes, pero no deberían ser más crecientes de lo que sea la población humana, y en última instancia la población del planeta deberá estacionar (no creo que el profesor Navarro sostenga la máxima bíblica del «Creced y multiplicáos»). Así que cuando el profesor Navarro habla del crecimiento económico que parece buscar debería explicitar al crecimiento de qué él se refiere. No creo que esté pensando en el crecimiento del PIB ni de cualquier otra variable que mida la producción porque, como él dice, no es productivista. Así pues, creo que el profesor se refiere al crecimiento de la satisfacción de las necesidades humanas, algunas de las cuales son materiales y otras son inmateriales. El sistema capitalista en el cual vivimos sí que busca maximizar la producción y por ende la extracción de recursos; como explicaré más tarde dentro del sistema capitalista estamos llegando a las máximas tasas extractivas de algunos recursos, particularmente los energéticos, las cuales vienen determinadas no sólo por factores económicos sino también geológicos y termodinámicos. No sólo eso, sino que los recursos renovables también tienen limitaciones no superables con las que también comienza a vérselas el sistema capitalista, por lo que al final no es esperable que se pueda seguir aumentando la disponibilidad de energía sino que ésta por fuerza tendrá que disminuir en el futuro. La disponibilidad de energía disminuirá si seguimos en un sistema capitalista porque los límites que se ha encontrado éste son técnicamente infranqueables, y disminuirá también si fuéramos capaces de cambiar a un sistema plenamente socialista puesto que no es tan eficiente en la extracción de recursos como el capitalista, ya que no es ése su objetivo: no lo es el de incrementar la producción sino el de satisfacer las necesidades humanas, como hemos dicho. Así pues, la disponibilidad de energía será en cualquier caso decreciente, algo que desde una perspectiva socialista no tiene por qué necesariamente ser malo ya que justamente la alternativa socialista necesitará mucha menos energía que la capitalista.
Que los recursos son finitos es algo que no debería ni ser materia de discusión. Vivimos sobre la superficie de un planeta que es aproximadamente una esfera de 6.366 kilómetros de radio. La cantidad de materia sobre su superficie es finita, y en cuanto a la tercera dimensión sólo somos capaces de arañar y con mucha penalidad unos pocos kilómetros de la corteza terrestre. Incluso la energía que nos arriba del Sol, inmensa como es, es una cantidad finita cada día. Así pues no tiene sentido discutir si los recursos son finitos: obviamente lo son, al menos hasta que abandonemos este planeta (algo que contrariamente a lo que creen muchas personas no va a pasar próximamente). Como los recursos son finitos (no sólo los metales y los combustibles fósiles – en el caso de los últimos no sólo son finitos sino agotables-, sino también el agua y hasta la superficie disponible) es obvio que cualquier tipo de crecimiento que requiera de una base material tendrá que detenerse llegado un momento. Así pues, no se puede defender que el crecimiento económico, en tanto que comporte una componente material, pueda ser indefinido. Lo que sí que tiene sentido por tanto es discutir cuándo se producirá el momento en el cual el crecimiento no puede proseguir. Ésta ya es una cuestión técnica, en la cual intervienen la Geología, la Física y también la Economía, y es lo que discutiremos a continuación; y es que los límites realizables, como veremos, son mucho menores que lo que los límites ideales que uno podría tratar extrapolando los datos de concentración de cada material en la corteza terrestre sacados de la wikipedia. En todo caso, la discusión de los límites es una cuestión técnica, basada en datos y en la experiencia, y no una cuestión de mera opinión.
Sin embargo, es frecuente observar que cuando alguien señala la finitud de los recursos – y éste es un error en el que el profesor Navarro también cae – se le descalifica colgándole la etiqueta de «malthusiano», como si decir que hay una imposibilidad física a crecer sin límites (aunque se reconoce el problema del impacto ambiental) fuera equivalente a decir «vamos todos a morir». En suma, que si no aceptamos que el crecimiento pueda seguir por siempre somos unos apocalípticos (aún me encuentro gente que va diciendo por ahí que mi discurso es apocalíptico, aún cuandoyo diga explícitamente lo contrario – qué sé yo mismo de lo que yo pienso; quien lo sabe es un opinador anónimo en internet, oiga).
Calificar a quien señale que los recursos disponibles son finitos de «malthusiano» es de entrada un error de concepto. Mathus defendía que la población siempre crece a un ritmo exponencial mientras que los recursos lo hacen a ritmo aritmético, y que por tanto siempre se llegaba a una sobrecarga poblacional y a un colapso. Por un lado, ninguna de las dos hipótesis de Malthus es correcta; por el otro, señalar que los recursos son finitos no es equivalente a decir que un colapso es inevitable. De hecho, la rama de la ciencia que estudia la interacción entre los seres vivos y los recursos finitos de su entorno se llama Ecología, y justamente la Ecología nos muestra como la mayoría de las poblaciones (incluso las humanas, de las cuales se ocupa la Antropología) llegan a un equilibrio con sus recursos disponibles. En realidad, la propuesta socialista de Navarro resuena bastante con la de una sociedad en equilibrio ecológico. Y bien es cierto que en algunas circunstancias (por cambios del clima, por disminución de los recursos, por exceso de éxito de una especie) algunas poblaciones colapsan; tanto la Ecología en el caso de las especies animales como la Antropología en el caso de las civilizaciones humanas estudian estos colapsos y nos enseñan vías para evitarlos. Por supuesto que podemos llegar a colapsar en mayor o menos medida si actuamos de una manera completamente necia (por ejemplo, intentando mantener a ultranza un sistema basado en el crecimiento infinito como es el capitalismo), pero el colapso es siempre una opción; se podría decir que el colapso no es una necesidad sino una necedad. Y justamente la sociedad socialista que propone Navarro podría ser una vía para evitar ese colapso.
Argumenta el profesor Navarro que el comienzo y desarrolllo de la presente crisis económica no tiene nada que ver con el petróleo, lo cual es una afirmación bastante osada, pues si bien es completamente extremista afirmar que la actual crisis está sólo causada por la escasez de petróleo, no lo es menos afirmar que no tiene absolutamente nada que ver cuando, por ejemplo, la producción de petróleo crudo del mundo se ha vuelto inelástica desde el año 2005, como muestra el artículo de Murray y King en Nature, 2012 de donde saco la siguiente gráfica:
De hecho el profesor Navarro parece desconocer todo lo referente a lo que está pasando con el petróleo. Por ejemplo, que en el año 2010 la propia Agencia Internacional de la Energía reconoció que la producción de petróleo crudo (más del 80% de todos los líquidos asimilados a petróleo que se consumen en el mundo) había tocado techo en 2006, o que en 2012 admitió que la producción de petróleo crudo ya estaba empezando a caer. Peor aún: en su último informe la Agencia Internacional de la Energía alertaba de que se tendrían que redoblar los esfuerzos en inversión petrolera so pena de que la producción pueda caer en picado en relativamente pocos años:
Por supuesto el problema que sin darse cuenta describe la Agencia Internacional de la Energía es el de la caída de la Tasa de Retorno Energético (TRE) de las fuentes de petróleo o asimilados que nos van quedando disponibles, lo que se traduce en que el petróleo por explotar sea cada vez más caro hasta el extremo de que a veces no salga rentable extraerlo, independientemente de la inversión que se quiera realizar o del presumible progreso tecnológico que debería abaratar costes (pero que no lo hace). Nada nuevo: ya sabemos que los economistas no comprenden el concepto de la TRE.
Da la impresión de que el profesor Navarro no se ha dado cuenta de que ya hay problemas serios con el petróleo porque para él eso se tendría que manifestar como un precio exorbitantemente alto, sin tener en cuenta que en realidad hay un techo máximo para el precio del petróleo a partir del cual comienza la destrucción económica y que de hecho en realidad el precio del petróleo se encuentra actualmente y durante la mayoría de esta crisis en máximos históricos, justo al nivel del umbral del dolor para nuestras economías.
Evolución histórica del precio del barril de petróleo en dólares constantes de 2012. Del posthttp://ourfiniteworld.com/2014/01/29/a-forecast-of-our-energy-future-why-common-solutions-dont-work/ , del blog Our Finite World de Gail Tverberg |
En realidad el nivel actual de precios y el relativo estancamiento de la producción de todos los líquidos del petróleo está llevando a una transferencia de renta petrolífera de los países occidentales a los emergentes, sin que sea el resultado de una mejora en eficiencia energética; algunos países como EE.UU. y Alemania han financiado energéticamente esta huida hacia adelante con más gas y más carbón, mientras que el resto simplemente se están hundiendo económicamente:
Consumo de petróleo en la OCDE (curva azul) y en el resto del mundo. Imagen del posthttp://ourfiniteworld.com/2014/02/06/limits-to-growth-at-our-doorstep-but-not-recognized/, del blog Our Finite World de Gail Tverberg |
En otro pasaje de su artículo, el profesor Navarro hace una vaga defensa de la energía renovable basándose en tendencias históricas observadas en algunos Estados de los Estados Unidos, en lo que es una práctica habitual en los economistas (tomar tendencias del pasado y asumir que se mantendrán indefinidamente en el futuro sin pararse a pensar si tales tendencias tienen límites o fechas de caducidad). Parece no tener en cuenta que los grandes sistemas de producción de energía renovables sólo producen energía eléctrica, pero en el mundo la energía eléctrica es sólo el 10% de la energía final consumida y el restante 90% es muy difícil de electrificar. Por lo demás, parece que el profesor Navarro ignora que el potencial renovable del planeta Tierra es finito y está bastante por debajo de nuestro consumo fósil actual, cosa que se ha discutido en muchos artículos de este blog (en la serie «Los límites de las renovables») y que por tanto no existe una fuente de energía renovable inagotable sino que más bien las que hay son muy limitadas.
Hacia el final del artículo el profesor Navarro esboza una ingenua queja en contra de lo que el denomina el «determinismo energético». Afirma Navarro que la energía no condiciona todo lo demás; pues en realidad sí, por supuesto que la energía condiciona todas las actividades económicas, como también las condicionan las bases materiales. Para producir bienes y servicios se necesitan consumir materiales; para elaborar y transformar esos materiales, o transportarlos, se necesita energía. La economía no puede abstraerse de sus bases materiales pues somos series materiales. Yo no voy a comprar entes espirituales o inasibles (aunque algún supersticioso quizá sí lo haga); yo compraré mercancías que se puedan comer, vestir, equipar, tocar, usar… Incluso los servicios, que son en sí mismos inmateriales, tienen una base material: si compro un crucero el barco que me transporta; si contrato un servicio de asistencia a gente mayor habrá una persona de carne y hueso que tendrá que desplazarse, comer, vestir… Y así como la base material de la economía es evidente para todo el mundo y difícil de discutir, la energía es más inasible para el no educado. Pero todo es al final materia y energía. La energía es la que da la capacidad de transformar, de producir. Cuando sólo existía el factor trabajo toda la energía la propocionaba el obrero (endosomática), pero ahora la mayoría de la energía es de fuentes externas (exosomática). El problema con la energía es que es ese fluido invisible del que durante el último siglo hemos podido disponer a bajísimo precio. Hace 100 años los albañiles que construían un edificio sabían muy bien el ingente esfuerzo que costaba levantar ladrillos y vigas; hoy en día, una cuadrilla diez veces menos numerosa de albañiles hace mejor el trabajo en diez veces menos tiempo. No pensamos en la energía porque durante mucho tiempo la hemos tenido prácticamente regalada, pero por desgracia cada vez más vamos a irnos dando cuenta de lo que cuesta mover, transformar, producir a medida que nuestra disponibilidad energética disminuya. Así pues, por supuesto que la energía condiciona todo lo demás; pero no determina todo lo demás. La energía nos pone límites a lo que podemos hacer, pero dentro de esos límites lo que al final hagamos, mejor o peor, viene por supuesto determinado -ahora sí- por las políticas que se adopten.
Querría acabar mi crítica al artículo del profesor Navarro señalando una expresión que usa varias veces a lo largo de él: «Ecologista conservador». Como ya he mencionado más arriba, Navarro usa la palabra «conservador» queriendo decir «reaccionario» o «de derechas» (soporte a su infundada acusación de que el decrecimiento sirve al capitalismo). Supongo que para él su antónimo es «progresista» (el mito del progreso del que también hemos hablado aquí mucho: el tecnooptimismo). En realidad el ecologista es, por definición y en sentido propio, conservador, puesto que lo que pretende es conservar: conservar el Medio Ambiente, conservar la diversidad, conservar un hábitat digno para las especies animales, incluida la humana… No hay nada negativo en querer conservar cuando aquello que se preserva es bueno. Querer cambiarlo todo en todo momento, el progreso por el progreso sin reparar en su coste, es una actitud destructiva y sin sentido: el progreso sólo tiene sentido si es verdadero progreso humano, y no mera destrucción por la destrucción, algo que genera mucho PIB pero poca felicidad. Y es que uno debe ser cuidadoso con las palabras que usa, particularmente cuando califica (o descalifica) a los demás.
Antonio Turiel.
Febrero de 2014.