Redibujando alternativas al capitalismo. Entrevista a Alberto Acosta

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(Reproducimos entrevista de Carlos Benítez Trinidad y Mateo Aguado a uno de los principales ideólogos de la Revolución Ciudadana ecuatoriana, publicada en la revista Iberoamérica Social, bajo licencia Creative Commons.)
Alberto Acosta (Quito, 1948) es economista y político. Tiene en su extenso haber el ser uno de los principales ideólogos de la Revolución Ciudadana, el movimiento político que condujo a Rafael Correa a la presidencia del Ecuador en 2006. Dentro del gobierno, fue Ministro de Energía y Minas primero y, posteriormente, el asambleísta constituyente más votado. Este hecho le abrió las puertas a ser el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, el órgano encargado de redactar la nueva constitución del país. Acosta renunció a este cargo en 2008 por diversos desencuentros tanto con el movimiento oficialista como con el propio presidente Correa. Desde fines de ese año, ejerce como profesor investigador en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Ecuador). En 2013 fue candidato a la presidencia del Ecuador por la Unidad Plurinacional de las Izquierdas, una coalición de partidos políticos y movimientos sociales muy crítica con el actual gobierno.
Acosta, que procede de una familia tradicional y conservadora, estudió diez años en Alemania y, desde su regreso a Ecuador, ha estado muy comprometido con los movimientos sociales, sindicales y, sobre todo, indígenas. Entre sus obras recientes destacan La maldición de la abundancia y El Buen Vivir. Sumak Kawsay, una oportunidad para imaginar otros mundos.
Nuestro entrevistado es una persona crítica con el discurso tradicional del desarrollo capitalista y un investigador muy comprometido con el análisis de nuevas perspectivas de organización social y económica que aúnen justicia, equidad, solidaridad, reciprocidad, sostenibilidad y conocimientos ancestrales. Afirma que uno de los grandes retos que tenemos por delante como seres humanos es “repensar la economía”. Nos dice, recordando el pensamiento del gran filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría, que “la civilización capitalista vive de sofocar la vida y todo lo que tiene que ver con la vida”. Ha llegado el momento, nos alerta, de romper con el “mandato global del desarrollo y construir alternativas al mismo para que todos los seres humanos podamos discutir y pensar en otras formas de organización de la sociedad.”.
Iberoamérica Social: ¿Cuál es, desde su punto de vista, la explicación histórica, económica, política y social del nacimiento de las nuevas izquierdas latinoamericanas que han llegado al gobierno en países como Ecuador, Bolivia, Venezuela, Brasil o Argentina?
Alberto Acosta: Lo sintetizaría en tres puntos. El primero es la resistencia al neoliberalismo. Todos estos países tienen en común el ser sociedades que sufrieron el ajuste neoliberal con mayor o menor intensidad y que supieron reaccionar frente a este proceso de empobrecimiento y de pérdida de soberanía. En un contexto como este destacaría un segundo punto clave: las luchas sociales. Estas representaron el resurgimiento de toda una serie de procesos de resistencia (como las luchas ancestrales de los movimientos indígenas) y de construcción de alternativas sistémicas que consiguieron llegar a un punto culminante justamente en la época en que surgieron estos gobiernos. Por lo tanto, estos gobiernos se deben en buena medida, y sobre todo en el caso de Ecuador y de Bolivia, a la movilización indígena y popular. Y, finalmente, un tercer punto importante es el hecho de que, en América Latina, existe desde hace tiempo una demanda creciente por una verdadera integración regional. Así es cómo en este contexto internacional, con procesos nacionales y locales que habría que analizar por separado, aparecen estos partidos, estos movimientos y estos gobiernos de tinte progresista que, por lo demás, no son realmente “de izquierdas”.
IS: ¿Y qué cree que ha supuesto para América Latina, desde el punto de vista social y económico, el avance de estas izquierdas o progresismos como usted señala?
AA: En primer lugar rescataría el hecho de haber dejado atrás, en gran medida pero no en su totalidad, la llamada “larga noche neoliberal”. Haberse sobrepuesto al neoliberalismo y haber recuperado el papel de los estados es, sin duda, positivo. Sin embargo, no creo que se haya logrado aún, en ninguno de los países latinoamericanos que tienen gobiernos progresistas, una verdadera transformación radical. Posneoliberalismo no implica poscapitalismo.
Estos gobiernos, que se beneficiaron del boom de los elevados precios de las materias primas, han logrado trasladar estos ingresos hacia los sectores más populares de la población. Sin embargo, esto no ha dado paso aún a una verdadera transformación de las estructuras; ni en términos de concentración de la riqueza ni en términos de transformación de la matriz productiva.
Así pues, lo que realmente se ha venido haciendo en muchos casos (como sucede en Ecuador) es llevar a cabo un proceso de modernización del capitalismo; uno de los más acelerados y profundos que se recuerdan, eso sí. El saldo, si lo comparamos con lo que vivimos anteriormente, es, sin duda positivo, pero definitivamente insuficiente e incluso contradictorio con lo que estos procesos propusieron inicialmente. Hay, por lo tanto, una suerte de traición histórica a sus orígenes. Y el futuro, además, no augura la revolución que tanto necesitamos.
IS: Uno de los temas que más trata usted en sus trabajos es el Buen Vivir (o Sumak Kawsay). ¿En qué consiste y cómo cree que se podría aplicar de forma práctica?
AA: Esa es una pregunta muy interesante y sumamente compleja. Para empezar yo aclararía que el Buen Vivir no es una teoría. El Buen Vivir no es algo nuevo que se esté pensando ahora en los cenáculos académicos; no es la idea reciente de algún iluminado ni es necesariamente el resultado de una política gubernamental concreta. El Buen Vivir ha existido desde siempre, y muchas comunidades han ejercido este concepto desde su lógica incluso sin conocer que se llama así.
El Buen Vivir (o Sumak Kawsay, o Alli Kawsay, o Ñande Reco, o cualquier otro nombre que usted le quiera poner, como Ubuntu en África o Svadeshi, Swaraj y Apargrama en la India) consiste simplemente en reconocer la existencia de otros valores, experiencias y prácticas. Es decir, consiste en reconocer otra forma de organizar la vida, en relación con los propios seres humanos y entre estos y la naturaleza, viviendo en armonía y comunidad. Yo creo que ese es el punto medular. Y en este sentido creo que cobra especial importancia reconocer la realidad colonial de América Latina pasados ya más de 500 años de la conquista; una colonización que en cierta medida continúa en la actualidad. Así, cuando el gobierno de Rafael Correa decide explotar el petróleo de los cuadrantes del ITT (Ishpingo, Tiputiniy Tambococha) en el Parque Nacional Yasuní, se está produciendo un acto de colonización. O, por ejemplo, cuando resuelve quitarle la sede a la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador.
IS: Y… ¿cree que el Buen Vivir podría tener una aplicación universal?
Las ideas del Buen Vivir, en términos amplios, han existido y existen en diversas partes del planeta. Si por el concepto de Buen Vivir entendemos una vida en armonía del ser humano, consigo mismo y con sus congéneres (otros pueblos o naciones), así como en armonía con la naturaleza, entonces debemos reconocer a este término no simplemente como una alternativa de desarrollo, sino como una alternativa al desarrollo. Es decir, como una propuesta global para superar la vieja idea de progreso (sobre todo en su versión productivista y de copia, siempre fallida, de los países industrializados) y poder plantear un cambio civilizatorio real.
El Buen Vivir nos abre así la puerta a recuperar prácticas, experiencias y valores ya existentes. Por eso podemos decir que se trata de un proceso en reconstrucción (porque recupera) y en construcción (porque puede sumar otros esfuerzos). Desde esta perspectiva, creo que podríamos dar paso a un gran debate. Un debate no solo académico, sino eminentemente político, sobre cómo construir otras formas de vida humana en la tierra para garantizar nuestra propia existencia. Por estas razones yo prefiero hablar no de un Buen Viviren términos generales, sino de buenos convivires, pues puede haber distintos estilos de vida siempre y cuando estos no pongan en riesgo la vida de otros seres vivos y aseguren una vida digna para todos los seres humanos. Y por eso es importante no sólo hablar de los derechos humanos, sino también de los derechos de la naturaleza.
Desde mi punto de vista, el Buen Vivir no es un mandato global como lo fue la idea del desarrollo, o como lo fue la idea del progreso. Es más bien una oportunidad para que todos los seres humanos podamos discutir y pensar en otras formas de organización de la sociedad.
IS: La crisis económica que está asolando Europa (sobre todo en el sur) desde el año 2008 ha creado una doble oleada migratoria: latinoamericanos que vuelven y europeos que salen buscando oportunidades laborales. ¿Cree que esta situación está favoreciendo un reencuentro de culturas y un acercamiento de realidades?
AA: A mí me parece que los procesos migratorios siempre han sido enriquecedores para la humanidad. Naturalmente, podríamos decir que en algunos casos han originado rupturas humanas muy dolorosas; incluso muy conflictivas en el caso de los desplazamientos causados por las guerras o los crecientes efectos del cambio climático. Sin embargo, en general, creo que han sido procesos enriquecedores y saludables.
Lo que me preocupa en este sentido es que los seres humanos seguimos siendo una suerte de parias de la globalización. Los capitales se mueven hoy libremente y las personas no. Por ejemplo, si uno tiene dinero y sabe cómo funciona esto, se sienta en su casa y con internet puede estar especulando en cualquier mercado sin ningún problema, prácticamente sin restricciones. Hemos abierto los mercados en el mundo para muchos productos (no todos todavía) pero no así la libre circulación de seres humanos, y esto debería cambiar. Estos flujos migratorios, vengan del sur o del norte, deberían hacernos reflexionar sobre la importancia de ir construyendo una ciudadanía universal (cosa que planteamos ya en nuestra constitución del año 2008 y que, lamentablemente, no es respetada por el gobierno ecuatoriano).
IS: Como sabrá, el pasado mes de julio de 2014, un grupo de más de 250 personas (académicos, intelectuales, científicos, políticos y activistas) presentaron en el Estado Español un manifiesto en el que se reclamaban propuestas de cambio decididas y valientes para hacer frente a la grave crisis ecológico-social en la que nos encontramos. En este manifiesto se podía leer: estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible. ¿Cómo reconciliar, entonces, y según su opinión, el binomio consumo-crecimiento con la sostenibilidad socio-ecológica?
AA: Me parece que esa relación está equivocada. El crecimiento no garantiza la felicidad. Hay países como Estados Unidos y Japón, por ejemplo, que han crecido y, sin embargo, sus habitantes no se declaran más felices.
Yo conozco ese manifiesto y coincido con la casi totalidad de los planteamientos ahí realizados. Creo que uno de los grandes retos que tenemos por delante es repensar la economía. La economía tiene que estar al servicio de los seres humanos, pero de unos seres humanos viviendo en comunidad y en armonía con la naturaleza. Tenemos que dejar de contemplar a la naturaleza como un objeto de explotación y de privatización al servicio de las políticas económicas.
En este sentido, yo plantearía cinco aspectos clave. En primer lugar, desmontar la religión del crecimiento económico. El crecimiento económico permanente en un mundo finito, como decía el economista inglés Kenneth Boulding, es un imposible. Pensar eso es propio de locos o de economistas (y más grave es aún si los economistas están locos). Hay que echar abajo la idea del crecimiento económico como el gran motor de la economía. Podemos lograr muchas cosas sin la necesidad de crecer indefinidamente (cómo mejorar las condiciones de vida de la población o alcanzar niveles de dignidad sin afectar a la naturaleza). Ese es el gran reto. Y esto no significa que en algunos ámbitos no haya que crecer. En algunas cosas habrá que seguir creciendo, pero en otras habrá que decrecer. Yo anotaría aquí lo que señala Manfred Max-Neef, Premio Nobel alternativo de economía, cuando nos dice que puede haber un crecimiento bueno y un crecimiento malo. El abrazar uno u otro dependerá de la historia social y ambiental de cada uno de estos procesos, es decir, de su sustentabilidad ecológica y social. Entonces, desde esta perspectiva, hay que acabar con la idea de que tenemos que crecer para resolver los problemas. Porque ya sabemos que el crecimiento no los resuelve todos. Insisto, hay países que han crecido y sus sociedades no son más felices (como los Estados Unidos). Y hay países que han crecido y en donde los que se han beneficiado de ello son sólo los grupos más acomodados de la población (el ejemplo de los Estados Unidos nuevamente es categórico).
En segundo lugar, considero fundamental dar paso no sólo a una distribución del ingreso, sino también a una redistribución de la riqueza (y en especial de las ganancias) para así romper con las estructuras inequitativas existentes en la actualidad. El decrecimiento exige una redistribución del ingreso y de la riqueza, y sobre todo de la ganancia. Un tercer punto esencial nos lleva a la cuestión de desmercantilizar la naturaleza y desmaterializar la producción. Debemos redirigir la producción hacia otro tipo de estructuras de consumo. Creo que esto es clave para avanzar hacia los derechos de la naturaleza y hacia otro tipo de civilización. Un cuarto punto vital consiste en desconcentrar la producción y las grandes ciudades. No podemos seguir creyendo que las grandes empresas vayan a resolver todos nuestros problemas. Tenemos que reencontrarnos con lo rural y con lo campesino (por ejemplo, en el ámbito de la soberanía alimentaria). Tenemos que frenar la aberración que supone transportar productos alimenticios miles de kilómetros cuando esa producción se puede satisfacer localmente. Y, por último, la quinta pata de esta figura que estamos construyendo es la democracia: más democracia, nunca menos. Y esto nos lleva nuevamente a la necesidad de fortalecer los espacios democráticos comunitarios.
IS: Al hilo de la cuestión anterior, numerosos investigadores han planteado que nuestra civilización podría estar ya cerca de alcanzar un punto de no retorno en lo que respecta a las alteraciones que los humanos estamos ocasionando sobre la biosfera. ¿Consideraría usted posible llegar —durante las próximas décadas— a un colapso civilizatorio, fruto de un colapso ecológico y social, o todavía confía en que seremos capaces de recorrer como especie una transición socio-ecológica hacia otro mundo posible, más justo y sostenible?
A: Bueno, mi deseo es que suceda lo segundo; que como especie, como seres humanos responsables, podamos dar las respuestas necesarias para evitar el colapso. Sin embargo, a ratos creo que la estupidez de los seres humanos es enorme… Ya lo decía mi tocayo Einstein: “Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y yo no estoy seguro sobre el universo”.
En torno a este debate surge un aspecto clave: que no somos todos los seres humanos igualmente responsables de los problemas ambientales que vivimos. Hay algunos que han ocasionado mayores daños que otros. Por eso, tal y como se habló recientemente en la XX Conferencia Internacional sobre Cambio Climático en Lima (COP20), es importante asumir responsabilidades compartidas pero diferenciadas. Y es que hay países y economías que han ocasionado y siguen ocasionando los mayores problemas ambientales. Estos, y concretamente sus sociedades opulentas, tendrían que asumir una mayor responsabilidad.
Pero todo esto no es suficiente; hay que ir más allá. Hay que reconocer que existe un sistema depredador, una civilización depredadora —que es la civilización capitalista — que vive de sofocar la vida y todo lo que tiene que ver con la vida (bien sea el trabajo, los propios seres humanos o la naturaleza cuando se la mercantiliza en extremo). El gran reto que tenemos por delante es saber cómo plantear propuestas de cambio civilizatorio. Pues bien, precisamente para esto nos sirven las experiencias, los valores y las prácticas del Buen Vivir.
Agradecimientos: los autores de este artículo agradecen a Kr’sna Bellott Carrasco sus valiosos comentarios y recomendaciones durante el diseño y la transcripción de esta entrevista.
Para citar este artículo: Aguado, M., Benítez, C. (2015). Redibujando alternativas al capitalismo. Entrevista a Alberto Acosta. Iberoamérica Social: revista-red de estudios sociales (IV), Pp. 9-13. Recuperado de: http://iberoamericasocial.com/redibujando-alternativas-al-capitalismo-entrevista-a-alberto-acosta

Sí podemos decrecer

Post de   Última Llamada Publicat a  eldiario.es

  •  El Colectivo Research & Degrowth presenta en este artículo 10 propuestas para lograr la prosperidad sin crecimiento económico
  • Estas propuestas son relevantes para Podemos, pero también para otros partidos en España, en Cataluña (ERC, ICV, las CUP), y otros territorios como Grecia, Italia, Francia y Portugal 
En este periódico ha tenido lugar un interesante debate sobre si Podemos puede expresar una agenda política de decrecimiento en su programa económico. Decrecimiento no es recesión, sino la hipótesis de que podemos lograr la prosperidad sin crecimiento económico. La aceptación de que la sociedad del crecimiento puede haber llegado a su fin, o que si aún no lo ha hecho debería hacerlo, se convierte en un potente argumento en favor de la redistribución, una de las propuestas clave de Podemos. El decrecimiento desafía al propio espíritu del capitalismo; la expansión. Pero escaparse del crecimiento no es tarea fácil. Casi ningún partido político lo ha intentado hasta ahora.
Recientemente (en vocabulary.degrowth.org) hemos recogido propuestas políticas concretas que pueden facilitar una transición al decrecimiento. A continuación presentamos 10 propuestas que son relevantes para Podemos, pero también para otros partidos en España, en Cataluña (ERC, ICV, las CUP), y otros territorios como Grecia, Italia, Francia y Portugal.  El programa que sigue no pretende ser exhaustivo ya que no incluye propuestas sobre temas cruciales (pensiones, hospitales y escuelas, banca pública, el fin de los desahucios, etc.) que ya abarcan los programas de partidos progresistas como Podemos y que cuentan con nuestro apoyo.
  1. Abolir el uso del PIB como indicador de progreso económico. Si el PIB es un indicador engañoso, deberíamos dejar de usarlo y buscar otros indicadores de prosperidad. Se pueden recoger y usar datos de contabilidad macroeconómica nacional con finalidades monetarias y fiscales, pero la política económica ya no se debería expresar en objetivos de PIB. Es necesario abrir un debate sobre qué es bienestar, planteándonos qué medir en vez de cómo medirlo.
  2. Establecer límites ambientales. Establecer topes absolutos y decrecientes a la cantidad total de CO2 que España puede emitir y a la cantidad total de recursos materiales que utiliza, muchos de ellos importados del Sur global. Estos topes serían en CO2, materiales, huella hídrica y las superficies de cultivo que los productos importados llevan incorporados. Estas contabilidades ya existen, deben hacerse políticamente relevantes y popularizarlas. Se deberían establecer otros límites similares como la extracción de agua, la cantidad total de suelo construido y el número de licencias para servicios turísticos en zonas de llegada masiva de turistas.
  3. Reestructurar y eliminar parte de la deuda. Una economía no puede ser forzada a crecer para devolver las deudas acumuladas que han contribuido a un crecimiento ficticio en el pasado. Es esencial no solo reestructurar sino también eliminar una parte de la deuda con una auditoría liderada por la ciudadanía, parte de una nueva cultura realmente democrática. Tal eliminación no se debería realizar a expensas de ahorradores o pensionistas modestos de España o de ningún lugar. Una vez reducida la deuda, los topes de carbono y recursos garantizarán que esto no sea utilizado como una oportunidad para más crecimiento y consumo.
  4. Reducir y compartir el trabajo. Reducir a 32 las horas semanales de trabajo y desarrollar programas que apoyen a las empresas y organizaciones que quieran facilitar el trabajo compartido. Esto debería ser orquestado de forma que la pérdida salarial solo afecte al 10% de la población que recibe las rentas más altas. Complementada con límites ambientales y la reforma fiscal propuesta más abajo, será más difícil que esta liberación de tiempo pueda ser utilizada para consumo material.
  5. Renta básica y renta máxima. Instaurar una renta básica para todos los residentes en España de entre 400 y 600 € mensuales, y concederla sin ningún otro requisito. Diseñar esta política en conjunto con otras de forma que aumente la renta del 50% inferior de la población, mientras que disminuya la del 10% superior para financiar el cambio. La renta máxima de cualquier persona – procedente tanto del trabajo como del capital – no debería sobrepasar el valor de 30 veces la renta básica (12.000 – 18.000 € mensuales).
  6. Reforma fiscal. Implementar un sistema de contabilidad para transformar a largo plazo el sistema fiscal, desde una fiscalidad basada principalmente en el trabajo hacia una fiscalidad basada en el uso de energía y recursos. Los impuestos a los salarios más bajos podrían ser reducidos y compensados con un impuesto sobre el carbono. Establecer tipos impositivos del 90% para las rentas más altas (tipos impositivos que eran comunes en EEUU en la década de 1950). Estos impuestos frenarían el consumo para presumir y eliminarían los incentivos a las ganancias excesivas, que llevan a la especulación financiera. Gravar también la riqueza del capital a través del impuesto de sucesión y de tipos impositivos mucho más elevados a la propiedad, como puede ser el caso de las casas, a partir de un nivel razonable (por ejemplo, en zona urbana una vivienda de no más de 80 m2 por cada miembro adulto del hogar).
  7. Optimizar el uso del parque inmobiliario. Frenar la construcción de nuevas viviendas, rehabilitar el parque existente y fomentar la plena ocupación de viviendas. En España esos objetivos se podrían lograr a través de impuestos muy altos sobre viviendas abandonadas, vacías y segundas casas, la priorización del uso social de las viviendas del SAREB y, si hace falta, expropiación por interés social de viviendas vacías de inversionistas privados. Como «uso social» entendemos políticas de alquiler social, economía cooperativa y bien común.
  8. Apoyar la sociedad alternativa. Apoyar con subvenciones, exenciones tributarias y legislación al sector económico cooperativo y no-mercantil que incluye redes alternativas de alimentación, cooperativas y redes de atención básica a la salud, cooperativas de vivienda compartida, de crédito, de enseñanza, de artistas y de otros trabajadores. Facilitar la desmercantilización de espacios y actividades como los grupos de apoyo mutuo, grupos de crianza compartida y centros sociales.
  9. Dejar de subsidiar actividades sucias y fuertemente contaminantes desplazando los recursos hacia actividades limpias. Reducir a cero las inversiones públicas o subvenciones a infraestructuras de transporte privado (como nuevas carreteras o ampliaciones de aeropuertos), tecnología militar, combustibles fósiles y gran minería. Utilizar los fondos ahorrados para invertir en la mejora de espacios públicos rurales y urbanos ya existentes como plazas, paseos o ramblas, subsidiar el transporte público y los sistemas de bicicletas compartidas. Apoyar el desarrollo de las energías renovables a pequeña escala, descentralizadas y bajo control local y democrático, en vez de macro-estructuras concentradas y masificadas bajo control empresarial.
  10. Reducir la publicidad. Establecer criterios muy restrictivos para la publicidad en espacios públicos, priorizando si acaso la publicidad pública y reduciendo mucho la de carácter comercial. Desarrollar políticas a través de impuestos y comités centrados en controlar la cantidad y calidad de la publicidad permitida en los medios de comunicación.
La semana pasada Podemos publicó un programa económico redactado por los profesores Navarro y Torres López. Aunque el documento tiene como objetivo estratégico la estimulación de la demanda y no se ocupa del decrecimiento ni se muestra favorable a él, muchas de sus propuestas como la aplicación de tasas a las transacciones financieras, la fiscalidad redistributiva, la jornada de 35 horas, la moratoria para las grandes infraestructuras o el viraje hacia inversiones limpias y actividades de cuidado, se acercan mucho a nuestro espíritu. El programa también menciona que se quiere estimular un tipo de consumo más sostenible pero no da las herramientas para conseguirlo. Aplicar impuestos sobre los recursos naturales en vez del trabajo, restringir la publicidad, y establecer límites claros sobre el uso del espacio físico, los materiales y el CO2 son algunas de nuestras propuestas en este sentido. El programa de Podemos necesita también dar más relieve y concretar cómo va a apoyar la economía cooperativa. Tampoco debería abandonar la idea de la renta básica universal, que concierne además muy directamente a la política europea de Podemos. Es positivo que los autores del informe no utilicen el PIB y reconozcan que al menos a corto plazo, sus propuestas no llevarán a un crecimiento en términos de PIB (creemos que esto será difícil incluso a largo plazo). Si es así, deberían también insistir en que el PIB dejará de ser un indicador políticamente relevante y especificar qué nuevos indicadores lo substituirán para mostrar las mejoras que sus políticas producirán.
No nos importa si lo correcto se hace en nombre del decrecimiento o no. Precisamente que nuestra actitud es la de seguir buenas políticas independientemente de sus efectos sobre el crecimiento. Y así podemos decrecer!

Kois: CONAMA, la Economía Solidaria y los habitantes de Lilliput


Post de la web  “Última Llamada”   que parla de dos congressos que s’acaben de realitzar: CONAMA i el I congrés internacional d’Economia Solidaria. Exposa força be el que està passant amb les polítiques mediambientals quan s’enfoquen en la resolució  problemes sectorials, oblidant la causa primera de tots ells,  que és el model econòmic.  El post acaba amb paraules de Manfred Max Neef:  l’economia solidaria per ella sola no és suficient per realitzar la transició econòmica , encara que és una bona palanca per activar els canvis estructurals que necessitem.

(Hoy reproducimos un artículo de KoisJosé Luis Fernández Casadevante— aparecido esta semana en el blog Última Llamada de ElDiario.es.)
Jose Luis Fernandez CasadevanteLa casualidad ha unido de forma simbólica en la misma semana el XII Congreso Nacional del Medio Ambiente CONAMA y el I Congreso Internacional de la Economía Solidaria. Dos eventos radicalmente distintos por su vocación, magnitud, forma de organización y financiación, o por las repercusiones mediáticas y los ecos que provocan en la esfera pública. Una coincidencia que nos sirve como excusa para trazar los contornos de distintas formas de aproximarse a la relación entre economía y crisis ecológica, así como los imaginarios alternativos que se apuesta por movilizar para enfrentarla.

CONAMA es el principal foro de nuestra geografía donde convergen todos los enfoques y problemáticas relacionadas con el medio ambiente (energía, cambio climático, agua, biodiversidad, economía, regeneración urbana, desarrollo rural, residuos…). Un macroevento organizado desde 1992 por una Fundación dependiente del Colegio de Físicos, en el que se dan cita todas las sensibilidades ecologistas. Nacido con un perfil académico y pensado originalmente para el encuentro del personal técnico y político de las distintas administraciones públicas implicadas en el sector, con el paso del tiempo el congreso ha ido ganando presencia tanto de empresas como de organizaciones sociales (consumidores, ecologistas, vecinales, etc.).
La organización de CONAMA suele afirmar que son muchos congresos en uno, y esto es cierto por el frenético volumen de actividad, pero también porque los planteamientos de quienes acuden se mueven en planos diferentes de la realidad. En sus salas y pasillos se entrecruzan, muchas veces sin encontrarse, contradictorias visiones sobre la crisis ecológica: la del responsable político que cotidianamente gobierna subordinando la cuestión ambiental, la del técnico municipal que anda batallando para impulsar un plan de movilidad sostenible coherente, la del encargado de responsabilidad social corporativa de las empresas más depredadoras, o la de quien trata de paralizar sus desmanes en las calles o en los juzgados.
Uno de los aspectos más saludable de este tipo de foros es que obligan al ecologismo social a salir de los espacios donde se siente cómodo, para interactuar con desconocidos, debatir con ajenos y confrontar con los contrarios. CONAMA es una suerte de termómetro social en el que ir viendo el grado de compromiso político que se tiene, dónde se sitúan las apuestas por el cambio y cuál es la hegemonía simbólica respecto a la urgencia y gravedad de la crisis ecológica (límites biofísicos en el acceso a recursos y energía, alteraciones en los servicios de los ecosistemas o el cambio climático, por ejemplo). Y lo cierto es que los resultados no son muy esperanzadores porque, entre otras cosas, como decía aquel proverbio árabe, resulta difícil despertar a quien se hace el dormido.
Los motivos éticos, sociales y ambientales para reformular nuestro sistema socioeconómico sobran desde hace décadas, pero no han resultado ser muy convincentes. Así que hemos terminado asumiendo que no estamos ante un problema de falta de información, sino de falta de voluntad por asumir las consecuencias derivadas de los diagnósticos.
En eventos tan amplios y heterogéneos como CONAMA, se habla tanto de los problemas del medio ambiente, que se deja de hablar de sus raíces económicas, difuminando la idea fuerza de la inviabilidad, en términos biofísicos, del actual modelo. Y sin embargo, en congresos como el de Economía Solidaria casi sin hablar de medio ambiente, se esboza más nítidamente la relación entre democratización de la economía y transición hacia sociedades más inclusivas, equitativas, y que puedan ser sustentables ambientalmente.
Este modesto congreso es impulsado por una constelación de entidades, principalmente redes de economía alternativa y empresas del cooperativismo social, que creen que hacen falta menos declaraciones de intenciones y más buenos ejemplos. Un foro donde, entre otras cosas, se abordan los vínculos de la economía solidaria con el feminismo y la ecología, con el consumo, el mundo rural o las administraciones públicas. Un encuentro donde intercambiar conocimientos y tejer complicidades, profundizar alianzas y consensuar estrategias. De modo que el valor de lo hablado no será tanto el de las palabras, sino el de lo que tales palabras hacen, las realidades socioeconómicas que sustentan y que se proyectan en el futuro inmediato.
Estas entidades y empresas funcionan dentro de la economía convencional, pero desconectadas de sus lógicas, valores y prácticas. Viables empresarialmente invierten, sin embargo, conscientemente, las prioridades de la economía convencional: satisfacción de necesidades frente a rendimientos financieros, fuerte territorialización y vinculación con el entorno frente a la amenaza de deslocalización, promoción de procesos de cooperación frente a competencia, priorización de la rentabilidad social frente a la unidimensional tasa de ganancia, apuesta por el empleo y por los grupos sociales más vulnerables frente a aquellas intensivas únicamente en capital.
El movimiento de la economía solidaria no ha parado de crecer lentamente durante los últimos años, especialmente tras la eclosión del 15M, y ha logrado introducirse en sectores estratégicos como el del acceso cooperativo a la banca, los servicios financieros, el de la producción y comercialización de energías renovables, y el de los seguros, alimentación, y vivienda. Su fórmula más acabada es la de los mercados sociales donde, de forma territorial, estas entidades se apoyan mutuamente, así como en consumidores individuales y colectivos, comprometiéndose a invertir, producir y consumir preferencialmente dentro de este circuito comercial alternativo; un circuito que según se expande va siendo capaz de satisfacer de forma creciente el conjunto de nuestras necesidades.
La salida de la crisis ecológica necesita de la articulación de un movimiento social que intervenga directamente en el plano de la economía, y cuyo protagonismo vaya más allá de ofrecer sesudos marcos teóricos para impulsar iniciativas que resulten inspiradoras, nos ilusionen y nos devuelvan la confianza en el cambio. En suma, para demostrar la viabilidad práctica de otras formas de producir y consumir, incorporando criterios sociales y ecológicos como reguladores de la actividad económica.
El movimiento de la economía solidaria debe ser capaz de acumular fuerza y legitimidad suficiente como para reorientar las políticas públicas hacia un verdadero cambio de modelo productivo, que vaya más allá de sustituir la fabricación de ladrillos por ordenadores, para plantearse que la forma en que satisfacemos nuestras necesidades debe ser compatible con nuestro trocito de biosfera (so pena de robar recursos en algún otro lugar del planeta) y con la equidad social (so pena de perpetuar el privilegio de unos grupos sociales sobre otros).
El economista Manfred Max Neef suele afirmar que ante grandes males, son necesarias muchas soluciones pequeñas, coordinadas y coherentes. Siguiendo estas premisas, la existencia de estas prácticas económicas alternativas, por parciales, fragmentarias o inacabadas que puedan resultar, deviene imprescindible en periodos de crisis, pues ponen a disposición de la sociedad nuevas estructuras y patrones de comportamiento (estilos de vida, valores, creencias, deseos o normas sociales). No son autosuficientes para realizar una transición socioeconómica, pero son una palanca desde la que activar los cambios estructurales que necesitamos. Igual que los pequeños habitantes del Lilliput en Los Viajes de Gulliver, con ingenio e ingenuidad, se afanan en contener al gigante para anticipar así los esbozos de una sociedad postcapitalista.

 

 

Pedro Prieto: Crecer o no crecer, esta es la cuestión

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(Continúa el debate en torno al Decrecimiento con una réplica de Pedro Prieto a un reciente artículo de Bruno Estrada publicado en ElDiario.es.)
Asistimos últimamente a frecuentes debates en los que se discute la procedencia, la conveniencia y la posibilidad física de crecer o no crecer y hasta dónde, en términos económicos, en forma de dilema Shakespeariano. Ni que decir tiene que en la reflexión entre ser y no ser, y ante la calavera, la inmensa mayoría aboga por seguir siendo, por seguir creciendo. Tampoco hace falta ser un lince para observar que en el dilema entre crecer y no crecer, la práctica totalidad desea seguir creciendo económicamente.

En nuestro país, hemos asistido a intensos debates de altura sobre esta dicotomía entre por ejemplo, el activista ecologista Florent Marcellesi contestado por el economista Vicenç Navarro y luego el cruce de artículos entre el científico Antonio Turiel y el economista Juan Torres que ElDiario.es y este blog de Última Llamada han ido publicando puntualmente.
A nivel internacional, también se dan estos debates.
El 18 de septiembre pasado el premio Nobel de economía, Paul Krugman publicó en el diario de gran tirada The New York Times un artículo titulado Errors and Emissions Could Fighting Global Warming Be Cheap and Free? (Errores y omisiones. ¿Podría suceder que la lucha contra el Calentamiento Global fuese barata y gratuita?), que fue contestado por el profesor californiano y colaborador del Post Carbon Institute, Richard Heinberg con otro artículo en su blog Museletter, titulado Paul Krugman and the limits of hubris (Paul Krugman y los límites de la arrogancia), donde Heinberg desgrana a su vez y a su juicio los errores y omisiones que ve en el escrito de Krugman.
Más recientemente, el pasado 7 de octubre, el premio Nobel de economía, Paul Krugman publicó de nuevo en The New York Times un artículo titulado Slow Steaming and the Supposed Limits to Growth (la navegación a baja velocidad y los supuestos límites al crecimiento), en el que el premio Nobel de Economía se despachaba contra un periodista de Bloomberg, Mark Buchanan, por haber escrito que los economistas parecen ciegos a los límites del crecimiento y citaba a su mentor William Nordhaus de haber dado ya un repaso, hace ya cuarenta años y sobre este asunto a Jay Forrester el padre de la dinámica de sistemas, herramienta que el matrimonio Meadows había utilizado para elaborar su informe de 1972 sobre los límites del crecimiento. Si el repaso a Forrester, es del calibre que hizo estimar a Nordhaus en los años setenta que con la tecnología de los reactores regeneradores podríamos tener energía para toda la Humanidad para 1 millón de años y que con la energía de fusión podríamos tener suficiente para nada menos que 53.000 millones de años, sinceramente, prefiero pensar que Forrester y los Meadows estaban más centrados que Nordhaus y sus discípulos como el Nobel Krugman. De hecho, para el que se quiera tomar la molestia, un par de publicaciones más recientes, como la de los propios Meadows, analizando 30 años después sus pronósticos en The Limits to Growth: The 30-year Update (Los límites del crecimiento: una revisión 30 años después) o el del profesor de física-química de la Universidad de Florencia, miembro de ASPO Italia y del Club de Roma, Ugo Bardi, The Limits to Growth Revisited (los límites del crecimiento vueltos a analizar) parecen que aquellos pronósticos de 1972, tan denostados durante tantas décadas y todavía hoy considerados como fallidos y superados, resultan mucho menos disparatados y mucho más ajustados a la realidad que las entelequias de Nordhaus por las mismas fechas.
Krugman escenificaba en su reciente artículo su rechazo a los límites del crecimiento, poniendo por todo ejemplo, la reducción de consumo de energía de los buques cuando estos reducen su velocidad de crucero o de navegación.
Este artículo fue contestado en Common Dreams, un medio de mucha menor tirada y repercusión, por Ugo Bardi, bajo el título Paul Krugman and The Tortoise: Why the Limits to Growth Are Real (Paul Krugman y la tortuga: por qué los límites al crecimiento son reales), donde Bardi desmonta el ejemplo de Krugman y su retórica.
Estos debates tienen más antigüedad que la que se les supone. La entrevista que Carla Ravaioli hizo al premio Nobel de Economía Milton Friedman, en 1995 y que fue publicada en Economists and the Environment, ilustra meridianamente la ceguera de ciertos economistas a la hora de ver límites relacionados con la energía y su capacidad de realizar trabajo, que en definitiva, es de lo que dependen la actividad económica.
Economistas, muchos de los cuales siguen a día de hoy entendiendo que la energía disponible es sólo función del precio del dinero a que se ponga la misma. Que es una cuestión de mercado y no de física y termodinámica. O al menos, que no es una cuestión perentoria para la Humanidad y que tenemos tiempo y capacidades de sobra.
Y volviendo a nuestro particular ruedo ibérico, el Director de Estudios y Proyectos de la Fundación 1º de mayo, Bruno Estrada, publica el 7 de noviembre en El Diario un artículo titulado Los límites del Decrecimiento, que merece también algún comentario.
Este artículo del señor Estrada tiene mucha miga. Juega con una ventaja sustancial, porque efectivamente, es fácil acertar con ese titular, ya que el decrecimiento tiene un límite obvio: el CERO PATATERO. Sin embargo, el crecimiento, como todos sabemos, puede ser infinito.
Pero precisamente por eso, no tengo tan claro como Estrada que “las tesis del decrecimiento sean ideológicas”, ya que muerto el perro, se acabó la rabia. La llegada a cero de cualquier actividad, su cesación o desaparición supone un límite inferior insuperable. Perogrullo lo consideraría de cajón. Y Estrada incluso admite que ha habido bastantes civilizaciones que colapsaron antes, por no prever su llegada a estos límites, en lo que denomina “entornos geográficos completamente aislados y en ecosistemas frágiles”, pero al parecer, sin reconocer en absoluto que hoy el entorno geográfico y el frágil ecosistema es el propio mundo y no la minúscula Isla de Pascua para los pascuenses o Groenlandia para los vikingos. Por tanto, los límites al crecimiento de nuestra especie y sus formas de vida actuales, no creo que sean una tesis, ni siquiera una ideología; son más bien una constatación matemática de un límite simple.
Sin embargo, los argumentos de los que desean seguir creciendo, sean los que sean, sí que pueden resultar, más que ideológicos, teológicos o incluso teleológicos. Los argumentos de que la Tierra recibe del sol 5.000 veces más de lo que consumen los seres humanos es pobrísimo; mis admirados profesores de Barcelona Pep Puig y Joaquim Corominas, en su libro de 1990 La ruta de la energía ya habían constatado la cifra de 10.000 veces en aquella época. Pero eso no sirve de mucho. Estrada debería haber precisado que en nuestra bolita girando en el Cosmos, toda energía que entra del sol en forma de onda corta, afortunada y finalmente tiene que salir en forma de onda larga (si no, duraríamos lo que una lagartija en un microondas enchufado a tope).
La Tierra necesita de esas 5 ó 10.000 veces (lo que prefiera) más energía que llega del sol que la que consumimos para seguir siendo lo que hasta ahora es y seguir siendo como es y haciendo lo que hasta ahora hace, con sus evaporaciones sus vientos, sus calentamientos y enfriamientos oceánicos, sus corrientes marinas, sus lluvias, su creación de biomasa, sus complejos y (sí) frágiles equilibrios.
Si obviamos el regalo que la naturaleza nos ha hecho almacenando y concentrando enormemente los combustibles fósiles durante cientos de millones de años, que vamos a quemar en este aquelarre industrial y tecnológico en un par de siglos mal contados, la captación temporal y transformación de parte de esa energía que podamos hacer nosotros mediante nuestras habilidades técnicas sólo se puede realizar de forma muy dispersa y costosa (en términos energéticos, no económicos) y que está muy limitada incluso por los materiales que se pretenden usan y su Tasa de Retorno Energético (TRE), si se consideran todos los inputs energéticos para su existencia.
Y si quiere algún dato más de lo que dice que Serge Latouche no le ha aportado para confirmar que la captación de esta energía que el sol entrega de forma uniforme y maravillosamente dispersa, es seguramente una tarea imposible para seguir manteniendo una sociedad mundial que ya consume 13.000 MTep/año de manera tan concentrada e intensa. Sobre todo, si pretende seguir creciendo al 3% anual y reducir los equilibrios que hoy hacen que el 70% se tenga que confirmar con el 30% de los recursos, mientras el 30% de los privilegiados se lleva el 70% de los recursos, tiene mucha literatura al respecto.
Pero si quiere alguna información específica sobre la energía solar fotovoltaica y lo que la Tasa de Retorno Energético (TRE) de estos sistemas puede dar de sí, le recomiendo modestamente mi libro, escrito al alimón con el profesor Charles A. S. Hall, precisamente gran popularizador del concepto de TRE, que parece se le escapa a Estrada.

Debates en torno al decrecimiento: por favor, toquemos tierra

Post publicat a    El Diario.es
 Última llamada

Es una lástima que “ecologistas” y “socialistas” no estemos todavía convergiendo en un discurso único y mucho más detallado sobre las soluciones económicas que proponemos.
Ni el socialismo puede ignorar los serios estudios físicos, ingenieriles y geológicos que se presentan desde los círculos ecologistas, ni podemos avanzar sin un discurso político elaborado, como el que posee el socialismo.
Socialismo y ecologismo deberían ser las dos patas con las que caminemos para conseguir una sociedad justa y además acorde con los límites del planeta.

La Junta inicia el estudio de las aportaciones públicas a la Ley de Movilidad Sostenible para su inclusión en el texto

La Junta inicia el estudio de las aportaciones públicas a la Ley de Movilidad Sostenible para su inclusión en el texto
En los últimos meses se ha generando un cierto debate entre economistas críticos y personas afines a las tesis del decrecimiento, que recientemente se ha visto reavivado con la publicación del Manifiesto Última Llamada. Este diálogo entre las posiciones “socialistas” -con su objetivo de justicia social-, y las “ecologistas” -con su preocupación por los límites del planeta- es, sin duda, uno de los retos intelectuales más necesarios en este principio de siglo. Sin embargo, da la impresión de que se está llegando a un callejón sin salida, puesto que las posiciones se vuelven cada vez más enconadas sin que se avance ni se aporten reflexiones valiosas.
Tengo la sensación de que en este debate buena parte de las discusiones son semánticas, pues cuando unos y otros hablan de energía, crecimiento o modelo productivo, no parece que entiendan siquiera las mismas cosas.  Creo que sería muy positivo que hiciéramos un esfuerzo por dejar de lado los términos generales y  bajar  a debatir aspectos concretos y, sobre todo, dar ejemplos específicos que nos permitan avanzar en el análisis de la realidad y las salidas a la crisis ecológico-económica.
Por ejemplo, ante la crisis energética que vivimos se habla de crecer económicamente a base de sustituir actividades intensivas en el uso de la energía por otras, lo cual es, obviamente, muy interesante. Sin embargo, esto que es obvio como generalidad, se vuelve una cuestión mucho más relativa cuando descendemos a los casos concretos.
Tomemos, por ejemplo, el caso del sector del automóvil. Actualmente el 4% del PIB español se está destinando a pagar las importaciones de petróleo. Para evitar esta sangría (que no tiene visos de mejorar debido al fenómeno del pico del petróleo) podemos pensar en varias opciones.
Podemos seguir con el modelo actual. Esto nos llevaría a que los ciudadanos destinasen cada vez un porcentaje mayor de su sueldo a comprar gasolina, con lo cual el consumo de otros bienes se detraería. También se venderían menos vehículos y es probable que disminuyeran los puestos de trabajo en la industria del automóvil. Muchas personas se verían marginadas al no poder tener un coche, ni tampoco otras alternativas.
Podemos, también, intentar la sustitución tecnológica, apostando por el vehículo eléctrico. Esto beneficiaría  a la industria del automóvil  y aumentaría la demanda de energía eléctrica, que podría ser renovable. Desgraciadamente los datos nos están diciendo que los vehículos eléctricos actualmente tienen prestaciones muy inferiores (15 veces menos acumulación de energía, lo que se traduce en mucha menor autonomía  y mala relación prestaciones/precio). Quizá dentro de unas décadas se descubra algo mejor pero, de momento, no tenemos esa opción y es inútil engañarse con fantasías. ¿Qué hacemos? ¿Subvencionamos los vehículos eléctricos a base de recortar en otras partidas como el transporte público? ¿Hacemos que los trabajadores empobrecidos paguen impuestos para los coches eléctricos de los más pudientes? Ya hemos subvencionado cada vehículo eléctrico con 5.500 euros y siguen sin venderse masivamente. Esta opción de cambiar un vehículo por otro y seguir creciendo  puede parecer muy atractiva, pero los datos tecnológicos nos muestran que es una vía muerta.
Tenemos otra opción, y es la que defendería el movimiento por el decrecimiento. Podemos cambiar el modelo de movilidad penalizando la compra de vehículos y fomentando el uso de la bicicleta. Esto permitiría que los ciudadanos tuvieran una forma de moverse barata y eficaz, especialmente atractiva para los menos pudientes, pero no hay que olvidar que se perderían puestos de trabajo en el sector del automóvil (más que en la primera opción). Por otra parte el dinero no destinado a gasolina se podría emplear en otros consumos que generarían otro tipo de puestos de trabajo.
¿Qué solución es mejor? Ninguna de ellas es buena y solamente podemos escoger la menos mala. Para ello tenemos que echar mano de los datos que nos permitan saber dónde están los límites tecnológicos y cuántos empleos se pierden en cada caso, y después discutir nuestras prioridades éticas.
Estos debates sobre aspectos concretos son los que deberíamos estar formulando ya. Deberíamos empezar a pensar qué hacemos con la industria del automóvil, la agricultura, la construcción, o el turismo, a la luz de la crisis energética.  Además, es imprescindible que la discusión se mueva dentro del conocimiento de la realidad tecnológica, porque el hecho de que los recursos naturales y la energía física son finitos no es cuestionable; y el estado de  la tecnología y sus posibilidades a corto plazo tampoco es discutible: es lo que hay. Es importante bajar a estos sectores concretos porque sólo así podemos ver si las restricciones energéticas y la falta de sustitución tecnológica van a hacer que los consumidores dejen de comprar coches, viviendas, viajes o clases de inglés,…o no.
En este sentido trabajos como los que Alfonso Sanz, Pilar Vega y Miguel Mateos acaban de presentar sobre las  cuentas ecológicas del transporte en España son vitales, porque nos permiten poner sobre la mesa los números de las variables físicas de un sector, que, además va a ser especialmente castigado por la crisis energética en esta misma década, como ponen de manifiesto nuestros estudios.  
Cada vez estoy más convencida de que los economistas ecológicos tienen razón cuando argumentan que tenemos que volver a medir la economía en términos de variables físicas como la energía, los puestos de trabajo, los kilos de minerales o los servicios prestados. Medir las cosas en unidades monetarias nos distrae y nos puede llevar a engaños. Ahora mismo, por ejemplo, el consumo de petróleo en España es un 23% menor que en 2007 y, sin embargo, el PIB español apenas ha caído, luego estamos generando el mismo PIB con menos energía. ¿Se debe a que tenemos una sociedad más capaz de generar actividad económica, empleo y bienestar con menos energía? No, en absoluto. Lo que estamos haciendo es cultivar la desigualdad: algunos siguen aumentando sus beneficios monetarios, pero muchos ciudadanos dejan de consumir porque no tienen ni siquiera lo necesario para calentar su casa. No es esa, desde luego, la eficiencia energética que queremos ni lo que defienden los partidarios del “decrecimiento”.
Es una lástima que “ecologistas” y “socialistas” no estemos todavía convergiendo en un discurso único y mucho más detallado sobre las soluciones económicas que proponemos.  Porque, si bien es interesante desarrollar experiencias colectivas que permitan vivir mejor con menos, como las que proponen los partidarios del decrecimiento, no es menos cierto que también hay que cambiar las relaciones de poder para que estos experimentos puedan convertirse en alternativas a gran escala.
Ni el socialismo puede ignorar los serios estudios físicos, ingenieriles y geológicos que se presentan desde los círculos ecologistas, ni podemos avanzar sin un discurso político elaborado, como el que posee el socialismo. Socialismo y ecologismo deberían ser las dos patas con las que caminemos para conseguir una sociedad justa y además acorde con los límites del planeta. Cualquier alternativa que sólo contemple uno de estos objetivos es ingenua y también indeseable.

Pedro Prieto: Salirse de la dicotomía neoliberales-neokeynesianos en los programas económicos

Última llamada

Post de Pedro Prieto al bloc La última crida

(Respuesta de Pedro Prieto ante las últimas noticias que indican que los economistas V. Navarro y J. Torres elaborarán el programa económico de la formación política Podemos.)

Viñeta de Bennet. Carteleras: Una verdad incómoda en un teatro y una mentira reconfortante en el otro.

Viñeta de Clay Bennet, reproducida con permiso. Carteleras: Una verdad incómoda en un teatro y una mentira reconfortante en el otro.

El pasado sábado 4 de octubre hubo una entrevista al líder de la formación Podemos, Pablo Iglesias, seguida un debate con periodistas habitualmente llamados tertulianos, en la cadena de televisión español La Sexta.

Según los baremos, se batieron récords de audiencia y esto eleva el clima de debate político en la España actual.
Como suele ser habitual en estos casos de televisiones comerciales y con afán de lucro, de las cosas que más llamaron la atención al público y a los televidentes, fueron los habituales rifi-rafes sobre el bolivarianismo de Podemos o de Iglesias, de sus connivencias con ETA y si viaja en primera a Bruselas y es casta o si sigue viajando en turista y no lo es.
En el camino, quedaron un par de asuntos que juzgamos importantes y que han pasado inadvertidos para muchos medios, aunque no para todos, afortunadamente.
De entre las cosas que se critican a esta formación y a su líder, es el poco dominio de los asuntos económicos de la nación y su ausencia total de un programa económico “creíble” (aquí cada cual tiene un concepto de “credibilidad” diferente)
Pablo Iglesias y algunas personas más de su formación, suscribieron hacia el verano de 2014, el manifiesto “Ultima Llamada”, que un grupo de hasta 7.000 científicos, académicos, economistas, profesionales de diferentes ramas y activistas también habían suscrito. Se trata de un intento de advertir a los ciudadanos del mundo que lo que estamos presenciando últimamente es más que una crisis económica y de régimen: es una crisis de civilización.
No abundaremos más en el contenido del manifiesto, que está a disposición de los lectores. Sí indicaremos que fue la consecuencia de un debate que había ido dándose entre la postura que inicialmente representaba Florent Marcellesi (Florent Marcellesi. 9 octubre.2013. La crisis económica es también una crisis ecológica) y fue el germen sobre el que se plasmó posteriormente el manifiesto Última llamada, a la que contestó Vicenç Navarro, de forma indirecta y genérica en contra de las tesis decrecentistas, sin mencionar expresamente a este miembro de Equo y candidato a las pasadas elecciones europeas (Vicenç Navarro. 6 Febrero 2014. Público. Los errores de las tesis del decrecimiento económico).
El debate siguió con una serie de artículos y comentarios que fueron saliendo en diversos medios, en una suerte de toma y daca indirecto, en el que se enfrentaban dos posturas diferentes sobre cómo abordar el futuro económico de nuestro país en particular y del planeta en general.

Ponemos aquí los enlaces de los diferentes enfoques de las partes, para que los lectores puedan introducirse en el contexto con la mayor imparcialidad posible.
Así que llegados al verano, este grupo inicial y algunos más, pensaron en que sería bueno hacer una llamada en forma de manifiesto. Para algunos de los promotores iniciales del manifiesto, fue una alegría constatar que también lo habían suscrito algunas de las personas y líderes emergentes de la izquierda, tanto por el lado de Podemos, especialmente con la firma de Pablo Iglesias Turrión como por la parte de Izquierda Unida, con Alberto Garzón o Cayo Lara, aparte de otras muchas personas de la política, de la ciencia o de la economía, al menos de la economía en relación con el mundo físico, con personalidades reconocidas internacionalmente como Joan Martínez Alier, José Manuel Naredo u Óscar Carpintero.
Sin embargo, ha sido una suerte de tristeza comprobar que finalmente el líder de Podemos parece haberse decantado por pedir más la opinión y la asesoría del tándem Vicenç Navarro /Juan Torres, que por incluir también a alguno de los grandes economistas más vinculados con el mundo físico, como los arriba mencionados, compañeros de firma del manifiesto que también suscribió Pablo Iglesias.
Porque el debate, que se ha estado dirimiendo, entre estas dos posiciones, está lejos de haber quedado zanjado.
Por un lado siguen los que abogan, como Navarro o Torres, por salir de la crisis creciendo más económicamente, sin ver límites naturales a este nuevo ciclo expansivo. Esto significa, en nuestra opinión, creer también y a su vez, en que puede seguir aumentando la capacidad transformadora y laminadora de la naturaleza, por mucho que los economistas mencionados consideren que las renovables pueden hacer milagros sustitutivos de las energías fósiles actuales o porque creen que es posible una economía con crecimientos inmateriales que evite los límites físicos de los que hay que disponer para sustentar esto.
Por el otro lado, los firmantes del manifiesto, que entienden que ya estamos desbordando los límites de capacidad de carga y sustentación del planeta y que son tiempo de cambio de paradigma respecto de ese crecimiento.
Ambas partes están, con total seguridad, en la misma trinchera para dotar de programas económicos que den prioridad a personas sobre instituciones y entes privados, que mejoren el reparto de lo que está disponible y disminuyan las crecientes diferencias entre ricos enriqueciéndose y pobres empobreciéndose, en la atención a los excluidos y marginados, antes que a la satisfacción de consumos vacuos o superfluos y desde luego mucho antes de considerar sagrados e intocables por encima de todo lo anterior los retornos onerosos a inversiones realizadas con afán de mucho lucro.
Sin embargo, ambas partes difieren sustancialmente (y esta diferencia no es baladí) sobre lo que va a estar disponible en el futuro y no sólo para la población española en general, situada en promedio unas dos veces por encima de la media mundial en cuanto a bienestar y consumo, sino para toda la Humanidad en un mundo que están necesariamente interconectado y globalizado y dónde nuestra vida y sustento, nuestro confort y bienestar, dependen muy estrechamente de bienes y servicios producidos a lo largo y ancho de este mundo, empezando por los insumos energéticos de combustibles que son finitos por naturaleza.
El pasado día 4 en La Sexta, al anunciar Pablo Iglesias que se iba a asesorar para el programa económico de Podemos en los profesores Navarro y Torres, con todo el respeto que nos merecen, no llegamos a entender las razones de la firma del manifiesto por parte del líder de Podemos.
Lejos de nuestra intención hacer sangre disparando contra Iglesias por esto que entendemos es una suerte de contradicción. No vamos a hurgar en las simplezas en las que se ceban muchos medios sobre el grado de bolivarianismo o de cercanía a ETA que tiene este líder , si maneja el móvil mientras conduce o si viaja a Bruselas en clase preferente o en turista y ya también es casta.
Simplemente queremos hacer notar que nos desorienta que Iglesias haya firmado el Manifiesto por un lado y por el otro haya dejado el programa de Podemos en manos de dos economistas de muy pareja forma de entender la economía y haya ignorado, por el momento, a los que apoyaron el Manifiesto, con otra forma de entender la economía.
Observamos en el programa un cierto guiño al poder del capital, un posible deseo de evitar que ese poder financiero que critica, se encocore demasiado y salga pitando al más mínimo vestigio de que su formación puede llegar al gobierno.
Cosas como admitir (minuto 13 en adelante de la entrevista) que los ricos pueden tener 6 Mercedes o 7 casas “mientras eso no ponga en riesgo” mínimos de dignidad para todos, o decir un poco más adelante, que “en momentos de crisis hay que hacer un llamamiento de patriotismo y decir: a lo mejor los ricos se tienen que ajustar un poquito, un poquito el cinturón” o “hay que decir a los ricos: abróchense el cinturón un poquito” y que los ricos “van a seguir siendo ricos” y “van a poder vivir muy bien” o que “los futbolistas van a poder seguir siendo millonarios, pero van a tener que pagar un poquito más de impuestos (min. 33.40), mientras cierra el índice y el pulgar enseñando la nimiedad del apretón a los ricos, es posiblemente una buena medida electoral para tranquilizar al poder financiero actual, pero es poco realista cuando se analizan los números de la desigualdad y el reparto desigual de cargas y de patrimonios. Lo cierto es que seguramente no podrá ser “un poquito”, sino más bien “un muchito”, aunque decir esto ahora en cualquier programa económico de cualquier formación política espante, seguramente no sólo al capital financiero mundial, sino probablemente a una buena parte de los ciudadanos del mundo a los que se ha acostumbrado a pensar que el crecimiento económico no va a tener nunca límites, es harto difícil. Aunque todo ese poder actual se arroje desde ya mismo y con toda fiereza sobre Podemos, como lo harán, sin duda, si alguien se atreve a contar esta verdad incómoda, frente a cualquier típica mentira reconfortante.

Gráfico 1. Consumo de energía per capita y país o región, en colores según el tipo de energía utilizada y llevado todo a vatios de potencia equivalente per capita (eje de ordenadas negro). Los datos son del Statistical Review of World Energy de BP de 2011. Con un asterisco, fijo el nivel (en color rojo y eje de ordenadas rojo) del PIB per capita nominal en US$ que ofrece el FMI en esas mismas regiones o países.

Gráfico 1. Consumo de energía per capita y país o región, en colores según el tipo de energía utilizada y llevado todo a vatios de potencia equivalente per capita (eje de ordenadas negro). Los datos son del Statistical Review of World Energy de BP de 2011. Con un asterisco, fijo el nivel (en color rojo y eje de ordenadas rojo) del PIB per capita nominal en US$ que ofrece el FMI en esas mismas regiones o países.

Pero dónde Iglesias se destapa finalmente es en mencionar que hay ahora un programa muy inteligente y muy bien planteado (min. 34.40) para continuar diciendo que la aspiración es elevar el gasto público a la media de los países europeos, es decir, del 44-45% al 50%, mediante una reforma fiscal. Admite que son cosas que un “think tank” del PSOE considera razonables para los socialdemócratas. Sigue alabando al PSOE por sus políticas económicas expansivas en los años 80 y hasta principios de los 90, de lo que se deduce que cree que estas políticas de expansión económica, aunque vayan honestamente dirigidas a crear escuelas o mejorar la sanidad, van a ser eternamente posibles, sólo apretando “un poquito” el cinturón a un puñado de poderosos. En definitiva, políticas keynesianas que funcionaron mientras el mundo podía seguir la senda del crecimiento continuo, por haber recursos suficientes para ello. Políticas que como finalmente declaró, van a ser delineadas para Podemos por economistas como Navarro o Torres.
Desde luego, esto está mucho más cerca de lo que el común de las gentes quiere oír, que no que les digan que la fiesta se acabó y que aunque efectivamente, haya un buen margen para limitar considerablemente las desigualdades, aumentar la justicia social y mejorar la distribución de lo que hay, no deja de ser una constatación terrible, que cada vez habrá posiblemente menos y hay que preparar a los ciudadanos para que lo sepan y lo entiendan, para que asuman esta dolorosa tarea de los recursos decrecientes. Hay mucho campo para ayudar a excluidos y marginados en nuestro propio país, y en eso siempre estaremos de acuerdo, pero que también hay un mundo ahí afuera poblado por 7.100 millones de seres, de los que el 80% viven con mucho menos que nosotros, entre otras cosas, porque estamos utilizando sus recursos de forma injusta y mediante acuerdos comerciales y financieros de intercambio desigual. Esto tiene que ser bien entendido. Nuestro país es un país intermedio que sufre la devastación del gran capital financiero foráneo y relaciones comerciales injustas y desiguales con los países más poderosos que nosotros en este campo, pero que también ejerce a su vez, siempre que puede, una relación de intercambio desigual y de explotación respecto de otros muchos, a los que hay que dar satisfacción para que alcancen los mínimos que Iglesias considera irrenunciables para nuestros propios excluidos.
Seguimos esperanzados en que sea posible entender los límites del planeta y que las políticas económicas expansivas tienen que tener un tope si no queremos hacer desaparecer la vida sobre este planeta.
Es tiempo de entender que no existen ni las Suecias, ni las Dinamarcas, ni las Finlandias o Suizas que se proponen a veces como modelos que imitar porque tengan menos desigualdad entre sus ciudadanos a nivel doméstico o nacional y mayores niveles de “prosperidad”, que puedan haber llegado a esos niveles, sin haber antes extorsionado de forma muy eficiente a terceros países mediante estas relaciones de intercambio desigual que son tan injustas e inaceptables. No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti, porque estos países que tanto envidian los economistas keynesianos, no son, en absoluto economías desmaterializadas; al contrario, sus habitantes viven y consumen como si hubiese cinco planteas. Y no hay cinco planetas.
Ellos, los países llamados “de nuestro entorno” (como si el entorno fuese siempre el de los que viven mejor que nosotros al norte en Europa) no pueden ser el modelo, por que si llegan a serlo, corremos el riesgo de terminar como ellos incluso si Podemos tuviese éxito: viviendo relativamente bien dentro del país, pero a cambio de expoliar a terceros países para mantener ese tren de vida.
Es tiempo para Podemos de decidir si ganar las elecciones contando una mentira reconfortante sobre lo poquito que habrá que tocar al poder económico financiero para que los muchos vivan mejor, o arriesgarse a no ganarlas, posiblemente con gran seguridad, si realmente toman conciencia y se deciden por un programa que explique razonadamente que lo que viene en el futuro es una verdad incómoda que exigirá, si, que mejore reparto de la riqueza, pero arrancando sin duda “muchitos” al gran poder económico y al mismo tiempo explicando que aún así, se acercan tiempos duros de sangre, sudor y lágrimas y que los días de vino y rosas del crecimiento económico infinito tocan a su fin. Si el planeta ha sobrepasado su capacidad de carga ya en un 150%, no es de recibo seguir proponiendo más políticas económicas expansivas, con la excusa de que puede haber actividad económica inmaterial. Los datos globales de consumo energético y nivel de desarrollo económico del gráfico 1 lo desmienten tajantemente, mostrando una identidad evidente entre consumo de energía y PIB.

Gráfico 2. Consumo de energía primaria en relación con el PIB de los países OCDE (azul), no-OCDE (rojo) y mundo (verde). World Energy Outlook de la Agencia Internacional de la Energía de 2009. Página 59

Gráfico 2. Consumo de energía primaria en relación con el PIB de los países OCDE (azul), no-OCDE (rojo) y mundo (verde). World Energy Outlook de la Agencia Internacional de la Energía de 2009. Página 59

Los del gráfico 2 de abajo demuestran que si los azules (los OCDE o los más ricos, para entendernos) hacen más PIB con menos consumo de energía, es porque hay alguien ahí afuera pagando el pato (los rojos o países No- OCDE) produciendo menos PIB con más consumo de energía y tragando con la tercerización de las empresas más contaminantes y con menor valor añadido. En el fondo, hay que elevar la vista, tener altura de miras y ver el mundo como lo que es: una recta verde bastante lineal en la que para hacer crecer el PIB hay que hacer crecer el consumo de una energía que no vamos a tener ni con las ilusiones renovables. No nos engañemos: crecer es consumir más y más y transformar más rápidamente los recursos limitados de un planeta ya muy exhausto.
Si nos creemos que el 1% posee el 99% no deberíamos creernos que apretar el cinturón “un poquito” a ese 1% va a resolver los problemas del mundo y de la sostenibilidad de nuestra especie sobre él al 99% restante.

"Última llamada": un manifiesto que no debería quedar sin consecuencias

Article publicat a  El Diario.es 

«Última llamada» es el título de un manifiesto en el que se proponen alternativas socioeconómicas que armonicen el bienestar de la población con los límites ecológicos al crecimiento
«Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible»
«La crisis de régimen y la crisis económica sólo se podrán superar si al mismo tiempo se supera la crisis ecológica»
Logotipo del manifiesto Última Llamada.

Logotipo del manifiesto Última Llamada.
«Última llamada» es el título de un manifiesto hecho público en julio de 2014, en el que se reclaman propuestas de cambio audaces para hacer frente a la grave crisis ecológico-social que llevamos sufriendo desde hace décadas, y que en los últimos años ha llegado a alcanzar dimensiones extremas. Una crisis que compromete todas nuestras posibilidades de vida buena –y que puede amenazar hasta las mismas posibilidades de supervivencia de la especie humana-. En sólo dos meses (y no los más propicios: los del verano de 2014) casi siete mil académicos, intelectuales, científicos, políticos y activistas de base firmaron este documento, dirigido especialmente a potenciar modificaciones en los nuevos proyectos sociales y políticos que se están presentando en nuestro país, porque hoy hacemos frente a «la mayor discontinuidad de la historia humana» (como indica Ian Morris en su recién traducido estudio ¿Por qué manda Occidente… por ahora?), y ya no valen recetas antiguas ni ambiguas. Lo que necesitamos es una Gran Transformación.
«Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible», explica el manifiesto. Pues se agotan los recursos naturales y energéticos, se desorganizan y destruyen los ecosistemas, se perturban los metabolismos entre sociedades y naturaleza, se cierran las «ventanas de oportunidad» para las trayectorias de sustentabilidad que probablemente teníamos hasta ahora. El calentamiento global entraña riesgos -ya inminentes- que pueden poner en cuestión la propia supervivencia de la humanidad (ya sabemos que en el pasado, en otras ocasiones, los cambios climáticos dieron lugar a grandes transformaciones históricas). La crisis ecológica ni puede esperar ni es un tema parcial. En el manifiesto «Última llamada» se subraya la necesidad de romper con las inercias de los modos de vida de una sociedad capitalista, basados en el consumismo y subordinados a los intereses de grupos privilegiados, que representan menos del 1% de la población.
Evolución demográfica y contradicciones productivas y energéticas llevan a una situación de creciente insostenibilidad ecológica, desigualdad social y cambio climático que, de no corregirse radicalmente, pueden conducir a un colapso brusco de la sociedad, con altísimos costes en términos humanos y sociales. Reparemos sólo en el enorme asunto del calentamiento climático. Según el último informe del IPCC Intergovernmental Panel on Climate Change, de Naciones Unidas (septiembre de 2014) caminamos a paso firme hacia un genocidio preprogramado (aunque previsible y evitable), y ello incluso si sólo consideramos los efectos devastadores del cambio climático. El cuerpo humano puede adaptarse a un aumento de 4 o 6 °C en la temperatura promedio del planeta, pero en muchas regiones los cultivos y los agrosistemas que utilizamos para la producción de alimentos no pueden adaptarse a esos cambios. De hecho, no hay adaptación posible a un planeta 4-6ºC más cálido para una población de 8 ó 9.000 millones de personas.
Una  reciente publicación del investigador australiano Graham Turner, posterior a la publicación del manifiesto «Última llamada», muestra hasta qué punto el Escenario Base o tendencial ( business as usual-BAU) del ya clásico informe Los límites del crecimiento, elaborado hace más de cuarenta años, ha sido capaz de prever, con bastante exactitud, la evolución real de las dinámicas mundiales. Y muestra, en paralelo, cómo si continuamos con esta dinámica el colapso social, económico y ambiental podría llegar hacia el decenio de 2030.
El 23 de septiembre de 2014, se celebra en Nueva York una  Cumbre del Clima convocada por el Secretario General de Naciones Unidas, que pretende servir como catalizador para las dos COP (Conferencias de las Partes) sobre Cambio Climático que deberían culminar en París 2015, con acuerdos globales vinculantes que puedan torcer la dinámica actual (la cual lleva hacia situaciones irreversibles de muy alto riesgo para la humanidad). La sociedad, y especialmente los partidos de izquierda y los nuevos proyectos alternativos que han logrado devolver la ilusión por la política a mucha gente, tienen que tomar conciencia del hecho de que nuestro modelo de desarrollo es insostenible y que, con las formas de vida actuales, no puede generalizarse a la totalidad de la población del planeta.
Como decía Michel Jarraud, Secretario General de la OMM (Organización Meteorológica Mundial), en la reciente presentación del Boletín anual de 2014 elaborado por este organismo de Naciones Unidas (y que incluye nuevas y sombrías evidencias sobre las emisiones de gases de efecto invernadero): «Las leyes de la física no son negociables». Hemos de poner en marcha, urgentemente, alternativas socioeconómicas que armonicen el bienestar de la población con los límites ecológicos al crecimiento. No valen antiguas recetas, porque «la crisis de régimen y la crisis económica sólo se podrán superar si al mismo tiempo se supera la crisis ecológica».

Manifest per signar "Esto es más que una crisis económica y de régimen: es una crisis de civilización"

El Manifiesto 

«Última llamada»

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Esto es más que una crisis económica y de régimen: es una crisis de civilización


Los ciudadanos y ciudadanas europeos, en su gran mayoría, asumen la idea de que la sociedad de consumo actual puede “mejorar” hacia el futuro (y que debería hacerlo). Mientras tanto, buena parte de los habitantes del planeta esperan ir acercándose a nuestros niveles de bienestar material. Sin embargo, el nivel de producción y consumo se ha conseguido a costa de agotar los recursos naturales y energéticos, y romper los equilibrios ecológicos de la Tierra.
Nada de esto es nuevo. Las investigadoras y los científicos más lúcidos llevan dándonos fundadas señales de alarma desde principios de los años setenta del siglo XX: de proseguir con las tendencias de crecimiento vigentes (económico, demográfico, en el uso de recursos, generación de contaminantes e incremento de desigualdades) el resultado más probable para el siglo XXI es un colapso civilizatorio.
Hoy se acumulan las noticias que indican que la vía del crecimiento es ya un genocidio a cámara lenta. El declive en la disponibilidad de energía barata, los escenarios catastróficos del cambio climático y las tensiones geopolíticas por los recursos muestran que las tendencias de progreso del pasado se están quebrando.
Frente a este desafío no bastan los mantras cosméticos del desarrollo sostenible, ni la mera apuesta por tecnologías ecoeficientes, ni una supuesta “economía verde” que encubre la mercantilización generalizada de bienes naturales y servicios ecosistémicos. Las soluciones tecnológicas, tanto a la crisis ambiental como al declive energético, son insuficientes. Además, la crisis ecológica no es un tema parcial sino que determina todos los aspectos de la sociedad: alimentación, transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos… Se trata, en definitiva, de la base de nuestra economía y de nuestras vidas.
Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible. Nuestra cultura, tecnólatra y mercadólatra, olvida que somos, de raíz, dependientes de los ecosistemas e interdependientes.
La sociedad productivista y consumista no puede ser sustentada por el planeta. Necesitamos construir una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna a una enorme población humana (hoy más de 7.200 millones), aún creciente, que habita un mundo de recursos menguantes. Para ello van a ser necesarios cambios radicales en los modos de vida, las formas de producción, el diseño de las ciudades y la organización territorial: y sobre todo en los valores que guían todo lo anterior. Necesitamos una sociedad que tenga como objetivo recuperar el equilibrio con la biosfera, y utilice la investigación, la tecnología, la cultura, la economía y la política para avanzar hacia ese fin. Necesitaremos para ello toda la imaginación política, generosidad moral y creatividad técnica que logremos desplegar.
Pero esta Gran Transformación se topa con dos obstáculos titánicos: la inercia del modo de vida capitalista y los intereses de los grupos privilegiados. Para evitar el caos y la barbarie hacia donde hoy estamos dirigiéndonos, necesitamos una ruptura política profunda con la hegemonía vigente, y una economía que tenga como fin la satisfacción de necesidades sociales dentro de los límites que impone la biosfera, y no el incremento del beneficio privado.
Por suerte, cada vez más gente está reaccionando ante los intentos de las elites de hacerles pagar los platos rotos. Hoy, en el Estado español, el despertar de dignidad y democracia que supuso el 15M (desde la primavera de 2011) está gestando un proceso constituyente que abre posibilidades para otras formas de organización social.
Sin embargo, es fundamental que los proyectos alternativos tomen conciencia de las implicaciones que suponen los límites del crecimiento y diseñen propuestas de cambio mucho más audaces. La crisis de régimen y la crisis económica sólo se podrán superar si al mismo tiempo se supera la crisis ecológica. En este sentido, no bastan políticas que vuelvan a las recetas del capitalismo keynesiano. Estas políticas nos llevaron, en los decenios que siguieron a la segunda guerra mundial, a un ciclo de expansión que nos colocó en el umbral de los límites del planeta. Un nuevo ciclo de expansión es inviable: no hay base material, ni espacio ecológico y recursos naturales que pudieran sustentarlo.
El siglo XXI será el siglo más decisivo de la historia de la humanidad. Supondrá una gran prueba para todas las culturas y sociedades, y para la especie en su conjunto. Una prueba donde se dirimirá nuestra continuidad en la Tierra y la posibilidad de llamar “humana” a la vida que seamos capaces de organizar después. Tenemos ante nosotros el reto de una transformación de calibre análogo al de grandes acontecimientos históricos como la revolución neolítica o la revolución industrial.
Atención: la ventana de oportunidad se está cerrando. Es cierto que hay muchos movimientos de resistencia alrededor del mundo en pro de la justicia ambiental (la organización Global Witness ha registrado casi mil ambientalistas muertos sólo en los últimos diez años, en sus luchas contra proyectos mineros o petroleros, defendiendo sus tierras y sus aguas). Pero a lo sumo tenemos un lustro para asentar un debate amplio y transversal sobre los límites del crecimiento, y para construir democráticamente alternativas ecológicas y energéticas que sean a la vez rigurosas y viables. Deberíamos ser capaces de ganar grandes mayorías para un cambio de modelo económico, energético, social y cultural. Además de combatir las injusticias originadas por el ejercicio de la dominación y la acumulación de riqueza, hablamos de un modelo que asuma la realidad, haga las paces con la naturaleza y posibilite la vida buena dentro de los límites ecológicos de la Tierra.
Una civilización se acaba y hemos de construir otra nueva. Las consecuencias de no hacer nada —o hacer demasiado poco— nos llevan directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero si empezamos hoy, todavía podemos ser las y los protagonistas de una sociedad solidaria, democrática y en paz con el planeta.
— En diversos lugares de la Península Ibérica, Baleares y Canarias, y en el verano de 2014.
La solución a la crisis es sencillísima...

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Algunos firmantes del manifiesto:

Ada Colau, Alberto Garzón, Antonio Turiel, Antonio Valero, Arcadi Oliveres, Belén Gopegui, Cayo Lara, Enric Duran, Esther Vivas, Ferrán Puig Vilar, Florent Marcellesi, Joan Herrera, Joan Martínez Alier, Joaquín Araujo, José Manuel Naredo, Juan Diego Botto, Juantxo López de Uralde, Justa Montero, Marina Albiol, Olga Rodríguez, Pablo Iglesias Turrión, Teresa Forcades, Teresa Rodríguez, Xosé Manuel Beiras, Yayo Herrero… (Ver lista completa al pie de la cual podrás  firmar)